domingo, febrero 27, 2005

Olor de santidad, aroma de demonios

- Junio de 2004

ZORRINOS, HECES Y ACOSOS

Los seres humanos construimos nuestras identidades con sentimientos y recuerdos, que serían en todo caso una subjetivización de las percepciones: olores, sonidos, luces, colores, compañías, tactos, matices, permiten relacionar en el instante en que se los vuelve a encontrar o se los recuerda toda una serie de elementos y situaciones que reafirman nuestra identidad. La dificultad para saber quiénes somos y lograr que nos comprendan estribará, al evocar o reencontrar las propias vivencias, en la posibilidad de comunicarlas con eficacia.

Así, no pocas veces nuestros interlocutores necesitarán su propia composición de lugar, su 'intimidad entre las heces', sus secretos e inconfesables olores y desechos, para comprender nuestros mensajes. Y es que a veces nos tropezamos con nuestra cabal percepción de algo determinado sólo acudiendo a ámbitos muy especiales, donde nuestro personalísimo esquema mental parece encontrarse a sus anchas para barajar los naipes de la percepción y abrir todas las puertas cerradas a cal y canto por cancerberos que, ineficaces en nuestros propios dominios pero absolutamente infranqueables en los ajenos, nos cierran el paso cuando nos aventuramos por las avenidas de la percepción lejos de los sitios donde podemos reconstruir a gusto nuestra mejor intimidad.

Esas imágenes procedentes en gran medida de nuestra infancia y de nuestra intimidad nos constituyen, se quedan a vivir en nosotros, y parece ser que nos llegan como percepción, visitándonos luego como recuerdos, como elaboración y reelaboración de esa percepción. Así desfilan dentro nuestro esa especie de 'nostalgia' que a veces se siente de un olor, un color, un timbre de voz, ese color de determinado geranio, ese olor de la comida de la abuela, o del sudor de aquella mujer amada, ese juguete, esa azotea, aquel perrito, ese campo que atravesaba el tren de nuestra ciudad en tránsito a otra ciudad, todos reconocimientos de los que fuimos y quisiéramos repetir, que nos vuelven como alegría o paz interior por presentir esas sensaciones que nos constituyen.

Todos somos en cierta medida "Pepe Le Pou", como lo conocemos los criollos, o "Pierre la Mofeta", como lo conocen en otros sitios.

El maestro de los dibujos animados Chuck Jones fue el "padre" de este macho de zorrino con acento francés que se creía irresistible para cualquier hembra de su especie o exteriormente parecida. Jones no tenía levante con las chicas en su adolescencia, y expresó en el simpático Pepe al fulano arremetedor y seguro de su atractivo que él siempre hubiera querido ser, y que en ciertos momentos de la vida es lo que -lo sepamos o no- nos permite "ligar" o quedarnos con las ganas.

Mientras los personajes de José Guizao Zamora (a.k.a. Walt Disney) habitaban un mundo idílico de eterna juventud e infancia inocente, con buenos y malos definidos y perfectos, muchas veces acusados de estar hechos a la medida de los departamentos de propaganda del Pentágono, los "Looney Tunes" de la Warner Brothers constituían, como bien se ha dicho, "una especie de comedia del arte de la sociedad industrial", una variante en "cartoon" de las novelas policiales de Hammett o Chandler, o los dramas rurales de algunos grandes novelistas y cuentistas como Caldwell, Steinbeck o Faulkner, hechas -en cambio- de ruido, violencia, contradicciones y frustración. Steven Spielberg insiste en su prólogo a una biografía de Chuck Jones en que "...Walt Disney fue el genio de la animación que me enseñó a volar en sueños, y Jones el primero que me hizo reírme de ellos..." . Otro tanto podría decirse del alocado Tex Avery, o de Bud Sagendorf, el creador de Popeye.

'Pepe Le Pou' no era malvado, ni tampoco agresivo: simplemente se creía irresistible, necesitaba saber que podía generar afecto y disfrutar sensorialmente del mundo. Por eso no llegaba a darse cuenta de la desesperación de la gatita, pensando que estaba perdidamente enamorada de él, mientras ella, sólo interesada en gatos y con los ojos desorbitados, no podía soportar su acoso machista, pero especialmente no podía soportar su olor. Pepe consideraba que le tenían que prestar especial atención porque era él, como sucede tantas veces cuando alguien se cree perfecto y precioso, siendo en realidad un zorrino apestoso, lo que resulta a veces aburrido e indignante y otras simplemente ridículo.

El dibujo en sí, el diseño del personaje, y el pasito ese que tenía era muy simpático: los saltitos a cuatro patas, cuando la perseguía, e incluso en ocasiones lo cambiaba o alternaba con otro pretencioso andar, porque a veces Pepe simulaba el andar felino que él creía su víctima asumía no por naturaleza gatuna sino por coquetería hacia él. El zorrino era inexorable, como el tiempo, y maloliente, como buena mofeta. El buen "zorrilló apestosó" era persistente, tenaz, enamorado del amor y un poco pagado de sí mismo. Era gracioso, porque así somos a veces; por eso, como Spielberg, nos podemos reconocer en esos personajes, y entonces ocurre que uno mismo puede reconocerse en la mofeta, e inclusive temer estar en su pellejo, pero al mismo tiempo disfrutar viendo cómo disfruta de sus sentidos.

Acudiendo a Hans Christian Andersen podemos decir que uno es algunas veces el patito feo, y en otras ocasiones el Cisne. Todo dependerá de quiénes nos miren y sobre todo de cómo y cuándo reflejemos esa mirada ajena. Esto tiene que ver con nuestra propia percepción del mundo y con cómo podemos relacionarnos con lo exterior en ciertas circunstancias. Los entornos naturales y sociales a veces son fluctuantes y así estamos pasando constantemente del disfrute al temor de ser vistos o percibidos como mofeta. Pero eso sí: nuestro sudor y heces nos huelen casi siempre bien.

Deberíamos recordar más a menudo que el olor que el zorrino enamoradizo imaginaba seductor en realidad parecía ser desagradable para el resto de los animales. Lo que cada uno juzga desde su perspectiva como fragancia irresistible es acaso para nuestro prójimo la peste. ¿Será este el fundamento de la sociología y de la política, y el posible germen de las dictaduras y de las revoluciones?...

Qué hacemos y quiénes somos en el ciberespacio

Una cosa que jamás termino de entender de los foros es por qué resultan tan visitados por gente que periódicamente vaticina su decadencia o muerte, o ve en la participación propia y ajena apenas un campeonato de egos.

Intuyo desde mis deplorables facultades intelectuales, casi nulas, por cierto, que para quienes quieren malgastar su tiempo en vivir proyectando una imagen o jugar al erudito o al gracioso de colegio secundario, o ejerciendo de poderoso o de psicólogo en pantuflas, sólo tendrá valor un foro o cualquier grupo humano en la medida que crean que dicho colectivo gira a su alrededor.

Me explicaré mejor: somos como un sueño -decía Borges citando a otros que fueron como sueños- y quizás también vayamos por esta vida esforzándonos por hacer el ridículo más y mejor. Para preservarnos de semejante riesgo, nada mejor que usar máscaras, que amortiguan el impacto de la objetividad sobre el castigado ego. Un foro es una especie de corso o 'Sambódromo', un sitio público lleno de gentes vestidas con máscaras de carnaval, que no otra cosa son los nicks. Máscaras que son coberturas extravagantes, a veces únicas, otras veces varias y alternativas, de tímidos, bufones, pérfidos o acaso sabios. No pocas veces todos en el mismo sujeto, pero alternando sus apariciones según el estado de ánimo o las ganas de perjudicar al prójimo.

Nada mejor que elegir uno mismo sus propias máscaras, pues al caer la última quedamos expuestos en nuestra verdadera apariencia a la vista de todos. Quiero decir, tarde o temprano uno debe poner la cara, y nada mejor que elegir cuál de las prestigiosas o patéticas caretas que usamos preferimos que se caiga última, cuando el ridículo o la gloria respecto de nuestra autoestima serán inevitables. Deberíamos reírnos más seguido de nuestra propia zoncera. Creernos nuestro personaje forero puede sernos fatal.

Cuando finalmente me decidí a participar en un foro (cinco años después de empezar a usar la red) suponía que la cuestión pasaba en tales sitios por tomar parte en una reunión de energúmenos destinada a discutir el punto de vista que alguien había expuesto acerca de un asunto determinado. Luego aprendí que puede ampliarse un tema traído por otro aportando otros puntos de vista sin necesidad de llamar la atención y sin refutar la exposición de nadie. Inclusive aprendí a no contestar algunos mensajes cuyo contenido me interesa, pues a veces continuar un post ajeno que ha salido 'redondo' implica necesariamente empezar a arruinar el texto que el otro pobre tipo tan esforzadamente -o afortunadamente- elaboró.

¿Qué carajo hacemos en los foros? Solamente acto de presencia, y en ciertos casos ejercitar la escritura, ir buscando nuestra voz para expresarnos de manera precisa sin importarnos quién está escondido tras las otras máscaras. El foro es un ámbito en que se crea un texto entre todos a partir de lo que aporta cada uno, un texto que muchas veces no parece tener sentido, y acaso realmente no lo tenga. Si bien creemos no necesitar de los demás (juzgados por algunos de nosotros alternativamente como indeseables, psicóticos, neuróticos, adictos, autoritarios, inocentones, y un largo etcétera) para componer nuestro texto, los necesitamos para que nos lean y nos repliquen. El intertexto que se crea entre todos es lo que importa, y es el objeto del foro.

Hace unos tres años alguien, llamémosle M., magnífica forista de una hoy bastante estropeada comunidad cibernáutica, me envió un correo electrónico que decía -entre otras cosas- lo siguiente:

"...Cuando me metí en los foros, mi intención era la de crear algo entre varios. Me parecía que los foros, más que escaparates donde regurguitar los pensamientos propios o las interpretaciones de los pensamientos de otros de forma cerrada (es decir, estableciendo el principio y el final de la discusión, y no se hable más), podrían convertirse en algo donde la gente fuera creando al mismo tiempo que se hablaba y se conversaba con otros. La idea de partida entonces no era la sentencia inamovible, sino por el contrario, el germen sobre el que empezar a discutir y sobre el que cambiar impresiones y posturas. En lugar de puntos aislados, sería entonces como una línea continua en la que unos eslabones o mensajes tenían algo que ver con lo anterior pero también aportaban algo nuevo sobre lo que construir el siguiente eslabón. Algo como una novela compartida donde cada nuevo participante añade algo a la historia sin tener que destrozar lo anterior.
Bien, supongo que a estas alturas ya te estarás enjugando los lagrimones de risa ante tanta ingenuidad. Pero aún a día de hoy me sigue atrayendo la idea de algún sitio donde en lugar de fotografías inmóviles se pudiera hacer algo en movimiento, algo de cine.
Claro, para esto es necesario también ser benevolente y permitir que el otro cambie de ideas o modifique su punto de partida a mitad de una conversación si así considera que puede continuar el diálogo. También hay que ser humilde y dar a conocer tus fuentes, para que así otros tengan acceso a estas fuentes y puedan aportarte nuevas interpretaciones de éstas distintas a las que uno adopta. Se enriquece de esta manera la percepción sobre lo que se pensaba era algo seguro e irrefutable.
Me temo que el único campo que nos va a permitir este tipo de rio de palabras e ideas es el arte... la política, la economía, la ciencia, la Filosofía -con mayúsculas-, está llena de monosabios omniscientes que no permiten cuestionamiento alguno..."


El mail de M. seguía discurriendo acerca de otros asuntos de hondo contenido humano. Pero me demostró que había vida humana al otro lado del ciberespacio; refleja con exactitud la que desde entonces es mi opinión, según la cual el foro constituye una forma de exploración de posibilidades de ser de cada uno de nosotros, como individuo y como miembro de una sociedad. Como corolario de esa situación, cuando tras una de estas máscaras que conocemos como 'nicks' hay una persona rica en medios de expresión, naturalmente trata de entregarnos un contenido a completar y compartir. Y si no lo hace, ni siquiera debe afectarnos, porque será que no está en sintonía con nuestra capacidad o deseo o necesidad de expresión en ese momento. Sólo los egomaníacos y los autoritarios llevan como principio de acción su ego y su autoestima (y evaluaciones caprichosas del ego y la autoestima ajenas) a la consideración general en un foro.

En un foro hay quienes acuden a divertirse e intercambiar informaciones e ideas, sin descartar la posibilidad de relacionarse normalmente con las demás personas que se disfrazan de nicks. Me cuento entre ellos. Otros, de los que he aprendido a tomar prudente distancia, no gustan de hacerlo, porque del mismo modo que no lo hacen en los foros tampoco les interesará hacerlo en ninguna otra parte: no usan los foros para relacionarse o comunicar, sino apenas para escribir y leer de manera autoflagelante o autocomplaciente, son una especie de autistas. Como niños caprichosos, se sienten la medida de todas las cosas, y pasan por el 'board' de un foro entablando disputas por el poder o el prestigio (¿?), competencias que sólo importan a aquellos que invariablemente se la pasan calificando de 'enfermo' o falto de nivel intelectual el uso de los foros por los demás, o 'mostrando' reiteradamente que deberíamos tenerles pena porque están desesperanzados, a la vez que nos dicen que no tenemos nivel intelectual para entenderlos. Ojo: acaso tengan razón, y ellos sean efectivamente la medida de todas las cosas. Pero no creo, de todos modos, que la sabiduría de nadie esté en juego en estos ciberpagos ni que se la pueda medir por su participación en un foro. Extraño sabio resultará, en todo caso, quien compite y no comparte, quien no consolida su autoestima respetando el ego de los demás.

Llámenme cínico, llámenme boludo si así lo prefieren, pero mucho me temo que si los usuarios de Internet nos creemos que verdaderamente somos el nick, la máscara que nos hemos puesto para participar de una comunidad, y así, travestidos en un personaje, brillar o dar pena, nos olvidamos que aquí somos solamente código ASCII, un sueño, algunas vanas palabras compartidas por todos, quienes escribimos y quienes nos leen. ¿Saben? Me niego a tomarme demasiado en serio a mis calzoncillos o a mi remera. O a mis nicks. Ni siquiera sé si me tomaré en serio esta bitácora.

Koalas

-Mayo de 2004

KOALAS

Desde la horqueta más alta del eucaliptus, el koala se mira por dentro, haciendo lo que los filósofos y psicólogos han dado en denominar introspección, y se siente relativamente fuera del tiempo. Puede ver las sombras encapotadas del final de otoño, abrigadas, encorvadas bajo el peso del frío y el triste devenir del fin del mundo, que para él es el principio y la raíz de todas las cosas. Extraña en su espalda el abrazo cálido y suave, y en el aire fresco del otoño, ya casi invierno, flotan hojas secas, y recuerdos de un aroma a mandarinas jugosas y a sonrisas anaranjadas compartidas entre ungüentos de menta.
El koala está en época de mandarinas, y mientras el frío acecha a los mendigos que duermen en la vereda de la avenida arbolada o la escalinata de la Basílica, sobre unas mantas, calentándose con la lumbre de unas latas, casi como en la Edad Media europea, mientras sesudos charlatanes supuestamente omniscientes continúan redactando severos artículos y magistrales conferencias o abriendo las puertas de nuestra casa para que vengan a jugar al Monopoly con nosotros como fichas y sin nadie al otro lado del tablero, mientras todo eso sucede, decía, el koala sigue soñando con un mundo posible sólo en su fantasía: un mundo de quietud creativa, de mandarinas frescas, de cremas con aroma a menta y vainilla, libros, pinturas, caricias y músicas suaves, donde no entren las miserias de la política que tan bien conoce y que nunca vio que se resuelvan porque se las verbalice. Creer que la mera puesta en palabras de un problema es empezar a solucionarlo es una de las formas más asombrosamente estúpidas del pensamiento mágico. Encontrar las palabras que expresan las ideas que nos ponen en movimiento, puede ser pensamiento crítico: de las crisis solemos sacar partido para cambiar y ser mejores o peores, porque no conseguimos ser siempre los mismos. El koala aprendió eso yendo a un ritmo mucho más lento que el entorno, y llegando igualmente a los sitios que le interesaba visitar: algunos aromas, algunos tactos, amados sonidos, dulces miradas, ciertos corazones...
Hay otro enemigo de la felicidad de este koala, todavía tan asombrado de cuán extraño puede ser el mundo que ya casi ni visita su horqueta. Ese enemigo es la sensación de que su mochila, su centro del mundo, está como ausente, introspectiva y silenciosa, que es un modo de la transición y la crisis que la distancia le hace percibir como triste.
El koala quisiera volver al dulce engaño del deseo de lo intuido como maravilloso. Pero no le duró lo suficiente el disfrute, y no sabe si debe abandonar a las fuerzas del invierno y el desgaste del tiempo su amada horqueta, su atalaya.
Antes de descender, acaba su mandarina y -en homenaje a la persona amada y ausente quizás para siempre- deja la anaranjada cáscara, con su pequeño copete verde (un tronquito y tres diminutas hojas) sobre una ramita de la horqueta, como una señal y una condecoración al árbol fiel del Partido de los Sueños Melancólicos, que son en definitiva los mejores sueños. Saca un caramelo de menta del bolsillo y mira las estrellas que brillan en el cielo negrísimo, imitando esos ojos. Mira esa pantalla celeste, y ofrece su mirada azul a la distancia, y brinda con el caramelo. El papel metalizado, rojo y verde, cae del árbol en espirales hasta las baldosas color vainilla. El koala se aferra al tronco del árbol, y comienza a descender sin dejar de mirar las estrellas... La Cruz del Sur es fiel a los intrépidos navegantes del sueño.
¡Salud!

KOALAS, part II: EL AMANECER

Según nuestro Wolfgang Amadeus Mozart, para llegar al mundo nuevo o renacido de sus cenizas debe uno hacerse sabio superando tres pruebas: la del Silencio, la del Agua y la del Fuego. Y si a la primera, la del Silencio, se la pasa en soledad, las otras dos pruebas se las supera con el auxilio de la buena voluntad, la amistad, el compañerismo, el amor. Plantear críticas en foros de opinión implica proponer un debate superador, porque toda educación está destinada a conservar el molde de un modelo socialmente dominante. Desde la cuna se nos va formando según una manera de observar y entender el mundo. El solo hecho de aprender el idioma materno ya nos condiciona, y hechos como el multilingüismo o la diversidad ideológica nos liberan, aunque nos duela (¡y cómo!) el aprendizaje.
Acaso también debiera apuntar - pasando en limpio lo que hace tiempo traviesamente puse en un territorio enemigo desde un locutorio - que permanezco al acecho de oportunidades, palabras y significados porque no tengo en verdad dónde hablar ni cómo justificar mi uso del lenguaje y mis fantasmales percepciones. Una parte de mí es pesimista por decepción, por fastidio de dar con la reiteración de finales agridulces cuando esperaba -y espero- dar con un bienestar perpetuo, una sensación continua de estar en los pequeños grandes momentos de posesión del bien en que el epicureísmo hace residir la felicidad. Esa parte pesimista del koala es de tono superrealista, de escritura automática: el Alfredo oscuro, que le hizo escribir a mi mano que yo fui una persona, pero he sido derrotado por los fantasmas, y desde entonces ando en derrota, navegando sin rumbo previsible, entre témpanos y bloques de tierra ingrata. Sin embargo - añadía el travieso koala, apelando a su parte luminosa, más luminosa desde que los ojos más bellos lo miraron a la distancia - no he perdido la esperanza de volver a concordar las intenciones y las miradas con mis palabras. En mis viajes por el desconcierto hay tierras incógnitas que me sorprenden y me insinúan significados amados o temidos. Voces y pieles familiares. Ahí quedaré al final del recorrido: unos trazos torpes que ensayan la caligrafía, unos garabatos en el espacio virtual. Después, quizás, la nada. Quizás.
Mientras tanto, permanezco oculto tras mis palabras, atento a desconfiar de las propias credulidad y desconfianza, sabiendo que no siempre soy el soñador y pacífico koala. Las palabras son el vehículo de intenciones y maneras propias y ajenas. Necesariamente nuestra credulidad o desconfianza en esas intenciones y maneras es lo que les otorga eficacia a las palabras: sus significados y significantes están en nosotros, y nublan la realidad tantas veces en un cielo de múltiples metáforas e imágenes que son otras tantas intenciones y maneras de convocar a los espectros queridos y volver a tornarlos tan reales como cuando podíamos percibir su carnadura.
En su cuevita apenas iluminada por una luz rectangular, recorriendo con ágiles y pequeños dedos el teclado que hace las veces de romántica pluma, el koala se mira por dentro, haciendo lo que los filósofos y psicólogos denominan introspección, y se siente relativamente fuera del tiempo. Puede oír los sonidos fríos del viento del sur al final de otoño, y presentir esporádicas sombras encapotadas, abrigadas, encorvadas bajo el peso del frío y el triste devenir del fin del mundo, que para él es el principio y raíz de todas las cosas. Extraña en su espalda el abrazo cálido y suave, y en el aire fresco del otoño, ya casi invierno, flotan hojas secas, y recuerdos de un aroma a mandarinas jugosas y a sonrisas anaranjadas entre ungüentos de menta.
El koala está en época de mandarinas, y no sabe si debe abandonar a las fuerzas del invierno y el desgaste del tiempo su amada horqueta, su atalaya. Antes de irse, ya muy tarde, a dormir, acaba su tercera mandarina de la noche y deja la anaranjada cáscara, esta vez sin el pequeño copete verde (un tronquito y tres diminutas hojas) sobre un plato, junto al teclado, como una señal y una condecoración al ordenador fiel del Partido de los Sueños Melancólicos, que son en definitiva los mejores sueños. Imagina las estrellas que brillarán todavía durante unas horas en el cielo negrísimo, imitando los ojos de la mujer amada. Mira esa pantalla celeste, y ofrece su mirada azul a la distancia, y brinda con una copa de imaginación, y dos lágrimas. El corazón azulgrana del koala (así se lo tiñeron en la infancia) cae por el balcón en espirales hasta las baldosas color gris plomo. El koala se recuesta en una cama de dos plazas, y apaga la luz: comienza a soñar con ella mirándolo desde las estrellas de los desamparados cielos del Sur...
Y ahora me voy. Amenazo irme, como corresponde a un buen fantasma de forista...
¡Salud!

sábado, febrero 26, 2005

Diamantes: "Laberintos de la memoria"

Solemos actuar como depositarios de nuestra parte alícuota de la memoria colectiva. Nuestros escondrijos favoritos son estanterías, cajones y otros sitios todavía más oscuros e infames. Y así protegidos de nuestra propia percepción, porque ya no somos los lejanos e inocentes seres que los disfrutaron ni los mismos que -tratando de tapar el Sol con un harnero- los han guardado, subsisten libros, antiguos juguetes, ropa que ni pasó a quedar chica ni se gastó demasiado, un vinilo de los años setenta, una revista, una carta, una foto, un dibujo, un objeto cualquiera que representa un instante de felicidad y sirve para evocar nuestra mejor predisposición a percibir el mundo; desde unos años a esta parte, también el disco duro de la computadora cumple en parte esa catártica función de ayuda memoria.

Lo cierto es que cada vez que tropezamos con esos restos de nuestra experiencia, con ese testimonio de nuestra suerte, esos jalones de nuestro destino, revive el que fuimos y ya no somos. Solemos pasearnos por la vida engañados, imaginando que somos siempre la misma persona sólo porque es nuestro mismo cuerpo el que atraviesa biológicamente el tiempo que nos ha tocado en suerte andar.

A los de cierta edad, ni muy jovatos ni demasiado juveniles, nos corresponde vivir una época en que las más felices vivencias empezaron a quedar en el rincón de los recuerdos. Las reflexiones y sentimientos que tenemos guardados en algún cajón, carpeta o disco son dignas de ser compartidas hasta con quien no lo merece. Es una manera de sentirse más rico y más digno. Acaso la mejor satisfacción para cualquier ser humano sea reconocerse en las reflexiones de otro, o encontrar la manera de completarlas con las propias.

¿Y todo esta lata para qué y por qué?. Porque sí. Porque hace bien imaginar que todavía cada uno de nosotros recuerda su mejor voz.

Ahí va el primer diamante. Lo descubrí dentro mío en un ciber, una vez que debía contestar a alguien me había empezado a contar por correo electrónico sus propios diamantes. Lo escribí en quince minutos, y le quito apenas una frase final que daría la persona y localización geográfica de la destinataria:


- Septiembre de 2003

LABERINTOS DE LA MEMORIA

Ahora estoy muy cerca, en la misma vereda, del Pasaje Barolo. Intentaré ser Virgilio o Beatriz Portinari, y darte ánimo para la aventura de salir de los infiernos y purgatorios de la memoria, cosa que siempre hace falta.
Cuando yo era un niñito que recién se estrenaba como porteño, se suponía que iba a acabar como niñito caribeño. Mi padre había viajado a Panamá y Colombia, por razones de su trabajo de periodista y locutor, y, mientras esperábamos el momento oportuno de viajar a esos lares, comencé a cursar la primaria en la escuela, estatal y mixta (como correspondería entre gente sensata) del barrio de San Cristóbal. La escuela de la calle Inclán (por un gobernador Inclán de tiempos de la Colonia, no por el escritor), llamada Profesor Felipe Julio Picarell (me acuerdo y todo), con un hermoso frente de piedra, es hoy - reorganizaciones administrativas del municipio mediante- un depósito del consejo escolar de la zona. Cosas que pasan.
La ida, de la mano de mi abuela materna, era atractiva para un chico: cuesta abajo, las calles de San Cristóbal descienden hacia Parque de los Patricios y Pompeya, en dirección al Riachuelo. Geografía irregular de calles con adoquines de fines del siglo XIX, yendo desde una casa (la de mis abuelos) construida en 1884, muy apta para leer a tipos como Bradbury, te lo aseguro. Claro que eso lo comprobé después.
Volvamos al asunto: el camino hacia la cultura era inevitable, toda vez que era cuesta abajo, y a las autoridades escolares no les iba a costar mucho trabajo obtener mi concurso. El regreso desde esa casa de la cultura era más penoso para piernas de seis a siete años, cuesta arriba, por ese ambiente mágico que todavía conservaba por el camino, convertido en un taller mecánico, a un viejo corralón destinado a guardar caballos. Un "Livery Stable" de película de malevos. Por el camino, las aldabas de bronce de las casas del Sur. Y en mi casa, y en la de cualquier amigo, los patios del sur, adonde el Sol describe su larga recta al declinar el día, que decía un amigo nuestro.
Lo que recuerdo de esa escuela es la merienda, pan tierno con dulce de leche, o mermelada, o manteca, sánguches de jamón y queso, o salame y queso, mate cocido con leche, algún alfajor o empanada para las fiestas patrias o municipales.
Años 1969 y 1970. Años progresivamente enrarecidos. Las golondrinas y las palomas se veían en los patios de la escuela, y en los cielos del antiguo barrio de casas bajas. Y en la Plaza Martín Fierro, donde había tobogán, sube y baja, arenero, fuente, y una calesita. Y en el Parque Patricios.
Hasta se oía cada tanto al caballo de algún botellero golpear con los cascos los adoquines. "plac, plac, plac".
El Hombre llegaba a la Luna. El Hombre siempre está en la Luna. El Hombre suele confundir sus ilusiones con pagarés, suele decir el amigo Dolina. Los niños también. Pero tienen buenas excusas...
Me salió bastante bien , para ser una improvisación de locutorio.
Espero sirva para ayudar a la memoria emotiva...

[Posdata de agosto de 2004: A mí me ha servido para comprender por qué Borges recogió esa idea según la cual somos como sueños.]

Preliminar

Ignoro qué utilidad o valor llegará a tener este blog para quien lo esté leyendo. Para mí es apenas la ocasión de almacenar escritos. Algunos de esos textos nacieron del diálogo con algunos amigos y mayoría de desconocidos acaso inamistosos. Otros fueron surgiendo de la reflexión o el impulso creativo del solitario. Una tercera especie ha tenido su origen, simplemente, en la corrección obsesiva de viejos textos de los tiempos en que dentro de este mismo envase biológico uno era otra persona y en consecuencia veneraba otros dioses y se cuidaba de distintos demonios.

Aquí comienza, pues, esta aventura que sabrán disculpar, bajo la advocación de los dioses y demonios de la lejana infancia. Nuestra memoria suele ser injusta con quienes se han ido o se alejaron. Todos navegan conmigo.


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Antes de continuar esta primera singladura, una cita de Gustav Meyrink, que viene al caso:

«Han pasado muchos años. Me he obligado a seguir, lo mejor que he podido, los consejos que Obereit me dio. Pero el aguardar y la esperanza no quieren abandonar mi blando corazón, soy demasiado débil como para arrancar la mala hierba.»

["Johann Hermann Obereit Besuch bei der Zeitengeln" - ('Johann Hermann Obereit visita el País de los Devoradores del Tiempo', traducción de M. E. Vázquez)]