sábado, mayo 21, 2005

The End

No continuaré con este blog. Parece que no estaba equivocado con mi intuición de hace un mes atrás en cuanto a que no había nada más que decir por aquí. Quedará un tiempito "on line", hasta que me copie todas mis entradas a soporte papel, cosa de guardarlas por algún sitio, y luego lo dejaremos eternamente congelado, perdido en el tiempo como un pueblo fantasma o un buque a la deriva, o acudiremos acaso al compasivo recurso del "click" fatal. Creo que las entradas desde "Arte de apreciar el arte, o no" (inclusive) sobran, no aportan nada al conjunto. En resumen: esto no da para más.

Le debo a uno de ustedes un comentario en su blog, texto que aunque hubiera tenido tiempo de elaborar no me hubiera animado a dejarle porque los muchachos del "spam" virtual ya se ocuparon de su negra bitácora (ni yo ni nadie le va a poner comentario alguno a esa inteligente entrada suya en semejantes condiciones; si pasare por aquí, aproveche por favor usted su escaso tiempo y límpielo: hasta aquí, le metieron cuatro mensajes-basura). Ya me ocuparé de lo pendiente en su oportunidad.

Tres años de excesiva dedicación a Internet me han dado oportunidad de tratar a algunas valiosas personas que sin este medio "cacharresco" nunca hubiera sospechado existían. Pero también creo que sin este medio virtual me hubiera librado de unas cuantas amarguras completamente innecesarias: una de mis especialidades es, evidentemente, ser tomado por quien no soy ni puedo ser. En mi próxima reencarnación prometo esmerarme por ser recontrafriqui ;-). En lo que queda por disfrutar de esta presente, continuaré con mis limitaciones habituales. Pero intentaré tratar mejor a la gente; esto sobre todo va para quien debió soportar el borrado de un comentario suyo después de habérselo contestado sin mucha simpatía en una entrada que rápidamente borré también, pero me temo alcanzó a leer antes que a su vez fuera suprimida.

Los que por cualquier motivo necesiten dar conmigo, saben perfectamente adónde pueden escribir.
Chau.

viernes, mayo 13, 2005

Entrada de "blogger" que casi se despide

El brioso caballo "Cólera" a veces desafía a "Tiempo" a una que otra cuadrera, y hace la milla en microsegundos. No siempre triunfa, pero sus jinetes, que no son por lo general jockeys experimentados sino toscos hombres de antigua fe, suelen desconcertar a la gente criada entre algodones y crecida en la autocomplacencia, que imagina el silencio o la tolerancia de su estupidez enfática es síntoma de la propia estupidez o de que ellos se han impuesto.

Allá por los años 1969/1970 yo iba a una escuela municipal de barrio donde era algo así como el 'traga' de la división. Siempre anduve jodido de las vías respiratorias, y familiares y docentes complotaban en mi contra, hacían lo imposible para que no corriera y transpirara exponiéndome a los perjuicios de bruscas variaciones climáticas. Entre tanto, yo quería jugar al fútbol como la gente normal, por ejemplo, el Lobo Fischer. Ahí era menos hábil que con los libros, o sea que podía ser uno más del grupo. Otros se hacían ver por las chicas del cole haciendo dominio del balón al mejor estilo luego inmortalizado por Diego; yo sabía que lo mío era aprovechar cualidades de distinta índole, impresionantes para otro tipo de miradas femeninas. Pero no me molestaba ser torpe sino quedarme afuera. Encima, las maestras me tenían de punto con agarrarme para todos los actos escolares: recitados, disfraces y esas huevadas, que ya entonces el infrascripto detestaba de todo corazón. Creo que ahí, de esa combinación, aprendí a ponerme en la piel de otros, y nacieron acaso el futuro abogado y mi teoría (nada original: años después comprobé es común a otros, como Dolina y el insufrible Ortega y Gasset) según la cual el aparente otario que saca adelante las "situaciones límite" es el que no quiere sobresalir, el que acepta hasta ir a menos con tal que se destaque el colectivo, que no busca recompensas ni culpables sino soluciones y futuros. Es una cualidad minoritaria pero bastante más frecuente de lo que se cree entre seres humanos, y algunos, más toscos los unos, más refinados los otros, han nacido con ella. Los agraciados con este sentido de la responsabilidad colectiva son personas que de alguna manera han tomado conciencia de que la suerte de tener "una marcha más" que sus semejantes en algún aspecto de la vida (inteligencia, formación cultural, sentido del humor, riqueza, tiempo, destreza física) no es sino una carga personal que los pone eventualmente al servicio de otros y no un motivo para brillar a expensas de los menos afortunados en el reparto de aptitudes.

En este post ya di mi opinión acerca de las posibilidades y función de la ironía sin mayúsculas en el mundo de hoy. Ahí comenté que en una acepción alejada de la filosófica esa palabra indica corrientemente a la burla supuestamente fina, la risita socarrona de quien se imagina superior a sus semejantes y en razón de ello busca (y frecuentemente obtiene) la complicidad de otros miembros del supuesto grupo de sus pares "mejores que los demás" para hacer notar con hiriente mala fe a ingenuos interlocutores ocasionales que su mera presencia molesta o que resultan indiferentes la validez de las razones o sentimientos que éstos puedan tener respecto de un determinado asunto. Claro: actuando todos contra uno solo acaso carente de habilidades, estos patanes se sienten seguros de mantener el orden establecido dentro de su Ínsula Barataria. Bonito autoengaño. La ironía, dije entonces y sigo diciendo ahora, en tiempos modernos ya no corresponde a aquella tradición clásica de digna actitud de defensa social de la verdad sino a una conducta hipócrita que subvierte la realidad en público para por contraste poner de manifiesto los que se dice son errores y falsedades, o lisos y llanos embustes ideológicos, que siempre son los de otras personas ajenas al círculo de quien ejerce esta falsa ironía, nunca los propios o los de "los suyos", por supuesto. De ahí que los cínicos y el cinismo a la manera de Diógenes me parezcan tan meritorios y eficaces en estos tiempos que corren, no porque yo sea un cínico "full time" sino porque al menos adoptar esa actitud perruna nos hace capaces de volver la ironía contra nosotros mismos y hacernos cargo de las consecuencias.

No pocas veces la gilada designa idóneos líderes de circunstancias que se niegan sin embargo a comportarse como los primeros y prefieren ser uno más bajo el Sol. Podemos observar hasta en una reunión de Consorcio o de Directorio de sociedad comercial cómo sucede que cuando alguno de estos eventuales mandatarios se niega a obrar sin que se forme por los canales apropiados la voluntad colectiva, entonces sus pares, que quisieran - por la comodidad de ser irresponsables - quedarse en subordinados y no iguales, se enojan primero, los dejan a un lado después por ineficaces, y luego acaban adorando becerros de oro, o sea aplaudiendo a individuos que, designados en reemplazo de aquéllos, brillan y hacen mucho ruido, pero desempeñan mal tareas sencillas que los admiradores desilusionados con la falta de ego del desplazado harían mil veces mejor entre iguales y sin subordinación. De esto y otras cuestiones conexas iba a tratar la entrada siguiente del blog. Ya vendrá. Es muy larga y compleja, me he metido en camisa de once varas y el texto requiere un trabajo de corrección que no hago muy bien solo y sin embargo no puedo poner en manos de la persona indicada, digamos que por razones de distancia.

Nunca sabemos cuándo podemos aparecer circunstancialmente como referencia de otros, como "líderes de opinión". En mi caso, no comprendo a los egomaníacos y hambrientos de poder y protagonismo porque cuando me quieren poner como ejemplo de algo o hacerme creer que soy más que otros, escapo a toda prisa. Empecé en un acto escolar un 25 de mayo de 1970, y desde entonces nunca he terminado de huir. Quizás por eso muchas veces se notará que aparezco y desaparezco de los sitios que suelo frecuentar. Y si me toca destacarme, para bien o para mal, sin poder huir, ahí es probable que me oculte tras alguna máscara, inclusive la del silencio, antes que el prójimo me pinte de payaso. Las máscaras me gusta elegirlas yo. También lo he dicho en otra entrada, pero no pondré el enlace. Este blog ya se está haciendo demasiado reiterativo, cosa que me temía iba a suceder, y las historias de argumentos "circulares" me fastidian. Y de esto último también debía tratar la entrada en curso de elaboración.

Últimamente me he cabreado al haber reencontrado en ciertos espacios virtuales no sólo el vulgar ejercicio sino también la pública alabanza de conductas "irónicas" del tipo canalla, y no me refiero a ironías ejercidas por hinchas de Rosario Central ;-). Es por eso que este texto de circunstancias reemplaza a esa larga entrada aludida en los párrafos anteriores, que en algún momento dejaré por aquí y trata de filosofía política y gente incoherente, asunto que a nadie más que a mí debe interesar. Luego, el blog hará largo silencio hasta que se me ocurra algo digno de ser compartido con los demás sin tomarlos por estúpidos ni aburrirlos.

Irónicamente ;-), en la primera hoja de un magnífico libro de Baricco, "Seda", editado por Anagrama, de Barcelona, guardo una dedicatoria especial que seguramente permanecerá incumplida y en la que prometen volverme a ver frente a otro mar, cualquier mar. Pero la gente cambia, en especial porque a veces los momentos de felicidad reales nacen de haber querido suspender un tiempo la verdadera personalidad, tolerarse los defectos, y ser otra persona por un cierto lapso, como los ingenuos que saben ir a menos para beneficio colectivo quieren que se haga en determinadas circunstancias. Y cuando se ha tomado conciencia de la raíz de los cambios o del reencuentro consigo mismo, se descubre que ni uno es tan bueno a solas con su memoria, ni hay segundas partes para las felicidades: se han transformado en recuerdos que acaso ya no se compartan. Lo que hay que hacer es salir a dar pelea para tropezar con felicidades nuevas. Aquella empezó a partir de un prolongado debate sobre el mingitorio de ese artista amigo de Ezra Pound que ya ni me acuerdo de cómo se llama. Sólo quedan algunas sonrisas que dibujo cuando los recuerdos vienen. No sé si quien escribió la dedicatoria alguna vez me entendió, ni si yo fui capaz de darme a entender. Es que el dominio del lenguaje oral y escrito, damas y caballeros, de nada sirve si el interlocutor quiere vernos brillar.

La vida continúa. No deberían ustedes andar perdiendo el tiempo por aquí en mi compañía. El mundo vale la pena vivirlo con todos sus matices y riesgos, aunque llueva y el rostro de la gente al salir uno a la calle muestre la hostilidad de un cerco, como se temía en los años noventa algún letrista del rock argentino.

viernes, mayo 06, 2005

Jabberwocky

Lamento no poder reproducir el título del poema de Carroll de la manera que aparece en el libro: "ykcowrebbaJ" pero además al revés también en la grafía, como si los tipos de imprenta estuvieran frente a un espejo. Porque como el Quijote de la segunda parte, como el Martín Fierro de la Vuelta, como la Alicia de "A través del espejo", pasados definitivamente los cuarenta la sensación es que uno ha empezado a perder espontaneidad y entusiasmo, pero también a cosechar los frutos de la madurez. Cuando al mutante que somos le importan más la veracidad que el brillo, el fondo que la forma, prefiere la sustancia que la mera apariencia, disfruta la certeza y rechaza la falsa seguridad garantida, entonces no está nada mal el cambio, aunque cueste un par de años terminar de acostumbrarse a la nueva piel curtida del navegante solitario, a veces timonel, a veces remero, a veces capitán y no pocas náufrago más o menos exitoso.

Humpty-Dumpty se refiere claramente en el capítulo VI de "A través del espejo y lo que Alicia encontró allí" a las enormes ventajas del un-birthday sobre el cumpleaños. Pese a lo cual alguien de Ediciones Cátedra (más concretamente el Sr. Ramón Buckley, traductor) ha vertido equívocamente "cumpledías" (José María Valverde, Julio Cortázar, Bioy, Borges o M.L.M., que no leen este blog, nunca hubieran cometido semejante despropósito).

Así que a very merry unbirthday to you, to you! ¡Muy feliz no-cumpleaños (o "descumpleaños", según se mire) a todos y cada uno de ustedes!

"Tiempo" es el brioso caballo del comisario. No hay razonables posibilidades de éxito si uno desafía a "Tiempo" a una carrera cuadrera. No se sabe de caso alguno de "puesta nomás caballeros" en tales casos, por lo que, milongas sureras aparte, la única certeza de estar yendo en la dirección apropiada es cabalgar sobre "Tiempo" como una cáscara de nuez en medio de la Mar Océano, y abstenerse de intentar asirlo: el flete del acaso inexistente Dios es, también, como el viento.

Sabemos que nadie vuelve en realidad jamás a ninguna parte. Ese es el origen de todas las religiones e ideologías humanas. Pero sin embargo cada situación nueva es una esperanza, una recreación humana de pasado, presente y futuro. Por todo eso, cada vez que uno descubre haberse engañado respecto de la gente o el medio, una de las tradicionales defensas psíquicas es "volver a cero" para empezar de nuevo como si nada hubiera en realidad sucedido, pero - claro está - nunca se vuelve realmente al principio o al momento en que se perdió el norte, porque nuestra experiencia nos acecha, y semejante conducta propia sólo está al acecho, latente, esperando que el futuro nos justifique. Es que, por si alguno todavía no se enteró, somos el destino, aunque cada uno haya llegado con su suerte. En ese sentido, Calvino y los suyos - según parece, y si no tergiverso su pensamiento, quizás el curioso lector tenga algo que decir al respecto - iban bien encaminados.

La herencia de la historia general y de la de cada uno de nosotros no son los lugares ni las cosas, sino la posibilidad de hacernos realidades nuevas a partir de las conductas aprendidas. Lástima que uno tenga que tomar conciencia de eso a costa de su propio tiempo y no siempre encuentre quienes estén dispuestos a hacer camino con nosotros. No todos los que se nos asocian y dicen que no nos preocupemos por ellos porque pueden seguir solos son realmente capaces de hacerlo. La constancia y el sentido común no son la cosa mejor repartida del mundo ni por aproximación: don Descartes ahí le erró fiero. El fracaso de todo tipo de decisión colectiva sin autoridad, sin estructura de poder, pareciera tiene que ver no tanto con los despotismos como con la necesidad humana de buscar delegados-mesías-chivos expiatorios en vez de encontrar soluciones razonables y justas. La justicia y la razón le importan concretamente a mucha menos gente de la que se llena la boca con ellas.

Y feliz no-cumpleaños a todos ustedes, otra vez.

domingo, mayo 01, 2005

La sonrisa de papá

[Primero de Mayo: día originalmente de luto y lucha, en tiempos viejos en que el descanso era un lujo]

Esta bitácora pretende conducirse de modo tal que su tono sea lo más lejano posible tanto del de un reñidero como de la paradoja internáutica, que también existió, de un vivero de charlatanes que se ignoran. Es lo que necesariamente ha de buscar el autor de textos tan largos e inhóspitos como los pueblos olvidados: diálogo, crítica, reflexión, crecimiento. ¿Qué mejor premio para un blog heterodoxo como este que el de pueblo olvidado en la inmensidad de la estepa? Cinematográfico o novelesco destino, que sin embargo me complace: mi propio gusto como lector de otros está más cerca de la novela, del florilegio, del western estilo "High Noon", del ejercicio público de estilo, del ida y vuelta axiológico, que de esa lamentable pedantería nihilista que uno puede encontrar en tantas aventuras similares a cargo de periodistas profesionales. Me reconfortan más los blogs de otros aficionados con buena mano para hilvanar escritos.

Días atrás, contestaba yo desde un cibercafé porteño a mi comentarista JV, a quien debo el feliz hallazgo de la imagen de la largueza e inhospitalidad de ciertas geografías y expresiones humanas, cuando un caballero que ocupaba la máquina vecina, habiéndome visto cerrar la página de "Blogger", me preguntó cómo era esto de los blogs. Respondí explicándole qué entiendo es una bitácora, cuál es la mecánica usual en ellas, y así se fue desarrollando un interesante diálogo prolongado por cerca de un cuarto de hora, lapso durante el cual mentí diciendo que había usado la página para dejar un comentario a una amiga que emigró al Canadá y lleva un blog para mantenernos informados a familiares y amigos de sus andanzas por el norte, y mi interlocutor me refirió por su parte que la mayoría de los blogs que leyó eran de periodistas y le habían parecido una estolidez. Que sólo le habían gustado algunos de corte científico o literario, y eso de la "revolución de la blogosfera" le parecía una de tantas exageraciones propias de periodistas, viles corruptores de la opinión pública siempre tan pagados de sí mismos y convencidos de que nada es más importante que la presencia de un periodista, ni siquiera la noticia. Ni yo mismo hubiera dicho de esa estupenda profesión cosa más parecida a mi propio prejuicio acerca de ella.

Llegados a este punto de nuestro diálogo no pude sino considerar un acierto el haberme dicho comentarista y no blogger: sospecho que el oficio de nuestros padres se nos nota en la cara y en algunas conductas. Tengo esa sospecha no desde que vi la cara, conocí los hechos o leí los textos de algunos hijos de pudorosos padres y supe instantáneamente la profesión de sus madres, que efectivamente me ha ocurrido, sino desde que escuché años ha al actor Enrique Pinti echar al viento por la tele esta luminosa observación sociológica referida a lo que se ve desde arriba del escenario al comprobar la reacción del público: "un abogado hijo de un abogado tiende a reír como un abogado; en cambio un abogado hijo de un verdulero, ése se ríe como un verdulero". Así que decidí, para evitar males mayores, y perplejo ante la pobre opinión que yo mismo tengo acerca de la profesión de mi finado padre, despedirme amistosamente del ocasional dialogante antes que dijéramos algo chistoso y el referido descubriera en mi rostro la risa inequívoca del abogado hijo de un periodista...

Aprovecho la ocasión, ya que estamos, para recordar a Atticus Finch, el único abogado creíble de la historia de la cinematografía, interpretado por Gregory Peck en la película que conocemos como "Matar a un ruiseñor" (aunque "mockin'bird" no sea "nightingale"... pero de traducciones ya hablaré algo en la próxima entrada). Es que yendo por ahí circunstancialmente, sobre todo en el interior de nuestro querido país, uno ha conocido una docena de Atticus Finch, señores aparentemente intrascendentes y aburridos que llevan a la práctica lo que todos dicen a sus hijos que hay que hacer, pero pocos ejemplifican. Lástima que, como sucede con los periodistas, son los más calzonazos, por no decir una atrocidad, quienes ganan la pública fama y acaban por simbolizar los atributos éticos de la profesión.

Y también quiero, aunque pareciera no venir a cuento, agradecer a cuantos han sabido brindarme su tiempo, afecto, buena fe y conocimientos por estos caminos virtuales: a los intrépidos que emplean parte de su inapreciable tiempo en leer mis largos e inhóspitos textos. Parece que no es la tecnología sino el conjunto de seres humanos que la generan y utilizan aquello que mueve a la historia y nos alegra o amarga desde las sensaciones y los afectos.