viernes, junio 24, 2005

Resurrección ocasional

A la manera de Li Po, para una dama lejana y silenciosa

Mis sentidos se pierden en el firmamento negro de la noche
y te buscan entre las estrellas mensajeras de destinos.
Yo no puedo darte otra cosa que palabras, pero no vanas palabras,
una sonrisa cansada, y gastadas ilusiones
parapetadas en mis pupilas tristes.
Siempre andamos detrás de los libros,
al compás de la música
y asiendo los jarros de cerveza los tres: la sonrisa, las palabras y mis ojos.
Aceptamos lo que eres, lo que has sido, lo que ya no quieres ser,
lo que serás y lo que nos gustaría que fueras,
y también lo que no eres consciente de ser.
Por una sencilla razón: te amamos más de lo que supones,
pues con el brillo de tus ojos cerca todos los caminos se hacen más dulces.
23/06/2004

[¿Que por qué pego este horror en un blog que he decidido no continuar? Porque su asunto era la melancolía en el tiempo. Y porque la mano viene peor de lo que uno creía. Hoy ha sido un día pésimo.
Nos volveremos a ver, quizás]

El original estaba mucho mejor: en esta versión castellana, hecha vaya uno a saber por quién, circulaba la poesía que se conoce como "La Pequeña Fiesta". Otras traducciones se encuentran por ahí incluyendo más palabras, y acaso sean más exactas, más ajustadas al original chino. Pero la belleza que encuentro en esta adaptación (que acaso me cuenten a quién pertenece, me suena a Octavio Paz pero no puedo asegurarlo) me alegra cada vez que como un agradecido acto reflejo la traigo a la memoria. Recuerdo que una versión algo distinta de este poema se oía en uno de los surcos de cierto disco de Vangelis, recitada en inglés por un locutor chino y transcripta en castellano en el sobre del viejo vinilo...

Tomo una botella de vino y voy a beberla solo entre las flores.
Siempre somos tres, contando a mi sombra y a mi amiga la Luna resplandeciente.
Afortunadamente, la Luna nada sabe de beber, y mi sombra nunca está sedienta.
Cuando canto, la Luna me escucha en silencio. Cuando bailo, también mi sombra baila.
Después de terminada cada fiesta, los invitados deben partir.
Pero semejante tristeza desconozco:
cuando regreso a casa, la Luna va conmigo. Y mi sombra me sigue...


Dice la leyenda -según recuerdo- que el poeta Li Tai Po murió ahogado, tratando de pescar el reflejo de la Luna en el agua. Con fe poética, me creo en el deber de aceptarlo como verdad :-).