sábado, noviembre 26, 2005

Ajedrez

«- Si se emprendiera la marcha por el mal camino -dije, contestando a las preguntas del investigador-, cuanto sucediera sería una prueba de la conspiración de que se es víctima. Todo se justificaría a sí mismo. No se podría suspirar sin saberlo parte de la conspiración.»
Aldous 'Mescalina' Huxley, "Las puertas de la percepción" (traducción de Miguel Hernani; Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1957).



Existe una conspiración de artesanos de las palabras para abducir a los ingenuos que quieren contemplar la belleza de las percepciones en sí mismas. Algunos hombres eminentes forman parte de esta concurrencia de esfuerzos y operan conduciendo las piezas de un gigantesco ajedrez. El lector acaba descubriéndose trebejo a merced de las ágiles manos del escritor que lo ha cautivado.

Ezra Loomis Pound, por ejemplo, era un gran poeta y - dicen - un riguroso filólogo. Nacido en 1885, murió en 1972, y es reconocido como una figura de enorme importancia para las letras de habla inglesa del siglo XX.

Hasta hace pocos años sólo recordaba de él algunos poemas y la referencia a que "su adhesión al totalitarismo fascista puso su nombre en sordina, pero es un gran poeta cuya obra quiere absorber todos los elementos de la cultura occidental". La cita es de Marco Denevi, y no me pregunten dónde la leí. Calculo por entonces tendría unos catorce años, y me quedó grabada -por su musicalidad- en la memoria, junto con un vago recuerdo de los poemas que comentaba, muy raros, por cierto, y el nombre de este Ezra Pound.

Empecé a prestar mayor atención a la obra de don Ezra bajo el influjo de una dama que había estudiado en España e Inglaterra con algunos expertos sobre Pound, y me rompía los quinotos permanentemente con este buen señor, calificándolo de excelso poeta, así que me puse a leerlo con la debida atención, cosa de no ser imputado de lesa ignorancia (acabo de comprender que relatando esto parezco uno de esos narradores "de levante" en primera persona de Bioy Casares, y que ella tenía razón cuando decía que yo no me ponía a leer realmente en serio a nadie si no era para vengarme de una ofensa o levantarme una mina ;-)).

Pound era el líder del movimiento poético llamado del "imaginismo" que, durante los años inmediatamente anteriores a la guerra del 14 y en vista de la larga decadencia del sentimentalismo romántico, intentó reproducir en imágenes concretas las impresiones sensoriales. Pavada de tarea se infligían estos "imaginistas".

Ezra se educó en la Universidad de Pennsylvania, y fue profe de Filología anglosajona en Indiana. En 1908 se fue a Londres. Ahí se hizo un nombre como poeta, ensayista, crítico y traductor. Traductor del provenzal, del toscano, del inglés antiguo, y se animó a hacer versiones de autores chinos y japoneses; se aficionó a haikus y tankas, lo que hizo mucho por la sencillez y profundidad de su obra posterior.

Fue él quien ayudó a publicar por primera vez a T. S. Eliot y James Joyce (este último, un autor que me produce esquizofrenia, dicotomía lectora: al de "Dubliners" le haría un monumento, y al de "Ulises" le patearía el culo encarnizadamente).

En 1920 pasó a París. Desde ese momento empezó a interesarse por la política y sobre todo la Economía, y a aproximarse a ciertas concepciones de ellas que pueden resultarnos poco simpáticas. Allí conocerá a Hemingway (que no había escrito "El Viejo y el mar", así que por mí daba igual no conocerlo) y al ya referido Joyce. Ma nel 1925 il nostro uomo arriva a Rapallo. Rapallo es el sitio de la Riviera italiana en que se firmaron algunos acuerdos de posguerra (los políticos y agentes diplomáticos sólo se sacrifican por su Patria en los balnearios lujosos), lugar apacible donde se quedaría hasta 1945.

Su obra maestra según los entendidos, intitulada "Cantos", la había iniciado en su última etapa londinense y la continuó publicando espaciadamente desde 1925 hasta 1960.

Curiosa la fascinación que el aparente ajedrez de la política ejerce sobre los amantes de las bellas letras: la política no es, sin embargo, nada de lo que los señores que disertan desde una formación lingüística o filosófica se creen ingenuamente que es, sino acción pura y dura, oportunismo, Economía más Derecho más fuerza de hecho. Pound sufría el mal, pero no crean ingenuamente que se tomó a los fachos por unos caballeros medievales onda Tirant o Rolando, como le pasó al salamín de Lugones. Nada de eso: Don Ezra entendía al fascismo como corriente política moderna y consideraba que el único motivo por el que los conservadores anglofranceses no se ponían totalmente de acuerdo con Benito y Adolfo era la Economía y sus intereses asociados. No le faltaba -digámoslo en honor de la verdad- su cuota de cínica razón histórica. Lo malo es que no se quedaba en las meras opiniones. Pound editó libros sobre divulgación política fascista: "ABC of Economics"(1930), "Politics Essays"(1936), y su compromiso llegó a ponerse frente al micrófono en audiciones de propaganda, entre 1940 y 1943, para exaltar en público los valores ideológicos del fascismo, movimiento político que había exiliado o reducido a silencio (o encarcelado o muerto, lisa y llanamente) a una buena parte de la más valiosa intelectualidad liberal y socialista italiana.

En 1945 los aliados lo juzgaron en Pisa, por traición. No sabían qué decisión tomar con respecto a este eminente intelectual. Para no hacer lo único jurídicamente posible con alguien responsable por sus actos, esto es, condenarlo a muerte o encerrarlo en prisión de por vida, aprovechando su conocida curiosidad por el esoterismo y otras yerbas, tan común entre los medios intelectuales de sus tiempos juveniles, lo declararon insano. Así, desde 1946 a 1958, lo mantuvieron aislado en el St. Elizabeth's Hospital de Washington, donde continuó haciendo lo que mejor sabía: escribir sus "Cantos" y ensayos sobre figuras como Sófocles o Confucio, de quienes preparó y editó traducciones (el supuesto demente declarado en juicio). En el mismo 1958, volvió a Italia.

El movimiento poético llamado del "imaginismo" merece explicación. Junto con William Carlos Williams y Amy Lowell, Pound encabezó esa corriente poética. Leamos a nuestro fascista favorito en uno de sus tantos manifiestos de esa época: "imagen es lo que presenta un complejo intelectual y emotivo en un instante de tiempo... Es la presentación de tal 'complejo' lo que da ese sentimiento de liberación imprevista, el sentido de libertad respecto a los límites del tiempo y el espacio, o el sentido de imprevisto desarrollo que experimentamos en la presencia de las más grandes obras de arte".

Según Pound, cualquier lenguaje poético es lenguaje de exploración, y los escritores simbolistas habían agotado el buen uso de las imágenes al limitarlas a un adorno de la expresión principal. Pero él y Williams decidieron emplear la imagen como expresión de ideas en sí, superando esa mera función ornamental.

El asunto del poema lo trataban, entonces, de la manera más directa que les fuera posible, restringiendo sus palabras a las imprescindibles y buscando encontrar un ritmo natural para la frase, el que se siente como propio de la imagen que se expresa. Decían buscar una musicalidad emanada de la expresión propia del asunto que se comunica en palabras, y no un ritmo prefijado y uniforme para formas estróficas con acentos prefijados. Hablaba Pound de alejarse del "ritmo de metrónomo" del antiguo lenguaje y formas poéticos dentro de los que trabajaron los simbolistas.

La aparente sencillez de Pound es, entonces, fruto de un trabajo muy cuidado destinado a expresar directamente lo percibido, sin limitar la imagen a un complemento de una expresión literaria: la imagen debe ser -según estos 'imaginistas'- la expresión literaria en sí misma.

Después nuestro hombre se aburrió de decirle a su estilo "imaginismo", y se inventó el "vorticismo". Fueron animadores de éste, además de Pound, el escultor Gaudier-Brzeska y el pintor Wydham Lewis. El "vortex" se supone que explora la por ellos alegada complejidad psíquica de la imaginación poética, complica la expresión buscando efectos de simultaneidad y espacialidad, y todas esas cosas que hacen los artistas cuando deciden que han fundado un nuevo movimiento.

THE GAME OF CHESS (1915)
Dogmatic Statement Concerning the Game of Chess:
Theme for a Series of Pictures


Red knights, brown bishops, bright queens,
Striking the board, falling in strong "L"s of colour.
Reaching and striking in angles,
holding lines in one colour.
This board is alive with light;
these pieces are living in form,
Their moves break and reform the pattern:
luminous green from the rooks,
Clashing with "X"s of queens,
looped with the knight-leaps.

"Y" pawns, cleaving, embanking!
Whirl! Centripetal! Mate! King down in the vortex,
Clash, leaping of bands, straight strips of hard colour,
Blocked lights working in. Escapes. Renewal of contest.



Se afirma, ignoro con qué grado de exactitud, que este poema fue inspirado por el cuadro de Marcel Duchamp, "A Game of Chess" (Duchamp era además ajedrecista). No sería nada raro que así fuese: el tal Duchamp era uno de tantos pintores y escritores extravagantes que andaban vinculados al "vorticismo" (en los hechos, una variante del "futurismo" de Marinetti & Co.). Lo cierto es que lo de "vorticismo" parece provenir de la parte de verso puesta en negrita ;-).

Recuerda un poco, claro está, a estos sonetos de Borges, de "El Hacedor":

AJEDREZ

I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonía?


Y tal coincidencia no es la única concomitancia entre estos dos grandes maestros "intertextualistas". ¿Conocen esa canción anglosajona tradicional, "Summer is i-cummen"? (creo es contemporánea de "Greensleaves"). Se trata de un poema llamado "Cuckoo Song". Don Ezra la parodió bajo el título "Ancient Music". El hombre se entretenía con esta clase de cosas. Divertimentos de erudito, supongo , y a la vez continuación de ciertos ejercicios de reconstrucción de la vieja poesía anglosajona que hicieron algunos autores ingleses en el siglo XIX. A Borges le gustaban también estas travesuras. Ambos cultivaron el arte del haiku y de las tankas.

Pero esta noche calurosa quería hacer méritos como aguafiestas, dejando un par de anécdotas que dejan mal plantado a nuestro homenajeado, verdaderos casos ejemplares, toda vez que el propio ego demasiado crecido es uno de los mayores obstáculos que encuentra el ser humano para ser feliz sin jorobar excesivamente al prójimo.

-Chisme Nº1: Cuentan las malas lenguas que hacia 1912 Pound preparó y publicó una traducción de los poemas que el gran poeta italiano Guido Cavalcanti escribió en dialecto literario toscano (casi ninguna diferencia seria con el italiano actual) en los tiempos del 'dolce stil nuovo', otra de cuyas estrellas era Dante Alighieri. En inglés, la colección de los poemas del tano perpetrada por don Ezra fue editada como "Sonnets and Ballate of Guido Cavalcanti".

Ahora bien: al aparecer el libro, un crítico llamado Arundel del Re dictaminó (no se rían, que para un ególatra como don Ezra esto habrá sido una desgracia): "...o Pound conoce muy poco acerca de la lengua italiana, o directamente carece por completo del juicio crítico necesario para ser un buen traductor".

¿Por qué tanta dureza? Por ejemplo, la canción más famosa de Guido comienza diciendo, al mejor modo del amor cortés provenzal, "Donna mi pregna..." ("una dama me ruega...", como bien lo sabe el verdulero italiano de la otra cuadra de casa, de preghiera, ="pedido de una gracia, de una merced"). Pound tradujo ese verso al inglés como "A lady impregnates me" ("Una dama me impregna, una dama me fertiliza...") . Con preguntar a cualquier ama de casa, camarero o albañil italianos (el trabajo lo realizó estando de vacaciones en el norte de Italia) otro traductor menos pretencioso que Pound la zafaba, pero el ego de los catedráticos de Filología, ya se sabe... Otra cosa, probablemente, hubiera sido de esta traducción de Cavalcanti si don Ezra hubiese emprendido una carrera en ciencias naturales: ensayo y error mediante, uno aprende al fin a bajar el copete y no creerse tan fácilmente el ombligo del universo. Y esto nos lleva a la segunda anécdota.

-Chisme Nº2: A mediados de 1910 Ezra se dio una vuelta por sus Estados Unidos. Si hemos de creer al uruguayo Aldo Mazzuchelli, desmesurado como era, el barbeta iba con la idea de convertirse en un "self made man" como sus antepasados comerciantes. En New Jersey vivía el ya nombrado William Carlos Williams, que era médico diplomado (y muy buen poeta) y cuenta su reencuentro con Pound que, ni lerdo ni perezoso, le propuso -siempre sucede así con esta clase de iluminados- comprar "una gran partida del preparado '606', el "salvarsán", nuevo antisifilítico a base de arsénico que Ehrlich acababa de anunciar al mundo, y que fuéramos inmediatamente a las costas del norte de África para venderlo. Entre nosotros, yo con mi título de médico y mi experiencia, y él con sus inclinaciones a la sociabilidad, podríamos - dijo- sacar limpio un millón de dólares tratando a los viejos ricachones, presumiblemente destruidos por la enfermedad, y retirarnos a nuestros disfrutes literarios en un plazo, como mucho, de un año."

Parecidos modos de hacernos inevitablemente ricos sin transpirar demasiado nos han propuesto, sin ser uno médico ni poeta, distintas personas argentinas y extranjeras mucho menos talentosas que don Ezra ... que en febrero o marzo del año siguiente embarcó de regreso a Inglaterra, sin haber concretado el proyectado negoción.

Para compensar estos aspectos entre ridículos y patéticos de nuestro héroe, transcribamos, como remate, un hermoso haiku suyo:

In a Station of the Metro

The apparition of these faces in the crowd;
Petals on a wet, black bough.

_____________________

Dedicado a dos recuerdos: unos ojos de mujer a escasos diez centímetros de distancia, y un anciano ciego con bastón metálico que a principios de los años ochenta solía pasar rumbo a su casa por la esquina de las calles Viamonte y Maipú de la Ciudad de Buenos Aires.

jueves, noviembre 24, 2005

Rawls, la imaginación y los Monos Sabios

Escrito a mediados de 2004 y corregido en agosto de 2008, con especial dedicatoria a Carlos José Márquez.

No deposito mi confianza en el género literario denominado "Filosofía del Derecho". Con imputar normas, me alcanza. Una cosa es la realidad, y otra la vida académica. Pero a veces es bueno saber cómo se determinan los valores que subyacen en esas normas.

John Borden Rawls (1921-2002) era un jurista estadounidense que intentaba encontrar alguna fuente de normatividad (algún criterio de justicia compartido) en sociedades de las llamadas "plurales", divididas en cuestiones religiosas, ideológicas y culturales en general. El tipo escribió tres (pesados) libros: "Justice as fairness" (1958), "A theory of justice" (1971) y "Political Liberalism" (1993). Pocos los leyeron. Menos aún son los que los han entendido.

El 'utilitarismo' fue una corriente jusfilosófica muy influyente del siglo XIX que sostenía que si una decisión favorecía el bienestar del mayor número posible de individuos era moralmente correcta y debía ser preferida a cualquier otra en que esa tasa de bienestar fuera a resultar ciertamente menor. El intuicionismo, por su parte, postuló que nuestras ideas acerca de qué es correcto son indefinibles pero los seres humanos saben reconocer una acción como correcta o incorrecta.

En su tediosa "Teoría de la Justicia" Rawls busca superar estas posturas: dice que el utilitarismo sacrifica a los individuos, porque si una decisión favorece el bienestar del mayor número, entonces parece correcto sacrificar a las minorías; por ejemplo, en una comunidad de dos mil tipos, debiera aceptarse la esclavitud de cincuenta si hace que los otros mil novecientos cincuenta vivan mejor. Parece suponer que es posible sumar el bienestar y las libertades individuales. El intuicionismo, directamente, deja la solución en manos de cada sujeto. Arréglese usted como mejor pueda, jefe...

Entonces don Rawls supone que no hay un orden moral independiente de nuestro discernimiento, ni nuestro bienestar personal es comparable, y sugirió retomar la vieja idea del contrato social, porque le gustaban, además de Thomas Jefferson, el archifamoso fundador del Partido Demócrata yanqui, otros dos pensadores: Kant y Rousseau.

Define 'contrato' como un acuerdo que exige unanimidad de los partícipes, y concluye que se puede acordar así el diseño de las instituciones sociales básicas si quienes participan lo hacen en condiciones de imparcialidad. Denominó a esa condición "velo de ignorancia": si debo participar de un negocio jurídico que establezca las bases mínimas de convivencia, favoreceré los proyectos de reglas que potencien mis capacidades y objetaré aquellos que obstruyan su desarrollo, pero si no conozco esas capacidades, por las dudas, para sacar ventajas, buscando mi mejor resultado me pondré democráticamente en el lugar de todos.

La así llamada 'teoría de la elección racional' mostraría -siempre según John- que, en tales condiciones de incertidumbre, las partes convendrían en un catálogo igual de libertades para todos. Aceptarían una distribución igual de bienes primarios y hasta tolerarían las diferencias sociales y económicas si y sólo ceden en beneficio de los ciudadanos menos aventajados. A este momento (inventado) en que se constituye la norma hipotética fundamental lo bautizó "posición original", y pretende ser un procedimiento imaginario de representación de la justicia como imparcialidad. Rawls distingue lo racional (egoísmo individual, nuestra conveniencia y lo que deseamos maximizar en beneficio propio) de lo razonable (tener en cuenta siquiera por conveniencia el interés ajeno y buscar la cooperación aun a expensas de los intereses individuales). Sin el concurso de ambos principios no concibe una cooperación social estable, y por ende no hay libertad para nadie.

Se da de patadas con la sociología y con cualquier estudio de las sociedades de base biológica, ya lo sé. Pero es su hipótesis de trabajo. Hay que leer la de huevadas que algunos autores (principalmente españoles) han dicho a partir de estas ficciones teóricas del jusfilósofo, que apenas si intenta efectuar un necesario ejercicio ucrónico y utópico que todos debemos hacer a fin de imaginar una mínima noción de justicia. Claro: muchos se hacen cargo de lo que presumen saber ciertos Charlatanes Omniscientes (sobre todo los genios que a pesar de serlo se resignan a pasar por este mundo, por ejemplo, como joyeros o periodistas o licenciados en publicidad) que imaginan que los abogados somos unos boludos incapaces de trabajar con hipótesis científicas. Lamento llamarlos a la realidad: los juristas de nota trabajan ayudándose con modelos imaginarios igual que, por ejemplo, los físicos o los genetistas. Sólo que no pueden experimentar con aparatos ni en anima vilis. Tienen que "ajustar" sus ideas con la observación de la realidad social. Y ahí empieza el sainete.

Opina Rawls que las diferencias entre los seres humanos son debidas al azar natural y a la historia y deben someterse a la deliberación imparcial de todos, porque "la arbitrariedad del mundo tiene que ser corregida" si queremos una sociedad democrática. La historia seguro que es arbitraria, digo yo, como que la hace el hombre y esta "posición original" con libres partes contratantes en estado de amnesia e igualdad (ya me gustaría ver dónde vio John que algún Estado se sacara su norma hipotética fundamental de un contrato entre libres e iguales) es un generoso invento de Rawls. El caso es que opina que las ventajas no merecidas deben corregirse mediante la deliberación por parte de quienes se reconocen mutuamente iguales y libres. Una sociedad democrática aspira a que la comunidad política sea hasta cierto punto una comunidad de iguales y no una que tolera que sus miembros sean castigados por la naturaleza o por la cuna. Esta es, recuerda Rawls, el principio básico de toda acción política en una sociedad democrática. Distingue entre las libertades como tales y el diverso valor que grupos de personas les pueden otorgar derivándolo de las desiguales condiciones económicas. Y justifica la desigualdad social y económica en la distribución de la renta y de las riquezas siempre que contribuya a mejorar la suerte de los miembros más desfavorecidos de la sociedad, y todos tengan igualdad de oportunidades.

Rawls era lo que podríamos llamar un "liberal radical" a quien - con ese lenguaje pasado de moda en filosofía política y que obedece a la post revolución francesa - se diría "a la izquierda" del espectro político estadounidense. Sí, esto en USA es realmente la "izquierda". En otros países (la República meramente Argentina de los años setenta, sin ir más lejos) se lo visualizaría como de derecha, pero la realidad era esa. Un tipo cargado de la tradición utópica del gran Jefferson, o sea tanto buenas intenciones como realismo. Los anglosajones tienen ese extraño rasgo. Rawls no nos ofrece un caso de sanata, de camelo de cátedra, sino de academicismo extremo: su exposición será en muchos aspectos errada, pero es un trabajo intelectual honesto; en vez de imaginar a los seres humanos provistos de derechos que anteceden a su sociabilidad política, Rawls, inspirado en la idea de autonomía kantiana, sugiere que la comunidad de sujetos libres e iguales es la fuente de toda normatividad. El problema es que cuando una comunidad se genera, hay Estados en funciones, hay una "mecánica" o talante histórico ya creado... No obstante, sus ideas sí sirven para una comunidad autogestionaria, o para un municipio, o una asamblea, por ejemplo. Una situación en que se pueda negociar desde el vamos la normativa.

Lo que es relevante actualmente es su noción de que cualquier persona tiene el mismo derecho a un esquema de derechos y libertades básicas e iguales lo más completo posible, compatible con el mismo esquema para todos. Es la noción, divulgada por el propio Rawls y el italiano Norberto Bobbio (en eso y en tantas otras cosas imitado por un tal Isaiah Berlin), de "bienes primarios", que comprenden las libertades básicas como la satisfacción de los valores de supervivencia (alimentación, abrigo, seguridad) y de convivencia (pertenencia a grupos colectivos). Esa idea apunta a fundar las necesidades básicas de todo ser humano como la base mínima de satisfacción de las personas que integran la comunidad jurídica, e inclusive comprenden el derecho de reivindicar la pertenencia a un colectivo cultural.

Lo interesante es cómo imagina este hombre que se debe poner en práctica este principio. Rawls sostiene que el Estado debe elegir la política que se considere justa tal y como la evaluaría un observador ecuánime e imparcial oculto tras el referido "velo de ignorancia". Cuando se determinan políticas se debe aspirar a mejorar el bienestar de la persona que se encuentra en la peor situación dentro de la sociedad. Es decir, en lugar de maximizar la suma de la utilidad total de la sociedad, como haría un utilitarista, Rawls exige que se maximice la utilidad mínima. A esto lo han hecho famoso como el "maximin de Rawls".

Pero cuidado, que esto puede tener trampita, si el Estado está (y suele estarlo) en manos de gente demasiado poco interesada en la libertad: el criterio del 'maximin' no conduce a una sociedad totalmente igualitaria. Él mismo lo dice: "igualar totalmente las rentas quitaría a los individuos incentivo para trabajar mucho" y la renta total de la sociedad disminuiría considerablemente y el bienestar de las personas menos afortunadas empeoraría. El principio de diferencia lo justifica según el "principio de lo óptimo de Pareto", que jamás entendí: "una configuración distributiva es eficiente siempre que sea imposible cambiarla, de modo que beneficie a algunas personas (al menos una) sin que al mismo tiempo dañe a otras personas (al menos una)". ¿¿¿???. De este juego de palabras (¿o de conceptos?) aparentemente se concluye según John que en los hechos sería peor para los pobres la igualdad absoluta de derecho que una cierta desigualdad que los favorece. No sé si es muy prudente decir eso en un libro de Filosofía del Derecho liberal. En fin...

A pesar de estos claroscuros, a raíz de su sincera preocupación por la redistribución del ingreso como condición de la justicia social, no es raro encontrarse hoy con artículos que tratan de explicar por qué Rawls le interesa actualmente y mucho al pensamiento jurídico y político de izquierda que antes lo rechazaba de plano. Véase aquí, por ejemplo, si sus autores no lo han borrado de la web (lo encontré hace como dos años, anoté el enlace, y no lo he comprobado). Lo que no quita que, puestos a leer el diario en la sección de política internacional, encontraremos autoridades que invocan para justificar sus decisiones a la susodicha meta de la "redistribución del ingreso", e inclusive al propio Rawls, mientras aplican, en vez de una versión liberal de la socialdemocracia, una variante del estalinismo o el fascismo. Pero eso no será culpa de Rawls ni de sus genuinos epígonos. No es lo mismo diseñar políticas económicas para "maximizar" la cantidad de participantes de una torta que eliminar a alguno de los agentes sociales para favorecer a otros. Lo primero es una regulación orientada a garantir un mínimo de justicia que asegure cierta paz social; lo segundo es una grosera operación de ingeniería sociológica al estilo totalitario (y todo parecido con alguna distopía que hayamos leído no será coincidencia). Las ventajas comparativas se crean a través de la acción de Papá Estado, y las desventajas también. Y los pobres debemos cuidarnos de que nos creen desventajas artifíciales, que bastante tenemos ya con las naturales.

En mi época de estudiante (según creo haber aclarado en varias oportunidades, en Köenigsberg, hacia 1492), Rawls me parecía un plomo. "Un liberal choto", dije entonces más de una vez. En ese entonces, yo creía que ser un liberal era algo tan antiguo como actualmente pudiera serlo un estalinista o un partidario de la monarquía absoluta de Felipe II: una genuina momia faraónica. Hoy también me parece un plomo, pero - consecuencias de la madurez, que me hizo aprender lo que mis profesores no me supieron enseñar - noto que efectivamente, pese a ser un poco traída de los pelos como explicación del origen de las normas fundantes de los derechos, su teoría académica puede tener algunas aplicaciones prácticas válidas, a condición de que uno no se crea que este juego académico de hipótesis que plantea describe la realidad histórica ni es la única valoración posible.

La verdad es que el proceso de argumentación abstracta que un autor usa importa mucho menos que sus consecuencias prácticas, que la posibilidad de aplicar algunas nociones de la teoría que formula este hombre, con prescindencia de que su punto de vista tenga una adecuada conexión con el proceso histórico real. Así, podemos recuperar parcelas del pensamiento de quienes se han hallado en nuestras antípodas ideológicas. El transcurso del tiempo, nuestros propios cambios de estados de conciencia, hacen asimilables las ideas o propuestas de sujetos cuya persona nos resulta antipática u odiosa.

Un autor jurídico no tiene por qué demostrar que sus valores son correctos. Son sus valores. Lo que pretende es plantear procedimientos qu
e puedan acaso ser universalmente utilizados. Hace Derecho, trata de encontrar la manera de aplicar una normativa de modo tal que se justifique por su uso. Lo que en realidad le falta a este tipo es exponer la noción de evolución desde un estado de tipo autoritario a uno de base consensual. Eso es todo. Pero parte de sus ideas pueden ser acaso una herramienta para eso.

El contractualismo de Rawls es uno de los muchos aspectos de su trabajo con los que no estoy de acuerdo, pero al menos expone claramente toda una doctrina, en la que él cree. Puede no tener razón a la luz de la realidad histórica (en el caso no parece tenerla, y creo que John no lo pretende: es una hipótesis de trabajo para hallar soluciones: Rawls no hace metafísica, por eso es funcionalista su enfoque, como el de casi todos los autores anglosajones), puede no estar de acuerdo con mis opiniones (que de hecho también discrepo con él), y sin embargo bastantes de sus propuestas ser algo válido a la hora de pasar a la acción por cuanto lo que propone sea una alternativa perfectamente viable de negociación. Si no, no se recuperaría su concepción acerca de los bienes primarios por gente de otras corrientes de pensamiento diferentes de la suya.

En una discusión pública, un tipo como Rawls nos ganaría cualquier debate político por su practicidad: no procura tanto construir un edificio filosófico riguroso, cuanto uno que la subjetividad de los miembros de la sociedad pueda libremente aceptar como útil. Lo que importa, pues, es ver si a la hora de los bifes podemos ampararnos en sus doctrinas para sostener nuestros intereses. Aunque no sea "uno de los nuestros".

Rawls era visto como conservador en Latinoamérica por ciertas opiniones. Como se metía a hablar en sus escritos teóricos, sus modelos imaginarios de convenciones para la democracia, de cierta inconveniencia de una igualdad absoluta en el plano económico, y la justificaba por la misma necesidad de favorecer a los que tenían derechos básicos insatisfechos, al interpretarlo o citarlo le deformaban el pensamiento, haciendo pasar su propuesta instrumental para imaginar soluciones de negociación y fijación colectiva de valores, en su caso, como si fuera una defensa del orden establecido. No hay que olvidar que es un norteamericano y escribe en los difíciles años setenta del pasado siglo. Añadiré que debemos a Rawls, el Somnífero Norteamericano, la puesta en su sitio del pretencioso profesor Habermas, un señor que decía haber descubierto que "el consenso es una relación de fuerzas", y por lo tanto no existía como acuerdo de voluntades: John tuvo que hacerle notar en público a Jürgen que los abogados sabemos desde tiempos de Cicerón, sino desde antes, que el hecho de que las partes tengan diferente poder de condicionamiento socioeconómico de una relación jurídica no obsta a la existencia de libertad para manifestar la propia o ajena voluntad. Una cosa es la diferente situación social y otra la compulsión. Habermas, de teoría del negocio jurídico, ni media idea, pese a ser alemán y catedrático universitario.

Hace años, sacrifiqué mi ejemplar de la tediosa "Teoría de la Justicia" en una librería de segunda mano que cotizaría las obras por kilogramo al peso, imagino, porque alcanzó para pagar las facturas de la luz eléctrica y de la tasa municipal de alumbrado, barrido y limpieza. Inmediatamente después, John va y se nos pone otra vez de moda. Quería saber qué corno le encontraban a este tipo tan ilegible, me hice el propósito de releerlo y descubrí que, aburrido y todo, y traducido al cagaste llano europeo por un latoso filósofo español, no es tan bobo como me parecía a los 25.

Estos filósofos plomos se entienden cabalmente una vez que se ha soportado a otros no sólo igual de aburridos sino además incoherentes. Al menos Rawls no dijo cosas como que tal o cual ingeniería social fracasada del pasado estuvo muy bien y fue útil y necesaria para la evolución de la filosofía política. Porque hay autores que después de plantear tal cosa te salen proponiendo como solución a la decadencia de la democracia representativa una especie de 'copy & paste ad usum delphini' del "Contrato Social" de J.J. Rousseau, pero en serio, no como ejercicio académico, postulando irse a vivir en pequeñas comunidades al campo pero sin renunciar a ninguna de las comodidades del confort burgués mientras llega el momento de hacerlo, algo a la medida de cierta gente pudiente, y diciéndose liberales o anarquistas, lo que no deja de tener su gracia después de todo. Siempre me ha dejado perplejo esa semejanza de los mensajes salvacionistas de ciertas religiones con las prácticas de algunas doctrinas que las combaten; postulan que cuanto vendrá será mejor, pero nunca llega, sea porque hay que morirse (caso del cristianismo en sus versiones postapocalípticas, para ricos), o porque no es todavía el momento histórico previsto (caso de las distintas versiones de una fracasadísima versión pseudomaterialista del socialismo), etcetera. Las revoluciones graduales son tan "oximorónicas" respecto del tiempo histórico como pudiera serlo el reaccionarismo progresista. Parece preferible preservar el sentido común, ir a los bifes y vivir ahora, pensando cómo actuar, tratando de ejercer mejor de humanos. Para eso y para el insomnio, y para pagar la luz y las tasas municipales, el libraco de JR les aseguro que sirve.

martes, noviembre 22, 2005

Versos felinos

Los versos, ya se trate de los compuestos por nosotros o de los que nos apropiamos gracias al ingenio empático de otras personas, ayudan a curar heridas. Una vez contraída la adicción, felizmente, no tiene remedio: los versos son de las buenas cosas que es grato compartir en esta vida, de esas que al cabo de cada jornada nos hacen sentir cada vez más humanos (gran lección que aprendí de alguien que en otros tiempos gustaba compartir versos, canciones y discusiones interminables al cabo de cada día). Los versos resultan ser elásticos y sigilosos como auténticos felinos y siempre caen de pie, ronroneando, con ojos de misterio y andar escurridizo, sugiriendo una evocación, despertando una sonrisa, iluminando una esperanza.

A lo nuestro: soy un gato equilibrista pero desorientado. Un felino con anteojos que atraviesa una avenida por ahora en sombras y que nunca aprendió a ser constante en la sutileza de su especie.

Según mandan las leyes del misterio, los ojos y la sonrisa de los gatos deben ser impecables como el titilar de las estrellas en el puro negro del cielo sin nubes donde riela la luna del viejo Palermo, de Montevideo, de Mar del Plata o de Londres, que al fin y al cabo es la misma compañera de los distintos esperanzados insomnes, hermanos de sonrisa melancólica y ojos adormecidos que veneran esa luz difusa. La más famosa, la del tópico, es la luna de Valencia, ciudad otrora amurallada que, cerrando cada día sus puertas al declinar el Sol, forzaba a los viajeros retrasados a dormir una noche más al sereno.

Sencillamente, imprudentemente, visto el estado actual del ciberespacio, nos sorprendemos, como en nuestras ya lejanas intervenciones primerizas en foros y blogs, tecleando cuanto noches impulsivas y algunas tardes ociosas nos mandan. Lo que resulta es algún texto como este, que pegamos aquí porque sí, porque se nos viene en gana. Porque no sabemos de otros ojos y oídos amigos que merezcan soportar nuestro insomnio.

En los altavoces de mi poderosa supercomputadora suena la voz del Howlin' Wolf: "... Well, I ain't superstitious, black cat just cross my trail / Well, I ain't superstitious; oh, the black cat just cross my trail! / Don't sweep me with no broom, I might get put in jail...." . Las letras de blues a veces resultan un tanto sombrías y patafísicas, sí señor.

Si en la ciudad donde vivimos perros y gatos callejeros van rondando por donde quieren en busca de sus amigos, y venerando a esa misma Luna ladran o lloran o ronronean o maúllan dando avisos a los noctámbulos urbanos y a cuantos estamos recogidos en la soledad del rinconcito de nuestros sueños, las almas cándidas e insomnes pueden llegar a ver, cuando una ilusión termina, reluciente y redonda, la afamada sonrisa de queso del Gato de Cheshire guiñándole un ojo al amigo lejano que se asoma a la web para saludarlo maullando a través del board de un foro, o la sección de comentarios de un blog.

Amigo, amiga, sírvase: aquí tiene una infusión de "ilex paraguarensis" (© Félix de Azara, 17..., tiempos del anterior Virreynato, luego vino el de S.M.B. y posteriormente el actual ;-)); sorba despacio, compadre, el cimarrón, como en imaginaria rueda de arrieros, mientras las cabalgaduras pastan y el ascua del fuego heraclitiano ilumina el silencio. Canes atorrantes y felinos temerosos de tanta luz, calor y ruda camaradería completarían la escena, mientras los grillos meten ruido, y una guitarra bordonea. Mañana seguiremos en la huella.

El aparcero Jorge Luis Borges dedicó, acaso tomando mate en el silencio de la primavera pampera, estos poemas a sus amigos Odín y Beppo, felinos de quienes sólo sospechaba sombras. Saludos. Aunque yo sea hincha de los perros, me remitiré - como aconsejara Borges en su prólogo a las "Crónicas marcianas" de Bradbury - a los deleitables terrores de la infancia y, acunado por estos versos, trataré de seguir trabajando y -luego- de dormir. ¡Miau!

A un gato
('El oro de los tigres', 1972)

No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

Beppo
('La cifra', 1981)

El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede el tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?...

sábado, noviembre 19, 2005

Rinocerontes

Vaya uno a saber qué necesidad hay de poner por escrito estas impresiones. Soñé con volver a caminar las calles de otoño e invierno de Buenos Aires con cierta compañía. A falta de la misma, vamos a contar mentiras, a fabular sobre hechos reales a propósito de conversaciones que hubiera querido mantener con unas tazas de café, mirando un rostro sonriente y ofreciendo una sonrisa entre feliz y cansada, y una mirada tierna como el pan recién horneado o la miel que se unta en una tostada al compartir un desayuno tardío de domingo.

Cuando tras varios años de haber dejado Mar del Plata Atlantic City hice el curso de ingreso a la Universidad (so long & far away... digamos que esto ocurrió en New Orleans, apenas terminada la Guerra de Secesión ;-)), descubrí que había una materia llamada "Historia de la Cultura", asignatura inspirada en un libro no recuerdo bien si de mi tocayo Alfred Weber o de Max Weber, que pretextaba dar al alevín de ave negra una mínima formación acerca del panorama de la cultura, entendida en sentido amplio, a través de la Historia. Fingir refinada cultura propia y comprensión de la que presume de tener una víctima, digo cliente, es parte esencial del 'marketing' del profesional del Derecho.

La exigencia de cada tema que se abordaba en dicho curso universitario era una lectura de filosofía o literatura. Por ejemplo: arrancaba uno disecando, asistido por el cuerpo docente (ya se sabía, Pink Floyd mediante, que somos unos tontos y no se nos puede ni debe dejar pensar solos), a Sófocles y Esquilo, luego sucesivamente a Cicerón, Julio César, Confucio, Lao Tse, los Vedas, Hammurabi, el Viejo Testamento, San Juan, San Agustín, etcétera. Desfilaron ante mis ojos asombrados lecturas y nociones entonces insospechadas, pasando por Petrarca, Dante, el pensamiento del Renacimiento, textos amerindios como el Popol Vuh o el Ollantay, los Iluministas, los pensadores políticos del siglo XIX (los no-pensadores también: llegados a los amenes se estudiaba a un tal Carlitos, de Tréveris, Maguncia) y así hasta que llegabas al siglo XX (mucho más abundante en no-pensadores: ya había menos analfabetos, y todos querían ser geniales ideólogos, ¿vio?).

Recuérdese que nuestra hipotética New Orleans del 1865 era en realidad Buenos Aires de 1981, plena dictadura. Y las lecturas seleccionadas por los directores del curso como obligatorias eran tres, a saber: "Un mundo feliz", del culto y talentoso mescalinómano don Aldous Huxley (libro que luego sacaron de la currícula porque estos profesores serían acaso arriesgados, pero no suicidas), "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury (aquella historia del bombero quemalibros con ejercicio del pensamiento crítico llamado Montag), y... "El Rinoceronte", de Eugene Ionesco.

"El Rinoceronte" es una pieza teatral que a Ionesco le inspiró - dicen algunos - la conducta de sus paisanos rumanos durante la implantación de la dictadura fascista de la Guardia de Hierro de Antonescu hacia los años 1937/38.

Por ese entonces se verificaban maltratos y vejámenes de las autoridades y sus protegidos a pacíficos vecinos, pero los demás ciudadanos no sólo no intervenían para detenerlos sino que se iban volviendo duros e indiferentes a la aparente debilidad de esa gente agredida y desgraciada. Y mucho después, en los años cincuenta, Ionesco, ya en Francia, habría traspuesto esos recuerdos de la adolescencia o juventud en una discutida obra de teatro que es esta, en la que un pueblo progresivamente ve a sus habitantes convertirse en rinocerontes, animales brutos, de piel dura, indiferentes a las consecuencias de la crueldad de sus embestidas y a la injusticia.

Todo lo antedicho, según la lectura a favor. Los que están en contra del bueno de don Eugene dicen, por el contrario, que esta pieza llama a la resignación y que si fueran dictadores 'se la darían a leer a los chicos para generar ciudadanos resignados'.

Sin embargo opino que esta última no es la lectura apropiada. Una vez expliqué mi teoría a una dama que me preguntó: "¿cómo es posible que se pueda leer como a favor de la resignación?... que son interpretaciones totalmente opuestas, por eso me sorprende... ¿y cómo la leerías ahora?" Todo esto dicho a gran velocidad y con la característica cara de mujer profundamente indignada ante semejante manera de ceder intelectualmente a las maniobras distorsivas de la sana crítica.

Mi explicación para calmar a la morocha, que a esta altura de las circunstancias blandía indignadísima - contra los detractores de Ionesco, supongo - el cucharón de los ñoquis que estábamos comiendo en un restaurante de la Avenida de Mayo, en la Capi, fue más o menos del siguiente tenor: "bueeeno, verás, hay algunos literatos que la comentan así...". Réplica de la mina: "pero pareciera que es lo contrario, ¿no?" Retomé el hilo y dije: "hay gente que lo lee de ese modo; es 'teatro del absurdo'". Réplica: "¿Y eso qué tiene que ver, c...?" Proseguí con mi serena solemnidad habitual: "Eso justamente me pareció a mí a los diecinueve años: la imagen de la gente volviéndose como rinocerontes, con la piel endurecida, debería releer "El Rinoceronte" para ver si le encuentro asidero a la otra opinión", afirmé ya en el colmo de la típica improvisación para zafar cuando no se ha pensado que te vayan a hablar de "El Rinoceronte", y añadí con voz de convencido: "creo que tengo un entrenamiento como lector, un nivel de información práctico sobre psicologías contradictorias que me permitiría meterme en la piel de Ionesco, aunque él mismo resultara ser otro de sus rinocerontes...".

Afortunadamente, mi interpelante sonrió, le brillaron los ojos oscuros por encima de las perennes ojeras, y comenzó a servir una porción de ñoquis con salsa a los tres quesos. Así que me envalentoné y proseguí delirando: "el ambiente, recuerdo, era un poco demencial, onírico, algo a medio camino entre Brecht y Beckett, pero sin la sutileza y profundidad de Beckett ni el esquematismo ideológico de Brecht; y acaso muchos vean en esta obra, más que la crítica percibida por otros, una manifestación de desesperanza ante el talante humano que Ionesco mostraría como favorable o propicio a retornar a la bestia y de ahí deducirán un mensaje de resignación..., acá pasa eso con Sábato a quien muchos leen como un sujeto pro sistema...".

El cucharón volvió a erguirse amenazante y a acompañar las palabras de la dama: "es decir que podría incluso hasta ser aconsejable convertirse uno mismo en rinoceronte atacante, llegado el caso". Vi la luz: "claaaro; podría suceder eso en otra interpretación, muy bien, sí, acaso uno pudiera volverse rinoceronte que aplasta a otros, una especie de Míster Salvaje de 'Un Mundo Feliz'".

De nada me sirvió: "Yo te pregunto por la tuya: tu interpretación de ahora". Respuesta improvisada por el suscripto: "haciendo memoria del texto, porque lo encontré aburrido y confuso a esa edad y no lo volví a leer, creo que comprendería ahora que la interpretación depende no de Ionesco y sus intenciones sino del sentido de la solidaridad humana y de la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y creo que no admitiría ser un rinoceronte; no me gusta ese rol de indiferente a la desgracia ajena, de conspirador del silencio, de legitimador de la barbarie, aunque muchas veces seamos rinocerontes por cobardes o por hartos de pelear o por cómodos; las peores cosas que hacemos suelen deberse a nuestra vagancia, a nuestra indolencia, a nuestra escasa diligencia por acudir en socorro del otro, etcétera etcétera etcétera... ¡fijate qué linda noche tenemos; hay una hermosa luz de claro de Luna!... " :-)

"De nada sirve... si uno lo usa para escapar de sí mismo" (© Mauricio Birabent, 1969). Tuve que continuar la discusión en un taxi. La hermosa Luna no le interesaba: quería saber qué opinaba yo. Y a mí Ionesco me importaba tres pitos: me importaba el reflejo lunar en esos ojos oscuros. Desde entonces, las mujeres que hacen demasiadas preguntas sobre mi profundo intelecto se vuelven a casa en subte o colectivo.

Tengan ustedes muy buenas noches. Si son mujeres, consejito para el levante: sáquense la piel de rinoceronte y hagan como que les importa la poesía lunar y la marca del detergente que saca más rápido la grasa de las capitales.

martes, noviembre 15, 2005

Narrador de enigmáticos rumbos

Soy una sombra que intenta comunicarse desde una ventanita: la pantalla del ordenador. No más que eso.

Las palabras dicen tanto como las imágenes. Los textos no se construyen con ideas, sino con palabras. Tras estos cortinados virtuales espío las relaciones entre las palabras y las ideas, y hasta entre ellas y los silencios. Cuando el nexo se hace imagen, libero a este hostil espacio de su falta de forma, y encuentro aire para que otras sombras fluyan tan libres como siento la mía.

Calladamente, las palabras cobran vida, alas, remontan vuelo. 'Con ansia constante de cielo lejano' me elevo siguiendo a mi golondrina de un solo verano, que intenta cruzar el mar y se lleva, acaso para siempre, la mitad de mi voz. Pronuncio una parte de los sonidos que el relato requiere para plasmarse; el resto, imaginario contrapunto, me llega desde el recuerdo y la intuición, iluminando escenas que no han sucedido ni siquiera en sueños.

Es el sentido lo que hace remontar vuelo a estas ilusionadas aves migratorias que persiguen sus paraísos perdidos. Por eso, mis palabras te pertenecen y su sentido es también el que quieras darles. Pocas veces nuestra intención se sostiene invariable en esta aventura de mar y cielo.

La rosa náutica traza muchos de sus rumbos a partir del desconcierto y el álea. Nos han vendido el cuento de que el azar no existe, que lo que se puede calcular siempre puede dominarse. Adquirimos el hábito de desconfiar de las cosas y personas que se nos cruzan por el camino, y también el de negarles realidad e inocencia. Espiamos, sintiéndonos espiados. Competimos, y no compartimos. Afirmamos, y no preguntamos. Creemos saber.

Nuestra embarcación ahí queda, a merced de las aguas. Navega sin argumento, según parece. Desconfiemos de las apariencias: el mejor argumento se descubre en medio de las tormentas mientras se escribe la historia que intentamos narrar.

Imaginaria tormenta me acompaña. El fondo gris del cielo que ya no será nunca igual que antes me entristece. Los truenos devuelven emoción a la noche insípida. El desconcierto y sus latentes enigmas no acaban de despedirse...

Estos poemas ajenos que siguen también serán tuyos, tal como los hice míos. Con ellos te regalo mi mejor sonrisa.

NO UNA CASA
"Si ara poses la mà
que em faci una teulada
damunt del front, serà
sencera una caseta:
el pit, una paret,
i m'amago al racó
que fa amb l'altra paret,
el braç."
I fora, dona,
mira la serralada
dels coixins: el recer
on se't recull el càndid
ample hivern dels llençols.
A la carena, mira
l'or tebi de la làmpara,
sol clavat a la posta
que sagna delicat
i no diu que sofreix.
És el nostre paisatge,
dona. Fins a arribar-hi
jo també he corregut
camins dubtosos. Dona,
amaga més la cara
al racó del meu pit.
No em miris, i no em deixis
veure'm dins els teus ulls
la figura poc certa,
sense pedra ni aplom.
(*)

Gabriel Ferrater


LA CASA

A María Angélica de la Paz Lezcano y Juan Antonio Medel

Este que va por esa casa muerta
y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía
mientras empuja la pesada puerta,

ese que ve por la ventana abierta
llegar en gris como hace mucho el día
y que no ve que su melancolía
hace la casa mucho más desierta,

ese que, amanecido, con el vino,
se arrima alucinado al mandarino
y con su corazón lo va tanteando,

ese ya no es, aunque parezca cierto:
es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando.


Manuel J. Castilla, 17/03/1964
("Posesión entre pájaros", 1966)

(*)NO UNA CASA (traición a Ferrater):
"Si ahora posas la mano
haciéndome de techo
encima de la frente, será
enteramente una casita:
el pecho, una pared,
y me escondo en el rincón
que forma con la otra pared,
el brazo."
Y afuera, mujer,
mira la serranía
de cojines: el refugio
en donde se recoge el blanco
amplio invierno de sábanas.
En la cima, mira
el oro tibio, la lámpara,
sol clavado a poniente
que sangra delicado
y no dice que sufre.
Es nuestro paisaje,
mujer. Para llegar a él
yo también he recorrido
caminos inciertos. Mujer,
esconde más la cara
en el rincón de mi pecho.
No me mires, y no me dejes
ver en tus ojos
la figura incierta,
sin piedra ni aplomo.

jueves, noviembre 10, 2005

Arte y estados de conciencia

[Diciembre de 2003]

"Hoy en día, si eres un truhán, aún puedes estar bien considerado en las alturas. Puedes escribir libros, salir en la tele, conceder entrevistas: eres una gran celebridad y nadie te desprecia por ser un ladrón. Aún estás en las alturas. Esto se debe a que lo que más quiere la gente son estrellas."

La frasecita es de Andrzej Warhola, Andy Warhol para los amigos (1928-1987), el del cuarto de hora, que nació y se crió en una familia de trabajadores del carbón, mineros, siempre al borde de la miseria.

El público sin hábitos de analizar la validez y vigencia de los discursos o meras acumulaciones de signos que recibe a título de arte, ciencia o pensamiento político, suele suspender sus mecanismos lógicos de comprensión cuando se sabe ante un hecho anunciado como artístico, científico o político, y así es como pierde, por falta de costumbre, la crítica de coherencia lógica de los textos o la plástica, o la música.

Para el gil no avivado -y esto ya lo han dicho mil veces otros, así que no es ninguna novedad- la percepción de la realidad se suspende en su faz crítica: toda combinación ingeniosa de tintas y papel encuadernado pasa por un libro, todo sonido que se mezcle y emita en un CD es música, una instalación incomprensible de alambres y yeso con dos salchichas de Frankfurt y una dentadura postiza puestas dentro de un frasco ubicado estratégicamente será una escultura, un señor de traje y corbata que aparezca por la tele leyendo con cara de circunstancias unas palabras acumuladas para el caso se supone nos está informando de lo que ocurre en el mundo, y un tipo de rostro hostil que fulmina interdicciones contra disidentes de su propio modo de llenarse los bolsillos sin trabajar es un líder político.

Raras veces el humano con su intelecto y sentidos sobresaturados y condicionados por información inútil someterá a análisis estas curiosas manifestaciones de la carencia de contenidos, pero más por pura comodidad que por idiotez. Es más fácil que otro lo libre de su libertad, del peso de tomar él las decisiones. Yo estoy seguro de que si se pudiera hacer callar a los charlatanes emisores de discursos sin sustancia durante veinticuatro horas, nada más ni nada menos que veinticuatro horas, el estado de conciencia de la gente habituada a no pensar y dejarse conducir por esas apariencias exteriores acaso cambiaría. Es más, despertarían de a poco, descubrirían sorprendidos la felicidad de librarse de los ‘representantes’ e ‘intérpretes’ de la voluntad colectiva.

El diseño publicitario de Warhol mezcló el arte de vanguardia que -a diferencia del artista comercial medio y los teóricos de café- él conocía bien, con técnicas comerciales como la producción en serie. Dejó dicho por ahí: "La razón por la que pinto de esta manera es que quiero ser una máquina, y siento que siempre he querido serlo". Pero esto parece un tipo de discurso del que teme volver a ser pobre y se organiza para satisfacer su necesidad de seguridad económica. Un caso de palabras dichas para hipnotizar a los consumidores. ¿Sería esta verdaderamente la opinión de Warhol?

Digo esto porque todavía hay quien repite entusiasmado y sin replantearse su sentido, como una verdad irrefutable, esta expresión del hijo del minero de carbón que entiendo sería parte de su marketing, pero no tanto de su pensamiento. Esas palabras de Warhol no creo que nos transmitan a Warhol tanto teorizando sobre arte como protegiendo su intimidad de creador vocacional disfrazada por razones mercachifles de pose industrial.

¿Por qué reflexiono todo esto a propósito de Warhol? Porque, a diferencia de muchos que creen imitarlo, sí sabía adónde quería ir. Su actividad tenía sentido, significado, coherencia, y para él era lucrativa. Pero sabía que Marinetti mentía o exageraba, y un Alfa Romeo nunca será más hermoso que la Victoria de Samotracia. Era capaz de tener dos facetas: la del hipnotizador vendedor de sucedáneos de arte en serie, y la del artesano capaz de imaginar y crear las pinturas, dibujos, instalaciones, diseños originales. Podía ir a menos, para ganarse la vida. Warhol podía destruir una serie de reglas, un concepto de arte que conocía pero no le resultaba apto como medio expresivo ni como medio de vida, para crear otro con sus reglas. No había despreciado la posibilidad de adquirir las herramientas de un lenguaje expresivo que llevara un contenido.

¿Será verdad todo esto que acabo de perpetrar? Creo que los emisores de discursos huecos o los que adoptan ciertas poses lo hacen para justificarse, sabiendo que no dicen nada. Y entonces, empiezan a tomar cada objeción razonable que uno les pueda poner como si se tratara de su verdadera línea de pensamiento, cuando no tienen ninguna, cuando apenas si pueden estar a la expectativa de destruir, porque han perdido el hábito de crear. Y al debatir se trata de tener razones, no de aparentar tener razón.

domingo, noviembre 06, 2005

The Song Remains the Same

Me dieron ganas de hablar de música popular y del por qué todo o casi todo lo que se escucha por la radio comercial suena más o menos idéntico. "La canción es la misma" fue el título con que se conocieron aquí una canción ('I had a dream. Crazy dream...' cantaba Robert Plant) y una película de Led Zeppelin cuyo título original inglés era el de esta entrada y que durante años se proyectó en la trasnoche de un cine porteño, con clima de festival de rock en la platea. El título sirve para ilustrar por qué me parece bueno ir recordando de dónde viene lo que hoy se escucha.

Músicos, presentadores de programas musicales y simples nostálgicos de otros tiempos alegan que la música negra norteamericana de los sesenta era tan abierta a todo tipo de influencias, a la reelaboración de cuanto sonido anduviera dando vueltas por ahí, que la mayor parte de lo que nos hacen escuchar hoy en día procede en línea directa de ella. Creo que es verdad. Esto viene de mucho más lejos, al punto que el maestro William Cristopher Handy, famoso compositor de jazz y blues admirado por Borges, en su autobiografía "Father of The Blues" (1957), dice esta cosa no tan sorprendente para quien tenga buen oído: "Cuando el 'St. Louis Blues' fue escrito, el tango argentino estaba de moda. Yo engañé a los bailarines arreglándole una introducción de tango, y quebrándolo luego abruptamente en un blues lento" ;-). Algunos músicos de jazz como por ejemplo Dizzy Gillespie experimentaron en los treinta, cuarenta y cincuenta con la percusión y ritmos afrocubanos y dominicanos...

La expresión "sonido negro de Detroit" o "sonido Motown" se refiere a un determinado estilo dentro del "soul", género que combina rhythm and blues, gospel y pop: secciones de bronces, percusión de todo pelaje, armonías y contrapuntos vocales al estilo de los coros religiosos... todo eso al servicio de letras románticas, a veces casi de bolero.

Las armonías vocales tomadas del gospel le daban su gancho musical (y comercial) para el público en general y sobre todo el blanco: generaron "ventajas comparativas", para decirlo en lenguaje mercachifle, que hicieron del "sonido Motown" (el que la productora de Detroit que desarrolló esa fórmula inconfundible y vendedora utilizaba en sus desarrollos y mezclas) el más exitoso de la música yanqui.

Ray Charles fue el primero en grabar, hacia 1955, algo con los rasgos característicos del soul: "I got a woman". Si lo buscan en la red, lo encontrarán fácilmente como MP3; allí Ray fusiona gospel, pop anglosajón y rhythm & blues.

Otros pioneros fueron Jackie Wilson (desde el rhytm and blues), Sam Cooke (un estupendo cantante de gospel de cinematográfica muerte), Curtis Mayfeld (que usaba el soul para dejar testimonio de su militancia por los derechos civiles de los negros), y el alocado James Brown, que desde los arreglos y las letras ("I feel good" o "The hardest working man in showbiz") dio forma definitiva al género. Entonces, una serie de sellos independientes como Stax y Motown empezaron a desarrollarse.

Motown era el de Smokey Robinson, The Temptations, Martha & The Vandellas, Marvin Gaye, Stevie Wonder, The Supremes, The Four Tops y The Jackson Five. Privilegiaba lo melódico y los arreglos de voces expresivas y con registros personalísimos. Al final, sin embargo, los arreglos estudiados para producir buenos efectos que indujeran al público a consumir los productos de la Motown hacían que todos estos artistas resultaran sonar de un modo muy parecido: sin contar con que a veces compartían los sesionistas de instrumentos y coros, cantaban sobre fondo mixto de blues estilo Detroit (minimalista y eléctrico al modo de John Lee Hooker), más algo de jazz, todo fusionado con la música electrónica de los blancos. Habían encontrado la receta comercial que se sigue usando hasta hoy.

Como en muchas otras cosas en esta vida, yo soy un "contrera" profesional: prefiero a la competencia de Motown, que era Stax/Volt, de la ciudad de Memphis, los pagos de tantos 'bluesman' y músicos de jazz y también de Elvis, cuyas producciones tenían un sonido más "funky" ('ralentado' y seco al estilo del blues, 'abagualado'), menos relacionado con lo académico y con preponderancia de riffs rockeros. En este sello grababan mi preferido, Otis Redding, y Wilson Pickett. A finales de los sesenta, pasó a ser un departamento del sello Atlantic, que ya tenía contratados a otros pesos pesados: Solomon Burke, Percy Sledge y sobre todo Aretha Franklin.

Finalizado el esplendor de los sesenta, Sly Stewart & The Family Stone fue el más conocido de los grupos que comenzaron a potenciar el funk y algunos músicos de la banda de Brown - como por ejemplo Maceo Parker - desarrollaron exitosas carreras solistas. Y como si todo eso fuera poco, aparecieron dos músicos muy influidos por todo este sonido y muy influyentes sobre el futuro: el extraño y muy politizado Gil-Scott Heron (pistas de sus discos "Pieces of a man" (1971) y "Winter in America" (1973) cada tanto suenan en las radios, seguramente por error de los DJ o por su semejanza al ulterior 'rap') y Shuggie Otis, guitarrista cuyos trabajos "Freedom Flight" (1971) e "Inspiration Information" (1974) son buenas muestras de estas fusiones que, sin perjuicio de su buena calidad cuando las hacían buenos músicos, derivaron poco a poco hacia lo que la industria gramofónica norteamericana y europea usa hoy en día como ritmos bailables o de canción ligera para damnificar nuestros oídos: en los setenta empiezan a desarrollarse primero el 'funk' y luego el 'disco', con los que hemos bailado cuando niñ@s much@s que acabamos de pasar los cuarenta, y finalmente (¡Dios nos libre y guarde!) el rap, el hip-hop, el trip-hop y el dance-funk y múltiples géneros musicales que pasaron de hacernos mover alegremente las patitas al compás a directamente tener que aguantarnos el repertorio de unos señores soprendentemente capaces de abrumarnos con temas monótonamente iguales entre sí de ocho o diez minutos consistentes en mezclas atroces, máquinas de ritmo y letras 'percusivas' cuando no onomatopéyicas, y colecciones de ruidos diversos, producción que nos es vendida como "lo último" con que deben las muchedumbres atormentar su espíritu y por supuesto "no nos podemos perder" si es que hemos de estar al día con la música popular. Hasta con el tango se han metido estos electrónicos, pero no podrán con nosotros, mientras haya en la Patria quienes prefieran aprenderse samplers con un bandoneón o un violín o una guitarra en vez de almacenarlos en un chip. Tal la diferencia, según mi conservadorazo criterio, entre componer música propia y resignarse a adaptar sin demasiada calidad la de los demás: la misma distancia que va de la vida a la muerte.

Me faltaba agregar que en Brasil hubo un genuino exponente del soul, que cantándolo en portugués lo hacía tan bien como por ejemplo el finado Barry White (que, si mal no recuerdo, no era artista de ninguno de los dos sellos "grandes"): me refiero a Tim Maia.

viernes, noviembre 04, 2005

La calma

[Crítica, o lo que sea, perpetrada a mediados de 2004]

Attila Bartis, cuya novela "La calma" terminé de leer hace pocos días, me ha impresionado favorablemente. Me interesaría saber más de este escritor. Bartis es un húngaro de Transilvania, vale decir nacido en territorio hoy rumano en 1968, residente en Budapest desde 1984.

En una entrevista que anda dando vueltas por la web, expresa que "...en Transilvania están los últimos Macondo de Europa". Y en efecto un poco macondiana y también evocativa de la fantasmagoría de narraciones de grandes autores americanos como Asturias o Rulfo o Machado de Assís es "La Calma", cuya edición original húngara es del 2001. La que me pasaron es de "Acantilado", editorial de Barcelona que parece, a juzgar por los catálogos insertos en solapas y páginas adicionales de publicidad, dedicada a la literatura contemporánea de Europa oriental. Sé que Bartis también publicó "El paseo"(novela, 1995, seguido de una exposición fotográfica que la toma como leit-motiv) y "La bruma azulada"(cuentos, 1998). Me gustaría leerlos. Así que quien sepa algo de esos libros, avise por favor si es que se consiguen en castellano, inglés, alemán, francés, italiano, portugués, catalán, o cualquier lengua que no sea el húngaro, con el que decididamente no me atrevo.

"La calma" transcurre en Budapest hacia la etapa final de la época comunista, y su argumento sucede y concluye con alusiones a la participación de algunos personajes de la novela en la rebelión antisoviética de 1956 (que tanto interesa a algunos teóricos modernos de la política). Seguramente es por ignorancia de la literatura e historia húngaras que no conozco textos artísticos que tomen como escenario ese suceso histórico tan importante y sus secuelas hasta la fecha. Si alguien sabe algo de literatura húngara, también le agradeceré cualquier observación al respecto.

El personaje central es un escritor de unos treinta a treinta y cinco años, encerrado en el mundo demencial y manipulador de su madre, actriz retirada. Se perciben en el relato restos del naufragio cultural de la vieja Hungría de la monarquía Habsburgo y asimismo de la larga, agónica, decadencia de la burocracia de cuño estalinista. También de ciertas decadencias europeas y universales, que dan ese signo demencial y amargo a gran parte del relato. Y, como en aquella serie de ensayos de Sabato, de "los fantasmas" del escritor. Todos ellos.

La relación del protagonista con su madre, con el recuerdo de su hermana, con la verdadera personalidad de su padre, con el mundo todo de la Hungría comunista y los ecos de la derrotada insurrección de 1956, con los húngaros de los países limítrofes como Bulgaria o Rumania, con las mujeres y en especial con su pareja, Eszter, una chica de orígenes regionales semejantes a los del propio Bartis (nacimiento en la comunidad húngara que permanece en territorio hoy extranjero) con quien el protagonista mantiene una relación un tanto neurótica que evoca experiencias de emparejamientos atormentados. Me refiero a esa mezcla de repulsa por los inevitables defectos y ocasionales manipulaciones -reales o que parecen tales- del ser amado alternada con la intensa necesidad de protegerlo y de llenar físicamente todos los sentidos con su cuerpo y su cariño, atraviesa la novela dando sucesivamente al lector impresiones de gratitud estética, desconcierto, disgusto, gratitud estética otra vez y comprensiva tolerancia y esperanza en la posibilidad de continuar hacia una vida mejor sin renunciar a las amarguras que han forjado el presente agridulce de los protagonistas.

Citando -creo- sin nombrarlos a Borges ("Los dos reyes y los dos laberintos") y a Kafka ("La construcción de la Muralla China") recuerda el personaje de Bartis hacia el final del texto, narrado en primera persona, que "existen quienes, de un lado, construyen el laberinto, y de otro, quienes se pierden en él. Pues bien, ésta es mi única capacidad particular: que soy una persona adecuada para ambas tareas. No es asunto mío juzgar si mi construcción es comparable, por ejemplo, con la de Creta o si sólo es un trabajo de jardinería podado con habilidad. Sin embargo, averigüar cómo y por qué levanté esta edificación bastante estéril, en verdad, es una misión que, aparte de mí, casi nadie puede llevar a cabo.". Y también afirma, contundente, una percepción que muchos hemos creído tener en ciertas etapas de la vida: la de que "...supe que todo esto era una estupidez, no porque no exista el Dios que imagine semejante castillo de naipes, sino porque Dios existe, pero se cagó hace cinco mil años en todo esto".

Bartis es, además de novelista, fotógrafo: experiencias y vivencias de la fotografía (y del espectador de televisión o escucha de radio y televisión) aparecen continuamente en su texto. No parece tener objetivos al escribir. Y eso me gusta: esa preocupación por el saber desde el vamos adónde ir es lo que me aleja de autores cuyo excesivo esmero estructural me arruina el disfrute de la lectura, porque lo encuentro antivital. La literatura no me parece consista en saber de antemano cuál es el objetivo, sino en descubrir o crear también ese objetivo, si lo hay, a medida que se anda el camino de la creación. En tener esperanza en que el trabajo creativo nos llevará a buen puerto, no sabemos cómo ni cuándo. Y si es previsible, si lo sabemos desde antes, entonces pierde sabor y encanto la aventura de vivir creando.

Es curioso que no me haya resultado fatigante esta novela, pese a la longitud de sus capítulos y a mi escasa afición a los novelistas que escriben ladrillos como capítulos. Aunque en realidad no hay tales capítulos, sino largas parrafadas separadas por espacios en blanco mayores que un punto y aparte. Tiendo a atribuir esta impresión a la circunstancia de ser el autor un tipo mucho menos amargo en su talante que por ejemplo el inglés Julian Barnes (autor del ya comentado "Inglaterra, Inglaterra"). Bartis da la sensación de que la vida continúa, que el amor puede acompañarnos pese a las distancias y las miserias humanas. Como me ha ocurrido siempre con la lectura del ocasional guardameta del Racing de Orán Monsieur Albert Camus, Bartis es un escritor que de la basura anímica y el desconcierto acaba frecuentemente sacando, por efecto de contraste, una luz de esperanza en el ánimo del lector. Un autor que vale la pena, que merece la atención del interesado en la narrativa moderna.

La calma parece estar en medio del torbellino de las confusiones y las angustias. La calma puede nacer del amor, y de la distancia. Eszter, en el libro, es extraña, es difícil, atormentada, y el escritor protagonista también lo es, pero ambas vidas valen la pena. El final de la novela da para todas las esperanzas posibles...
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[Attila Bartis: "La calma"; Acantilado-Quaderns Crema, Barcelona, 2003. Traducción de Adan Kovacsis, 329 páginas]