miércoles, marzo 08, 2006

Desmesura de la felicidad y crónica del velorio del Sr. Spock

"......Es duro vivir con miedo, ¿verdad?; eso es lo que significa ser esclavo. He visto cosas que ustedes, gente, no creerían: naves ardiendo más allá del hombro de Orión, rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser... Y todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia." (Versión castellana 'a lo Alfredito' del diálogo final entre Deckard y Roy Batty en "Blade Runner" de Ridley Scott, 1982 - El que habla es Roy)

Hablemos del lapso que va de la nada a la Nada. Perdonen ustedes que me ponga algo heideggeriano o sartreano, yo que detesto a ambos y a sus respectivas mujeres, aunque admiro a existencialistas un poco más serios como serían Camus o Jaspers. Hace poco retomé la costumbre de someter anteproyectos de textos a una suerte de falsación (si lo no científico es susceptible de falsación 'a lo Popper') y pegué una especie de prototipo en cierto foro que sucede -en decadencia rutilante- a uno de los que otrora visitaba asiduamente.

Dejaré para una próxima entrada consideraciones varias acerca de la peligrosidad de quienes simulan el discurso científico para impresionar a sus interlocutores, a las víctimas de sus defraudaciones, a los estudiantes ingenuos y a los ciudadanos-electores. Me concentraré en cambio en la circunstancia de que escaso eco tuvo mi texto en ese ámbito: lo leyeron muchos, pero no respondieron el intríngulis formulado usurpando la personalidad del Replicante, o sea "¿qué es realmente la felicidad para un humano 'occidental' del 2006?"

Ayuno de impresiones ajenas, no ha quedado otro remedio que retocarlo y exponerse al exigente sentido crítico de los comentaristas de esta bitácora. ¡Allá vamos!

El asunto surgió de relacionar el diálogo final de "Blade Runner" y las obsesiones del paranoico Philip Keith Dick con el velorio del Señor Spock. Como leen: casi siempre que escucho música electrónica me fastidia la sobresaturación sensorial que acaba por producir el ambiente que su emisión genera. He imaginado (alucinado) estar en medio del velorio del Sr. Spock, en un descomunal Xanadu construido con cristal, de paredes y cielorraso transparentes e iluminado con lasers de colores, el féretro negro de diseño espacial ocupando el centro del salón principal vacío y dentro de él, yacente, el orejudo de "Star Trek", tan inexpresivo en la muerte como lo fuera en vida, aburrido como la insufrible serie que protagonizaba, haciendo juego con la parodia de música ambiental que satura la atmósfera de la casa velatoria. Mientras, los asistentes a su capilla ardiente (el nombre menos apropiado para las pompas fúnebres de alguien como Spock) nos vamos despedazando sin dolor pero con un residuo de espanto, perdiendo consistencia y conciencia de nosotros mismos, abandonándonos a lo sensorial hasta evaporarnos como espíritus que han partido (copyright los hermanitos Gibb, hacia 1979). Un ambiente tan poco propicio para los maléficos racionalistas que queremos mantener el máximo control de nosotros mismos hasta el momento de la muerte si ello fuera posible, como ideal para aquellos adictos a los efectos atribuidos a ciertas sustancias tóxicas que pueden llevarnos fácilmente a estados alterados tales como la esquizofrenia paranoide si es que tenemos la constancia de consumirlas con la debida frecuencia y cantidad.

Pongamos a mis divagues visionarios acerca de los efectos de Helmholtz y su descendencia musical prudentemente a un lado, y pasemos directamente a los bifes: esa rara imagen me hizo recordar conversaciones de mi pasado con personas interesadas en el destino, la felicidad y el ser en el tiempo. Vayamos donde vayamos, llegaremos a un punto en que no podremos escapar más. Ni del conocimiento de nosotros mismos, ni de ninguna otra cosa, ni de nadie.

Un poco de Historia de la Filosofía ayudaría a ponernos en materia. "Eudaimonía" ('hado propicio', o 'buen hado', o cosa así) llamó Aristóteles al vivir satisfecho consigo mismo al punto de exorbitar los límites de la propia sensación de existencia. Aunque el término cagaste llano "felicidad" (del latín 'felix'--> fértil, fecundo) sea el más aproximado al significado originario, "beatitud" (de 'beo' --> colmado de dicha, de plenitud), "bienaventuranza" o "dicha" también designan la misma noción. Platón usaba otra voz: "makariótes", que no era un stopper del Panathinaikós en tiempos de Perikles sino un término corriente en el griego del Ática, indicativo -dicen los hombres sabios- menos del esfuerzo por comportarse bien que de la coincidencia espontánea de circunstancias con las necesidades del humano para vivir bien.

Un instante aislado de felicidad de un ser humano no lo convierte en "feliz". Terrícolas consultados en mi busca permanente de la empatía afirman que les resulta necesario ligar en su mente plenitud y conformidad con una serie de conductas propias adoptadas de manera voluntaria: la virtud y el esfuerzo. Pero otros afirman que la felicidad consiste en aislados instantes de dicha, unidos por la memoria. Confieso sentirme mucho más cerca de los primeros, que se atreven a construir una Felicidad acaso ilusoria, una esperanza, que de los segundos, que se deciden derrotados por el tiempo de antemano.

Siguiendo con los grandes filósofos griegos, Epicuro, ese señor de quien tantas cosas estupendas tuve que decir en esta misma bitácora, aquí y en algún otro lugar, pretendía formular el camino correcto, recopilado en el 'tetrafármaton': "No debe temerse al dios; la muerte está exenta de riesgos; el bien es fácil de adquirir; el mal, fácilmente soportable con el coraje" (Filodemo, De dis, I, 12). Y proponía encontrar la felicidad personal en el placer natural y necesario: "... ni banquetes ni orgías constantes... engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo", se lee en uno de sus escritos. Pero siempre han quedado rondando estos interrogantes: ¿por qué lo que para unos resulta un placer, un caso de prosperidad, un avance en la dicha, para otros puede resultar desagradable? ¿Se puede ser feliz entre infelices? ¿Se puede ser feliz sabiendo que se condena a otros a lo que consideran infelicidad?

Los estoicos, por su parte, mucho más conscientes -me temo- de eso tan llevado y traído de que "los recursos son escasos y las voluntades de difícil o nula susceptibilidad de cálculo" (la sal de las ciencias sociales como el Derecho y la Economía), pretendían bajar de las nubes y formar hombres prudentes desde el aprendizaje de la experiencia social, porque la toma de decisiones no depende exclusivamente del sujeto agente: hay acción de otros y circunstancias de hecho que pueden estar fuera de su alcance dominar. El estoico intentaba ser feliz a partir del dominio de lo racional para controlar emociones y conducirse conforme a una apropiada interacción con los demás y el medio que no debe confundirse mañosamente con la resignación.

El esquema estoico fue retomado en el Renacimiento y en la Ilustración. En particular Kant (si lo sabremos los que tenemos formación de ave negra) fue propicio a la adquisición de fortaleza moral para minimizar la dependencia de factores no racionales ni voluntarios en la acción humana. Un autodominio creativo, decía, permite modificar la realidad para acentuar las posibilidades de sentirse feliz, conforme con los medios empleados para ser quien se pretende ser. Así, según esta concepción, el ser humano libra una lucha permanente contra sus pasiones y contra las limitaciones sociales y naturales.

Quodlibetum para deleite de individuos e individuas (© cierto político leonés y la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que imita contra la lógica de la lengua castellana algunos absurdos 'tics' léxicos de determinadas corrientes ideológicas peninsulares) como Mnemosine, Ignis y El Curioso Lector; la felicidad a la antigua usanza española, y olé: tomo 19 de la "Enciclopedia Moderna" de Mellado, Madrid, 1852.

Hay quienes saben encontrar el encanto de lo fugaz y conciben la felicidad como una serie de momentos concretos, pero no aciertan a comprender que éstos les pertenecen en exclusiva. Cuando narran su felicidad pasada al partícipe de su presente no lo están incluyendo en ella: el tiempo y la Física lo impiden, y sólo le llega un relato, unas palabras que reflejan apenas un débil eco de lo disfrutado en un instante. El arte de muchos narradores y poetas consiste en ser capaces de hacer evocar a otros humanos su mejor pasado a propósito de unas situaciones distantes y sentir que participan de una sensación ajena.

Algunos, a partir de cierto instante de la vida, tiran la toalla, se rinden, se limitan a durar, sabiendo que la marcha atrás es históricamente imposible pero sería hermoso bañarse otra vez el mismo río acompañado de sus afectos, afectos que, mientras luchan por hacer con ingenio e intrepidez aventureras que el camino de regreso a Itaca-la Nada sea largo, son reliquias de instantes de felicidad que no son, empero la Felicidad, pero pueden ser la única que esas personas hayan tenido. Signos de pasadas dichas, bienaventuranzas y beatitudes que acompañen a Ulises hasta que Argos reconozca entre muchedumbre de vagamundos a su amo y Penélope se entere de que puede dejar de fingir, que los superhéroes de la Red disfrazados de desconcertados mortales lo perdonamos todo, hasta el injusto paso del tiempo. No pueden perdonarse el olvido: también ellos saben que, con mayor o menor grado de probabilidad y posibilidad, en otra voluta de las curvas espaciotemporales una ocasión amnistiada pero latente volverá a parecer propicia y entonces, antes que la diosa calva se aleje de nuestro alcance, hay que asirla fuertemente por el escurridizo mechón.

No siempre se es quien uno quiere ser. Circunstancialmente se resulta estar siendo otro, el complementario, el que necesita que uno impida que el olvido lo aniquile. De manera que, aun siendo óptimo el tener en claro quiénes somos o preferimos ser, no está mal que nos presten otros ojos y otra piel por un ratito. Saber cómo mira el comisario Deckard desde su óptica humana es buena medida para dejar de ser replicante.

¿Qué nos hace más humanos al final del día? ¿Nuestra personal manera de buscar la plenitud (a lo Séneca) o los instantes de dicha aislados del contexto (a lo Epicuro)?

Salud y memoria emotiva (el elixir de la Eternidad, los qualia, o algo así).


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Un apunte necesario, fuera de tema:

Al pie de mi post "Olvido", del 6 de diciembre de 2005, GUSTAVO me ha puesto un comentario que acaso convenga repasen. En él encontrarán algo sobre Moyano que les puede interesar.