miércoles, abril 05, 2006

Así se duerme en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

"La higuera más próxima se encontraba en una chacra situada a poco más de un kilómetro, y dada la época del año se encontraba cargada de brotes color verde claro." [Manuel Puig. 'Boquitas Pintadas', pág. 239, Sudamericana, Buenos Aires, 12ª edición, 1973]

El tipo no va mucho al cine, pero es muy cinematográfica la manera en que se le cruzaron emociones e imágenes de otros tiempos. Primero fue la silueta del jardinero gordo cortando rosas mientras el pibe se sacaba las legañas. El aroma con que una rosa cortada impregna el aire es inconfundible: hay poemas de Borges, de Rilke y hasta del poco conocido y menos imaginado Cortázar sonetista que lo traen nuevamente con todas sus propiedades a la todavía en este otro siglo normalmente anósmica nariz de aquel niño de 1967.

Luego, la secuencia muestra una perrita de la prestigiosa raza Puro Perro, campeona moral en varias exposiciones del más alto nivel internacional, deslizándose, acaso una mañana diferente de la del corte de rosas y césped, por la ventana del dormitorio hacia el lecho del precoz detector de la materialidad de los supuestos emblemas poéticos.

La acción discurre en la secuencia siguiente hacia un rincón del jardín donde el padre del sujetito, mientras se espera el secado de la pintura recién aplicada a la cucha de las perras (en esos tiempos arcaicos a los canis familiaris se les construía su casita en madera, en símil "Viviendas Tarzán"), enseña a su vástago las propiedades musicales del corcho frotado sobre una botella vacía de vino Toro, cuyo efecto armónico y contrapuntístico inmediato resulta ser la respuesta del canario, un auténtico chansonnier plumífero que nada tiene que envidiar a los mirlos de archivo sonoro de la discográfica EMI que responden a Paul Mac Cartney en "Blackbird".

Ahora el oportuno fundido a negro nos lleva a una mañana, acaso la del día siguiente: un canal de la televisión marplatense emite "Randall, el Justiciero", con Steve Mc Queen. La serie se ve en el blanco y negro de estilo, pero muchos años después varias damas que no se conocen entre sí dirán al entonces niño que sus ojos son iguales a los de Mc Queen. La noche anterior, y si no fue la noche anterior habrá sido una noche cualquiera de esa época, el televisor Philco, tras un partido de uno de los San Lorenzo, porque hay que tener en cuenta que el Milan marplatense y el Ciclón en blanco y negro fotografían igual, y eso ayuda al señor del corcho a asentar la Leyenda de la Imbatibilidad Azulgrana en la ya poderosa mente del pequeño, el televisor Philco, arrastrado del living al dormitorio de los padres del enano mediante una serie de alargues de cable de electricidad (redondo enrollador rojo y blanco como la Sociedad de Fomento o la UCR a la que estuvo afiliado papá) y alargue de cable plano de antena, éste metido en un enrollador ocre (el cable del alargue era transparente y plano, y se veían los filamentos dorados que morían en la ficha blanca), el televisor Philco, más pequeño que el CBS que la abuela tenía en Buenos Aires, refleja un capítulo de "Los intocables": eran cerca de las 22.00 hs. en aquel invierno marplatense, cuando en su lujosa mansión cercana a Cabo Corrientes, al tiempo que las furiosas olas azotaban la escollera, el futuro Presidente de San Lorenzo de Almagro se quedó dormido mientras el joven matrimonio A & M (treinta y dos ella, morocha y Géminis, treinta y uno él, rubio y Piscis) se castigaba con las andanzas de Robert Stack, supuesto el caso que no hayan procedido a menesteres más lujuriosos ;-). Después preguntan por qué me gustan Chandler y el gordo Soriano.

Ahora estamos en una oficina de un diario o acaso la sala de redacción de una radio, tras un aburrido paso por el canal de televisión local, donde el señor del corchito ha entrevistado a un funcionario de la dictadura número chiquicientos mil cuatrocientos dos (un poroto en comparación con lo que vino años después) o acaso a un centroforward de madera destinado a que luego con la comisión que recibirán los desinteresados hombres de prensa cuando el tronco sea fichado en Baires vayamos todos a comer como lima nueva en algún sitio caro de la ciudad. Lo cierto es que era un fulano de remera amarilla, circunstancia que viene a hacer mucho más potable a la segunda que a la primera de las hipótesis enunciadas, y ahora el alevín de bitacorero, para vengarse del mortal aburrimiento imperante desde su punto de vista en los medios en que se desenvuelve laboralmente su progenitor, castiga duro y parejo con dos dedos (igual que papá: no hay periodistas dactilógrafos) una Remington de enormes teclas. Años más tarde, acaso por influencia de mamá y seguro como preparación para menesteres propios de ladrones de gallinas de alto vuelo, el nene se hará dactilógrafo, usando todos sus diez dedos al punto de ser reconocido fácilmente por sus amistades en los mensajeros por culpa de su endiablada velocidad así tome la precaución de cambiarse el nick.

Lo que queda es una sesión de instantáneas, Polaroids ajadas por el paso del tiempo: algunas vueltas por la playa, asados, una cortina que se incendia al rozar la estufa de querosén, y la gloriosa luna anaranjada de la Ciudad Ombligo del Universo, que años más tarde alguien no quiso mirar al amanecer, iluminando en solitario los veleros de la Revista Naval Internacional que pasaban ante la costa como los barquitos de la caja de Old Spice.

Ahora el tipo se ha levantado a mear y, como está completamente loco, después de la micción va a la cocina y se toma dos vasos de Terma pomelo cortado con agua mineral.

La lucha continúa: al volverse a amodorrar, regresa a 1970, más o menos. Olmedo, con bigotazos y bombín, aparece en blanco y negro, pero en el tele de la abuela, pantalla de más pulgadas que el de los viejos. El viejo payaso rosarigasino aúlla entusiasta "¡Rucuuucu!!!" y tapa la cámara con la palma de su mano. El televisor está puesto en la puerta de una de las habitaciones, mirando al patio, porque es verano. Circula el matienzo y es de noche en Buenos Aires Portuarian City. A unas diez cuadras está la sede de Huracán: los delata el pertinaz olor a residuo domiciliario que viene del lado sur, desde la Avenida Caseros, a la vuelta del Correo ("...los dos carteros y tres mensajeros del barrio le desean unas Felices Fiestas" ;-): una tarjeta de cartulina blanca con letras azules). El forastero que buscase la cárcel famosa no debería, entonces como ahora, sino orientarse por medio del olfato y hasta tendría la desgracia de dar con esa pintoresca gentuza también, cosa que su amargura sea completa. El Más Grande pasa por su Hora Más Gloriosa: ya ha sido campeón, tras casi una década de espera, y próximamente habrá más Victorias Azulgranas para deleite de los Hombres de Bien. Nadie me ha avisado que semejante circunstancia no es normal: cuatro campeonatos en siete años desborda largamente nuestra media histórica. Hay incomprensibles quilombetes políticos, y uno de mis tíos llega de la Facultad a altas horas de la madrugada relatando al núcleo familiar inverosímiles excusas, y luego se sienta a darle al pan con salame y queso.

Una nueva interrupción: la murga del barrio está ensayando su percusión a las dos de la mañana de un lunes, ¡porca miseria! Ya que estamos, viene bien una nueva visita a la cocina para ingerir unos bizcochitos que sobraron del mate. Y en el camino de regreso, iluminado por el reflejo de la luz pública municipal, presentar nuevamente nuestros respetos al popular Mr. Ferrum. En aquel lejano 1970 me las hubiera tenido que ver con el Sr. Pescadas, que pese a su apellido luego supe era miembro de una sufrida, estoica familia de níveos sanitarios que se importaban de Gran Bretaña.

La tercera secuencia de la película se desata al coincidir la victoria de Morfeo sobre el dúo Eco-Momo y sus Percusionistas Asesinos (lindo nombre para una banda punk). Los brotes de color verde claro de la tela de encuadernación de la cubierta de una selección in English de poemas y cuentos de las hermanas Charlotte y Emily Brontë que su destinataria dijo estar disfrutando como una enana y hasta tradujo para él. También, el tallo severo y negro de una edición CEAL de los "Espantapájaros" de Girondo y la extraña antología "Cuando la ciencia empezó a ser ficción", o título por el estilo, que reunía a Cyrano y a Bierce, entre otros, libros que quitó para ella del desorden cósmico de su propia biblioteca. Y las "Crónicas del Ángel Gris" de Dolina, pero no en su primera edición made in Uruguay, azul y con una cubierta fantástica, sino una nacional más reciente, aumentada y disminuida por su autor.

Llegado a este punto, empezó el bello durmiente a inquietarse al advertir que eso ya no era sino un collage fílmico y a tomar repentina conciencia de que si esos libros ya no estuvieran en poder de la propietaria de aquellos ojos negros (sabido es que en su opinión el infrascripto es un cínico de tomo y lomo), entonces acaso el niño que aprendió a percibir el aroma de las rosas hubiera muerto un poco más. Esa sensación era el preludio de una vigilia. Y se despertó, yendo a buscar en plena madrugada otoñal la cita precisa de "Boquitas pintadas" que sirve de preludio a esta fantasmal sesión cinematográfica de medianoche de martes a miércoles. Una improvisación de miércoles sobre el fresco recuerdo del lunes, lo sé, pero es que el aroma de una rosa despierta a cualquiera. Los cultores de la memoria solemos encontrarnos en sitios insólitos con nosotros mismos, ante cualquier puerta o ventana que haya quedado sin cerrar del todo.

Tengan ustedes muy felices sueños.