jueves, mayo 25, 2006

Del Caos, el Cosmos, el sueño de la razón y las personas que son, sin saberlo, el Diablo.

"Un caballero de la calle Caracas resolvió negociar su alma. Siguiendo los ritos alcanzó a convocar a Astaroth, miembro de la nobleza infernal.
- Deseo vender mi alma al diablo- declaró.
- No será posible -contestó Astaroth.
-
¿Por qué?
- Porque usted es el diablo."
[Alejandro Dolina, 'Crónicas del Ángel Gris', cap. Veintidós: "Pactos diabólicos en Flores", Montevideo, Ed. De la Urraca, 1988, pág. 125]


Pueden encontrarse en autores como Swedenborg, Papini, Bierce, Lugones, Hesse y otros, narradas directa o indirectamente, situaciones similares a la de la cita precedente. En efecto, no pocas veces nos desayunamos, con el feliz deterioro ocasionado a nuestras Augustas Personas por el mero transcurso del tiempo y el (creemos que buen) uso de nuestras facultades mentales, de quiénes somos realmente nosotros y quiénes resultan ser los demás, por conocidos que éstos fueren.

Es que a cierta edad uno cree haber aprendido a no considerar a nadie por más de lo que ha demostrado valer; no pocas veces hay desagradables sorpresas con nuestros semejantes: el dinero, el poder, la ambición, hasta el mero ejercicio del egoísmo, desenmascaran a muchos que no es que le hayan vendido el alma al Diablo sino que SON prolijamente el Diablo. Y lo peor es que ni ellos se dan cuenta, ni los que les han puesto afecto y esperanza han querido verlo hasta constatarlo a sus expensas.

Sucede con políticos, amigos de la infancia, familiares directos, socios, amores y admirados deportistas, artistas o intelectuales. Por eso, pasados los treinta y cinco, uno empieza a descubrirse teniendo -a su pesar- muchos ex amigos, ex ídolos, ex familiares, y así. Al menos, eso ocurre en mi caso ;-).

La palabra escrita, por ejemplo, en estos tiempos modernísimos empleada como vector en cartas, foros, blogs, grupos de debate cultural, intercambio cibernauta de videos y MP3 y demás yerbas, sirve a quienes tienen aptitudes para expresarse certeramente como instrumento para terminar de descubrir quiénes son y para comprender quiénes resultan ser otras personas que se han retratado cabalmente por sus propias palabras y preferencias. Asunto ya tratado en esta misma bitácora en este viejo post.

Ha de ser la vejeztud, imagino, lo que en los últimos años me ha llevado de lamentar los repentinos cambios de conducta en determinados seres humanos a comprender que el salame que no sabía ver lo obvio en ellos, es decir la sinuosidad de sus conductas y su natural desmesura, era yo. Así las cosas, se me ocurrió tiempo atrás, mientras dejaba un comentario en otra bitácora, que esto del descubrimiento de la verdadera esencia moral de las personas y de la toma de conciencia individual es algo tan complejo como el ordenamiento de las bibliotecas personales; eso de poner y sacar 'otros mundos' de nuestra estantería de coleccionistas que los han encajado en la caprichosa cuadrícula de nuestra propia óptica acerca del Universo.

Comprendí entonces cuánto tiene que ver el uso que demos a ese ordenamiento personal con el haber llegado a comprender que nadie puede caminar en los zapatos de otro, ni a mirar con otros ojos que los propios, por mucho que psicólogos, sociólogos, 'politólogos' y últimamente hasta supuestos expertos en ciencias exactas y naturales (que deberían repasar sus fundamentos epistemológicos antes de abrir la boca) se esfuercen por demostrarnos contra viento y marea que el oficio de zahorí sigue siendo tan válido y sagrado hoy como en los lejanos tiempos de Asurbanipal III, Darío el Grande, Alejandro de Macedonia o Moctezuma II. A veces uno, que no simpatiza mucho con ellos, lamenta que tipos como Arouet-Voltaire o Swift se hayan muerto. Al menos, nos harían pasar buenos ratos despanzurrando los egos y delirios irracionalistas de algunos 'científicos'.

La razón ha sido hecha para servir a los fines de la vida y -como explicara Goya al retratar mutantes- su sueño produce monstruos, de dos maneras complementarias: a) dejando el lugar del control a los impulsos primitivos más egoístas del ser humano y b) fantaseando al grado de imaginar ser ella misma un absoluto abstracto independiente de lo real, apartándose de su función, cayendo en el delirio subjetivista y meramente lúdico en vez de clasificar objetos para poder tomar decisiones aproximadamente realistas. La hipertrofia de la inteligencia es a veces peor que la simple y sana ignorancia, que al fin y al cabo se supera instruyéndose. El problema se da cuando señores muy pero muy inteligentes, hasta con grados y posgrados universitarios, que debieran estar convenientemente aleccionados por la experiencia histórica colectiva acerca de los concretos riesgos de la paja mental, empiezan a usar la razón siempre en abstracto y a apartarse de la realidad, no conformándose con vivir ellos mismos un ensueño sino pretendiendo además ejercer de matones espirituales para que afirmemos estar viendo los imaginarios enanitos verdes que su ego les hace creer reales. A medida que nos hacemos viejos empezamos a descubrir con preocupación conductas por el estilo en personas que creíamos 'normales'.

¿Qué es la normalidad? ¿Qué es el orden? Dicen los que juran saber de Física cuántica (los que dicen que saben, no yo, y si me mintieron ya habrá una o dos personas que comparecerán indignadas a hacérmelo notar) que la naturaleza del cosmos es azarosa, entendiendo por 'azar' a la imposibilidad de calcular a ciencia cierta y mientras estamos en movimiento cuándo será posible que un objeto que probablemente debe estar allí llegue efectivamente a encontarse en esa determinada posición. O sea, que el cosmos consistiría en un simpático caos que nosotros ordenamos según la necesidad del momento. Y de paso entendemos por qué en nuestra adolescencia los profes de matemáticas contaban que en geometrías helenas como la perpetrada por el compañerito Euclides el movimiento no era considerado, y los geómetras de aquellos tiempos necesitaban imaginar un 'momento' congelado en el tiempo para poder desplegar su teórica mecánica del movimiento a la manera de los fotogramas del cine, o cosa así.

Alzo la vista, miro la desconcertante distribución de mis libros - que conviene suponer análoga a la de mis pensamientos - y hago memoria del título borgiano "La lotería en Babilonia" (relato cuyo argumento parece el de un partido de fútbol o el de una epopeya política). Me permito opinar que si nuestros semejantes pudieron engañarnos y engañarse, entonces no estaban más lejos de las verdaderas virtudes que las personas dotadas de mayor sinceridad: sólo los ha separado de ellas una toma de decisión. Y no puedo entonces sino concluir que si proporcionalmente una parte del cosmos es análoga al todo, entonces los sabios de la Grecia clásica (y los chinos, recuérdese que todo Yin contiene al menos una mínima porción de Yan, y viceversa) tendrían razón.

En esta otra entrada ya me dio por enlazar este cuento del viejo Ray Bradbury, a propósito de eso del "efecto mariposa"...

¿Quod erat demostrandum?

(En el Día de la Patria de 2006, a falta de cosa mejor que hacer, dejo estas paranoicas palabras al viento ;-) )