domingo, junio 04, 2006

¿Legalización?

Antes de dejar congelada por un tiempito más o menos largo la bitácora (la realidad inmediata me reclama), subo esto que sigue, mejora de un borrador de post que escribí -y finalmente no me atreví a publicar- para un foro. Quizás sea un disparate. Se está intentando abrir un debate legislativo acerca de estos asuntos, y en mérito a la tendencia argentina a importar modas bobas de las Uropas, como la creencia escohotadiana en el carácter de vegetal decorativo de ciertas plantitas...

"...¡Mentira, mentira! - yo quise decirle -
las horas que pasan ya no vuelven más..."

(estribillo de "Volvió una noche", famoso tango argentino del uruguayo-francés aporteñado don Carlos Gardel y el excelente poeta brasileño aporteñado don Alfredo Le Pera; con acompañamiento de arpa guaraní sería un antecedente musical del bloque regional en estado de coma llamado 'Mercosur':-))


Los efectos producidos por los alucinógenos son imprevisibles porque dependen tanto del contexto y el componente biológico y psicológico del consumidor como de la vía de ingestión y la dosis empleada. La Cannabis Sativa, de la que se extrae la marihuana, contiene el alucinógeno tetrahidrocannabidol, abreviado a THC. Si fuera un fármaco, diríamos que ese es el 'principio activo' del específico. La cantidad varía según el tipo de planta, el clima y la calidad de la tierra, y para colmo la mayoría de la marihuana se vende con aditivos químicos, lo que produce daños anexos en el cerebro. Un comentario marginal: gracias a la mejora de técnicas de cultivo y a los aditivos, la marihuana que le propinan hoy, año 2006, a los consumidores, es de diez a quince veces más potente y llena de porquerías anexas que la que se fumaba, entusiasta, el prócer rastafari Bob Marley, que mientras tecleo estas líneas suena cantando "No woman, no cry" en mis potentes altavoces.

Este THC actúa como depresor y desorganizador ('alucinógeno') del sistema nervioso central y es consumido de tres maneras: a) como 'marihuana', cigarros de pura yerba o mezcla de marihuana con tabaco y vaya uno a saber qué más (aclaro que en los cigarrillos normales tampoco sabemos muy bien 'qué más' le meten las tabacaleras al tabaco, sobre todo al rubio que pasa por ser menos nocivo sólo porque apesta menos con su olor), b) como 'haschisch', que se saca prensando la resina de la planta y trae un veinticinco por ciento más de THC que la marihuana, y c) como 'aceite' obtenido de mezclar la resina con algún solvente (acetona, alcohol o nafta).

Según bibliografía médica coincidente con relatos de consumidores y ex consumidores conocidos míos, se percibirían sensaciones de calma y bienestar, hambre, locuacidad e hilaridad, taquicardia, enrojecimiento de los ojos, dificultades para controlar procesos mentales complejos, seguidos -porque no todo es felicidad en esta vida- por depresión, somnolencia y sensación de descenso o ascenso de la temperatura corporal, esta generalmente en sentido inverso a la temperatura ambiente. En dosis altas provoca confusión permanente, letargo, estados de pánico. Percepción alterada de la realidad como la describe (pero respecto de su experiencia con la mescalina) Aldous Huxley en "Las puertas de la percepción", en suma. Y aquí, en la percepción alterada, me detengo. Porque esta droga dicen algunos que es divertidísima e inofensiva, pero no me parece lo sea tanto. ¿Razones? Los que dicen saber aducen varias.

Primera: El THC no es soluble en agua. Al igual que sucede con el peyote o el LSD, por ejemplo, los efectos podrían llegar -según el grado de consumo y el metabolismo de cada uno- a reaparecer como 'flashback', que dicen los especialistas, manifestándose repentina e inesperadamente años después de haber dejado de consumirlo habitualmente; además causa daños permanentes en la memoria, sobre todo la memoria a corto plazo, la de lo que te está pasando ahora o te ocurrió hace poco. El cerebro afectado sólo procesa del todo lo que ya le ocurrió hace largo rato, porque la marihuana produce cambios en la estructura de las células cerebrales, especialmente la conexión entre las neuronas (te jode los axones, las dendritas, la mielina) del lóbulo frontal del cerebro. Es decir que según la personalidad del consumidor altera la capacidad de razonamiento, atención y aprendizaje, adormece o exalta -según la persona y la porción de masa cerebral donde se haya ido a alojar esta simpática sustancia- los sentidos y la capacidad de reacción. Así que si uno tiene algún ser querido (amig@, pareja, herman@, etcetera) que sea ex consumidor/a, deberá ponerle toda la mejor disposición del mundo y ser sumamente paciente, porque cuando aparecen sin aviso estas recidivas o crisis fisiológicas suelen deprimirse inexplicablemente, discutirnos sandeces sin nombre durante tres cuartos de hora, vomitar cualquier cosa que comen, sentir cambios de temperatura corporal (curiosamente siempre en sentido inverso a la ambiente) o tener angustias incomprensibles.

Segunda: El cerebro es capaz de traer al presente recuerdos de tiempos lejanos gracias a una parte del cerebro llamada cíngulo anterior, relacionada con enfermedades como la depresión y el mal de Alzheimer; consiste en un sistema de enseñanza que toma la información de los circuitos emocionales humanos y luego la envía a todas partes de la corteza cerebral. Los científicos conocen desde hace mucho que una parte del cerebro llamada "hipocampo" es la encargada de almacenar los recuerdos recientes. Sin embargo, esta estructura no guarda la información de manera permanente. De acuerdo con los expertos, una reducción de la actividad del cíngulo anterior puede ocasionar apatía, depresión, pérdida de atención y otros problemas.

Tercera: El cerebro humano tiene, según parece, un equilibrio químico que no se debe cambiar si se quiere mantenerlo bajo control. Aproximadamente el tres por ciento de la población mundial nacería con una predisposición genética a padecer esquizofrenia. Esta enfermedad se produce por un aumento en la cantidad de dopamina, un neurotransmisor que facilita la conexión entre las neuronas. Su aparición siempre obedece a algún disparador, puede ser una crisis vital, un stress alto o el consumo de una droga ilegal. La marihuana (y no sólo la cocaína, el LSD y otras drogas ilegales) activa fuertemente la producción cerebral de dopamina.

Según médicos y psicólogos especializados, y véase sólo como muestra lo que dice al respecto un investigador brasuca, de la Universidad de San Pablo, habría a partir de todo lo expuesto evidencia científica bastante contundente de que la marihuana acaba por alterar con efectos irreversibles la memoria a corto plazo, la fertilidad en ambos sexos y el ciclo menstrual de las mujeres, y arruina el sistema inmunológico de modo tal que quien la haya consumido mucho tiempo luego resultaría mucho más proclive que el que no lo ha hecho a contraer simpáticas enfermedades mentales como la esquizofrenia (aguantate a un esquizofrénico, si tenés huevos), y puramente fisiológicas de diverso tipo; entre estas aumenta el riesgo de padecer reiteradas bronquitis y neumonías, úlceras y cánceres. Puede resultar más cancerígena la marihuana que el tabaco, pese a la leyenda urbana que fomentan los traficantes en el sentido de que la cosa es al revés y resulta más 'sana' la "yerba" que la Nicotiana Tabaca, leyenda que fomentan también algunos abolicionistas de la prohibición, pero eso ya nos introduce en otras discusiones, como por ejemplo la de quién hace publicidad de estas cosas y por qué, y la de qué es peor, si punir el tráfico y/o el consumo o dejarlos ser a uno, al otro o a ambos dos. Hay otra leyenda urbana - ésta, fomentada por las 'fuerzas represivas', e igualmente falsa, y ojo que lo afirman la poli y algunos políticos, atención, y si uno es buen ciudadano entonces 'no se puede' ni intentar discutir esta arbitrariedad - que dice que todo usuario experimentará necesariamente luego con otras sustancias más peligrosas, cuando en realidad la mayoría de los marihuaneros que uno se cruza por el mundo son consumidores ocasionales, o que se engancharon pero no pasaron luego a otras sustancias, así que eso no me lo creo.

Lo irónico (y nada gracioso) es que uno muchas veces ha escuchado la defensa del porro u otras sustancias alucinógenas hecha por algunos ex consumidores que manifiestan síntomas como los que describí arriba y aun así nos quieren vender el cuento de que drogarse les resultó innocuo. Y eso, cuando en pleno 'flashback' otr@ que no es su propia personalidad de cuando están desintoxicados nos ha discutido más de una vez con los argumentos más atrabilarios la correcta interpretación de cualquier amable e inocente frase nuestra de hace cinco minutos. Para justificarse, suelen embestir contra la coca y otras drogas duras, desviando el centro del debate hacia esas 'drogas malas' que ellos no consumieron o consumen porque tienen -dicen- control suficiente (nadie lo duda: si con los alucinógenos lo pasaron bomba, y obtuvieron lo que les satisface), y he aprendido en los hechos que supuestos ex consumidores ocasionales no abandonan nunca del todo a Doña Cannabis Sativa, en especial si son fumadores y les andan revoloteando alrededor suyo relaciones familiares y/o amistades que fabrican o trafican y convidan no genuinos cigarrillos rubios ordinarios sino lisos y llanos porros caseros, cosa harto fácil de que suceda.

Acotaciones de abogado de menor cuantía, pero con un poco de sentido común. La primera: punir el consumo de drogas es una de las cosas más idiotas que se pueden hacer. Es como punir una sífilis, o el engriparse, o el estar neurótico; exactamente igual de absurdo: un retroceso intelectual en la noción de justicia. El tráfico, incluyendo en la definición de "tráfico" a ese simpático vecino o pariente del adicto que cultiva cannabis en su propio balcón y lo regala a sus seres queridos, ya es otra cosa, porque legalizar la comercialización y el suministro gratuito sin control facultativo de las sustancias que denominamos 'drogas' deja siempre en pie el problema del consumidor (la persona enferma) que es una tremenda carga para sí y para terceros. O sea, respecto del consumidor, tampoco se puede salir por la tangente con el fácil recurso tan caro a algunos 'juristas' de la responsabilidad individual (esa utopía, tratándose de enfermos) como solución al haberse hecho adicto. Porque en general, nadie le quita el porro de la mano a su novia, su amigo o su hermano, o a su vecino. Así que si 'los comprendemos' y los 'toleramos', bueno: a jodernos luego; hemos perdido el derecho de dejarlos abandonados a su suerte. La segunda: más que liberar el tráfico de sustancias perjudiciales para la salud habría que dejar a los traficantes sin mercado; a la larga resulta mejor negocio, a menos que se quiera vivir en un capítulo del "1984" o del "Brave New World" y añejas novelitas por el estilo.

sábado, junio 03, 2006

Universidad Burrocrática Argentina, Sociedad del Estado

"Iré por el camino más largo -le dije-. La carretera principal. No por el sendero de la colina. El embrague me está fallando. ¿Por dónde doblo?"
[Theodore Sturgeon, 'Más que humano'; Traducción de José Valdivieso para Minotauro, Buenos Aires, 1968, pág. 113]


El ejercicio del poder no cambia a las personas: las revela a otros y a sí mismos, en sus mejores y peores aspectos, aun los más insospechados, los que están latentes y se niegan a aceptar como reales. También revela ese ejercicio, asociado al transcurso del tiempo, la naturaleza de las instituciones. Y cada tanto nos encontramos reflexionando a propósito de las dificultades que hay en el camino de quienes intentan ir por donde nosotros ya hemos pasado.

La Universidad, long ago & far away (© William Henry Hudson), antes de su "apertura", cumplía la función de otorgar diplomas que identificaban a un señor como perteneciente a alguna de las oligarquías que hicieron la República meramente Argentina versión 2.0, la de entre 1870 y 1945. Abogado, médico, contador público o ingeniero, eran títulos vinculados a técnicas de control social necesarias para el ejercicio de las reales cuotas de poder adquiridas por ciertas familias.

Luego, y como consecuencia de una serie lenta pero persistente de cambios sociales, empezó a hacerse notar el paulatino acceso a la Universidad de hijos de comerciantes o empleados públicos o de empresas de servicios u obreros especializados y bien pagados, personas que no estaban vinculadas de ninguna manera al sistema político tradicional.

Este fenómeno, iniciado durante las primeras dos presidencias de Perón, se hizo definitivamente masivo en los años sesenta. También se fue ampliando el abanico de carreras posibles. Como estos nuevos estudiantes y egresados de la Universidad pública "post 45" ya no tenían real poder político, y hasta sucedía que a muchísimos la militancia política les importaba un pito (servidor de todos ustedes :-)), los que de entre ellos fueron más hábiles para "acomodarse" empezaron a despuntar el "vicio de clase dirigente" copando paulatinamente los puestos de funcionario en el sistema de enseñanza: cátedras, jerarquías administrativas, profesorados auxiliares, profesorados terciarios y secundarios, representaciones gremiales y cuanto sirve para hacerse ver y sentirse importante, amén de cubrir toda tarea institucional que los "oligarcas" (como los llamarían los peronistas) o "chanchos burgueses" (como los llamarían los zurdos) ya no estuvieran interesados en desempeñar.

A partir de entonces, el ámbito universitario pasó a estar condicionado por la presencia de unos tipos pedantes, resentidos, con fuertes complejos de superioridad o inferioridad, manipuladores, intolerantes, por consiguiente autoritarios. Potenciales pacientes de psicólogos y psiquiatras, of course.

Como muestra de su "modernidad" y adhesión a lo que entienden por el signo de los nuevos tiempos (que lo mismo puede ser "lo que se usa en Europa", "lo último que salió en Gran Bretaña o los Estados Unidos" o la dramática -por los muertos que costó- "liberación nacional y social", u otras hipócritas sanatas semejantes, pongo por caso algún tipo de revolución o reacción), estos personajes dedicaron su tiempo a la Universidad que, concebida en el siglo XIX para ser usada por privilegiados CON PODER POLÍTICO REAL como signo externo de pertenencia a la oligarquía, ahora era funcional al ascenso y parasitismo de otros sectores.

Así que nuestros amiguitos tecnoburrócratas, so pretexto de democratizar la institución universitaria, noción que uno entendería ha de ser sinónimo de mantener la calidad intelectual de sus institutos apoyando el ingreso de cualquier hijo de vecino CON VOCACIÓN UNIVERSITARIA (es decir, no un mero coleccionista de cartulinas que lo acreditan como Licenciado -servidor de todos ustedes, nuevamente- o Doctor -unos pocos con más cerebro o mejores padrinos que yo-, sino alguien interesado en aprender un oficio intelectual preciso porque su naturaleza personal lo impulsa hacia ello), procedieron a desmantelar el fruto del esfuerzo de aquella oligarquía en vez de difundir a todos los ciudadanos que así lo requirieran sus provechos antes restringidos arbitrariamente a una minoría.

En otras palabras, para que los de las generaciones que siguen, más numerosos que ellos y tan bien preparados como ellos lo estaban, no los desplazaran luego de sus miserables quintitas que cuidaban y cuidan como si fueran auténticas y solariegas estancias, se cargaron lisa y llanamente el otrora excelente sistema de instrucción pública argentino, en vez de mantener lo mucho que de bueno tenía y revertir el carácter "domesticador de rebeldes" y "generador de asensos automáticos" y cambiarlo por el sano espíritu crítico y la creatividad.

Por esta vía clientelística, en diversos oficios que requieren para su ejercicio la graduación universitaria y/o la matriculación se ha ido formando una prolija especie de 'tecnoburocracia' que sólo selecciona y promueve los trabajos de determinados 'amigos de la casa'. De esta guisa, uno - sin ser ni querer ser docente ni administrativo UBA - puede ver a amigos de real valía desviviéndose por abrirse paso en el mundo de su especialidad mientras engendros paridos por destacadas nulidades intelectuales (basta con leerlos y notar cómo sus textos definitivos siempre parecen malos borradores) son publicados con bombos y platillos por el mero hecho de ser hijos o sobrinos de alguien que en su momento tuvo un cuarto de hora de fama, o porque sus declaraciones sobre posturas políticas o estéticas van en el sentido de la opinión pública que ciertas empresas o sectores de poder desean formar en los ciudadanos-consumidores. Y un largo etcétera, encabezado por el 'compartir lecho con' y el 'ser amigo de'. Todo lo cual, me temo, es la manifestación en el campo de la enseñanza universitaria de una general pérdida de las libertades individuales: aquí también vale eso de que 'las ventajas comparativas también se crean' (léase: uno puede desvirtuar mercados para llevarse el toco mientras los ingenuos que creyeron ser parte de unas circunstancias espontáneas se quedan llorando a la vera del camino).

La Universidad estatal argentina hace décadas que no tiene nada que ver con la oligarquía. Sin embargo hoy la situación del estudiante ajeno a los circuitos del poder es peor que en 1917: son los pobres más pobres de nuestro país los que pagan a personas hijas de comerciantes o empleados públicos o profesionales de clase media, que a veces tienen buenos empleos en un país lleno de gente en el paro, sus estudios universitarios, mientras no pueden ayudar a la propia prole a cursar los preparatorios para acceder a esos mismos estudios. Los audaces y muchas veces ingenuos infiltrados, que todavía los hay, lo pasan tan mal como algunos lo pasamos otrora.

Así se mantienen establecidas diferencias "de clase" que no se originan en la mayor inteligencia, esfuerzo o suerte de cada cual sino en la ley no escrita de la "nivelación para abajo", el "semos todos iguales" y la prepotencia de un sistema de castas que se finge democrático, se pretende igualitario tomando como ideal la mediocridad que no se remite jamás a instancias superiores, y hasta hipócritamente dice tener sentido "social". Basta con mirar como funcionan la mayoría de los Colegios profesionales.

La Universidad de Buenos Aires es actualmente de una perversidad moral, sociológica, económica y sobre todo jurídica que espanta. A quienes menos ingresos devengan (cuando tienen trabajo) este sistema perverso los obliga a contribuir al sostén de esta entidad autárquica vía impuestos indirectos al consumo (ejemplo: IVA a la manteca, a los fasos, a la cerveza, a la leche, al pasaje de colectivo, a la factura del gas, a los preservativos, y un largo etcétera, que por ahora no alcanza a los libros) aunque no vayan a poder en los hechos usar realmente el servicio. Si cada trabajador-burro de carga, desempleado-desesperanzado o cartonero-bestializado tomara conciencia de lo que le exacciona Papá Estado por distintas vías a lo largo de cada año para mantener esta situación tendríamos una como la del 17 de octubre de 1945 o diciembre de 2001. Me vienen a la memoria los nombres, apellidos y rostros de antiguos compañeros de la Facu que no se pudieron graduar porque no tenían plata para seguir viviendo en Buenos Aires, o hasta porque debían elegir si le daban de comer a sus familias o compraban el abono del tren suburbano que los acercaba a los ya entonces (años ochenta) patéticos institutos de la UBA.

La mayor parte de las carreras universitarias de ingreso masivo tienen como función prepararte para que mantengas el orden social establecido a cambio de tirarte unas migajas. De eso la mayoría de los giles que las hemos cursado creyendo simplemente estar adquiriendo cultura superior y capacitarnos para un laburo tomamos conciencia a medida que se nos va la vida, con nuestro diploma esforzadamente adquirido colgado de la pared para impresionar a las víctimas, digo clientes, o guardado hecho un prolijísimo rollito papiresco dentro de un tubo de plástico.

Estamos asistiendo a una serie de escenas pintorescas a propósito de la administración de los fondos que se asignan a la entidad universitaria autárquica más importante de la República meramente Argentina y los negocios paralelos que sospechamos (sabemos) allí se hacen: escenas de pugilato, chicanas de todo tipo, intervención de personas que nada tienen que hacer tomando decisiones en lugar de las autoridades universitarias y un relajo de la sana y legal disciplina que espanta y que ha llegado a derivar en hechos policiales. La única razón por la que algunos no nos presentamos a devolverle a la puta UBA el diploma que nos acredita como licenciados o doctores en algo es que, por mucha vergüenza que nos dé actualmente haber egresado de semejante institución, debemos seguir ganándonos la vida con lo que allí, mal que nos pese, se supone aprendimos a hacer. En realidad lo que sabemos hacer lo aprendimos tras egresar, golpeándonos la cabeza contra las paredes, porque la venerable entidad autárquica - salvo esfuerzos individuales de puntuales profesores que se compadecieron de 'los educandos' - no nos preparó en absoluto para el mercado laboral real sino para el de la República Popular Pasatista de Disneylandia.

La política no es nada de lo que los señores que disertan sobre política en ciertos foros creen ingenuamente que es. La política es Economía más Derecho, no una actividad literaria en que se debate cómo construir la Nova Ínsula Utopía o la Ciudad del Sol. Esas, Economía y Derecho, son las carreras que estudian por lo general, en la Universidad nacional o en las mejores de las privadas, los hijos de los empresarios, los banqueros y los políticos, que los giles creen que se van a esas carreras porque son fáciles (nada más falso: los desafío a que intenten, sin poseer las herramientas mínimas, hacer la exégesis del título de las obligaciones del Código Civil o desarrollar un plan económico sustentable para un quinquenio, a ver si eso es tan fácil como imaginan) y los suponen incapaces de hacer otra cosa. Pero esos - no todos los abogados y contadores, sino los que son del medio social "del que hay que ser para mandar en la Argentina" - son los que acaban, desde la política, el mundillo de las finanzas y de los negocios a gran escala y por supuesto las jerarquías de la Administración Publica, imponiendo a los que en su juventud se creían "despiertos", "cultos", "inteligentes" y "vivos" sus intereses y sus políticas, a veces disfrazadas de progresismo, pero siempre egoístamente autoritarias. La última moda de estos señores es hacer la apología mediática de la tecnología y la ciencia, con la segunda intención de perpetuar a la santa tecnoburocracia, por los siglos de los siglos, amén...