jueves, julio 26, 2007

Arrieros en la niebla

"La cuenta regresiva se apagó al momento y tan sólo se escuchó en el estadio el débil chasquido del césped al ser doblegado por el leve peso de la pelota en su marcha hacia la línea de sentencia." [Roberto Fontanarrosa: "El área 18"; Buenos Aires, Pomaire, 1982; página 251.]

Corren tiempos pésimos para la poesía, la prosa poética, la épica, los narradores directos pero elegantes y -sobre todo- los lectores agradecidos. Los vientos son favorables, en cambio, entre otros géneros detestables de boludos barrocos, para defraudadores intelectuales con pose de científicos, malos periodistas metidos a literatos (cuando no a periodistas, alcanzando así el nivel propio de su natural incompetencia) y entrenadores de fútbol haraganes y guitarreros. Un delincuente cualquiera hoy puede creerse héroe y enseñar, orgulloso, el oficio a sus hijos, mientras el vigilante de la esquina -acaso, su cuñado- hace la vista gorda en un acto que no quisiéramos creer manifiesta el inevitable, ritual beneplácito de la fuerza pública con los malhechores. Los autoritarios más flojos de sesera, de ambos sexos, fingen, imagen y diseño y RRPP mediante, ser cultísimos amantes de las libertades de los modernos, y entendidos en los vericuetos de la psicología y sociología. Y así por el estilo. Esta parece ser de las peores épocas posibles para la buena gente y las personas sinceras, lo que es mucho si tenemos en cuenta la avasallante evidencia de los méritos que otro momento histórico cualquiera ha hecho para merecer también semejante rótulo.

Quedan vestigios de décadas idas, en que los seres humanos no necesitaban salir por televisión o tener un portal de Internet para existir. Tiempos en que en vez de imitar malamente la sociabilidad con mensajeros electrónicos se hacían amigos o se levantaban minas en la calle, los cafés, las reuniones sociales, y hasta los estadios de fútbol. En que se empleaba apropiadamente la lengua en sus distintos niveles, se escribían misivas a manuela con letra más o menos legible, se corregían los horrores gramaticales y combatían las muletillas. Tales ecos del pasado reciente están constituidos por unas cuantas personas y muchos, cada vez más, en mérito a lo perecedero de los seres vivos, testimonios históricos. Quienes vinimos después que los felices ejemplos estamos cada día en mayor riesgo de sentirnos solos e inútiles. Días atrás, una referencia de la alegría, una prueba viviente de la posibilidad de plenitud del ser humano pasó al estado documental, a testimonio de una era que se muere, y en tal carácter será oportunamente compulsado en bibliotecas y hemerotecas por los investigadores del futuro y desfigurado por la heurística, algunas veces por negligencia o error, y otras por conveniencia.

Se jugaba la semana pasada en Canadá un partido de fútbol sub 20 entre el seleccionado de la AFA y el equipo juvenil de la Agencia de Exhibiciones de Capoeira y Llorones para Entierros "La Rojita" (una ONG chilena que ejerció indignamente la representación balompedística trasandina). Mientras miraba por televisión cómo los nuestros intentaban jugar el partido y los contrarios, asustadísimos ante la oportunidad del éxito, procuraban salir a toda costa como víctimas de una eficaz conjura del resto del orbe para impedir que alguna vez ganen algo, el relator -o tal vez fuera el comentarista- hizo mención al fallecimiento de Roberto Fontanarrosa, un hincha de fútbol rosarino que dibujaba historietas, hizo muchos guiones de Les Luthiers e incursionó en los dominios de la literatura. El partido entre juveniles, en el que no se hizo extrañar la presencia de algún rudo al mejor estilo del uruguayo Wilmar Everton Cardaña, parecía por momentos guionado ciertamente por Fontanarrosa, que nunca supe si era o no pariente de Rodolfo, jurista especializado en derecho comercial (como Vicente Aleixandre, pero sin dotes poéticas, que uno sepa) y asimismo rosarino.

Aunque todos lo conocimos a partir de su labor como dibujante y guionista de historietas, que mantuvo mientras la salud se lo permitió, pues se había agarrado en sus últimos años una simpática esclerosis lateral amiotrófica, el rosarino era por sobre todas las cosas un excelente narrador, rico en recursos literarios, que fue en sus principios reiteradamente traicionado por los tipógrafos. Éstos cometían horrores ortográficos en las ediciones de Pomaire mucho antes que se inventaran los analfabetos en serie con título secundario que hoy hacen el 'script' en los programas de la tele o redactan "papers" en las Universidades, esto es, verdaderos personajes dignos de figurar en las tiras de Boogie e Inodoro. Acaso exagere, pero debe ser el escritor argentino que mejor ha ironizado con respecto al lenguaje de los medios de comunicación y la manera en que 'se le pegan' su vocabulario y mentalidad al receptor. Me refiero específicamente a los giros propios de relatores de fútbol, creativos publicitarios, periodistas, políticos patrioteros, ideólogos lunáticos, etc., combinados estrafalaria pero solemnemente con nociones vulgarizadas del pensamiento filosófico, científico o artístico. Se lo cita hasta ahora más por su ingenio y pasión futbolera que por lo que realmente importa y le será reconocido en el futuro: su buen uso de la lengua y el acerado filo de su ácido discurso.

En mérito a que esta bitácora trata principalmente de la augusta persona de su autor, suscripto, procedo a dejar constancia de que mi primer conocimiento de la obra artística de Fontanarrosa fue a los nueve años, en 1972, gran año, en cuanto de fútbol argentino se trata. Llegaba a mi casa, enviada por algunos parientes cordobeses, una voluminosa revista llamada "Hortensia", en la que se publicaban, entre otros delirios, un par de historietas de su autoría: "Boogie, el aceitoso", protagonizada por un típico matón a sueldo del cine norteamericano, e "Inodoro Pereyra, el Renegáu", historia casi de realismo mágico, calificada por la revista como "poema telúrico". Y la que me llamó poderosamente la atención fue esta última tira, protagonizada por quienes Borges hubiera calificado de "hombres de antigua fe de la llanura abierta, elemental, casi secreta", prescindiendo del detalle de que Mendieta se presentara al lector en forma de perro.

En ese número de la publicación mediterránea, Inodoro y el Mendieta iban arreando desde La Pampa hacia Santa Fe, al mejor estilo de la serie de cowboys "Cuero Crudo", pero con inequívoca épica de nuestra tierra suramericana, no pesados cuadrúpedos sino escurridiza tropilla de quinientas gallinas batarazas, a la voz de "¡Poyo!, ¡poyo!, ¡poyo!..." Ya los aguardaba, creo, en el rancho, la Eulogia, que no era por entonces una china gorda y poco agraciada, como se tornaría luego. En el curso de los años fueron apareciendo en la tira el chancho Nabucodonosor II (sospecho que secretamente auspiciado por Paladini), los ranqueles del Cacique Lloriqueo, los Loros (esa Esfinge colectiva), y todo género de personajes bizarros mucho más relacionados con la filosofía y la historia de la cultura de cuanto algunos intelectuales estarían dispuestos a admitir.

Imagino, sintiéndome un poco Swedenborg, Schwob o Dick por un rato, que si Fontanarrosa, con su aspecto de clérigo mal alimentado de tiempos anteriores al alumbrado eléctrico, llegaba a nacer en el siglo XVIII, muy probablemente le hubiera tocado en suerte, en el reparto de vidas de los agentes administrativos de la Providencia, hacerse cargo del personaje de Laurence Sterne. Si usted nunca leyó una biografía rigurosa del Libertador Gral. San Martín, y por lo tanto ignora quién era su escritor preferido, lo invito a pinchar en el enlace "Laurence Sterne in Cyberspace" de la sección "Revuelto Gramajo" de este mismo blog, y verá lo que es bueno. Dice la leyenda que el fútbol suramericano ha tomado el estilo escocés, y que escoceses eran en su mayoría los fundadores de Rosario Central y de sus queridos primos, así que es un destino ucrónico coherente para un argentino de leyenda. Pero lo cierto, vista la índole de las más famosas criaturas del Fontanarrosa historietista que ha pisado concretamente la Tierra, es que acaso los referidos tecnoburócratas de la Eternidad pusieran a este señor en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XX para que continuara, un poco a lo García Márquez, otro tanto a lo Bustos Domecq, a sujetos traviesos y valientes como el oriental Bartolomé Hidalgo, el porteño Estanislao del Campo o el cordobés (de Bell Ville, como el Guaso Kempes) Hilario Ascasubi. Acaso también para dar el toque de sana ironía a esos ilustradores del Martín Fierro como por ejemplo Mario Zavattaro, y - sobre todo - a paisanos de historieta como Cabo Savino o Martín Toro (versiones criollas del Sargento Kirk, con Tadeo Isidoro Cruz en la mente). O aumentársela a los trabajos de Molina Campos.

Nunca he sabido explicar por qué razón, Pereyra y el Mendieta, que no necesitaron ningún Tadeo Isidoro Cruz que los ayudara a zafar de los verdaderamente malos, vagando, absurdos, inocentes y heroicos, por el campo, desfaziendo tuertos, filosofando acerca del posible o probable sentido de la existencia, poniéndole el pecho a la vida y haciéndose cargo del ridículo, siempre me han recordado a Don Quijote y Sancho. Y a partir de cierto momento de mi vida como lector ya no pude ver el dibujo del lobizónico ladero de don Inodoro sin evocar también al perrito Orfeo, de la novela "Niebla" de Miguel de Unamuno.

Como ya sabrán, y si no lo saben se enteran ahora, este blog está descaradamente de parte de los cínicos. Y de los perros. Yendo al campo de la especialidad de Fontanarrosa, aunque no se trate de un canis familiaris propiamente dicho (tampoco lo es Mendieta, lobizón al que tocó en mala suerte emperrarse durante un eclipse), no puedo sino estar a favor del Compañero Willy Coyote, esa estrella libertaria del comic, y completamente en contra del reaccionario Correcaminos. Los perros son largamente mejores que los seres humanos. Se me objetará, acaso, usando un endeble argumento dolinesco, que la estructura mental de un perro no da para mucho más que la fidelidad y el estoicismo, a lo que responderé, ciertamente, que porque estamos mejor dotados para dirigir racionalmente nuestros actos y evaluar sus consecuencias es que tenemos menos excusas que un perro para ser desagradecidos e injustos. Por otros motivos, que expone, este diario mexicano se manifiesta un tanto de acuerdo conmigo. Léanlo, antes que el periódico actualice la página y se pierda acaso el buen texto. Desde la voluble eternidad del recuerdo, el Negro Fontanarrosa seguirá logrando hacernos pensar... cuando consigamos parar de reírnos: rara virtud, la de no permitir que el receptor del mensaje piense mientras se está cagando de risa. Un éxito lo suyo, don Roberto. Nadie como usted en la Patria.

Añado, tarde pero seguro, un enlace que me ha sido remitido después de una lectura de la publicación original de la entrada: discurso del Negro, años atrás, alegando a favor de una amnistía para las malas palabras, en el Congreso de la Lengua desarrollado en Rosario.

"...soy un hombre. He tenido que sufrir mucho para comprenderlo. Pero ahora sé que no estoy solo. En cada barrio, en cada rincón de la ciudad enorme, en todas partes donde se sufre y se comprende, hay hombres como yo. Y entonces no importa que haya lobos que quieran comprar la sangre y se apoderan de la alegría y la felicidad del hombre. Yo he luchado. He probado mis fuerzas y estoy seguro. Eso... no muere..." [Agustín Cuzzani: "El centroforward murió al amanecer"; Buenos Aires, Cántaro, 2000; página 85.]