I
Hay quienes usan como piezas de ajedrez a los demás seres humanos; los someten a manipulaciones emocionales y caprichos varios para al fin dejarlos a un lado del camino cuando les sobreviene, repentinamente, el cansancio de su compañía. Obsesionados con los ciclos y el eterno retorno a sus propios fantasmas, descartan periódicamente a seres que les han dado afecto o cosas y lugares que se los podrían recordar, imaginando cumplir etapas cuando apenas si están abriendo un nuevo pasillo en su laberinto personal, idéntico al anterior.
A veces, porque no los conocemos lo suficiente o por lisa y llana falta de perspicacia, depositamos por un tiempo afecto y esperanzas en ellos, capaces de sorprendentes dobleces, autoritarismos y simultaneidades afectivas que constituyen verdaderas deslealtades y hacen muchísimo daño a los que confían en ellos.
¿Y a qué viene todo esto? A esta altura de mi exposición imagino ya habrán empezado a pensar, además de en padres, hermanos, ex parejas o ex amigos de alguno de ustedes, también en que semejante modo de ser tiene su proyección social a la hora de tomar decisiones que implican a todo un grupo del que imaginamos esta gente será consciente de hacer parte. Veamos.
II
La así llamada "filosofía política" es una disciplina especulativa muy de moda hoy, cuya finalidad es - afirman sus cultores - presentar como discurso una serie compleja de actividades humanas. Grande será, entonces, el riesgo de presentar afirmaciones o negaciones no ajustadas a la realidad que a través de los resultados de esa operación se nos dice podremos comprender.
Uno supone ingenuamente que una democracia se construye colectivamente no teniendo por qué los implicados en esa tarea estar totalmente de acuerdo en sus respectivas escalas de valores, al punto que ni siquiera necesitan estar encuadrados en estructuras formales de poder.
Para que la toma de decisiones en común por personas cuyas opiniones divergen entre sí resulte posible, se negocia a fin de resolver conflictos. La política, acción libre por sobre todo, no se restringe a discusiones de café entre cuatro iluminados poseedores de la presunta verdad o de una preparación especial para interpretar los hechos respecto de la cual los demás somos aficionados. Por lo tanto, si un hombre político discute es sólo para conocer otros puntos de vista, madurar una decisión y ejecutarla minimizando sus riesgos colectivos.
Se tiende a partir, entonces, de imaginar "democracia" como conjunto de prácticas para la libertad de formación de opiniones y su discusión a fin de tomar una decisión. Una impresionante cantidad de personas autoritarias andan por el mundo, sin embargo, convencidas de su bondad y buena educación al extremo de, con mayor o menor grado de conciencia de lo que están haciendo, servirse del discurso democrático para aparecer respetablemente investidos de "ortodoxia" o "incorrección política", lo que según las circunstancias del caso les permita "acomodarse" mejor.
La filosofía política y el periodismo de hoy en día reducen una serie de procesos bastante complejos de manipulación de la realidad a la mera emisión de sermones y consignas. Hablo de manipulación 'en el buen y el mal sentido', porque lo mismo podemos manipular para dar forma a los conceptos necesarios a la vida que sustituir la realidad por apariencias. Véase al respecto algún interesante trabajo del deprimente pero astuto Arthur Schopenhauer acerca de las malas artes de ciertos polemistas.
El punto de vista del espectador es privilegiado como único válido, y así el drama de la toma de decisiones sobre la vida de millones de seres humanos vale lo mismo que el fútbol o la Fórmula 1 televisados. ¿Demagogia para cultos, entonces, el discurso de estos señores? ¿Pan y pintura, pan y escultura, pan y gastronomía, pan y cine, pan y "ciencia política"? Creo que sí: el cliente ideal de consultoras de opinión y empresas periodísticas vendría a ser un mero espectador del gran teatro del mundo llamado "ciudadano", de quien se exige cierto grado de pasividad y resignación, amén de una conveniente "participación hedonista" en determinados espacios de boludeo que "no nos podemos perder" porque "son lo último", "allí están nuestros amigos", y demás excusas por el estilo. Ciudadano destinado, sin embargo, a que lo iluminen tan brillantes redentores de la especie humana.
Reducida la política al ejercicio público de charlatanería orientada a crear opinión pública favorable, pasividad, o sea asenso (no confundir con consenso, que requiere la crítica y la transacción, sea cual fuere la relación de fuerzas entre las partes), inacción y resignación combinadas con parodias de la amistad y el compañerismo. Mientras llega la hora de Modificar Todo y Redimirnos ;-), se entregan a los ciudadanos-espectadores sucedáneos de emoción violenta al mejor estilo "Brave New World" por la tele, la radio o los diarios, o - ya más cerca en el tiempo - por Internet (jugar a los soldaditos virtuales por medio del Wolfenstein 3 D o últimamente el Warcrafts, o a los bad boys en foros de Internet, por ejemplo). Esta tarea queda a cargo de gente que ha comido bien y puede dedicar muchas horas a leer periódicos, ejercer de sommeliers y gourmets, meterse drogas o alcohol en cantidad, chuparse mutuamente las medias con sus amiguitos (hoy día, casi siempre "virtuales") y/o repetir consignas y lugares comunes sin reelaborar. Gente que no quiere envejecer, que no toma su propia experiencia como parámetro para encontrar un lugar en el mundo, sino que necesita mantenerse en la edad mental actualmente de su sobrino o su hermanita diez años menor.
Suelen predicar desde un Restaurante cinco tenedores, las columnas de opinión o la 'blogosfera' qué son libertad, igualdad y progreso humanos a Juan Pérez, ciudadano estresado, mal alimentado y somnoliento, cuando no andrajoso. Su ideal es el control social optimizado por la observancia de una ortodoxia, y consideran su deber mesiánico imponernos sus tesis. Nada de prácticas concretas de libertad, nada de diferencias susceptibles de conciliación: lo de ellos son prácticas concretas de hedonismo e imposición de sus hábitos al prójimo. La igualdad de oportunidades es el necesario complemento de la libertad y a veces esa igualdad se garantiza disfrutando menos los placeres para que otro pueda tener más oportunidades de vivir dignamente como humano. Un poco de razonable renuncia ayuda a que otros puedan vivir dignamente. No por nada fueron los estoicos y no los epicúreos los que introdujeron embrionariamente la noción jusfilosófica de igualdad ante la ley.
III
Dada mi tendencia a esquivar este tipo de asuntos, acaso los sorprenderá que me haya metido en tales arenas movedizas. Sucede que hace rato estoy harto de la plaga de personajes que se dicen portadores de pensamiento crítico mientras viven exactamente igual que sus supuestos adversarios intelectuales, compartiendo con ellos ética y estética al punto de pretender compeler a otros a partir del gracioso supuesto de que los excluidos de los sistemas socioeconómicos "secundarios" quieren necesariamente lo que a ellos les parece bueno e imprescindible: piletas de natación, casas de fin de semana, viajes al extranjero, dos autos, restaurantes de lujo, juerga constante y demás delicias hedonistas. Claro que nunca los han consultado, porque para esa clase de gente el prójimo es apenas una proyección de sí, no otro tan respetable al menos como ellos y acaso distinto. Es sorprendente la cantidad de personas autoritarias y elitistas no exentas de buenas cualidades a quienes podemos ver sumidas en la autocomplacencia y justificación personal y grupal más antipáticas.
Parece conveniente superar la funesta noción ideológica del "quiliasmo", el mesianismo como Fin de la Historia, olvidado sin embargo de las necesidades presentes de las personas concretas. Esa autocomplacencia postergadora sine die de las mejoras colectivas imprescindibles se basa en actitudes hedonistas y excluyentes que toman al semejante como instrumento destinado a la desesperanza, la decepción y la tristeza, que, mucho más que el miedo o el desconcierto, son lo que nos paraliza socialmente. A veces ocurren cosas como las que vimos en nuestro país a fines de 2001. Pero tras el estallido catártico, llegan nuevamente estos "genios" del quiliasmo, conservador o revolucionario, a "organizar", sin que nadie se los haya pedido, el descontento popular.
Aquello de "a la ética por la estética" será probablemente una mera bolufrase de un estupidiota español, pero a la hora de preferir una estética estamos manifestando nuestra ética y pertenencia social. La herencia que recibimos de la historia no son los lugares ni las cosas sino la posibilidad de hacernos realidades nuevas a partir de las conductas aprendidas. Por eso me causan fobia algunas estéticas protagonizadas por gente que debiera por razones de coherencia estar muy alejada de ellas, personas cuya conducta, a la hora de coordinar la herencia histórica con su acción durante el limitado tiempo que tenemos para andar por este mundo, resulta un tanto inconsistente. El mundo se cambia con conductas nuevas y más empáticas con el vecino, no con discursos que no traducen un aprendizaje histórico y se convierten en la reelaboración de meras palabritas (es decir, en una inocente paja mental), y nos llevan a interrogarnos: ¿de qué le sirve a este charlatán definirse políticamente, si ello no ha de modificar sus conductas en la relación con los demás, y a partir de allí hacer mejor la vida de todos? ¿De qué le sirve esa estética a su portador si es apenas una pose y no una conducta congruente con lo que pretende ser?
No hay por qué avalar la autocomplacencia de estos sujetos, que no comprenden que permitir el acceso al bienestar de los excluidos de él implica cambiar de conductas para hacerles posible acceder a mínimos estándares de vida digna. La mayor parte de la especie humana tiende a adoptar los aires del nuevo rico en épocas de vacas gordas, algo que ha sucedido en diferentes lugares y tiempos históricos. Por eso la ética política pasará en nuestro asunto por ser capaz de mantenerse ligeramente al margen de ese aburguesamiento. Entre otras cosas, porque las realidades de las sociedades opulentas son muy distintas de las que viven las sociedades inmersas en la pobreza, y también porque los miembros éstas saben muy bien que es probablemente falsa la hipótesis según la cual el mayor consumo permite como regla general la transferencia generalizada de recursos de una economía (privada o pública) a otra y la presunta y consiguiente mejora de las condiciones materiales de vida de aquellos a quienes se dice se intenta mejorar sus presentes y futuros. La panacea de la austeridad es falsa, la de la revolución, además de falsa es sangrienta, y la de la "soberanía del consumidor" y la de la recaudación fiscal y comercio exterior que todo lo compensan, también lo es. Mientras, el mundo sigue andando y el tiempo no para. Y nadie tiene a la verdad de su parte sin cotejar la teoría con la realidad. Así, el fracaso que se suele observar de todo tipo de decisión colectiva sin autoridad política, sin estructura de poder, tiene que ver con la necesidad humana de buscar delegados-mesías-chivos expiatorios que "representen" un vago interés colectivo y nos libren de la molestia de comprometernos concretamente con determinadas soluciones razonables y justas, aunque por economía decidamos ejecutarlas a través de mandatarios. La justicia y la razón importan concretamente a mucha menos gente de la que se llena la boca con ellas.
En sociedades prósperas se puede ver desde el aburguesamiento al "pensamiento crítico" como una elaboración estética, pero en las sumergidas queda rápidamente claro que la defensa de ciertos valores es una cuestión de acción, aunque carezca de estética alguna: si hay quienes no están dentro de los circuitos formales de la economía y el derecho, y se pretende adquieran cierto bienestar material cuya razonable consecución podría alterar el mantenimiento del "status quo", hay que recordar en todo momento es ese tipo de valores lo que excluye a esos otros del disfrute de los bienes materiales indispensables para una vida digna. Muy difícil será que alguien construya algo mejor que el mundo que conocemos a partir de la imitación y práctica de una axiología que ha llevado a ser tan estupenda a la sociedad actual. La democracia no es sólo un juego de las mayorías: las minorías también juegan, por eso es democracia. Ahí está la diferencia.
Muchos cambios históricos nacieron de la actitud marginal y ascética divorciada de la mera inercia mayoritaria. Las mayorías quieren aburguesarse porque es lo menos rupturista: "el que piensa, pierde", como en la imaginaria (o no) televisión de Les Luthiers. Un "pensamiento crítico" debería ser todo, menos cómodo. Para mantenernos sin cambios de conducta, dentro de los carriles de lo que no implica riesgos, ya tenemos la receta sin necesidad de posar de rebeldes: con gozar los beneficios que nos proporcione la eventual opulencia basta. No hay necesidad de las pequeñas rebeldías, pero sí de cierta desconfianza hacia la estética de la indiferencia. Si renuncio a un bien de lujo pero consumo por cien pudiendo hacerlo por ochenta (y sobrándome en tal caso numerario, porque por ejemplo las necesidades mínimas se satisfacen con veinte) mientras otro igualmente necesitado que yo ni siquiera puede acceder a diez de esos ochenta, entonces la verdad es que bien puedo ahorrar a ese pobre congénere el estéril espectáculo de mi estética rebeldía. Si pienso como digo que pienso, actúo en su favor. Si no, me limito a dejar todo como está.
La sacralidad otorgada a algunos textos, dogmas y formalidades tiene mucho que ver con la ingenuidad del receptor del mensaje, y por eso es tan importante contextualizar y estar en guardia contra uno mismo. Actitud más que suficiente para que el mundo y la relación con los demás resulte óptima o mejore lo presente. Pero aun así deberá estarse atento al riesgo denunciado tantas veces en las novelas de Hesse o Dostóievsky: que la gilada quiera proyectar liderazgos en hombres comunes - mas sinceramente ocupados en el análisis de ciertas realidades - para no tener que cargar con el duro trabajo de pensar y actuar. De esa situación al rol de chivo expiatorio, mesías o mártir, sólo hay un paso. Tal el desconcertante papel que suelen protagonizar - simétricamente - los alevines de líderes políticos, que imaginan a sus interlocutores desconocidos, genéricos, virtuales, en físico y cualidades morales proyectándose a sí mismos, mientras éstos, en un juego peligroso, hacen lo propio con ellos.
Hay quienes quisieran volver a un momento determinado para decir algo a quien no volvieron a ver, conozco a los que quisieran suprimir de la Historia general a algún cierto personaje nefasto, sé de quienes quisieran no haber conocido a alguien que amaron mucho y no estuvo a la altura de lo que imaginaron parecía poder darles... Pero yo, Alfredo, no quiero volver a ninguna parte. No por nada, en cierta ficción literaria el funcionario caído en la rebeldía llamado Montag de lo que se acordaba era del para muchos intolerable Eclesiastés: "para todo propósito hay un tiempo debajo del Sol". Volver atrás el tiempo sería el sueño de más de uno. Al menos, a cierto momento que permita modificar algo que se hizo mal según nuestro parecer y así regresar al presente para ser felices. Olvidan quienes piensan esto último que para la eficacia de semejante proceder deberíamos caer en la amnesia de ese acto modificatorio. Si no, carece de gracia.
IV
Conviene comprender que en la vida no hay tiempo para ocuparse de técnicas para conquistar el poder si lo que queremos es vivir ahora mismo en genuinas libertad y paz con nuestros semejantes. Eso de "el poder" dejémoslo para los charlatanes de feria amantes de las formalidades y los símbolos, pongo por caso esos geniecillos que brillan fácilmente, San Google y prepotencia mediante, en cualquier foro de opinión. En la relativa democracia posible que impera allí donde hay Estado, todo funcionario designado por comicios se ha ganado su lugar, por suerte o por desgracia, con el voto más o menos libre del hombre de la calle. Digo "más o menos libre" sabiendo que ese hombre de la calle no tiene derecho a pedir que se lo "cuide" más allá de ciertos límites de edad y aptitud psicofísica, y que no dejarse engañar es su trabajo, su esfuerzo cultural, del mismo modo que intentar venderle buzones es el rol de los políticos profesionales a quienes nuestro hombre de la calle mantiene con costosísimos impuestos indirectos. Prosigo: y las decisiones de otras personas condicionadas por otras realidades inmediatas distintas de la nuestra serán manifestaciones de opciones o elecciones diferentes de las propias, pero en su contexto también valen y se suman. A saber lo que haríamos nosotros en la piel de otros (pero debemos preguntárnoslo). El cambio social no ha resultado nunca de variar a las personas con poder ni a las leyes, sino de las prácticas concretas de libertad y tolerancia que se lleven a cabo en la vida cotidiana de cada uno de nosotros, y que luego deben ser reconocidas por las instituciones, inclusive la de los comicios. Ya lo dijo el amigo Göethe: "Está afuera todo lo que está adentro".
Volviendo al principio de este texto digo desde mi profunda ignorancia que tal vez haya "algo" que estos formadores de la opinión pública, de acá y de allá, no nos explican bien. Siguen invocando autoritarismos intelectuales en vez de argumentar sobre las consecuencias de la presencia o no de prácticas concretas de libertad, y a los desequilibrios generados por la aparente libertad, limitada en los hechos (que no en las normas, pues el alcance de éstas depende de las prácticas concretas de los sujetos de derecho) a quien tiene demasiados bienes o al que carece de todos ellos, sólo saben oponer un espiritualismo superado por la ciencia o - peor todavía - un mesianismo economicista barato que en casi dos siglos ni siquiera ha podido explicar satisfactoriamente al género humano cómo es que se hacen normas de reparto equitativas o se forma un precio, entre la sonrisa de los autores "burgueses" de manuales realmente científicos de Derecho y Economía. Fingir que es posible someter a infalible cálculo de probabilidad y aun posibilidad cada decisión humana y privilegiar un fin ideológico cuasi religioso por sobre la realidad y la libertad de tomar críticamente la realidad como único punto de referencia válido sería gracioso, sería irónico, si no fuera el previsible fruto de una consecuente hipocresía social. El llamado "quiliasmo", la ilusión de la historia justificada por el fin de los tiempos y la redención colectiva conforme el imaginario propio, es un negocio de los ricos y los chantapufis, no de los excluidos de los beneficios sociales. Nuestro vecino hambriento no puede esperar a otra vida para saciar su apetito.
En la práctica, es imposible determinar si el consumo de nuestros sibaritas será suficiente para que quienes se encuentren excluidos de la posibilidad de acceder a condiciones mínimamente dignas de vida puedan gozar de ellas. Lo que suele suceder con la esperanza progresista en la utopía keynesiana es que los impuestos, cuando se recaudan, se (mal)gastan en una tecnoburocracia supuestamente asistencialista, y el resto del dinero con que se paga el consumo suntuario queda circulando entre empresas que hacen parte del circuito de producción-abastecimiento-servicio al cliente. Pero los excluidos de la sociedad, que debieran interesar al pensamiento político "progresista", están frecuentemente fuera de todo circuito económico formal. Las enormes cantidades de desempleados y mendigos que pululan por tierras americanas indican que si nuestro sibarita o intelectual de buenos ingresos y tren de vida acorde es realmente un tipo tan "de izquierdas", con tanta "conciencia social", debería entonces participar activamente en tareas de asistencia directa a esos desgraciados en vez de ocupar su tiempo en el sibaritismo. Y mientras llega la oportunidad propicia para que ponga manos a la obra, que puede ser por ejemplo ahora mismo, que cierre por favor el pico, si es que pretende usarlo para hablar.
EPÍLOGO Y DEDICATORIA (sí, damas y caballeros: ¡este ladrillo se termina!)
Este largo e inhóspito texto, señoras y señores lectores, si todavía queda alguno por allí, está dedicado a la buena memoria de mis abuelos Alfredo, corrector de estilo, y Vicente, metalúrgico, y en general al ejemplo recibido de la mayoría de mis antepasados, que, en vez de hablar y escribir pavadas con pretensiones de infalibilidad como acaso lo hace quien les habla, se levantaban cada día de sus vidas a las seis de la mañana para ir a trabajar. Luego, durante las noches, mate y cigarrillo en mano, filosofaban acerca del fútbol, el cine, la literatura, la ciencia, la música, las mujeres y demás maravillas del Universo hasta la sagrada hora de irse a dormir. De cada uno de ellos puedo orgullosamente decir: "su muerte fue una secreta victoria" (© JLB, 1982).
Un regalito: letra del yorugua Jaime Roos.
EL HOMBRE DE LA CALLE
El hombre de la calle
atraviesa el temporal
porfiado, de sombrero,
encorvado al caminar...
Se para frente a un quiosco:
lo distrae un titular.
Y sigue, como siempre,
como todo en la ciudad.
No me hablen más de él.
No me hablen más por él.
Que yo lo veo en cada esquina
y lo escucho en el café.
El hombre de la calle
Dice: "¡No te aguanto más!";
en medio del discurso corre
bruscamente el dial.
Él sabe que a ese hombre
nunca lo verá en su hogar;
ni el vino ni la mesa
junto a él compartirá.
No me hablen más de él.
No me hablen más por él.
Que yo lo veo en cada esquina
y lo escucho en el café.
El hombre de la calle
sigue yendo a trabajar,
porfiado, de sombrero,
más allá de un temporal...
A veces compra un diario,
se lo lleva para hojear
las fotos del partido
en la página de atrás.
No me hablen más de él.
No me hablen más por él.
Que yo lo veo en cada esquina
y lo escucho en el café...