que el campo se lo pidieron,
la hacienda se la vendieron
pa` pagar arrendamientos,
y qué sé yo cuántos cuentos;
pero todos se fundieron.'
José Hernández: "El Gaucho Martín Fierro", 173; "Martín Fierro", Edición del Centenario, pág. 44; Buenos Aires, Libra, 1972]
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. No me refiero a la tejida por las pretenciosas normas judiciales que urdimos los hombres y Hernández hiciera descubrir en otra parte al Fierro desde sus propias lecturas de Confucio, Epicteto, Manrique y el acaso rudimentario jurista uruguayo Pérez Gomar, sino a la que es fruto de la mera superposición de caminos terrestres y marítimos, algunos de ellos hijos principalmente del azar, y otros deliberadamente escogidos entre diversas posibilidades.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Lo sabe cualquier persona que haya tenido oportunidad de mirar desde una elevación del terreno la tierra surcada horas antes por unos tanques, o unos tractores, o simplemente unas '4 x 4' a campo traviesa. La guerra, la siembra y el turismo son otras tantas telas de araña.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. El que goza de fama de sabio en el Septentrión parece un ente ignaro en el Meridión, y viceversa. Quien exhiba ética intachable en el Oriente podrá ser acaso insolvente moral en Occidente, y recíprocamente estará en riesgo de validar por vía empírica la importancia de la cultura en la diferenciación sociológica entre grupos de seres de una misma especie con el simple requisito de un corrimiento en el espacio. El valiente en el mar resultará muchas veces cobarde en tierra firme, el audaz andariego incapaz de gobernarse en medio del océano, y quien ejerza la prudencia y la templanza en el caos y la incertidumbre acaso adolezca de fatales aventurerismo y descortesía inmerso en la más ordinaria previsibilidad. Nuestras virtudes y defectos nos atrapan en una tela de araña.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Me ha parecido ver, desde un recodo del camino de hilo en que ando atrapado, esbozar una sonrisa apenada al cefalotórax del dueño de casa, que aguarda por nosotros en el centro de su delicado abismo: sabe que nadie intervendrá para cortar este nudo gordiano en que gimen, vociferan o guardan silencio sus huéspedes (a cada cual, su temperamento y la carga de sus destinos). Mejor así. La inercia es una tela de araña, y acaso la voluntad también lo sea.
Porque todos los caminos del mundo, no sólo los de la Ley, son una alucinante tela de araña. Esta bitácora es una tela de araña, un libro es una tela de araña, una canción es una tela de araña, una ideología es una tela de araña, y tu mente, acaso lector, también. Una tela de araña, simple y eficaz, tejida a medida del usuario por sus propias víctimas. La telaraña virtual por antonomasia.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. El innegable componente de álea en que la acción humana está encuadrada temporalmente no impide crear a gusto del sujeto absolutos matemáticos o parámetros lingüísticos que suplanten la realidad y la hagan más llevadera. Hay que saber arrojar los dados y hacerse cargo, a cada instante, de esto que hemos dado en ser y que no es sólo un enunciado o una expresión abstracta. Saber ponernos serios o sonreír, según corresponda, y empezar a hacernos de nuevo.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Puede que sea hora de cortar los hilos del camino y dejarse caer, venciendo los miedos, al aparente vacío. Tiempo de confiar nuevamente en la suerte. Quizás lleguemos, más o menos ilesos, a otra tierra, donde gozar nuestra breve existencia mientras a quienes se creyeron virtuosos los espera el anfitrión arácnido, el autómata que teje el Hilo Interminable, por no haberse atrevido a volar sin alas. O quizás caigamos indefinidamente a un vacío sin fin. Poco importa: la eternidad es una tela de araña, como la finitud.
Me despido hasta una apropiada ocasión, confusas aunque sensibles damas, perplejos pero recios caballeros. Dejo a cada uno a solas con su correspondiente tela de araña, y les deseo que tengan éxito. Estar en cierto lugar de una telaraña es, hoy, el menor de nuestros problemas.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Lo sabe cualquier persona que haya tenido oportunidad de mirar desde una elevación del terreno la tierra surcada horas antes por unos tanques, o unos tractores, o simplemente unas '4 x 4' a campo traviesa. La guerra, la siembra y el turismo son otras tantas telas de araña.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. El que goza de fama de sabio en el Septentrión parece un ente ignaro en el Meridión, y viceversa. Quien exhiba ética intachable en el Oriente podrá ser acaso insolvente moral en Occidente, y recíprocamente estará en riesgo de validar por vía empírica la importancia de la cultura en la diferenciación sociológica entre grupos de seres de una misma especie con el simple requisito de un corrimiento en el espacio. El valiente en el mar resultará muchas veces cobarde en tierra firme, el audaz andariego incapaz de gobernarse en medio del océano, y quien ejerza la prudencia y la templanza en el caos y la incertidumbre acaso adolezca de fatales aventurerismo y descortesía inmerso en la más ordinaria previsibilidad. Nuestras virtudes y defectos nos atrapan en una tela de araña.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Me ha parecido ver, desde un recodo del camino de hilo en que ando atrapado, esbozar una sonrisa apenada al cefalotórax del dueño de casa, que aguarda por nosotros en el centro de su delicado abismo: sabe que nadie intervendrá para cortar este nudo gordiano en que gimen, vociferan o guardan silencio sus huéspedes (a cada cual, su temperamento y la carga de sus destinos). Mejor así. La inercia es una tela de araña, y acaso la voluntad también lo sea.
Porque todos los caminos del mundo, no sólo los de la Ley, son una alucinante tela de araña. Esta bitácora es una tela de araña, un libro es una tela de araña, una canción es una tela de araña, una ideología es una tela de araña, y tu mente, acaso lector, también. Una tela de araña, simple y eficaz, tejida a medida del usuario por sus propias víctimas. La telaraña virtual por antonomasia.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. El innegable componente de álea en que la acción humana está encuadrada temporalmente no impide crear a gusto del sujeto absolutos matemáticos o parámetros lingüísticos que suplanten la realidad y la hagan más llevadera. Hay que saber arrojar los dados y hacerse cargo, a cada instante, de esto que hemos dado en ser y que no es sólo un enunciado o una expresión abstracta. Saber ponernos serios o sonreír, según corresponda, y empezar a hacernos de nuevo.
Los caminos del mundo son una alucinante tela de araña. Puede que sea hora de cortar los hilos del camino y dejarse caer, venciendo los miedos, al aparente vacío. Tiempo de confiar nuevamente en la suerte. Quizás lleguemos, más o menos ilesos, a otra tierra, donde gozar nuestra breve existencia mientras a quienes se creyeron virtuosos los espera el anfitrión arácnido, el autómata que teje el Hilo Interminable, por no haberse atrevido a volar sin alas. O quizás caigamos indefinidamente a un vacío sin fin. Poco importa: la eternidad es una tela de araña, como la finitud.
Me despido hasta una apropiada ocasión, confusas aunque sensibles damas, perplejos pero recios caballeros. Dejo a cada uno a solas con su correspondiente tela de araña, y les deseo que tengan éxito. Estar en cierto lugar de una telaraña es, hoy, el menor de nuestros problemas.