sábado, enero 23, 2010

Summer Time

[Esta entrada va sin epígrafes: es algo así como el borrador para un mal poema.]

Fíjese cuánto daño hace el tiempo a la memoria: la ruta invernal desde una casa antigua hacia cierta escuela majestuosa, a través de una calle arbolada con paraísos, jugando con el aliento (que podía verse blanqueando el aire), sonriendo, subiendo y bajando cuestas, se me ha hecho un viaje de como medio siglo.

Y no vaya a pensar que la tristeza, el hambre, el desengaño, la violencia o la mala circulación sanguínea pueden matar a un hombre, no: el hombre empieza a morir cuando descubre lo lejos que le ha quedado el niño, y lo imposible que es recuperarlo.

No son los trabajos ni los días por sí mismos los que me han fatigado, ni la soledad, sino sucesiones de desencuentros. El metal se degrada en el tiempo. Tal el origen de la falta de ingenio... y del mal uso de los signos de puntuación.

Se escuchan ruedas corriendo sobre el asfalto. Hay olor a tierra mojada: es la lluvia, que regresa, a veces como tragedia y otras veces como farsa.

Una bitácora abandonada viene a ser como el puente de mando de un buque fantasma. A veces, pasa una golondrina, un albatros, un cormorán, y se posa en los maderos medio podridos de las cubiertas. A lo lejos, se ve la línea azul de la costa. Espero el ocasional pirata llamado al abordaje nunca confunda mis memorias con algo parecido a la nostalgia.

Por este año, que apenas si ha comenzado, ya escribí lo suficiente.