domingo, marzo 27, 2005

Me & Mr. Bradbury

Me debía y les debía la transcripción de este párrafo apocalíptico:

"...Llénate los ojos de asombro, vive como si fueses a morir en los próximos diez segundos. Observa el universo. Es más fantástico que cualquier sueño construido o pagado en una fábrica. No pidas garantías, no pidas seguridad, nunca hubo un animal semejante. Y si alguna vez lo hubo, debe ser pariente del perezoso, que se pasa los días cabeza abajo, colgado de una rama, durmiendo toda la vida". Al diablo con eso - exclamó Granger -; sacuda el árbol y que el perezoso caiga de cabeza.
-¡Mire! - gritó Montag.
Y la guerra comenzó y terminó en ese instante.
..."

(Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en la traducción de Francisco Abelenda para Minotauro, Buenos Aires, 1958)

No soy muy amante de la ciencia-ficción (scientifiction), pero sí de la literatura fantástica. Y me parece que ese es el género que en realidad hace Ray Bradbury.

Leí por primera vez a Bradbury a los once o doce años, en 1974 ó 1975, acabando la primaria. Los libros fueron ”El país de octubre” y "El hombre ilustrado". De aquellos tiempos recuerdo haber sido iniciado en el conocimiento de autores tan increíbles para mi edad de entonces como Dalmiro A. Sáenz (”¿Quién, yo?”), mi tocayo Alfred Jarry (”Costumbres de los ahogados”, antología que incluía aquel texto sobre lo que contiene el cerebro de un gendarme) y Guillaume Apollinaire (”El heresiarca & Co.”), entre otros.

Cinco años más tarde, en el ingreso a la Universidad debí leer por imposición de un programa de estudios, entre otras cosas, "La Ciudad de Dios" de San Agustín, el "Canzoniere" de Petrarca, "Edipo Rey" de Sófocles, "El Rinoceronte" de Eugene Ionesco, y "Fahrenheit 451" de Bradbury. El responsable de ese curso nos insinuó 'sotto voce' que no se animaban con "Animal Farm" y Mr. Blair u Orwell (según prefieran), ni siquiera con "Brave New World" de Aldous Huxley, por la ideología de los autores que iba a dar lugar a serias y peligrosas confusiones.

Ahí volví, entonces, a tropezarme con el viejo Ray: lo de los bomberos quemando libros y los outsiders escapando de la supuesta civilización uniformadora y niveladora hacia abajo me fascinó, aunque por esos tiempos no alcancé a comprender cabalmente sus implicancias sociales y personales. Y al poco tiempo, en una librería de viejo, dí con la edición de Minotauro en traducción de Abelenda y con prólogo de Borges (1955) de las "Crónicas Marcianas". Conocí calificadas opiniones acerca de ese libro en dos oportunidades poco antes de leerlo. Primero había sido la transcripción de una charla de Borges en Radio Nacional, donde en cierta época hacía un microprograma de radio sobre literatura, y es sabido que al vejete le encantaba la literatura fantástica del tipo de Stevenson, Wells, o Bradbury. Y pude oír a Bradbury mismo, en una visita suya a Buenos Aires hacia 1979/1980. Contó entonces que mezcló unos cuentos que había empezado a redactar en clave fantástica desde 1946 sobre la crisis de los valores originarios de los Estados Unidos con las fuertes impresiones que le causaron una serie de decisiones de su propio gobierno, concretamente algunos hechos como la intervención en Guatemala a principios de los años cincuenta bajo la tradicional acusación de cabeza de puente rusa en el patio trasero (acaso haya habido algo de cierto en esto), y de ahí sacó, casi de un tirón de inspiración, la redacción definitiva de esas polivalentes "Crónicas marcianas".

Lo mejor de Bradbury es que se trata de uno de los autores que es grato leer en una noche estrellada, en el patio de una casa construida hacia 1880, en una calle con declive, cuesta abajo hacia el sur, con un perro o gato y/o una abuela haciéndonos silenciosa compañía, y acaso un pequeño tratado de astronomía elemental, Cabrera y Medici o Colin A. Roman, por ejemplo, para ir aprendiendo a localizar algunos astros 'a ojo pelado' y conocer sus nombres, y así viajar con Ray.

No pocas veces se mete con el hemisferio opuesto al suyo boreal, o ambienta sus cuentos en otros países de América, y uno puede viajar entonces como si leyera a Wells o a Lovecraft, por ejemplo, o si volviera a ver esas viejas y amadas series yanquis de los sesenta. Yo recuerdo haber estado fascinado con el robot de "Perdidos en el espacio", sin ir más lejos, y cada vez que me tropiezo con el viejo Ray me hago un mix espiritual de ambiente country blues, novela de Faulkner o de Erskine Caldwell, y aventura espacial. Bradbury "pide" fondo de Robert Johnson, Big Bill Broonzy o Sonny Boy Williamson, por ejemplo. Lo más urbano que puede tolerar como acompañamiento musical son Cab Calloway o unos mariachis, en su caso.

Es de esos autores con que puede uno ayudarse para mirar el cielo estrellado con otros ojos. Para los tiempos que corren, tan lejos del ambiente de los sesenta o principios de los setenta, no está nada mal, creo. El ensueño y la sonrisa son de agradecer en toda ocasión, y más todavía si van acompañados con una certera visión de lo humano y transitamos estas épocas de amargo desconcierto.

Soy aficionado a la Historia. Bradbury, sin ser historiador, me enseñó con su arte algo fundamental para un joven inquieto: que la Historia sí existe, pero no es como la cuentan los que ejercen circunstancialmente el poder. Que tras la tranquilidad y las apariencias apacibles aguardan turbias asechanzas, y tras supuestos libertadores y "transgresores" a veces se esconden los peores liberticidas y egoístas. Otro autor, favorito de uno de los habituales comentaristas de este dignísimo blog, me refiero a Philip K. Dick, dejó escrito por ahí 'reality is just a point of view'. That's right, Phil ;-).

El problema central de nuestra vida nunca son las permanentes transformaciones de los entes, seres humanos incluidos, sino los cambios que a la construcción discursiva de la realidad hacen quienes tienen mayor poder de condicionamiento socioeconómico de la vida cotidiana. La sociedad y sus instituciones parecen funcionar como las partes en un contrato de adhesión, cuya dinámica es menester ser capaz de criticar permanentemente para que el mayor poder de condicionamiento de las acciones no aplaste nuestra libertad con sus normas predispuestas unilateralmente como si fuéramos hormiguitas. Y nadie puede ejercer esa crítica sin una previa autocrítica. Hay que ejercer la plenitud de la memoria para saber quién es uno y así poder conocer las relaciones de fuerzas: dónde empiezan y terminan nuestra voluntad y el imperio de lo que se pretende exteriormente sea nuestra conducta.

Eso sí: si todo lo que nos cuenta Bradbury lo hubiera tenido que leer de otros autores menos dotados para comunicar sus percepciones, seguro que no me acordaría del menor detalle. Porque la 'scientifiction' en realidad es literatura de la especulación científica en la parte menos científica de la ciencia, perdóneseme el juego de palabras, y a la vez disfrute por el autor y el lector de la aptitud de la ciencia para romper conceptos tenidos por inmutables. La capacidad para mirar los hechos desde ángulos distintos o de crear nuevas situaciones jugando con la idea prohibida fuera de lo ucrónico al buen historiador, o sea el "¿y qué sucedería si...?", pone en juego, en la buena literatura fantástica, las variables sociales, éticas, religiosas y científicas en las que nos movemos sin tomar conciencia de ellas. Es "un cachetazo al vicio", un ejercicio que nos fuerza a modificar siquiera transitoriamente nuestras percepciones, ideologías y creencias para obligarnos a ver la realidad con los ojos de otros. O de los otros que nos negamos a ser.

Me aburren (casi uso el grosero argentinismo "me embolan") los escritores de cualquier género que se creen en el deber de enseñarme algo. Cuando huelo que un tipo, en vez de usar el vuelo de su imaginación para compartirla, pretende que la obligación del arte es enseñar ciencia o bien pronosticar con fuerza horoscopera cómo vendrá la mano del futuro, o alertarnos sobre lo malo que el porvenir será, huyo raudo cual saeta en dirección a gente acaso más ignorante, pero también más ingeniosa, y por eso digna de ser escuchada. Aunque, por desgracia, durante cierto período del siglo XX ése fue el objetivo de varios de los más difundidos exponentes del género.

Así, nadie ha conseguido embolarme tanto literariamente como Isaac Asimov. Quizás sí algunos escritores de novelas policiales inglesas (excluido por supuesto el venerable Chesterton). Ni siquiera ciertos juristas y economistas, saltimbanquis ideológicos y literarios maravillosos, orientados a ganar el espacio intelectual para preparar un terreno político, me han fastidiado tanto, pues luego resultan divertidas sus doctrinas, una vez trasladadas al terreno de la ciencia y confrontadas con el llamado Universo o Realidad. Uno no puede dejar de encontrarlos un juego, un ejercicio intelectual de método y estilo para conocer el escenario de confrontación. Pero cuando uno lee "por deporte", es otra cosa lo que espera.

Y no es lo mismo el alienígena verde de un escritor fantástico que el de un escritor de ciencia ficción "dura". En lo que a mí respecta, opino que el lugar del método científico es principalmente el análisis bromatológico, la física, o la evaluación de la prueba producida en juicio. "Realismo" literario es, por definición, tomar a los objetos como exactamente se perciben o sistemáticamente se racionalizan. El realista - que puede ser un gran escritor - finge no describir la realidad a partir de su punto de vista. Intenta disfrazarse de múltiples personajes ocultando todo lo que pueda sus hilos de titiritero para proporcionarnos una sensación de veracidad absoluta, de "hecho real". Era el ideal del naturalismo positivista de mediados-fines de siglo XIX. Zola, Galdós y esos tipos.

Pero, como decía Macedonio, no es el realismo poderoso arte; crear o comunicar cierta belleza literaria o artística en general sin la menor ruptura con la realidad para meter al receptor dentro de nuestro convencionalismo arbitrario es bastante difícil de conseguir por la vía del realismo. El ser humano gusta de los juegos de fantasía que le permitan vivir otros mundos propios y es en estos otros escenarios en los que aceptará duras realidades que en el día a día no querría ver. Ejemplo: cuando vamos al teatro, y una trifulca conyugal sucede en el dormitorio, ¿no falta una pared? Otro ejemplo, más venerable, y me cago en Racine, es el del teatro clásico griego, que se caracterizaba por no tener escenografía: "¡Mira, oh, Electra, ese trirreme que se aleja hacia Creta!, decía el protagonista mirando para allá. Y atrás de los enmascarados actores, en vez del trirreme pasaría, supongo, el meteco manisero o el mercader persa de la Coca-Cola vendiendo refrigerios al público, como en la cancha. Y la magia igual funcionaba...

Hablar directamente de lo que pasa en el mundo sin el rodeo de la hechicería artística, confundiendo eso con el realismo, por lo general lleva en literatura a cosas insustanciales. Ahí anda sin embargo la admiración de muchos por el prolífico amigo Asimov y sus inequívocos y ruidosos lavarropas de los años cincuenta disfrazados de imaginarios marcianos. Espero no se me vaya a enojar ningún adicto a la "ciencia ficción dura", pero hablo de literatura, no de ciencia. Insisto: de artificios para comunicar ensueños, no de análisis de orina.

Quise recordar buenos momentos pasados con un libro en la mano, curiosidad en los sentidos y muchos sueños en la cabeza. "Las maquinarias de la alegría" (para usar el título de otra buena colección de cuentos de don Ray) en mi caso hace un tiempito que no funcionan apropiadamente. Están atrancadas desde que escuché estas seis palabras juntas: "tenemos que ir a lo seguro". La eterna pregunta es: ¿cómo? Si a Seguro, sabemos, lo llevaron preso:-).

Se me olvidaba: desde mi encuentro con Montag y su tardía pero digna rebelión, siempre tengo en reserva otro fragmento de escritos ajenos, otro párrafo "sampleado" en mente listo para analizar. Los fugitivos somos el futuro de la memoria, somos la reserva moral de la identidad humana, y Ray me ha contado, cuando yo tenía dieciocho irrepetibles años, que hay que guardar cosas importantes en el recuerdo, porque al mediodía llegaremos a la ciudad.

martes, marzo 22, 2005

Palimpsestos y ucronías

Con las Pascuas llega el otoño: ya las noches son frescas y algo más largas. Espero lo que sigue les alcance para todo el resto de la semana, que no voy a tener tiempo para actualizar el blog.
Saludos.

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Seguro que más de uno ha gritado "eureka" - o sus equivalentes en otras lenguas diferentes del griego de Arquímedes - al estudiar sus propios recuerdos tal como lo haría con antiguos y venerables pergaminos puestos a contraluz.

"Palimpsesto" es voz que viene de una expresión griega que indica el acto de borrar nuevamente, y se refiere a un manuscrito antiguo que conserva perceptible la huella de escritura borrada deliberadamente. Los pergaminos se borraban algunas veces mediante un lavado para disolver la tinta, pero más frecuentemente lo eran por medio de un "raspado" del texto: lo usual era rascar la tinta y alisar la superficie sin batir nuevamente el pergamino o papiro, que ya estaba demasiado duro y era lo suficientemente costoso como para arriesgarse a arruinarlo. De la misma manera, así como es costoso el futuro, el conocimiento de circunstancias análogas del pasado y sus borradores puede servir para ejercer la imaginación creadora y ponerse objetivos aproximados de largo plazo.

La huella profunda que dejaban los "estilos" con que se grababan las letras (solían marcarlas primero, y luego pintarlas, como hacen los pintores de letreros cuando preparan carteles, toldos o vidrieras para un comercio), facilita muchas veces la labor de recuperar el texto que está debajo del último que se puso en el palimpsesto. Dicen los que saben que conocemos la mayor parte de la obra de Cicerón, Gayo y Plauto, y algunos textos mayas o del antiguo Egipto, por ejemplo, gracias a este procedimiento de rebuscar bajo el texto de los antiguos pergaminos a ver qué pasa. ¡Un antiguo caso de "reciclaje"!.

Lo cierto es que la memoria, el ejercicio crítico del recuerdo y la vuelta a la vida de nuestro propio ser individual o colectivo de otro tiempo, hasta el plantearse "¿qué hubiera sucedido si...?", es una necesidad imperiosa en estos tiempos en que, puesto que el crecimiento implica algún que otro episodio desagradable y aun doloroso, y asimismo conlleva el de por sí exigente ejercicio del pensamiento y la discriminación entre lo bueno y lo malo, lo oportuno y lo inoportuno, lo conveniente y lo inapropiado, se nos plantea hipócritamente desde las esferas del poder cultural el ofrecimiento de relevarnos de tan molestas y poco hedonistas tareas, a cambio de lo cual nos ofrecen decidir "ellos" por "nosotros". Cualquier parecido con "1984" o "Brave New World" será pura coincidencia...

Las leyendas y mitos me agradan como fenómeno estético. Pero de ahí a que el placer que causa su repetición conduzca a que para no buscar explicaciones sencillas a fenómenos humanos de todos los tiempos nos propongamos ver mitos en el nacimiento de cualquier cultura, o que para evitarnos la molestia de ejercer el hábito de la dirección de nuestros actos nos consideremos exentos de razonar críticamente, hay una cierta distancia.

La Historia, como otras disciplinas, es tanto una ciencia como una técnica de control social, una herramienta política. Y una fuente de inspiración literaria, claro que sí.

"Ucronía" es el término que usan los historiadores - palabreja creada por Charles Renouvier (1815-1903) en su obra "La filosofía analítica de la Historia" - para designar a lo que no se ha dado en ningún tiempo y, sin embargo, pudo perfectamente haber sucedido en las mismas circunstancias, "si no fuera porque..." Algo así como una "utopía", pero referida además de a la voluntad humana, al tiempo ("cronos") en vez de al lugar ("topos"), que fue lo que hicieron autores como More, Campanella y otros.

Esta noción de 'ucronía' apunta a un empleo ilustrativo y práctico de los resultados de la ciencia histórica, llegado el caso de presentarse un escenario presente que constituye una situación análoga a la que se ha estudiado con cierto rigor. En su intención original, pareciera que fue algo así como un medio de aleccionar a los conocedores de la historia para que, puestos ante la necesidad de tomar decisiones, evitasen que por su propia negligencia se produjeran "ciclos" políticos. Y también para que comprendieran, 'reproduciéndolos' intelectual y emotivamente, los conflictos que tuvieron que afrontar los protagonistas de los reales hechos históricos.

Creo que es de este Renouvier aquella idea de que "los pueblos que no recuerdan los detalles de su Historia, están condenados a repetirla". Él opinaba que era mucho más eficaz plantar cara a las consecuencias de la Historia analizando los caminos alternativos que se habían tenido -y no se habían aprovechado en la realidad histórica- en el tiempo irremediablemente ido, a fin de componer una hipótesis de trabajo aplicable a sus consecuencias, o sea al entorno del operador político, jurídico, económico o de cualquier técnica o ciencia o disciplina cuya historia se hubiese estudiado y que de cara al futuro planteara un interrogante susceptible de responderse a partir de alguna analogía con el pasado.

En algunas obras sobre Historia científica puede encontrarse justamente eso. Primero el autor expone a partir de sus fuentes la explicación rigurosamente histórica de lo que efectivamente parece haber ocurrido. Y luego aventura (nunca mejor usada la palabra) un análisis puramente intuitivo acerca de si habría podido sacarse un mejor provecho de las circunstancias, para obtener una enseñanza y una probable solución más apropiada para situaciones análogas. Esto último no es en rigor ya Historia científica, sino mera especulación por cuenta y riesgo de quien la hace, pero tiene su valor a los fines ya expuestos: lo que interesa al historiador que eventualmente se interna en estos caminos de fantasía ucrónica es no caer en la ingenuidad histórica, ni en la injusticia al evaluar las conductas de quienes obraron en determinadas circunstancias pasadas.

Renouvier escribió en 1875 "Ucronía: la utopía en la historia. Bosquejo histórico apócrifo del desenvolvimiento de la civilización europea". En él se trata de lo que sucedería (acaso) si el emperador Constantino no hubiera admitido la Iglesia Católica. Además de haber quienes efectúan ejercicios intelectuales de política sobre esta base para imaginar qué pudo haberse hecho o qué pudo haber pasado de tomarse otras decisiones, qué escenarios hubieran quedado como marco de nuestra vida o la de nuestros antepasados, la ucronía ha atraído a escritores de ficción. Por eso hay que insistir en que NO es Historia, por más que se sirva de la Historia como punto de partida.

Han sido principalmente novelas de política-ficción los intentos más representativos escritos a partir del género ucrónico: por ejemplo, "El Sueño de Hierro", de Norman Spinrad, que nos presenta un Hitler emigrante tras perder la guerra del 14, que consigue laburo en los Estados Unidos como ilustrador de libros de ciencia ficción. Por otro ejemplo, "El desfile de la Victoria" de Díaz-Plaja, que se imagina un Franco derrotado por los republicanos, y sin embargo a los españoles de todos modos no les acaba yendo demasiado bien. Y, acaso, la más famosa sea "El Hombre en el Castillo" de Philip K. Dick, discutidísimo autor que imagina unos Estados Unidos derrotados y divididos entre nazis y japoneses. El centro del análisis de Dick, que no será estéticamente un gran escritor, sobre todo si lo leemos en inglés, pero está dotado de una fantasía histórica clara y precisa, no son las consecuencias de un mundo dominado por nazifascistas, sino la vida diaria de unos estadounidenses minimizados psicológicamente ante una clase dominante de origen japonés que se va devorando, sin comprenderla, toda la potente cultura norteamericana que se ha vuelto mero folklore. Otra obra de Dick, "Do the Androids Dream of Electric Sheeps?" fue la base del guión de "Blade Runner".

Ejemplo de un trabajo de imaginación de este tipo, aunque la página de Internet en que está el enlace ideológicamente no me agrade nada (no reniego de la utilidad, la verdad o la belleza así eventualmente vengan del enemigo: recibí una esmerada educación, a Dios gracias), es esta original fantasía ucrónica sobre la guerra de la Independencia sudamericana.

Sin pretenderse una ucronía, un cuento que plantea sin embargo exactamente el problema de "lo que pudo suceder y sin embargo no ha sucedido, a menos que..." es "El ruido de un trueno", de Ray Bradbury, de su libro "Las doradas manzanas del Sol". El detalle que varía la historia de unos viajeros en el tiempo resulta ser, en la trama de este hermoso relato, algo que en apariencia es insignificante.

Para finalizar (y ya lo pregunté una vez en un foro), digo yo: esas paredes descascaradas del Gran Buenos Aires, en las que uno puede adivinar pintadas políticas -o insultos contra los vecinos- de hace treinta años bajo otras de las últimas elecciones en la Sociedad de Fomento del barrio, ¿serán técnicamente casos de palimpsesto? ;-)

domingo, marzo 20, 2005

Memoria, nostalgia de lo eternamente moribundo

Aquí me tienen, regresando a este depósito de sueños absurdos tras cumplir con la tarea que mejor se me da: ser poco menos que invisible. No tengo por qué quejarme, habida cuenta de mi obstinación en no sobresalir. En efecto, suelo pasar casi desapercibido en cualquier tipo de aglomeración humana, Internet incluida, circunstancia que suele proporcionarme felicidad y me permitió al cabo de los años entender - gracias a la posibilidad de ver y escuchar casi sin ser notado - que decía muy bien una de mis abuelitas cuando, sirviéndose de elegante figura gastronómica, afirmaba en referencia a ciertas y determinadas actitudes humanas reñidas con la ética más elemental: "para mentir y pa' hervir leche, hay que tener memoria".

Memoria... Vigilias, laberintos, sirenas, sueños, espejos, centinelas, anonimatos, escondites, encuentros, inercias, olvidos. Con todo eso y pocos ingredientes más, algunos privilegiados con el don de contar historias verosímiles nos pueden mantener vivos haciéndonos soñar despiertos. Entre mis pasatiempos favoritos está la lectura, y siempre he tenido grandes problemas con algunos afamados clásicos de la prosa que de tan preocupados por la llamada "estructura" y polisemia de sus narraciones nos muestran tan claramente armazón y cimientos de sus tramas y urdimbres que no nos permiten saborear la aventura de zambullirnos en esos mundos sin evitar recordar a cada paso que son artificiales ni preguntarnos adónde iremos a parar, justo lo contrario de lo que disfrutábamos cuando éramos niños y todo era auténtico y novedoso para nuestros sentidos. Por eso, supongo, será que me gusta internarme en los meandros de las obras de sujetos que o han escrito sin plan alguno o han disimulado con extrema habilidad sus dotes de tramoyistas. Y soy especialmente sensible a las apelaciones a la nostalgia: me quedó grabado, del curso de ingreso universitario en que leí "Fahrenheit 451" del poético Mr. Bradbury, el personaje de Montag, bombero memorioso, nostálgico de cuanto destruía en cumplimiento de sus deberes de funcionario público, notable imagen del verdugo de la cultura, simplemente un hombre sencillo al que entrenaron para actuar sin reconocerse como potencial miembro del grupo perseguido. Todo ser humano parece poder ponerse a salvo del tiempo y de la injusticia cuando ejercita su memoria y le da una última oportunidad a lo que no ha acabado de morir. Cada uno de nosotros, al recordar, hace la valoración de lo que se está perdiendo y elige decidir dónde quiere estar. No pocas veces, porque se ha descubierto en una encrucijada vital haciendo parte del grupo equivocado, arriesgando su suerte y contrariando su destino, como el Sargento Cruz del "Martín Fierro" (sí, Georgie, está bien: Tadeo Isidoro Cruz, que Hernández no se quejaría de tu bautismo).

Cuando nuestra mente, esa CPU biológica, actualiza sus contenidos, el tiempo fluye en nuestro interior de modos sumamente extraños, casi tan aleatorios como el funcionamiento de los comentarios en Blogspot ;-), y entonces el pasado se presenta como una nostalgia de lo eternamente moribundo, según leí cierta vez en este hermoso poema de Felipe Benítez Reyes, "En contra del olvido", que me diera a conocer alguien mucho más dotado para la degustación de novedades literarias, pues quien estas líneas escribe, como buen borgiano, acostumbra leer textos de autores bendecidos por "el normal desgaste producido por el buen uso y el mero transcurso del tiempo", según se atajan los contratos de locación al incluir cláusulas acerca de la obligación de restituir las cosas accesorias a un inmueble, es decir, libros muy viejos, y además escucha música algo pasada de moda, ama la historia y, sin renunciar jamás al privilegio de aprender, no tiene por el conocimiento de lo nuevo en arte más apuro que el que tiene por morirse, es decir, ninguno, porque me sé la clase de víctima ideal para ese tipo de nostalgia inútil de lo que se siente vivo para nosotros pero para los demás es irremediablemente pasado. Las palabras de otros siglos, por extemporáneas, se disfrutan mientras nos engañan dulcemente haciéndonos creer que la nostalgia de otros en el pasado fue menos dolorosa que la nuestra porque se ha plasmado en arte y sus autores ya no están para recordar, protagonizando esos equívocos sentimentales de la memoria humana. Mentira.

Lo cierto es que también respecto de cuanto nos es ofrecido como manifestación artística, como expresión creativa, que a veces nos resulta chocante, sin poder explicar el por qué, y cuando recuperamos a cierto tiempo vista su recuerdo, la misma rara sensación de nostalgia de lo eternamente moribundo nos acompaña. Así me sucedió con una de mis escasas incursiones como espectador cinematográfico del último año y medio, ocurrida cuando la misma dama de notables condiciones morales e intelectuales que me introdujera a la buena poesía de Benítez Reyes me arrastró en febrero de 2004 a las salas de cine de las Galerías Pacífico a ver una especie de telefilme canadiense, "Las invasiones bárbaras" (suerte de corolario de la vieja película de los ochenta "La decadencia del imperio americano"), y me encontré con que candorosos progresistas de otros tiempos eran presentados al espectador no tanto como precursores en el camino de nuestra vida que ellos habían recorrido buenamente a su manera cuanto como seres envejecidos cuyo añorado universo de sinceras ilusiones juveniles, a las que la realidad de los duros nuevos tiempos había pasado la aplanadora, era reducido a nostalgia resignada y dependencia inercial respecto de un emblemático personaje que tenía que dejar su rol de eficiente ejecutivo londinense para hacerse cargo de poner al servicio de su agonizante padre la sensibilidad y sentido práctico que las circunstancias requerían y uno esperaría la ficción del director-demiurgo asignara a la iniciativa de sus recuperados personajes, soñadores y nostálgicos, un poco cínicos también. Pero no: en el cine, al menos en este caso, también manda el dinero. Extrema corrección política, aunque nos la disfracen de otras cosas.

Nótese que no hago apología de las "utontopías" de moda algunas décadas atrás, ni de las de signo contrario que prevalecieron en los últimos tiempos de la historia, pero soy crítico respecto del mensaje que se nos dirige en cuanto espectadores en la peli de marras, que muestra y ejemplifica cómo bien morir de cáncer, auxiliado por un "yuppie", no menos resignado a la fatalidad de ser como un sueño que cuanto lo están los amigos y amantes de otrora de su padre, pero dotado de medios financieros y contactos suficientes para huir de los hospitales públicos canadienses, que pasan por ser los mejores en su género del mundo. Si los tales nosocomios son como los muestra la película, anuncio que no quiero conocer en carne propia los peores. Palabra. No me gustaría descubrir, si me pesco un cáncer dentro de unos años, que también en la hora final la razón la tiene el de más guita, como sentenciara Discepolín y parece ser la idea central de esta hipócrita película. Eso sí: por razones de edad nunca usé gomina, así que lo de "otario engominado" del mismo tango supongo iría en todo caso por mi finado papá, que al igual que el agonizante de la película gustaba en sus tiempos de las mujeres y el vino de todas las variedades, pues no los quería para pintar, y que se aplastaba las ondas rubias, él sí, al añejo "argentine style", con Glostora o Lord Cheseline.

Hay días en que uno decididamente siente una frustración enorme a causa de la sensación de insignificancia que la memoria trae, reconstruyendo momentos concretos del pasado como si estuvieran languideciendo ahora, dejando en nuestro ánimo una melancolía que se expresa durante semanas o meses enteros.

Sólo quería compartir la extraña sensación de que ni siquiera en Internet estamos a salvo de la locura y la maldad que imperan o tratan de imperar en el mundo. Que la seguridad que sentimos cuando emprendemos esta o cualquier otra actividad de disfrute tal como ir al cine, leer, pasear, viajar, entreverarnos con una dama o escuchar música es sólo eso: una sensación de disfrute, algo desechable y provisional, insignificante en el conjunto de las acciones de la especie humana, un cristal tan frágil y quebradizo que bastaría la apertura de una boca con halitosis, o un estornudo, o un zumbido de mosquito, para que la magia de la felicidad se esfumara y quedase reducida a una gota cristalizada de pasado estibada en la memoria, entre dos lágrimas. Otro personaje del "Fahrenheit 451" creo recordar que aconsejaba: "no pidas seguridad"...

Por mi parte, contra el olvido pienso dar pelea. Lejos de aquí hay un mar antiguo y peligroso en cuyas playas soñaron lejanos antepasados y que aguarda por mis huellas en su arena. Con caracoles del Atlántico pegados a las suelas de los zapatos iré, más temprano que tarde pero sin apuro (ya les dije, soy un borgiano) a surcar los cielos para mirar unos ojos profundos de azabache que deberían conservar cierto brillo cómplice: "aquell qui us ajuda a ser com sou" (Fuster dixit). Caveant Consules. ;-)

Espero hayan pasado un buen fin de semana, no me hagan demasiado caso si mi lectura los pusiera tristes, y hasta la próxima entrada -si la hubiere- a estos extraños laberintos de la memoria.

miércoles, marzo 16, 2005

Reflexiones de un "blogger" novel

Mantener un blog, te lean miles o - como es el caso de "Intrépidos navegadores del tiempo" - media docena de personas, requiere del empleo de bastante tiempo, inclusive más del que suponía cuando me lancé a la aventura. Me he ido acostumbrando a pasar por aquí una o dos veces por día, casi siempre por la tarde, para contestar algún ocasional comentario, y a dejar los nuevos textos apenas pasada la medianoche.

No le puse un contador de visitas a la bitácora porque es apenas un almacén de textos sin mayores pretensiones que las de simples ganas de expresarse de su autor, que los deja a la vista de quien pasare por su puerta entornada, y no un "templo del ego", como he leído y escuchado definir alguna que otra vez a los blogs. Sin perjuicio de esto último, y de la paradójica acusación de egomaníacos que contra sus semejantes lanza invariablemente todo buen egomaníaco con flojas cualidades estilísticas (pero devenido él también forista, webmaster o blogger) en foros, periódicos "on line" y otros sitios contra inocentes que tienen la desgracia de poseer mejores dotes de escritor, más cultura o nada de eso pero sí algo tan necesario para aprender como una modesta y mejor disposición al intercambio y formación colectiva de opiniones, este blog, como llevo dicho hace unos días, soy yo que lo escribo, es una de mis manifestaciones, la de aparentes habilidades de comunicación que a la larga quizás sean las únicas mías que no pasen por este mundo sin pena ni gloria.

Sabrán disculpar entonces, espero, que vuelva a hablarles de mí. Pero es que quien escribe, inclusive cuando escribe ficción, siempre está mostrándose entre las líneas de su texto y las figuras de su fantasía. Flaubert dijo "Madame Bovary c'est moi", y el bueno y pesimista de don Gustave no parecía tener ninguna pretensión de ser él el ombligo del mundo.

El texto es la esencia de un blog y, aunque complementar las entradas con imágenes puede dejarlas más bonitas, no creo en absoluto eso de que siempre una imagen valga más que mil palabras, lugar común derivado de una frase del educador checo Jan Amós Komensky que durante el siglo XVII introdujo el uso de imágenes en la enseñanza elemental. Fue este pedagogo quien, como sistema, como método, le dijo por primera vez a un niño analfabeto, por ejemplo: "ganso" (la voz checa es "husa") a la vez que le mostraba un dibujo de una oca, ganso o ánsar. Lo cierto es que no me estoy dirigiendo a gente que necesite ser alfabetizada ni tengo pretensiones docentes, y por añadidura opino que el abuso de imágenes en textos de ficción o del tipo de los ensayos, que no necesitan más ilustración que la imaginación y el cotejo de opiniones, no hace sino distraer al lector de lo que se dice en el texto y alejarlo del camino crítico de nuestras palabras del que hablé más arriba. Si escribiera sobre maquinaria agrícola o automotores, o tratara simplemente de mostrarles cuáles son mis morochas favoritas, otro gallo cantaría. Pero no es el caso... Aunque, ahora que lo pienso mejor, acaso en un futuro no muy lejano me abra otra bitácora con las fotos in puris naturibus de mis morochas favoritas; un blogger ha de entrenarse en subir imágenes a su página ;-).

Intento acostumbrarme a poner algunos enlaces en mis textos, a otros blogs y también a sitios en que se trata de algo que no parece tener que ver con lo que estoy diciendo en cada post, derivando al lector al conocimiento o recuerdo de asuntos y personas que a mí me interesan y pueden ayudar a entender mis puntos de vista. Aprendí que nada hay más peligroso para quien somete sus textos a la consideración de los demás que dejar cerrado el asunto de que trata sin mostrar a los lectores que, lejos de haber descubierto la pólvora o la teoría de la gravitación universal de las manzanas mondada por Newton (© Macedonio Fernández, circa 1930), de algún lado hemos partido desmenuzando información y recreándola bajo el influjo de cierto azar con nuestra modesta capacidad intelectual para desarrollar una opinión: las fuentes, en caso que no se comprenda un texto o si alguien tiene algo más que decir acerca de él y no acierta a comprender qué, entonces son el punto de partida, no el de llegada.

También aprendí que no hay que excederse con estos sucedáneos de las notas a pie de página y bibliografía de los textos universitarios, porque en definitiva, cuando se publica una idea u opinión, ya la estamos compartiendo con los demás, derechos de autor y de copia al margen. Estamos mostrando que pedimos crítica constructiva. Y como lector uno tiene que aprender a tomarse el trabajito de andar el mismo camino de quien compuso el texto sub examine para luego determinar si comparte o no el punto de vista allí expuesto y el de cuantos hayan andado con otros zapatos pero con idéntica humana percepción, levantando el polvo hasta impregnarse las ropas y la cara con él. Inclusive, llevándose puesto algún guijarro dentro del calzado. Y si es de buen anfitrión dar los elementos esenciales para que a uno le sigan el rastro, no parece educado atosigar a las visitas con exceso de detalles o alternativas que serán perfectamente capaces de descubrir e interpretar luego por sí mismas.

Hay "spam" también en las bitácoras, y ya tuve mucho trabajo para eliminar de una de mis primeras entradas a un gringo con cara de nabo que puso un enlace in English a su página personal, muy alejada de mis intereses y - supongo - de los de quienes siguen este blog. Así que ejerzo a veces de demiurgo, moderando los comentarios, porque así como los foros han ido siendo estropeados por un variado surtido de psicóticos y tontos, recorriendo la red pareciera que los casinos virtuales y el porno o publicidades de mal gusto son los comentaristas más frecuentes en toda bitácora. De manera que usaré el iconito ese del cesto de basura (el atajo del mandato "delete commentary", nada menos) cuantas veces sea necesario. No voy a arruinar estéticamente mi blog ni las series de comentarios que generosamente se dejan en mis textos para hacerles publicidad gratis a esos engendros mutantes.

Retomando lo que decía líneas arriba, y para cerrar esta reflexión de blogger novel, espero que lejos de la pedantería, una cita. Los "surcos del azar", que según el hijo de Demófilo no han de ser llamados caminos, han querido que en un correo electrónico recibido ayer se incluyeran estas líneas:

"...Pensé: no es posible decir que la esperanza exista, como tampoco puede decirse que no exista. Es como los caminos que cruzan la tierra, porque, en verdad, al comienzo la tierra no tiene caminos, pero cuando muchos hombres marchan en la misma dirección, entonces surge el camino..."
Liu-Shin (traducción creo que de Octavio Paz)


Me alegré de reencontrar inesperadamente a este chinito, autor de unos interesantes cuentos que uno alguna vez se tuvo que leer en inglés.

Me alejo por unos días, en los que acaso responda comentarios - si los hubiere - pero no tendré tiempo para actualizar este catálogo de horrores. Pórtense bien: háganse, para empezar, un hermoso y fructífero día de miércoles :-). De ustedes también depende...

martes, marzo 15, 2005

Alucinaciones culturales, # 4: Despotismo Ilustrado

Tengo cierta inclinación a conservar textos propios y de quienes han querido compartir los suyos conmigo, supongo que con el único propósito de no olvidar nunca quién soy. Alguien que sigue sin aparecer ni aparecerá por este archivo de inutilidades (recuerden la apuesta de anoche: puedo perder mi fortuna personal valuada en millones de euros bolivianos) me dijo hace unos años que "cuando la desilusión y el desconcierto consiguen apoderarse de nosotros puede ocurrir lo mismo que nos encontremos sumidos en la apatía como que digamos algo sin saber por qué ni si fue porque lo necesitamos o porque finalmente el pánico nos hace decir o escribir a ver quién somos y demostrar así que las cosas sirven para algo, que uno existe aunque sea en unas líneas de historia copiadas de acá y de allá y puestas en ristra como salchichas".

Hay personas cuyas conductas me desconciertan, porque no todos los días saben quiénes son y a veces actúan como personajes de ficción desorientados, de esos a los que les cuesta ver realmente las cosas y comprender hasta las más elementales obviedades. Y sin embargo nunca me decido a dejar de profesar cariño por tan ilustres y serpenteantes seres que han dado en integrar mi selecto círculo de relaciones, al punto que a veces me parece ser parte del pintoresco grupo de amigos del misterioso H. P. Lovecraft; algún día volveré sobre el particular.

Lo cierto es que aquella reflexión - o confesión - ajena, hecha ante mi pregunta: "Pero, entonces, ¿quién sos?", fue seguida del pedido "no te rindas conmigo, que aunque no te hipnoticen o te agraden hoy mis palabras, pienses que quizás mañana ya haya dado con esa persona por la que preguntabas ayer y quizás haya valido la pena esperar." Los giles somos así: siempre esperamos. Esperen, algunas veces, ustedes también. Aquella persona es, a su manera, sabia. Todos lo somos cuando durante un instante tomamos conciencia de estar en el lugar que puede ocupar cualquiera de nuestros semejantes.

"...Blues a healer, all over the world..."

Antes de ir a los bifes, y tras esta melancólica introducción, uno de los prometidos "puntos y aparte" con enlaces de interés.

1) El maestro Big Bill Broonzy. Todo dicho.

2) Otro maestro de la guitarra (pero de doce cuerdas), Mr. Huddy Ledbetter, a.k.a. Leadbelly, lo mismo componía unas hermosas canciones de amor o nostalgia que se metía en serios problemas con la ley. Un "pesado" del blues.

3) Una de tantas páginas con letras de blues.

Prontito, más enlaces quitapenas. No desesperen. Y ahora sí, damas y caballeros y por qué no lactantes, con ustedes la terrorífica selección literaria de esta noche ;-).


-Septiembre de 1997

DESPOTISMO ILUSTRADO

Fragmentos del extraño texto inconcluso que un frustrado aspirante a agente municipal compusiera hacia fines de los noventas, y por esos azares del destino se ha conservado en nuestro archivo.

"Muchos, muchísimos años antes de que se patentara la acción política directa forjada en el deplorable cuño del "báñese con Jabón Adolfito", vale decir, allá durante el luminoso siglo XVIII, un funcionario público de alto rango, de servicio en la ciudad de Berlín, capital del Reino de Prusia, recibió una carta de su amigo el escritor francés François-Marie Arouet, llamado Voltaire. El literato galo le imponía de la sabia receta que su peluquero Mr. Jean-Paul Nasitort, en amable charla ocurrida durante el ejercicio de sus funciones profesionales (las de Nasitort) le había deslizado al oído:

(imagínese el lector la voz de Nasitort, a medio camino entre nuestro querido amigo Pepe Le Pou y el intrépido Jacques Cousteau)

-Monsieur Voltaire: paga contgaguestag los ggavísimos desagueglos que convulsionan al mundo modegno, en mi modestísima opinión, clago está, lo que cualquiega de nuestgos estados eugopeos necesitaguía es proveegse paga su gobiegno de un buen déspota ilustgado...

¡Cuídate, oh lector, de la palabra esclarecida del 'coiffeur' del sabio y de los necios oídos de su cliente el intelectual de peluca empolvada y profesión desconocida! Pues héte aquí que, una vez al corriente de tan autorizado consejo, el capitoste germano de marras decidió al instante poner concienzudamente manos a la obra, vista la momentánea vacancia del trono real de Prusia. Así fue como, previos los trámites de estilo, el matutino berlinés de mayor circulación, "Das Horn blasen Zeitung", publicó en su Sección Clasificados, rubro 12, Oficios Varios, el siguiente aviso:

"DÉSPOTA AUXILIAR de 25 a 45 años se necesita p/poner coto desorden en el Reino. Sexo masc. Est. univ. y/o terciarios compl. Pres c. CV y retrato al óleo de cuerpo entero, tres cuartos de perfil, lunes y martes de 7 a 15. Unter den Linten, derecha, al fondo."

Helmut Obermayer creyó oportuno postularse: tenía aspecto de haber cumplido ya más de veinticinco, pero ni su propia esposa le daría más de cuarenta. No tenía nada mejor que hacer, y hasta era de sexo masculino. Poseía cierta erudición, fruto del abandono tardío de tres diferentes carreras universitarias. Y tenía un camafeo al óleo hecho por un retratista ambulante checo que lo captara a orillas del Spree con su pincel tres o cuatro años atrás, con peluca blanca y uniforme de gala. Como los daguerrotipos y el colodión húmedo no habían sido todavía inventados, aún no resultaba pertinente pasar por lo de Franz para que le hiciera unas tomas y las revelara en tamaño de foto carnet, de manera que con el resultado de esa economía podía contar con el dinero necesario para ir y tomarse un carruaje de alquiler hasta la Oficina de Selección. Para regresar, mendigaría, aun cuando ello pueda parecer poco principesco, que no lo es: la principal actividad de los príncipes ha sido, es y será imponer exacciones a sus súbditos, Dios sabrá por qué.

* * *

La entrevista de nuestro postulante con el selector, Freiherr Von Urwuchsigkeiter, fue francamente decepcionante. Al menos, el oficial público fue claro en cuanto a las finalidades y fundamentos de la convocatoria a cubrir la posición vacante.

-Mirá, hermano: acá lo que andamos buscando es un buen déspota ilustrado auxiliar, porque así nos lo recomendó el peluquero de Voltaire. Tenemos que poner orden en Prusia urgentemente. ¿Qué irá a pensar, si no, el resto del mundo civilizado de todos nosotros? Por eso...."

lunes, marzo 14, 2005

Continuación de lo anterior

Este asunto de las dificultades inherentes a la manera de tomar decisiones a partir de cierto instante de la vida ha logrado que me convierta en un sujeto demasiado reflexivo acerca de mi experiencia vital. Voy camino de convertirme un un fastidioso racionalizador formal.

Estaba releyendo esta noche el texto precedente, que improvisé según la experiencia acumulada durante los últimos seis o siete años a partir de un mail que le envié antes de ayer a un amigo y que me fue respondido manifestando el destinatario del mismo su coincidencia con dos o tres de mis ideas centrales.

Sucede que acaso las aporías filosóficas, los problemas y los enigmas, se resuelvan principalmente (felizmente, diríamos quienes preferimos lograr un pensamiento útil y veraz antes que bello y tranquilizador) a partir del uso de la inteligencia para la satisfacción de la necesidad primordial de mantenerse vivo la mayor cantidad de tiempo que sea posible. El disfrute de la vida, la conciencia de ser parte de un lapso histórico común a muchos semejantes, tiene su origen en la dificultad, asimismo común a todos, para gozar de los momentos de plenitud que no sólo son proporcionados por lo perceptible como grato, sino también por la conciencia de la necesidad de superar cuantas dificultades se interpongan entre nosotros y los momentos de disfrute, conocimiento adquirido al alto precio de la propia experiencia y hasta de unos cuantos disgustos.

Desde hace un tiempo ando dándole vueltas a la impresión de que los hedonismos modernos, las doctrinas filosóficas y estéticas que sólo aceptan como fin el disfrute, suelen conducir a sus partidarios a conductas paradójicas (en apariencia) tales como la curiosidad morbosa por lo feo o el autoritarismo sociológico. El arte contemporáneo tiene muchas muestras de ese desarreglo del entendimiento humano.

No lo he podido terminar de razonar, no me caen todas las fichas todavía como para desarrollar cabalmente el asunto. Pero recuerdo vagamente un ejercicio de corte filosófico que una vez propuso a sus alumnos, supuestamente bromeando, un profesor de la Universidad en oportunidad de ser interrogado sobre la "moda" posmoderna. En su momento, andaba yo lejos de los cuarenta, y no comprendí cabalmente lo que me estaban planteando.

Corrían los años ochenta, y este buen señor decía algo más o menos así:

"Imaginen, damas y caballeros, que tienen la oportunidad muy probablemente única e irrepetible de acceder a los placeres por excelencia, los de la maravillosa terraza de Epicuro de Samos. Allí, moderadamente, no sabemos cómo haremos, pero será moderadamente, en un ambiente de cortesía y refinamiento, disfrutaremos de unos cuerpos apetecibles, unos manjares exquisitos, libaremos bebidas deliciosas, nos vestiremos con las telas más suaves y bonitas, disfrutaremos lechos confortables, oiremos música celestial y leeremos incunables perdidos que contienen relatos y poemas de delicado buen gusto.

Pero hay un inconveniente: por los cuatro costados, los vecinos de Epicuro son descuidados, indolentes, pusilánimes, malvados y roñosos. Para llegar a la terraza donde aguardan las delicias predicadas por nuestro maestro, habremos de atravesar accesos peligrosos: aceras y calzadas llenas de desperdicios, poco aseados patios donde acechan perros inamistosos y gatos malolientes, ratones que corretean por sótanos y azoteas mordisqueando ferozmente cuanto haya a su paso, y por lo tanto habremos de soportar hedores nauseabundos y pisotear asquerosas toneladas de detritus.

La pregunta para nosotros los alevines de epicúreos, si es que todavía podemos mantener en pie nuestras convicciones tras percibir el escenario que les espera, es la siguiente:

¿Qué hacemos, qué decidimos, para acceder a la situación irrepetible de disfrute paradisíaco que nos aguarda en la terraza de Epicuro?

Opciones:
a) volver sobre nuestros pasos y desistir,
b) tomar los riesgos de atravesar desagradables situaciones, sabiendo que al cabo de ellas quizás disfrutemos aun más de cuanto nos espera en el epicúreo edén,
c) esperar que otro consiga entrar, y luego tratar de imitar sus procedimientos exitosos.

De la respuesta elegida por cada uno de ustedes, damas y caballeros, dependerá el grado de madurez que demuestren tener. Y cada decisión representa una manera de ejercer la inteligencia y la sensibilidad. Pero una vez escogida la propia, hay que hacerse cargo: porque somos esa decisión. Nunca como entonces habremos sido auténticamente libres."


[Aquí viene la parte en que deja un comentario elogioso o sumamente crítico la persona conocedora de los propósitos de Epicuro de Samos y sus aplicaciones teóricas modernas y postmodernas. Pero me juego mi fortuna de un millón de euros bolivianos (sí, dije 'euros bolivianos', leyeron bien: un millón de lo que uno no tiene ni en unidad es fácil de apostar) a que tampoco esta vez se hace presente en el blog. C'est la vie, diría algún antepasado de Toulouse, dejando por un rato el occitano para hablar en francienne.]

sábado, marzo 12, 2005

Nuestra conciencia y el tiempo: destinos azarosos

"Cada hombre llega con su suerte, y se va con su destino" (de los diálogos finales de la extraña película "El general y la fiebre", de 1993)

Existen, o creemos que existen, secuencias de días "negros", de esos que nos dejan la sensación de ser entes aislados de nuestros semejantes y distanciados definitivamente de los fines de la vida. Esa era la preocupación de algunos sabios de quienes hemos venido hablando en entregas anteriores de este blog: la melancolía de quienes sufren por su historia.

Allá por 1983, alguien -modelo 1945- me dijo en una conversación amistosa haber comprendido que recién a partir de los treinta y cinco llega o principia el momento en que la mayoría de los seres humanos llegamos a aprender cómo distinguir lo que voluntariamente pretendemos de la vida de lo que otros, con diferentes intenciones, a veces sanas y otras patológicas o perversas, quieren hacer de nosotros. En una palabra, que recién a partir de entonces, aunque nos pueda desconcertar el momento preciso en que descubramos esa circunstancia, estaremos en condiciones de hacernos cargo verdaderamente de nuestro destino. Que hasta ese momento somos casi un borrador de adultos.

El sujeto acaso omnipotente que era por ese entonces el blogger suscripto, descreído de semejante sentencia de jovato depresivo enunciada con pretensiones de verdad universal, desechó la afirmación por parecerle una típica tontería de tantas que sueltan personas que se sienten injustificadamente derrotadas. Pero entonces no había aprendido yo cuántas veces en la vida uno habrá de aprender a renacer de sus cenizas ("como el Gato Félix", según la humorada de barrio) de la forma que buenamente pueda. Es que estamos sujetos a la física y la química, somos materia. Y todo cambia, y cambiamos nosotros mismos, por lo que hemos de estar debidamente atentos a emplear nuestra sensibilidad e inteligencia (medios al servicio de los fines de la vida, y no joyas para lucir e ir por el ancho mundo posando de "intelectuales brillantes") para navegar el río heraclitiano sin permitir que sus permanentes torbellinos nos hundan o nos arrastren a los precipicios de sus cataratas y rápidos, siempre sorprendentes.

La esperanza, esa mendiga desdeñada sistemáticamente por cierta clase de personas que dedican sus esfuerzos a matarla en los demás para luego poder venderles recetas de falsa felicidad eterna exenta de aprendizajes dolorosos, la esperanza, decía, hace mucho, muchísimo, para que sigamos adelante con nuestras vidas, en especial cuando nos toca "una de esas secuencias de días negros": el laburo, los vecinos, los familiares, los amores, las deudas, tienen esa cualidad catártica de movilizar en profundidad nuestra percepción e inteligencia.

Sólo a partir de determinada cantidad de vida asumida, al punto de empezar a dejar definitiva e inexorablemente de ser jóvenes, comenzamos a entender cómo navegar los ríos del pensamiento y la relación con nuestros semejantes a nuestro modo, según nuestra verdadera esencia, compartiendo las aguas siempre que se pueda y remando a solas si fuere necesario para salvar nuestro destino. "Los caminos de la vida", como dice esa cumbia tan de moda el año pasado, nos llevan a veces por los senderos menos cómodos, pero la gente que sabe que el dolor y el desaliento son parte de la vida, esa gente se la banca.

No hay que dejar nunca de estar a la expectativa de que el minuto siguiente al presente resulte inesperadamente mejor. A mí, al menos, los mejores hechos de mi vida siempre me ocurrieron porque me los encontré teniendo los sentidos bien dispuestos, nunca porque los buscase como un deber. Algunos me querrán matar después de leer esto, pero me desconciertan las personas que se pasan todo su derrotero vital persiguiendo metas fijas, obsesivas e inexorables, que anuncian a los demás como el manifiesto destino colectivo simplemente porque es lo que a ellos les viene bien. Como tantas veces han dicho los poetas, el horizonte existe y se ve, pero es móvil. Hay que caminar hacia él, pero no hay que permitirse seguir siendo tan otario como para imaginar que nos espera inmutable e idéntico a nuestra idea de lo que el horizonte es. Será tal y como lo encontremos al llegar a destino, y deberemos -otra vez- hacernos cargo de la situación.

Lo inesperado y sorprendente del curso de esta vida permite conservar siempre la esperanza, y es por eso que me gusta ese personaje de Chandler, Philip Marlowe: no es que todo le dé igual, sino que acepta adultamente que los mejores no son siempre los brillantes, sino quienes se limitan a ser ellos mismos y en tal carácter "le ponen el pecho a las balas"; los que navegan como buenos timoneles y aceptan los riesgos que el río traiga, no los que quieren disfrutar permanentemente sin ninguna clase de sufrimiento. La terraza de Epicuro es muy linda, pero a veces debemos cruzar estoicamente por el basural y las calles donde duermen los sin techo para poder llegar a nuestro acogedor hogar. Y papá y mamá o quienes ejercieron de sustitutos ya no nos protegen después de cierta edad, y no tenían por qué seguirlo haciendo: ahí fuera acechan los lobos, pero tampoco uno va a dejar de cruzar el hermoso y misterioso bosque por el cagazo que le provocan los aullidos. Ya no, por lo menos quien les habla. Aprendí que aquel cuarentón de los primeros años ochenta decía bien, y también uno, cuando sabe quién es y qué es razonable esperar de los demás, puede hacerse amigo de algunos lobos (lección inaprendida por ciertos elementos que imaginan que si cierran los ojos lo feo del mundo ya no está presente y entonces no nos alcanza). De esa asombrosa circunstancia nacieron el Derecho y la Economía modernos, y con ellos los disfrutes, permanentes u ocasionales, abundantes o escasos, que podemos gozar.

Me temo que los amigos, los amores y las lealtades en general, por mucho que uno cambie a lo largo del tiempo que le ha sido otorgado para su paso por este mundo, no se pierden, sino que (como sospechaban Pascal y Lavoisier, y ratificó Einstein) se transforman, como la materia y la energía, y uno no puede evitar llevárselos puestos a todos los lugares por donde pasa.

Afectos y lealtades familiares y amistosas al margen, hay algunas personas en especial que llevo muy especialmente dentro mío por su significado, aunque hoy se hayan transformado en otras tan distintas de las que fueron conmigo que acaso sea preferible nunca volver a saber de ellas, o por lo menos no volverlas a ver. ¿Recuerdan este post?. Con él inicié hace cosa de un mes el blog. "Todos navegan conmigo", dije. Aunque estén muy lejos en el tiempo y el espacio. Todos seguirán navegando conmigo, aunque hayan cambiado y no los entienda. Son parte de mi historia, y la memoria es la historia. Somos memoria y sentido crítico. De a ratos somos capaces de ejercerlos.

Buenas tardes, buenas noches. Buenos días tengan mañana. Respeten el azar, pero no dejen nunca el timón ni las velas en manos de la suerte, una vez que, ya cuarentones hechos y derechos, conozcan la forma probable de sus destinos.

Post Scriptum: A fin de 'desalentar al desalentador', a esos "destructores de esperanzas ajenas" a que aludí unas líneas más arriba, aprovecho para dejar constancia de que este blog me está saliendo muy bien, que he disfrutado la compañía de espléndidas damas dotadas de formidables cualidades morales e intelectuales (venir e irse ;-) ), y que también he plantado algún árbol hoy robusto y floreciente.
Así que las amarguras, con una cínica sonrisa a lo Diógenes, se las dejo a ellos: córranse y no nos hagan sombra, muchachos. Oportunamente, cúrense la cirrosis...

viernes, marzo 11, 2005

La otra tierra, el otro lado del espejo y los verdaderos héroes

"No hay país tan bello
como Inglaterra, que recorro durante las horas nocturnas
de esta tierra prometedora y desconsolada
de exilio y desaliento...".
(Raymond Chandler; "Nocturno de ningún sitio", escrito en Los Ángeles en plena depresión económica de los años 1930, y traducido vaya uno a saber por quién)


"La reconstrucción de una vida ajena es tan insensata como el trazado de una autobiografía..."
(Osvaldo Soriano; nota preliminar al artículo "La leyenda de la Rusa María", en "Rebeldes, soñadores y fugitivos"; 1987)


Chandler, uno de los autores más admirados por Soriano, dijo alguna vez que en prosa hay dos clases de buenos escritores: los que "escriben historias", cuyas palabras son precisos elementos utilitarios de narración, como Hammett, y los que "escriben escritura", como él, sin saber nunca adónde cuernos irán a parar, despreocupados del argumento y la estructura y la preceptiva literaria, al menos en apariencia, pero cautivando al lector (quien escribe y se está leyendo, el primero) con la magia del arte de ir contando historias encadenando bellas palabras. ¿A cuál de esas dos categorías pertenecería Soriano? Lo cierto es que la melancolía y la nostalgia permanentemente se entremezclan con el humor en su obra, una obra muy argentina pero, al igual que la mayoría de los mejores tangos, no ciertamente "for export".

Una vez adquirido, hace ya unos cuantos años, mi ruinoso ejemplar de la edición ochentista de Bruguera de "Triste, solitario y final" en una librería de usados que ya no existe, su lectura me reveló que no solamente la devoción futbolística por el impar San Lorenzo de Almagro, Patrono del Jogo Bonito (a veces), y el origen marplatense me unían al gordinflón y barbado periodista, columnista deportivo y político del diario Página/12, a quien admiraba por sus interesantes temas y agradable estilo. De hecho, mangaba el Página a amigos o compañeros de trabajo sólo para leerlo a él, porque no soy lector del referido periódico. Es que a mí también me gusta cierto ejercicio de memoria histórica y el tener presentes las razones y hechos de los derrotados, los protagonistas olvidados u ocultos, tan reales como sus vencedores. En una palabra, estoy seguro de que, como en algún cuento insinúa Borges (creo que "Los teólogos"), el vencedor y su víctima pueden ser en un determinado plano una sola y la misma persona. Así que nuestros "winners" podrían ahorrarse ciertos despliegues de vanidad.

En el mundo de Chandler - y de Soriano - no se descarta que haya gente sobresaliente que llegó a rica, famosa y reconocida por una feliz combinación de esfuerzo, constancia, inteligencia, creatividad y suerte. Pero casi nunca aparece en escena. Los protagonistas tienen que vérselas no con esos sino con tipos cuyo éxito se logra a base de poner zancadillas a otros que tienen menor poder de condicionamiento sobre las relaciones sociales y están indudablemente menos dotados para el autobombo y el engreimiento hechos profesión: hasta los más atorrantes de esos protagonistas tienen algo llamado "escrúpulos".

En este mundo chandleriano y sorianesco, no siempre quienes triunfan lo merecen. Algunos personajes hacen lo suyo como mejor pueden. Desde la modestia, estos "héroes del silencio" cumplen su destino tratando de no hacerse notar en demasía, hasta que toman conciencia de que están derrotados, y entonces abandonan la lucha no tanto por la mera circunstancia adversa sino más bien por aquello de "soldado vivo sirve para otra guerra". Y también, acaso, porque "lo importante no es llegar, sino seguir". Tras cicatrizar a medias sus ocasionales heridas, siguen adelante con su vida, con remotas y menguadas esperanzas (o ninguna) de revertir la situación, porque aprendieron que la única manera de no morir para siempre es dando un poco de digna pelea mientras haya vida.

Stan Laurel, Oliver Hardy y el "private eye" Philip Marlowe son, en sus talantes de personajes de la ficción de Soriano, ilustres derrotados que hicieron dignamente lo suyo y sin embargo sus derroteros apenas indican la soledad, la melancolía, el desengaño. También la sonrisa irónica, pero eso no impide la injusticia del mundo, dominado por hipócritas y fariseos "exitosos", "sutiles" y "brillantes", que buscan la complicidad de sus iguales para sentirse superiores al resto, uno se pregunta para qué, si somos como sueños, por mucho disfrute de lo sensorial que gocemos en vida... si ir por ahí perjudicando al prójimo como sistema de vida permite algún tipo de verdadero disfrute sensorial, cosa que realmente pongo en duda.

En la ficción de Soriano, Laurel ha sucumbido en medio de la soledad y el olvido, a diferencia de su paisano Chaplin, de iguales orígenes humildes pero a quien se nos presenta egoísta, algo pedante y principalmente obsesionado por brillar. Un artista un poco más en la línea de la narrativa policial inglesa clásica.

Soriano, personaje de sí mismo en la novela (cuyo título está tomado de un diálogo de "El largo adiós") editada originalmente en marzo de 1973 por Seix Barral de Barcelona y Corregidor de Buenos Aires, se acompaña de Philip Marlowe a fin de reconstruir la vida del ya fallecido Stan. Se meten en líos cuando secuestran a Chaplin para interrogarlo, una especie de acto heroico de corte periodístico que el Soriano de la ficción de Soriano lleva a cabo interrumpiendo una ceremonia de entrega de los Oscar en que Chaplin es el homenajeado central y tras una feroz y chandleriana (¿o debiera decir "hard-boiled"?) pelea y balacera en que los palos los liga el 'cowboy' John Wayne, a quien también se describe como un villano.

Soriano co-protagoniza con su imaginación un policial de Philip Marlowe, y nos narra su aventura. ¿Pudo haber elegido otro detective de ficción el gordo? No lo creo. Sherlock Holmes para la mentalidad sudamericana parece uno de esos sosos jugadores de fútbol europeos, aburridos y previsibles: ni una miserable picardía, ni una gambeta, vea. Sam Spade es demasiado cínico y profesional. El agente de la Continental, a quien se alude en la novela en un diálogo entre Marlowe y Laurel, es demasiado despiadado. Contemporáneos de la redacción de la novela y sin tradición literaria o cinematográfica por entonces, los personajes de Columbo y Harry el Sucio ya están bastante mejor: desprolijos y sustanciosos, pero son escasamente románticos.

Así que lo mejor era tener por compañero al personaje de Chandler, prolijo, dotado de cierta ética, y discurrir por una aventura melancólica, con rastros de un desengaño moderado y una esperanza que se debe construir para que sea posible y nuestra. Todo eso, narrado con una melancolía muy propia del autor, una vena entre nostálgica y humorística aprendida de la convivencia con los habitantes del este y el sur de la Argentina.

Sí, creo que Soriano sería del segundo de los tipos descriptos por Mr. Chandler, y bien pudo haber escrito, acaso, en los setenta:

"No hay país tan bello
como Argentina, que recorro durante las horas nocturnas
de esta tierra prometedora y desconsolada
de exilio y desaliento...".


Faltaría aclarar que esa tierra prometedora y desconsolada de exilio y desaliento puede perfectamente ser, para algunas personas, la misma tierra que se añora. Es que hay otros mundos, pero están en este. Sí, señor.


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El texto precedente va para alguien que cumplirá años en estos días, eso para el supuesto que alguna vez leyere este blog.

Sale, entonces, este humilde presente, con la sonrisa evanescente de queso del sublime Gato de Cheshire.

miércoles, marzo 09, 2005

Marcial, VI, 35 + Paraíso, Infierno, Purgatorio y Laberinto porteños

Los abogados romanos litigaban en el Foro, donde de viva voz pronunciaban sus alegatos.
El uso del tiempo que se les concedía para sus piezas oratorias se medía con pequeñas clepsidras (relojes de agua). Se concedían, salvo excepcional mejor criterio del Juez interviniente, hasta tres de estas clepsidras.
Los letrados, además, se ayudaban con traguitos de agua tibia, para que sus castigadas gargantas soportaran la exigencia. El poeta latino Marcial (oído de boca de un muy latinista profesor en lejanos tiempos de la Facultad y reencontrado en el 2003 en un foro gracias a Luis, eximio latinista y helenista) nos informa acerca de otro castigo: el de los oídos y paciencia del público.

Marcial, VI, 35

Septem clepsydras magna tibi uoce petenti
arbiter inuitus, Cæciliane, dedit.

At tu multa diu dicis uitreisque tepentem
ampullis potas semisupinus aquam.

Vt tandem saties uocemque sitimque, rogamus
iam de clepsydra, Cæciliane, bibas.


(Traducción:
Siete clepsidras que pedías alzando la voz,
el árbitro, contra su voluntad, Ceciliano, te concedió.
Pero tú mucho más dices, al tiempo que
en botellas de vidrio bebes, medio recostado, agua tibia.
Para que sacies por fin verborragia y sed, te rogamos
ya que de la clepsidra, Ceciliano, bebas.)



Con paciencia, pueden buscar el original de este y otros muchos clásicos en su texto original en este enlace: The Latin Library .


PASAJE BAROLO

Narraré una historieta esotérica, justo yo que vengo a ser de los racionalistas. Se autorizan sonrisas, sorpresa e indignación. Esto parece fruto de mi desbordante imaginación, pero les juro que es cierto.

Bien: en la ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Monserrat, con entradas por las Avenidas de Mayo e Hipólito Yrigoyen, ambas a la altura del 1300, hay un pasaje comercial inaugurado hacia 1920 que encima tiene un impresionante conjunto de oficinas. Debiera, en una buena estructura urbanística, tener enfrente una plaza. Eso permitiría apreciar la belleza del conjunto de un modo mucho más adecuado, con más perspectiva. Para que se ubiquen: las cuadras de Buenos Aires van del 0 al 99, del 100 al 199, y así; en el caso de estas avenidas, que 'nacen' en el 'bajo', o sea la barranca hacia el Río de la Plata, y la numeración es creciente de este a oeste.-

Este edificio del que hablo es el palacio Barolo (nombre del poderoso industrial textil que lo financió, no recuerdo ahora si salteño o mendocino), casi gemelo del Palacio Salvo, de Montevideo. Lo construyó el arquitecto Mario Palanti, un lombardo medio chiflado, miembro de una cofradía relacionada creo que con la masonería, y que algunos años después regresó a Italia, ya con Mussolini de jefe de gobierno.

El Pasaje Barolo es un edificio concebido como una catedral europea del Medioevo, con una simbología alquímica y religiosa y respeto de la "sección aurea" y todas esas supersticiones sacralizadas a base de la magia del número. Estaba destinado a contener las cenizas del Dante (L' Alighieri), en vista de su posible pérdida como consecuencia de la inminencia de una nueva guerra europea, lo crean o no.

Tiene más de cien metros de altura y remata en un faro, al igual que el Palacio Salvo. Es Monumento Histórico Nacional y el edificio con ventanas de apoyaturas en imágenes de guerreros y dragones que se ve en la película "Highlander II", que se filmó en Buenos Aires.

Combina gótico y arquitectura religiosa islámica y brahmánica. Los arquitectos te dicen que es un ejemplo (frecuente en los Estados Unidos pero raro aquí) de arquitectura esotérica. El Barolo está, en efecto, plagado de alusiones a la Commedia.

1º) Las bujías del faro de la cúpula representan los nueve coros angelicales y la rosa mística.

2º) La Cruz del Sur se puede ver alineada con el eje del Palacio los primeros días de junio a las 19.45.

3º) El edificio está hecho sobre la base de la sección áurea y el número de oro. Así, se divide en tres partes: el Infierno, el Purgatorio y el Cielo: planta baja, pisos 1 a 14, y pisos 15 a 22, respectivamente. El Faro simboliza al Gran Arquitecto, Dios.

4º) Las bóvedas de acceso son nueve, que representan pasos y ceremonias iniciáticas y también coinciden con el número de las jerarquías infernales. Cada bóveda tiene pintadas frases latinas tomadas de nueve obras distintas, desde la Biblia a Virgilio; si uno levanta la vista, y se olvida de los libros, choripanes, golosinas, del Banco que funciona en la Planta Baja, etcetera, las puede apreciar. La cúpula dicen que reproduce la del templo tántrico de Budanishar, en la India, y representa la unión entre Dante y Beatrice Portinari.

5º) Los cantos de la Commedia son cien, igual que los cien metros de altura del edificio hasta el faro. La mayoría de los cantos del poema tienen 11 o 22 estrofas, y así los pisos del edificio están divididos en 11 módulos por frente y 22 módulos de oficinas por bloque. La altura es de 22 pisos. Este conjunto de números representa el círculo, que era la figura perfecta para Dante.

6º) Dante iba a ser puesto en la Planta Baja, bajo la bóveda central, en un sitio que está marcado con una disposición especial del pavimento, y que iba a tener encima un monumento funerario, para lo cual se ejecutó una estatua de bronce titulada "Ascensión" que, al menos en estado de maqueta o proyecto, está en Mar del Plata actualmente, y representa el espíritu del Dante apoyando sus pies sobre un cóndor que se lo lleva al Paraíso: o sea que la simbología esotérica era que el poeta iba a salir del Purgatorio de su poema en dirección al Paraíso pasando por la Cruz del Sur, desde la muy hispánica Avenida de Mayo. Ahí, cerca del teatro Avenida, de unas dependencias del Consulado español, de una de las sedes de San Lorenzo de Almagro, de los cafés y otros edificios y comercios de la paisanada. Es tan kitsch y tan intelectualmente onírico que sólo lo puede explicar para el grosero espíritu criollo la circunstancia de ser italiano el diseñador. "Remordimiento Italiano", bautizaron nuestros barulleros y chacotones abuelos al estilo particular de Marito Palanti.

¿Que no es posible?. ¡Todo es posible en la República Argentina!... ¿Lo van entendiendo a Borges, sin ir más lejos, y su idea de que "somos como un sueño"?


A falta de Virgilio o Beatrice que nos sirva de poético cicerone, dejemos que el afamado baquiano Don Filcar, alumno prestigioso de Don Peuser, ya fallecido, nos muestre la ruta apropiada desde la cosmogonía dantesca hacia los laberintos cretenses. Subamos al subte o -alternativamente- a algún bondi, y entre la turbulenta multitud porteña emprendamos el rumbo del oeste. Así llegaremos a

PARQUE CHAS

Buenos Aires tiene un verdadero y legendario laberinto borgiano del que es tan difícil salir como entrar. Los taxistas te piden por favor que no los hagas aventurarse en el interior del pequeño enclave, y prefieren dejarte en alguna de las avenidas perimetrales, o mejor dicho te dejan de prepo en alguna esquina de las afueras del barrio. Porque quien entra -dice la leyenda urbana- corre riesgo serio de no encontrar jamás manera de salir, ni siquiera con ayuda de los vecinos. Una nueva estación de la línea B del subte (inaugurada hace poco, prolongando así la vieja ferrovía subterránea de los años 30) puede llegar a paliar este problema de relativa incomunicación del barrio "maldito".

Las calles de la urbanización Parque Chas, sector laberíntico circular del barrio de Agronomía, a unas diez cuadras de la Estación Federico Lacroze y del Cementerio de la Chacarita (una ex chacra y residencia veraniega de los estudiantes de colegios jesuitas) constituyen un eslabón más hacia la dimensión desconocida. Se llama así porque se trazó en los años veinte sobre unas suertes de estancia que a finales de la colonia le habían sido adjudicadas por la Corona a la familia Chas. Además un miembro de esa familia, emparentada con Manuel Belgrano, fue el impulsor (bien que presionado por los vecinos y las autoridades) de la urbanizacion de esas zonas.

La urbanización se creó con la intención de poblar y civilizar un poco la zona, porque la vida por ahí era aún como en algunos cuentos de Borges, Arlt o Bioy. Y se respetaron los nombres de las calles ya existentes en su prolongación desde Chacarita y Villa Ortúzar, dos típicos paisajes borgianos: Burela, Altolaguirre, Andonaegui, Bucareli, Bauness, Ávalos, Gamarra, Torrent (todas calles paralelas a las Avenidas Triunvirato y de los Constituyentes), Ballivian, Giribone, Gándara, Navarro (paralelas a La Pampa, "larga como un beso").

Pero, como medida para facilitar la enajenación de los enormes latifundios que había por ahí, que sus dueños -principalmente el Dr. Chas- no vendían, porque especulaban con la expropiación estatal por utilidad pública, la municipalidad pícaramente les aumentó la tasa de alumbrado, barrido y limpieza a los lotes grandes. Así que lotearon, pero de modo tal que resultaron manzanas más chicas que las habituales de cien metros de lado. Y esa circunstancia dio lugar al trazado de otras muchas calles nuevas. A la Diagonal mayor, que relativamente permite salir de ese infierno topográfico se la llamó primero La Internacional y hoy B. Victorica. Los nombres elegidos en 1933 por el Concejo Deliberante con mayoría de los socialistas independientes: Ginebra, La Haya, Cádiz, Dublin, Londres, Berlin, Tréveris, Atenas, Liverpool, Varsovia, Constantinopla, Nápoles, Turín, Moscú, Belgrado, Estocolmo, Bucarest, Budapest, Oslo, Praga, Sofía, Copenhague, La Internacional, Hamburgo, Berna, Marsella. Fantasía geográfica no les faltaba a nuestros antepasados.

Si tenés la suerte de contar con un amigo o conocido o cliente en ese barrio, y te quedás una tarde en su casa o comercio, verás cómo un mismo peatón, o un mismo vehículo, e inclusive la motito del repartidor de la pizzería que parece una villa miseria sobre ruedas, pasa una y otra vez dando vueltas por adentro del barrio de calles circulares sin saber cómo salir. La nota divertida la dieron unos ladrones que asaltaron hace unos años a un comerciante del barrio y después empezaron a dar vueltas en redondo, porque no sabían cómo huir, y la Policía, que no sabía luego cómo llevarlos hasta la Comisaría, los capturó a las dos horas. Fueron célebres por un rato: había que ver por la tele cómo se reían los federales del patrullero que los portaban presos. Ignoramos si las sonrisas se debían a la satisfacción del deber cumplido o al haber encontrado por fin el camino de regreso a la taquería...

Bueno, ese es el laberinto del Minotauro porteño: Parque Chas. Poco menos que la verdadera Casa de Asterión.


Si se atreven, pónganle a Google u otro buscador "Pasaje Barolo" o "Parque Chas", y verán lo que es bueno, si antes no son abducidos a la Cuarta Dimensión. Ya lo dijo Andrés Calamaro: "Fabio Zerpa tiene razón..."

martes, marzo 08, 2005

Exorcismos musicales: blues de Detroit

Decía ayer que cuando uno da en leer lo que otras personas más pretenciosas publican en sus blogs o páginas de Internet termina por alegrarse de tener una bitácora inútil como esta, para que la lean tres personas, y eso esporádicamente. Así como el "The Anatomy of Melancholy" es Burton, mi blog soy yo. Alguno o alguna que me conoce personalmente asoma o asomará por aquí, y acaso sonría imaginando mis gestos y mi voz, mi mirada y mis cabello, como son ahora o como los conocieron en el pasado.

Lo cierto es que componer es imaginar dificultades de interpretación y de coordinación entre autor y receptor de un mensaje. En el caso de la música, implica prever la coordinación entre ejecutantes de diferentes instrumentos, comprendida la voz, sin perjuicio de dejarlos libres de improvisar en ciertas secuencias armónicas, o sea aplicar "samples" melódicos y rítmicos aprendidos por el músico a lo largo de su experiencia, en oportunidad de leer una partitura o simplemente tocar de oído. La mente y el físico humanos son mucho más complejos y variables, y sutiles, que los medios electrónicos. Así que en estos tiempos tristes de periodistas que se creen eruditos, críticos de cine mentirosos, lectores de solapas, repetidores acríticos de superficiales opiniones ajenas y, en lo estrictamente musical, rappers, hiphoperos, disc jockeys de dudoso gusto, pretenciosos compositores-recicladores de música electrónica berreta, es de agradecer el legado de reconfortantes sonidos que ciertos sencillos hombres nos dejaron, tan sublimes a su manera como pueden serlo en otro plano los de Corelli, Mozart o Berlioz.

El Mississipi surca Norteamérica hasta el ocaso, portando los sentimientos, los misterios, las leyendas: el corazón de los hombres, su parte menos luminosa y más profunda. La comprensión quizá me sea inevitable porque nuestro Plata es otra exageración americana resultante de algún equívoco de marinero, y con ella tejieron la leyenda de otro estuario, que arrastra en sus aguas también lodosas sentimientos y misterios no menos turbios, con la misma mezcla afro que padecieron los Bluesman. Aquí abajo se llama candombe, tango y algunas otras cosas más. Por el Caribe andan el feeling (sonido cubano pariente del bolero), guitarras suaves, pero sobre todo bronces y maracas. Cada pueblo exorciza o endemoniza a su manera. Y está bien.

Algo de lo que acabo de decir sospecharía nuestro Borges cuando escribió, allá por los años treinta del pasado siglo, su "El espantoso redentor Lazarus Morell", para la "Historia universal de la infamia".
Por mi parte, ese zapateo de John Lee, detrás del estilete de las cuerdas de su guitarra siempre me ha parecido la mejor percusión, la más eficaz base.

En toda América, usando por ejemplo barricas de vino, harinas, u otros comestibles, los negros improvisaron membranófonos, como la conga, o -ya en el Río de la Plata- los chicos, los repiques, los bombos, los "pianos" y las tumbaderas, que en tiempos idos los "tata viejos" (equivalentes argentinos y uruguayos de los 'voodoo doctors') "curaban" con fricciones de ajo y aceites, y sometiéndolos al fuego, hasta templar las superficies. Y el estreno de cada uno de esos percusivos supone una ceremonia especial con origen en la religión afro, un sincretismo.

Los percusivos de distintos tonos y notas se combinan, formando verdaderas baterías, para poder ejecutar piezas según las afinaciones requeridas. Puede uno ser un Bonham del candombe o la rumba. Y para colmo, hay influencia de pueblos amerindios, que tenían instrumentos de cierta semejanza, y superposición de elementos flamencos. Fíjense las consecuencias artísticas (lo dijo Borges en la obra citada) del Asiento de Negros de Su Majestad. Inclusive atronó las radios y las orejas de nuestros abuelos "la deplorable rumba 'El manisero'"...

Lo importante es que el basamento cultural de la música brasileña, antillana, rioplatense, peruana y estadounidense, tiene muchísimo en común: rituales africanos que se dan en todo el continente americano y se reflejan en las huellas del sincretismo religioso. Brasileños y hombres "de color" del "Solid South" son los que menos lo han tenido que ocultar. En realidad, donde la influencia de la religión europea organizada como institución política no era demasiado fuerte, esa cultura se manifestó mucho más claramente: se basaba en el antiguo principio de las fuerzas de la Naturaleza, el sexo, la sensualidad y cosas tan excelentes como esas.

Los sellos que grabaron los primeros rags y blues llegaron, entre 1890 y 1920, a recopilar sonidos hasta en América del Sur, en busca de artistas buenos y baratos (casi todos negros y mulatos, por supuesto, o continuadores de sus influencias musicales). Hasta la "payada", contrapunto poético y guitarrístico, parece que es de origen africano (llamadas y contestaciones a grandes voces: el inicio de los carnavales rioplatenses se da por "llamadas"). De hecho, el Payador por excelencia, que diera nombre a nuestro principal aeropuerto internacional, fue Gabino Ezeiza. Un negro o mulato.

El zapateo de John Lee pone en ridículo a cualquiera que quiera imitarlo pero no lleve el ritmo en la sangre. Dicen que él lo tomó de su maestro T-Bone Walker, un guitarrista virtuoso. Y da un sonido como el del "cajón" peruano que se usa para acompañar los valses limeños (y originalmente habría sido un cajoncito de limpiabotas).-

A mediados del 2001, poco antes de pasar a mirar el mundo desde la parte inferior de los rabanitos, John Lee Hooker, un desgarbado negro que andaba por los ochenta y dos, estableció su último contacto directo con el público: continuaba subido a los escenarios, sonriéndole a su gente y mirándola a través de sus anteojos oscuros, a pesar de su avanzada edad que ya lo obligaba a tocar sentado y servirse de percusionistas (ya entenderán por qué acoto esto).

Nuestro hombre nació un 22 de agosto en una granja de Mississippi. Libros y web sites dan como su año de nacimiento el de 1917. Su papá era ministro en una Iglesia: aprendió desde muy chiquito a cantar gospel. Al blues y al country boogie (antepasado del rock, y su especialidad como guitarrista) llegó gracias al segundo esposo de su madre, el músico William Moore, amigo de algunos bluesman hoy legendarios como 'Blind Lemon' Jefferson y Charley Patton. Como muchos músicos que tocan de oído, y como aquellos pioneros del rock argentino de los sesenta, él también pasaba y repasaba los discos en la "victrola" para copiar como mejor podía los acordes y punteos. Comenzó a tocar con cuerdas fabricadas con tiras de cámara de neumático clavadas en un bastidor y tiempo después, cuando tuvo cómo comprarse una, pasó a la guitarra.

Anduvo por Memphis y Cincinatti como acomodador en el cine, y de vez en cuando acompañante a músicos de blues como Robert Nighthawk y de gospel (Fairfield Four y Big Six). Instalado en Detroit entre fines de los años treinta y el ataque japonés a Pearl Harbour, trabajó como obrero en la industria automotriz y metalúrgica, y para ganarse un suplemento empezó a cantar en bares y pubs donde se reunían los sureños a emborracharse y recordar sus "Cotton Fields" (¿recuerda alguno la hermosa canción de Leadbelly, el zambo "Rey de la Guitarra de Doce Cuerdas", famosísima en la versión de Creedence?). En esas prestigiosas reuniones de sommeliers y gourmets estadounidenses sureños nadie le daba cinco de bolilla al músico: el respetable público gritaba y puteaba, reía a carcajadas, se tomaba todo y tiraba snacks o migas de pan al antipático de la mesa vecina.

Por eso muchos, como Muddy Waters (en Chicago), Howlin' Wolf, y Hooker, fueron pioneros en la solución más recomendable para hacerse oír y no quedarse sin trabajo: adaptar para ganarse la vida con el blues la guitarra eléctrica introducida experimentalmente por T-Bone Walker y Les Pauls en la música yanqui en reemplazo de las destartaladas Gibson españolas como la que usara el gran Robert Johnson y ellos mismos en sus inicios.

Hooker hizo sus primeras grabaciones en 1948, para Sensation Records, y comenzó a dedicarse con exclusividad a tocar blues. Con la eléctrica en sus manos y su clásico zapateo estilo tip-tap haciendo la base percusiva (detalle que cualquiera que haya intentado un punteo de guitarra sabe lo difícil que es de coordinar con la ejecución del instrumento, y que dicen tomó del espectacular estilo del "T-Bone" Walker, que creo fue quien le obsequió su primera guitarra eléctrica), "The Boogie Man" hipnotizaba a las audiencias. Su guitarra elemental y misteriosa, como hiriendo el aire desde la nada, diríase que creando un ambiente "entre el alambre de colgar la ropa y la amenaza del flamenco", entre el esquematismo del rock'n'roll duro y la sutileza improvisadora y repentista de Frank Zappa, ponía ritmo, melodía y contrapunto de su voz cascada y desafiante: "one Bourbon, one Scotch, and one Beer, oh yeah!".

Era artístico hasta para eludir los contratos en exclusividad creando 'alter egos', suerte de traviesos nicks de bluesman pobre (digo yo: ¿pero se puede ser un bluesman rico?). Así grabó para distintos sellos discográficos con otros tantos nombres: para el sello King era "Texas Slim", en Regent "Delta John", en Savoy "Birmingham Sam & His Magic Guitar", en Danceland era "Little Pork Chops", cuando grababa para Staff era "Johnny Williams"; en los sellos Sensation, Gotham, Regal, Swing Time, Federal, usaba su verdadero nombre, pero en Gone era John Lee Booker (con "B"), en Chess y en Acorn era "The Boogie Man", en Chance y DeLuxe era simplemente "Johnny Lee", y así hasta que en 1955, como ya era famoso, comenzó a usar sólo su verdadero nombre. Un negro atorrante, vamos.

Se recuerdan de él varios éxitos, entre ellos "I'm in the mood", "One bourbon, one scotch and one beer", "Walking the boogie", "Boom boom" y otros más. Siempre buscando la variante de la armonía, el ritmo, y toda la parafernalia imprescindible para llamar la atención y ser distinto que los demás bluesman. No necesariamente mejor, sino distinto. Como luego harán los "chicos Motown" del soul, que algo aprendieron de él.

Durante los primeros años de la década del sesenta, con el rock y sus parientes domesticados por la industria blanca, Hooker y todos los viejos bluesman se las rebuscaban como podían, con recitales de blues acústico en universidades y circuitos de música folk. Mezclado con gente como Miles Davis, apareció "colado" en festivales de jazz como los de Antibes, Niza, Barcelona. Ejerció gran influencia en gente como Johnny Rivers, Frank Zappa, los Canned Heat, Beatles, Rolling Stones (banda que no me gusta para nada, pese a ser argentino), The Doors (aquí hago un alto literario: el nombre de la banda californiana se debe a los experimentos con mescalina de Aldous Huxley, que por ahí habla de "las puertas de la percepción"), Spencer Davis Group, y muchos otros.

Fue la "British Invasion" la que reavivó en Estados Unidos el blues eléctrico y permitió que Hooker y muchas glorias de la música negra salieran relativamente de pobres y fueran reconocidos como los grandes músicos populares que eran hasta por los sectores blancos de su propio país. Algunos, como Howlin' Wolf, hoy aparecen en las estampillas de correo.

Más tarde grabó con la banda Canned Heat (unos locos totales que una vez, dicen, yendo de gira en ómnibus, se pusieron a improvisar una noche en un bosque californiano, y de repente se encontraron sin querer tocando para unas ochocientas personas) "Hooker'n'Heat" (1971). Interpretó un papel especial en la película "The Blues Brothers" (1980) y -si mal no recuerdo, ¡socorro, cinéfilos!- metió mano en la banda sonora de "El color púrpura" de Spielberg.

A los setenta años, el vejete grabó en 1989 "The Healer" ("Quitapenas, Curador, Sanador, Blues en el sentido prístino de 'diablillo melancólico'"). En ese disco pasa revista a toda su carrera, a todos los tipos de blues que existen, junto a acompañantes como Robert Cray, Bonnie Raitt y Carlos Santana (con Chepito Areas y todo). Ahí anda en la tapa del compact la silueta del viejo Hooker, con su sombrero y sus invisibles, presentidos anteojos negros, levantando la mano como un deshollinador bonachón que conjura a los fantasmas de la tristeza. Ya que hicieron 'click' en el enlace, no sean giles: no se priven de recorrer toda la página "Jazz No End".

John Lee era analfabeto: no tenía ni la más puta idea acerca de cómo pautar en papel su música. Algo así como un predicador ciego. Los bluesman, como algunos letristas e instrumentistas de tango, como algunos músicos brasileños, como los payadores, continúan a su manera, con sus coordenadas culturales, aquella tradición homérica del aeda errante y melancólico, que advierte a los pueblos sobre los peligros y las maravillas de esta vida.

lunes, marzo 07, 2005

Partido de los Sueños Melancólicos

Empiezo por dejar este enlace a una buena página japonesa sobre Lawrence Sterne, admirador de Cervantes y Rabelais (con tales preferencias, nada bueno podía esperarse de este religioso británico). Léalo el que pudiere y ganas tuviere, que es bueno para la salud. Es un simpático atorrante. No todo es la vieja Margaret en la islita esa.

Aprovecho la ocasión para comentar la perplejidad en que me sumió la lectura del blog de un periodista español de cuyo nombre no quiero acordarme, que se manifestaba muy satisfecho de no haber leído ciertos clásicos de su literatura, más específicamente el tipito se felicitaba, es más: se autoglorificaba, por haberse perdido leer el Quijote. A veces uno se alegra de tener una bitácora inútil como esta, para que la lean tres personas, y eso esporádicamente...

Marcelo dijo por su parte días atrás, y pese a su mala relación con las instituciones, querer afiliarse al "Partido de los Sueños Melancólicos". Haciendo gala de saber de asuntos de los que no estoy capacitado para opinar en modo alguno, copio esto que compuse bajo el influjo de una ocasional melancolía originada en una entorsis rotuliana, alucinando acerca de cierta evolución de la melancolía gringa que me ha parecido sospechar, guiado por mi lectura y la hecha por otros realmente sabios, dentro de un contexto de "tristeza perenne paneuropea". Después de todo, las primeras insinuaciones de la Unidad Europea y los primeros Tratados de Derecho Internacional Público (Münster y Osnabrück) son apenas un poco posteriores al período en que vivió el autor del que se trata.

1. Burton y la Bilis Negra

Cualquier ser humano ha experimentado a veces esa sensación de estar viviendo suspendido en el tiempo, en un atardecer eterno y nublado que produce una grata melancolía, o una opresiva angustia, o ambas cosas a la vez o sucesivamente, y que acaso nos recuerda que vivimos bajo nuestro ocasional techo, sí ("my house is my Kingdom"), pero ahí fuera - y también 'aquí dentro', bajo representación de los objetos o traídos a la memoria por nuestra cultura - acechan peligros y enemigos. Algunos, más sinceros que otros, consiguen contar a sus semejantes los detalles de esa experiencia y mantenerse despiertos y en guardia contra tales peligros y enemigos, sobre todo los que emergen de nosotros mismos.

Robert Burton (Richard, con el que a veces se lo confunde, además del famoso actor galés, era el nombre del escritor del siglo XIX, traductor de "Las Mil Noches y Una Noche", muy admirado por Borges, y agente de inteligencia militar) se formó en latines en Oxford, en el Christ Church College, del que fue bibliotecario. Los historiadores de la literatura inglesa le dicen, si no yerro, "el Montaigne inglés", por su vasta erudición e inacabable discurso, que pese a su vastedad no es mera charlatanería.

El referido Lawrence Sterne y Samuel Johnson lo tenían por ídolo literario. Y Bertrand Russell parece (si hemos de creer a alguno de sus ensayitos de divulgación científica) que usaba su obra más famosa como terapia para "cargar las pilas" cuando estaba fatigado o desconcertado. "The Anatomy of Melancholy" debe ser uno de los libros más comentados y citados, "diciendo" o "mostrando", por ingleses y norteamericanos desde Sterne o Johnson hasta insospechados admiradores como Henry Morton Robinson, Ray Bradbury o Raymond Chandler (andaba releyendo "Killer in the Rain", y sentía que gangsters, putas y rufianes de inexplicable melancolía parecen incursionar en estos terrenos burtonianos más de una vez en las narraciones de don Raymond, tan "british" él, que en ese sentido supera larga y favorablemente a Hammett, más obsesionado con la acción).

El ensayo de Burton sobre la "enfermedad de Hamlet", ya tratada por Timothy Bright en un trabajo que -dicen - fue una de las fuentes de Shakespeare para su famosa obra, era en su intención y para los cánones científicos de su siglo de asunto filosófico, médico y político-historiográfico. Últimamente han sido los neuropsiquiatras quienes se han estado interesando por el trabajo de Burton. Por la vida misma de Burton: "The Anatomy of Melancholy" es una obra hecha y refundida muchas veces, casi un diario íntimo emotivo e intelectual, diría. Podría decirse que es un blog (aquí, corresponde ese emoticón de sonrisa tonta, exhibiendo todos los dientes).

Burton apela a sus autores favoritos y a los contemporáneos que más lo habían impresionado, y así se remonta en un gigantesco "medley" a los antiguos científicos y artistas, a Galeno, Hipócrates, Aristóteles, Plauto, Cicerón, Virgilio, Tito Livio, Horacio o Séneca, a la medicina mitad ciencia natural y mitad astrología o mancias diversas del medioevo, para intentar desentrañar las causas de la perenne tristeza del ser humano de su tiempo. Las raíces del mal pasan sucesivamente a ser analizadas en la naturaleza, según el influjo de los astros, a la hora de la llegada a la vejez, por el influjo de la herencia (hoy hablarían de "la genética"), por la incidencia de las funciones nutricionales en general, que incluyen como es sabido no sólo a la alimentación sino además a la micción, el sudor & other evacuaciones, por los estados de la conciencia, la perturbación del sueño y la vigilia, las pasiones, la imaginación, la irascibilidad, el juego, el erotismo, la desmedida erudición, la mala educación.

La "hybris", que dirían los antiguos griegos, es encontrada a propósito de casi toda actividad humana. Además, como todo hombre de ciencia, intenta pronosticar la evolución de este mal psiquiátrico de su siglo a partir de la cita o comentario erudito de los científicos y ensayistas del momento, o al menos de sus temas: Montaigne, Francis Bacon, Laurens, Ferrand, Cristóbal Vega, Mercado, Paracelso, Fuchs, Aldrovandi , Marsilio Ficino, Vives, Erasmo, Escoto Escalígero, Lipsio, Matteo Ricci y siguen los nombres, para el viaje de Robert a través de la huella que la melancolía imprimió en la historia, derrotero que formula a través de una auténtica disección anatómica de la intimidad de los seres humanos, pasando revista a todos sus miedos, sueños, viajes y aventuras.

Burton continúa, o acaso inicia, una constante de la literatura británica al insinuar una posibilidad de generar un mundo imaginario de delectación triste, que se intuye como realizable luego a partir del conocimiento científico de uno mismo y del mundo y su proyección en las cosas. En eterno debate con sus propias excrecencias físicas e intelectuales intenta dialogar con sus acaso lectores para ayudarlos a desentrañar en qué los seres humanos han desordenado su interioridad y su entorno y desde esos signos encontrar vías para restablecer el dominio de la razón o el sentido común o el equilibrio emocional por sobre la furia anárquica de los elementos librados a su suerte. Analiza no sólo desórdenes interiores de cada individuo de la especie, sino hasta sus proyecciones políticas y sociológicas, como parte de unos rasgos eternos de la especie humana, y así se cuenta entre los que comienzan a elaborar doctrina (que, jurídicamente al menos, luego haría carrera a partir de la Revolución de Crommwell) acerca de la conveniencia o necesidad de reservar sólo a las autoridades políticas -selectas como cuerpo de vigilancia contra la proyección colectiva de estos males- el ejercicio de la compulsión, de modo de preservar al individuo y al cuerpo social de los excesos propios de los ajustes de cuentas privados, y su largo ensayo hunde al lector en la locura y la tristeza privadas y públicas tal como la percibe desde su desconcertante y desconcertado tiempo, que es el nacimiento del mundo moderno, de las instituciones occidentales tal como hoy las conocemos. Insinúa o "muestra" que siempre ha estado en la intimidad introspectiva y el diálogo y el debate de lo que a todos nos pasa la solución a ese desorden melancólico que se abate sobre el mundo. Y que cada humano y cada grupo social es capaz de reordenar esos detritus intelectuales y emotivos a su manera.

Y siempre se permite suponer, en un exceso de modestia, de temor al protagonismo, que sin embargo no parece afectado, que acaso es él mismo quien se está excediendo, que acaso sus consideraciones son erradas, que está sobresaliendo demasiado. Sería su manera de incitar a su lector a mantenerse en guardia, disfrutando y a la vez temiendo los síntomas del terrible mal. Y tomando conciencia de que, aun si se tratare como él cree de variaciones eternas sobre un mismo tema, acaso la ignorancia y la pobre redacción le deben ser perdonadas porque cada lector reescribe el libro a su manera, si es que es el lector apropiado para esta clase de libro. Digo yo, que no sé mucho, acaso nada de nada...

2. De yapa, si no se durmieron: Timothy Bright

Conocido en el mundo de la taquigrafía por su libro "Characterie, an art of short, swift and secret writing by characters" (del que sólo se conserva -justamente en la Biblioteca de Oxford que cuidara Burton en su tiempo- UN ejemplar), que sirvió para conservar, tomas taquigráficas hechas en el teatro mediante, varias de las obras de Shakespeare, Timothy Bright es también autor de "A Treatise of Melancholy" (1586), la primera monografía médica en inglés sobre melancólicos. Manteniéndose dentro de la ortodoxia "humoral" hipocrático-galénica, sostiene que la melancolía no constituye únicamente una "conciencia del pecado" como afirmaban los teólogos y filósofos de la Edad Media la habían calificado.

La melancolía, en aquel entonces, fue -como tantas otras nociones- tanto un mito mantenido por tradición como una categoría tenida por científica, de esas que por su ambigüedad lo mismo paralizan toda posibilidad de conocimiento cierto futuro como repentinamente impulsan la creatividad de los estudiosos y los llevan a superarse en la busca de las verdaderas causas del fenómeno, e inclusive en la determinación de si el tal existe o es mera creencia tenida erróneamente por buena.

Eran tiempos de formación de nuevo lenguaje y nuevo método para las artes y las ciencias. Sucede cada tanto. En ese contexto la melancolía, según si el médico se enrolaba o no del todo en la añeja pero entonces vigente "teoría de los humores" (al "temperamento bilioso", según ella, le correspondería este estado de perenne tristeza: "melancolía" indica en griego "bilis negra", o "humor negro") sería el grado de temeridad con que, desafiando la superstición y los tabúes religiosos y filosóficos se adentrase en el estudio de la fisiología cerebral y de las enfermedades mentales.

El equilibrio entre enigmas y problemas, entre mitos y ciencia, ha variado a lo largo de estos siglos. La melancolía, además de contener la estructura simbólica de un mito, se refiere también a las consecuencias trágicas de la soledad, la incomunicación y la angustia, ocasionadas por la diversificación de las experiencias humanas en un período de creación de un nuevo lenguaje, una nueva mentalidad, unas nuevas formas de convivencia. Por lo tanto, el problema de Bright, Burton y otros médicos, filósofos y ensayistas de la época, era que la melancolía se había convertido en las Uropas de entonces en una urdimbre de humanos sufrientes que intentaban explicarse su aislamiento e incertidumbres religiosas, morales y políticas. Parece ser que los hombres de esa época expresaban por la melancolía sus perplejidades y angustias.

En esos tiempos, los científicos de corte racionalista-experimental eran presa de persecuciones religiosas y políticas, lo mismo que los poseídos por arrebatos místicos. Un médico español llamado Huarte de San Juan, que es una fuente del Quijote, se atrevió a escribir un libro bastante divulgado sobre esos menesteres, que en mucho se apartaba de la ortodoxia de los paradigmas hipocrático-galénicos para las perturbaciones mentales. Así como Cervantes seguramente leyó el "Examen de ingenios" de Huarte, Shakespeare conocería "A Treatise of Melancholy" de Timothy Bright, y dicen que efectivamente lo usó para dar forma a la melancolía que atormenta a Hamlet.

Bright explica que a los melancólicos es posible curarlos, salvo a los que han caído en ese estado por su conciencia de la culpa, que sólo pueden ser "consolados" pero jamás curados. Percibe a la melancolía como un mal ocasionado por la putrefacción o descomposición del entorno social, que inutiliza a las personas, y no le encuentra relación directa con el ingenio, que juzga algo personalísimo. Así, distingue entre melancolía provocada por el "bilis negro" y otra de mayor gravedad que le parece fruto del pecado. Claro: Willy Shakespeare hizo un "mix" entre el tratado de Bright y la propia creatividad artística, y su Hamlet le sale imaginativo, ingenioso, como a su manera lo es por ejemplo el Quijote. Otros personajes de la literatura de esos siglos (pienso en Simplicius Simplicissimus, en el Buscón, y otros héroes de la picaresca europea), tienen algún parentesco con estas nociones, aunque operen en otro grado más dinámico, menos apartado intelectual y emotivamente de sus semejantes, más gregario.


La melancolía que tratan estos autores, Burton, Bright y los demás mencionados, es la expresión de un enorme sufrimiento dentro de ese período histórico, un medio de comunicar la individualidad, la soledad y la dificultad de comunicación tal como la percibían sus sociedades, en el marco de la formación de los nuevos "Estados-Nación" y otras formas socioeconómicas. Pero también, por eso mismo, un acicate cultural para salir de esos encierros o trampas del desconcierto. La historia de la formación de una nueva conciencia del hombre occidental, nada menos, que es la que -mal o bien- nos ha traído hasta aquí. No está de más conocerla, o recordarla.