domingo, marzo 06, 2005

La ironía y la Antigua Hermandad del Perro

"Fábula del demagogo y el atorrante" (tradición oral)

Alejandro de Macedonia (político educado por Aristóteles): - Soy el Hombre Más Poderoso de la Tierra. Pídeme lo que quieras, y te será concedido.
Diógenes, 'el Cínico' (filósofo callejero y acaso enólogo mendicante, respondiendo sin levantarse del piso donde estaba recostado): - Bueno. Hola, ya sabrás que mi nombre es Diógenes. El Sol sale para todos, y el día está hermoso. Sé amable, hazme feliz: quítate de en medio, que me haces sombra...


Tal la fórmula del éxito contra cualquier charlatán soberbio: una gota de ironía en un mar de cinismo...
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En ocasiones los textos como el que ahora vengo a almacenar en esta bitácora surgen de extraños sopores, acaso flogistos que, liberados de su prisión al quitarse la corona metálica que obtura la boca de cualquier botella de Quilmes, sumen a quien se encuentre cerca del foco de ese fenómeno alquímico en extrañas alucinaciones culturales. He aquí testimonio de otra de ellas.
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"Mala fe" es una asociación de palabras que refleja en castellano como ninguna otra la actitud de esperar a alguien con una trampa en cualquier rincón del camino. La expresión representa en el universo de lo jurídico las asechanzas de los malvados a los inocentes, de las que son sinónimo.

El cinismo, como corriente filosófica, apareció en Atenas, en el siglo V antes de Cristo, en plena crisis política luego de las Guerras del Peloponeso y durante la expansión macedónica.

Como la 'polis' era el sistema político que daba libertades e identidad a todos sus miembros como expresión de protección del Panteón ("todos los Dioses") sobre ellos, y la crisis había desatado un fuerte pero desideologizado individualismo, entonces aparecieron distintas corrientes reorganizadoras del conocimiento y del planteo del lugar en el mundo que debería tener el hombre.

Sócrates, según unos un sofista más, según otros un héroe intelectual tenido por maestro de la ironía, de la provocación supuestamente amable a sonreír todos juntos y tomar conciencia de la propia ignorancia o conformismo, intentó predicar una reforma profunda de las instituciones y el estado griego. No fue el único en intentarlo.

Es, sí, el más famoso porque Aristocles (a.k.a. Platón) trató de presentarnos en sus escritos a su maestro como un hombre frontal que inducía a seguir los dictados del saber propio más que la tradición, aunque ello impusiera reformar el orden establecido, como un mártir de la verdad y el conocimiento empático. Así, por ejemplo: "... el mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aún menos. Sin embargo, la verdad es así, como yo digo, atenienses, pero no es fácil convenceros." (Apología, 38a)... "He sido condenado por falta no ciertamente de palabras, sino de osadía y desvergüenza, y por no querer deciros lo que os habría sido más agradable oír." (Apología, 38d). Esta versión de Platón no ha resultado convincente para todos, en especial para quienes han podido leer también la de Jenofonte. Para colmo, una gran pluma, la del incorregible -y talentoso- Aristófanes, se burló a placer del Sócrates histórico en "Las nubes" y alguna otra de sus comedias.

Volvamos a lo nuestro: el adjetivo "cínico" originalmente designó a una actitud propia de algunos filósofos de la Antigüedad cuyo más famoso exponente fuera el Diógenes de nuestra anécdota y sus comportamientos perrunos. Hoy la palabra se usa corrientemente para señalar a una persona o acto que muestra alguna forma de indiferencia por el esquema de valores aceptado socialmente. Se aplica también a quien acepta como verdaderos, sin sonrojo y con naturalidad, juicios de valor adversos sobre su persona e intenciones.

Pero gente como Diógenes, que también anduvo haciendo de las suyas en aquellos tiempos de la Atenas clásica y "acariciaba a quien le daba algo, ladraba a los que no y mordía a los malvados", cuando alguien pretendía confundir el sentido de sus mordacidades, ante la pregunta irónica "¿cuál es la criatura cuya mordedura es la peor?", contestaba que "entre las bestias salvajes, la del sicofanta, y de entre los animales domésticos, la del adulador", era otra cosa muy diferente.

Aquellos filósofos cínicos atenienses usaban la ironía de manera semejante a la que los platónicos querían ver en la actitud de Sócrates, porque no creían que la solución a los problemas cotidianos de la existencia pasara por volver a ofrecer elaboradas teorías o vana palabrería, sino en educarse mediante la acción y el discurso práctico para no confundir sabiduría con erudición vacua, con el dominio prejuicioso de una acumulación de lugares comunes teóricos que nos evade y nos aleja del verdadero conocimiento y con él del disfrute de la vida. Un cínico nunca daba por definitivamente sentado nada, ni siquiera la propia o ajena ignorancia. Su propósito era impedir fuera a suceder que algunos, aun predicando que nadie era por definición y sin cotejo con los hechos más veraz que otros, resultasen considerarse con derecho a tenerse por más veraces entre sí, como grupo de sabihondos, que todos los otros hombres juntos, y sin haberlos consultado.

El cínico ejercía una libertad de palabra manifestada muchas veces por medio de la burla, la parodia, el enfrentamiento puro y simple, amparados en una lógica dirigida no a entes ideales sino a los hechos, que son la muerte del charlatán de feria, por mostrarnos el estado de cosas presente, que en cada evento del día a día permiten controlar si nuestras ideas se compadecen o no con la realidad, si es que estamos siendo juiciosos o viviendo por comodidad filosófica en una especie universo paralelo ad usum delphini.

"Ironía" es esa facultad del pensamiento que permite a cada cual distanciarse de las representaciones usuales de sí mismo y del mundo y razonar luego sobre su validez y veracidad cotidianamente, y hacerlo con otros, en la plaza, el café, la cola de la panadería, el foro de Internet, el blog, en cualquier sitio donde haya gente, inclusive amablemente, por el sólo placer de aprender y de mantenernos despiertos. En una acepción menos filosófica, indica esa palabra corrientemente a la burla supuestamente fina, a esa risita socarrona de quien se imagina superior a sus semejantes, y en razón de ello busca la complicidad de otros miembros del supuesto grupo de sus pares "mejores que los demás" y hace notar con hiriente mala fe a un ingenuo interlocutor ocasional que le resultan indiferentes la validez de las razones o sentimientos que pueda tener en su contra respecto de un determinado asunto. Claro: actuando todos contra uno solo armado apenas de buena fe, se sienten seguros de mantener el orden establecido.

Es que la ironía, en tiempos modernos, ya no corresponde a aquella tradición clásica de la actitud de defensa de la verdad, sino a una conducta hipócrita que subvierte la realidad en público para por contraste poner de manifiesto los que se dice son errores y falsedades, o lisos y llanos embustes ideológicos, que siempre son los de otras personas ajenas al círculo de quien ejerce esta falsa ironía, nunca los propios o los de "los suyos", por supuesto. De ahí que los cínicos y el cinismo a la manera de Diógenes me parezcan tan meritorios y eficaces en estos tiempos que corren, porque al menos son capaces de volver la ironía contra sí mismos y hacerse cargo de las consecuencias.

El irónico quiere - o dice querer - saber qué es lo que hace y por qué lo hace. Pero en sus formas extremas la ironía deviene modernamente en una mera forma literaria, una pose, una actitud excluyente, una manera de señalar que, como decía la publicidad de una tarjeta de crédito, "pertenecer tiene sus privilegios", y somos (felizmente, y lo echamos en cara a nuestros interlocutores) del grupo al que se ha de pertenecer para poder decir lo que nos parezca sin ser sancionados. Es la impresión que, por ejemplo, casi siempre me deja la llamada "ironía literaria inglesa": que es una marca de clase, hecha de "tics" de una sociedad muy clasista, y nos señala que propiamente "estamos afuera" según una serie de arbitrariedades de su emisor. Puedo estar en un error, claro que sí. Pero es la sensación que me dejan charlatanes incansables celebrados por su supuesta "ironía", que lejos, muy lejos, están de la actitud, el hecho irónico que protagonizaban aquellos antiguos y valientes pensadores atenienses.

Los cínicos del tiempo de Diógenes representaban una de tantas corrientes que parece intentaban dar sustento a una nueva concepción del hombre, pero no se convertían con su actitud en cómplices de la hipocresía.

Ya no se ven sino accidentalmente verdaderos irónicos ni cínicos en el llamado mundo occidental, tipos que sin segundas intenciones, sin mala fe, hagan partícipes a los demás mortales de su saber o su ignorancia y sepan reírse de sí mismos con sus pares. La negación de la existencia del otro, al no tenerlo siquiera en cuenta más que como objeto de engaño, conduce a "irónicos" y "cínicos" modernos a la negación de su propia intimidad.

La renuncia a convertirse en quien uno debiera ser si tuviera huevos para eso mediante el intercambio leal con el prójimo implica desistir de la elaboración de una opinión libre para confrontarla educadamente con la ajena, y así el (falso) irónico o cínico moderno ya no es un hombre alerta contra el autoengaño y la soberbia sino un hipócrita de corte epicúreo, no en el sentido original del Epicuro de Samos (siglo IV antes de Cristo), que postulaba una búsqueda colectiva del goce desinteresado del placer y la amistad, ni en el del epicureísmo de tipo grosero definido acertadamente por Unamuno en uno de sus insufribles ensayos con el chiste "comamos y bebamos que mañana moriremos", sino en el de un egoísmo refinado que busca el placer exento de todo dolor, un epicureísmo "burgués", gozador de cuantas delicias perennes el uso del dinero bien o mal habido proporciona a los pudientes a costa de los menos afortunados.

Claro está que, así como es sabido lo difícil que es plantear un derecho de base epicúrea sin hacer el ridículo, en esta actitud hay mucho eco de la adaptación para consumo de las clases "medias altas" que algunos ideólogos europeos han intentado hacer de la moral epicúrea para uso de los más favorecidos en la sociedad neoliberal "capitalista" de nuestros tiempos (me he ido convenciendo de que es imposible por lo absurdo un sistema jurídico y económico serio a base de un epicureísmo; y es que fueron los estoicos y no los epicúreos quienes reconocieron en toda persona a un semejante independientemente de su origen).

Estos sujetos contemporáneos pertenecientes a sectores sociales prósperos de las sociedades opulentas del hemisferio norte, como sus imitadores de por aquí abajo, delegan la representación de su vida interior a otros mediocres de talante hipócrita, gurúes que los conducirán mágicamente a un modo de vida conformista y evasivo, ligado por ejemplo a la pertenencia a un grupo para sentirse integrado sin detenerse a considerar con qué clase de sujetos uno se acompaña, o directamente como una forma más de evasión por el consumo, que puede hasta llegar a declarar simpatías exteriores por la defensa de las causas más nobles, que luego los hechos (la muerte del charlatán de feria, recordemos) demuestran les resultan casi totalmente indiferentes, o sin el casi, porque ellos han desarrollado un impulso vital que impone defender con astucia, con mala fe, pero una mala fe sutil, hecha de hipocresía, falsa ironía y mal entendido cinismo, su propio goce individual o de grupo o clase.

Y aquí lo dejo, que ya parezco un teórico de la Filosofía del Derecho y hasta a mí mismo me estoy aburriendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, excelencia, no le conocía esta vena de pensador cuasi politólogo. Del post de abajo pasé porque no entendí un pomo. Pero este me gusta.

Me olvidaba de mi smiley de guerra, o sea :P

Alfredo dijo...

Hola, Sole: no había visto tu mensaje.
Gracias por lo de 'Excelencia'. A lo máximo que había llegado hasta ahora había sido a estados de 'excedencia' ;-).
No me imagino vena de politólogo, ni quiero tenerla. Una noche empecé a repasar apuntes, párrafos, que había ido acumulando en la compu a lo largo de un año, a darles algo de cohesión ligándolos entre sí y con lo que me parece sucede en los hechos, y salió esto, que acaso sea una opinión que más adelante tenga que cambiar.
En cuanto a tu ignorancia del fóbal, muchos que viven de él tampoco entienden nada, y ahí los tenés, ganando guita.
En cuanto a tu emoticón 'burlesque' sólo diré por tratarse de una dama me abstendré de sugerir un destino apropiado para el futuro del mismo (¡oooooooole!!!).
Saludos

P.D.: ¿El Joaquín trucho, vive? Dígale de mi parte que revise su bandeja de entradas.