jueves, octubre 26, 2006

El elefante Trompita, la Ilustración y el neurólogo acaso hippie

"Pregúntese a un científico si cree que tiene derecho a suscribir una afirmación en el campo de la ciencia tan sólo porque le guste, o porque la considere un dogma inexpugnable, o porque a él le parezca evidente o porque la encuentre conveniente. Probablemente conteste más o menos así: 'ninguno de esos presuntos criterios de verdad garantiza la objetividad, y el conocimiento objetivo es la finalidad de la investigación científica. Lo que se acepta sólo por gusto, o por autoridad, o por parecer evidente (habitual), o por conveniencia, no es sino creencia u opinión, pero no es conocimiento científico. El conocimiento científico es a veces desagradable, a menudo contradice a los clásicos (sobre todo si es nuevo), en ocasiones tortura al sentido común y humilla a la intuición; por último, puede ser conveniente para algunos y no para otros. En cambio, aquello que caracteriza al conocimiento científico es su verificabilidad: siempre es susceptible de ser verificado (confirmado o desconfirmado)'." [Mario Bunge, "¿Cuál es el método de la ciencia?", en: "La ciencia, su método y su filosofía"; Buenos Aires, Siglo Veinte, 1985, página 41]

El acaso lector recordará un divertido corto publicitario que emitía la televisión argentina años atrás. En él, para demostrar la pureza de su soda, una conocida marca del ramo ponía en acción a una especie de barrabrava-patovica-cadenero-levantador de pesas-peludo y mugroso-motoquero, directamente salido de la película "Easy Rider", o de un cuadro de "El club de la pelea", que se aproximaba a un sifón, se servía un vaso, tomaba un traguito, y bajo el influjo de "la pureza" del producto se largaba a cantar con voz candorosa, mirando a cámara, "El elefante Trompita", insufrible hit de los establecimientos preescolares de la Patria:
"Yo tengo un elefante que se llama Trompita;
mueve la cabeza llamando a su mamita..."


Imagino que Leopoldo Lugones, Enrique Banchs, Jorge Luis Borges, Manuel Castilla y Alejandra Pizarnik, entre otros, se estremecerán de indignación en sus incómodas tumbas ante la comprobación histórica de lo calamitoso que puede resultar para una comunidad escolar el simple hecho de abandonar un Diccionario de la Rima al alcance de cualquier autor de canciones infantiles convencido de que los seres humanos somos unos entes decididamente estúpidos. Pero no es eso lo que importa aquí.

Si supiera dónde hallarlo, ciertamente enlazaría el 'trailer' de la divertida publicidad, para que quienes no la conozcan de primera mano puedan disfrutar de ella. Pero lo que intento contar es que, recorriendo los enlaces que en el margen derecho de su majestuosa bitácora ha puesto el célebre polígrafo Mnemosine, he descubierto el blog que lleva un periodista celtíbero que responde al nombre de Eduard Punset, hombre -se dice- de convicciones liberales, y, dentro de él, mis escuadrones de búsqueda han detectado esta entrevista al neurólogo Antonio Damasio. Éste, sin perjuicio de cuanto expone respecto del campo de su especialidad, me ha impresionado más en otra faceta, la de psicopedagogo y jurista aficionado. A estos últimos efectos, Damasio, con una inestimable ayudita del amigo Punset, se comporta como un verdadero profesor hippie. Veré si soy capaz de explicarles por qué. Entusiastas de Edward de Bono, de la era de Acuario, curanderos, astrólogos y programadores neurolingüísticos, por favor abstenerse, salvo que se tratare de pseudocientíficas morochas no transexuales de entre 25 y 50 años, de buena planta y decididas a convencerme de lo que fuere a costa de cualquier sacrificio.

"El cerebro, teatro de las emociones", titula don Punset la entrevista, fechada el 11 de abril de 2006 y datada en Madrid. Remítoles a la lectura íntegra de la misma. Efectuada una lectura atenta y empática del diálogo entre ambos respetables caballeros, concluyo que la parte referida a neurología me parece valiosa, porque nos pone en conocimiento de lo que constituiría una serie de avances en el plano de la casi desconocida mente humana (alguna vez un neurólogo me contó que algo así como las cuatro quintas partes de las funciones de la masa cerebral son absolutamente desconocidas en su detalle, lo que explicaría la buena estrella de mitologías literarias en funciones terapéuticas durante tantos años). Pero cuando Punset y Damasio se meten a 'ideologizar' en materia de Psicopedagogía y Derecho, en base a lo que todavía no parece haber sido suficientemente sometido a verificación y/o falsación en ciencias naturales y a reduccionismos filosóficos, la cosa se pone muy divertida.

Al principio no pasan del ameno diálogo de divulgación científica, aunque no exento de rasgos preocupantes para el racionalista, porque no relata el entrevistado, sino el entrevistador. En un juicio, así como hace Punset, yo no podría interrogar a un testigo. La mayoría de las preguntas de Punset son puramente indicativas. Hasta mi finado padre periodista, que era medio nabo, lo hacía mejor. Miren:
"EP: -Al principio de todo, tenemos un estímulo que desencadena una emoción, pero estamos todavía en el cuerpo, ¿verdad? Y afirmas que luego, a través de medios complicados, aparecerá un sentimiento. Y esto ya es un asunto de la mente.
AD:- Exacto."

Según esto, Damasio se deja presentar por Punset como un neurólogo no materialista: la mente no estaría haciendo parte del cuerpo, o sea que los impulsos eléctricos y reacciones químicas que principalmente estudia su ciencia no deben ser reales. ¿Por qué este dualismo? Más adelante ambos charlistas nos informan:
"EP:- Es fascinante porque, en cierto modo, aunque afirmas que las emociones pertenecen al cuerpo y los sentimientos a la mente, cuando explicas los sentimientos, dices que cuando tu equilibrio metabólico, tu fisiología, tu química interna, funcionan bien, entonces surge un sentimiento de tranquilidad.
AD: - Sí, así es. De placer. Porque percibes que tu cuerpo funciona bien. Y cuando tienes miedo, o estás enfadado, perturbas la fisiología normal, creas conflicto, creas falta de armonía, y es entonces cuando percibes que hay algo que no va bien y que ya no funciona."

Nuevamente, Damasio, que es el experto, es más lo que asiente que lo que expone por sí mismo. Preocupante en un científico. Lo que termina diciendo es tan antiguo como el minué, más viejo que la humedad. Eso se sabe desde tiempos de Andrea Vesalio y me arriesgo a decir que ya lo sabría Hipócrates. Lo que me interesaría es que un blog de divulgación científica instara a un neurólogo entrevistado a que me explique concretamente cómo se produce ese fenómeno, y sus causas, si es que efectivamente se produce. No se hace ciencia de las consecuencias salvo para remitirse a la determinación de las causas. Y sería mucho mejor no acudir al dualismo cuerpo-mente, como si la mente no fuera, hasta donde se sabe, la conciencia del funcionamiento cerebral y corporal en general.

No queda ahí el asunto. Síguense una serie de inocentes divagues de corte artístico-gastronómicos (son europeos a la moda de estos tiempos, no hay nada que hacerle). Sólo falta que nos indiquen el mejor restaurante de moda. Pero lo que me interesa es esto:
"EP: -Cuando hablamos de dominar las pasiones, dices literalmente que no puede conseguirse solamente a través de la razón pura.
AD:- Así es.
EP:- Y luego dices que es necesario una emoción inducida por la razón.
AD: -¡Sí, exacto! Hay dos posturas sobre cómo se puede contener la pasión. La primera es la que puede asociarse con Kant, en la que, literalmente, dices que no, y por pura voluntad lo niegas; y luego está una postura que podríamos asociar con gente como Spinoza, o como David Hume, mucho más humanizada, porque se percatan de que la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una emoción positiva muy fuerte".

Así nos informan científicamente: Spinoza o Hume, porque les parece a ellos, son evidentemente más "humanos" que Kant, que comete el pecado de postular en el terreno de la mera Filosofía del siglo XVIII que austeramente se dominen voluntariamente los fenómenos de la emoción, una vez conocidos los fundamentos fisiológicos que lo permitirían. Me temo que se trate, aunque no se den cuenta Punset ni Damasio, de una nueva versión residual de las obsesiones de Max Weber, o - peor aún - de un caso particular del famoso "argumentum ad colleoni", muy popular en América del Sur por su uso en los discursos de apertura y cierre del año académico, del estilo "esto es así, señor Rector, señores miembros del Consejo Universitario, señores profesores, distinguidos colegas, señoras, señores, alumnos y discipulado, porque es como hoy nos sale de los huevos, que vienen a ser nada menos que cuatro, y amparados en tan poderosa fuerza testosterónica nada ni nadie, ni Heracles, ni Teseo, ni Tirant, ni la Armada Brancaleone, ni Luke Skywalker, ni el Toshiro Mifune de 'Los siete samurais', ni el regreso de los malones ranqueles, harán cambiar de opinión en adelante a esta calificada cátedra, que desprecia al sargento Tadeo Isidoro Cruz". No lo dudo. Como tampoco dudo de que un veinteañero mercader experto en 'definiciones solicitadas' les arruinaría el diálogo en cualquier aula de Facultad de la UBA preguntando kantianamente a los eruditos expositores: "-Profe, Profe: ¿qué quiere decir ahí con esa imprecisa categoría de "ser más humano"?XD

Desde ahí el par deriva coloquialmente... ¡a la noción de "contrato social"! Sería muy fuerte decirle a Punset & Co. GmbH que por "contrato social" los letrados solemos entender corrientemente al contrato constitutivo de una sociedad civil o comercial (dos o más personas asociadas para producir), o a una asociación (lo mismo, pero para actividades filantrópicas), o más concretamente a su instrumentación, y que el famoso título del libro teórico político de J. J. Rousseau, otro autor del siglo XVIII, no debe inducir a esta altura del partido a engaño al lego, ni invocarse en vano, sobre todo si se es universitario, porque no hay prueba científica histórica ni antropológica de que el querido Papá Estado haya sido jamás consecuencia del cumplimiento de contrato alguno con sus súbditos menos favorecidos. Los filósofos del Derecho y la Economía se han pelado la mente durante doscientos años, desde la Ilustración, para imaginar situaciones académicas en que se pueda limitar al poder leviatánico o behemótico del referido Papá Estado, tan bien descripto por el malvado Hobbes (aunque éste es él mismo el creador de la mañosa idea de 'contrato social' que luego Rouseeau aprovechara), transformándolo de una entidad basada en la fuerza bruta y el mero privilegio en otra más abierta a la igualdad de oportunidades para ejercer la libertad y disfrutar bienes y servicios muchas veces escasos en relación con el número de miembros. Y entonces me pregunto: ¿postulan acaso estos dos señores que a un barrabrava de fútbol, un matón de sindicato, o un tipo violento cualquiera, un sinvergüenza escudado bajo calculada emoción violenta o descontrol fisiológico ('actio liberae in causa', que le dicen los penalistas), uno puede oponerle el "flower power"? ¿Son liberales de corte hippie? ¿Se vendrá la era de Acuario? ¿Pretenderán que se enseñe en las escuelas a los pichones de ciudadanos a 'ser positivos' como los de la 'programación neurolingüística', o a usar sombreros de diferentes colores para cada materia en que se hayan de tomar positivas decisiones, como postula por ahí el inefable de Bono? Lo cierto es que un neurólogo va a revolucionar, en un diálogo periodístico de divulgación científica, a propósito de unas interesantes nociones sueltas de su especialidad, acaso inaplicables en los hechos, la teoría política y psicopedagógica. Todos los teóricos de la política, desde los más sólidos hasta los más chantas, dedican un capítulo a la instrucción pública. ¿Cómo en una charla de café se la iban a perder?

En el hipotético caso de que algún entusiasta haya sentido, al cabo de la interesante exposición del neurólogo, cuya idoneidad profesional, repito, no hay por qué poner en duda ni tenemos calificación para ello, la necesidad de prorrumpir en estruendosos aplausos y encender bengalas como en la cancha entre emocionados vivas a la Pepa, espero comprenda por qué este muy poco emocional lector llamado Alfredo no hará una cosa ni la otra. A mí los "curriculums vitae" de los profesionales no me impresionan. Ni siquiera un genio en ciencias exactas estará libre de decir algunas tonterías a lo largo de su vida, aun a propósito de temas de su especialidad. Lo malo, como explicaron a su turno Friedrich "Zarathustra" Nietzsche y mi tocayo Jarry, es cuando los zonzos de ocasión se enamoran de la eufonía de sus palabras y se ponen a decirlas con énfasis, llenando a su discurso de una emoción no pasada por el tamiz racional, y así se meten a incursionar en la mera ideología a partir de unas pocas nociones de ciencia natural apenas trabajadas y sin conocer mínimamente la epistemología de las ciencias sociales.

Si, auxiliados con los libros de los señores Wittgenstein, Bertrand Russell, Copi y otros maléficos expertos que han dejado las herramientas apropiadas, pusiéramos en forma de enunciados y silogismos las frases vertidas en el diálogo (ahora entiendo mejor por qué el malvado Popper desconfiaba de Platón y de los científicos de la naturaleza metidos a constatar el efecto social de las voluntades), mucho me temo más que probablemente acabáramos por encontrar al menos un vicio de razonamiento que condujera directamente a la ruina la teoría pseudoiluminista que, para que nos apartemos de toda tentación de creer que la razón es lo que permite hacer mejores a los seres humanos trabajando sobre sus emociones para que no sean cavernícolas irracionales como un fascista, se nos pretende introyectar periodísticamente, rebajándola de "evidente" a mero castillo de naipes, de ciencia a mera literatura. Hay que cuidarse de esta clase de "liberales".

Ya subido a este tren, y puesto mi uniforme de antipático, invoco a San von Mises y al beato Juan Bautista Alberdi para que me protejan y me permito observar lo siguiente: "Kinderfiebel" (abecedario infantil) fue el nombre que donosamente diera el vano charlatán de Tréveris al cúmulo de mitos de apariencia racional que la escuela y el periodismo imponen sutilmente a la masa de sus víctimas para condicionarla, según la conocida teoría socialista del Complot de las Fuerzas del Mal, recuperada en estos tiempos modernos para su uso por las Fuerzas del Bien nominalmente liberales. Ello a fin de que todos cumplan su rol según el plan de ingeniería social predispuesto a través del Estado en un determinado tipo de comunidad compleja que apareció con el desarrollo científico y tecnológico. "Kinderfiebel" el de Karl y, antes que él, el de los liberales del siglo XIX, "Kinderfiebel" el de los marxistas rusos, chinos y cubanos, "Kinderfiebel" el de socialdemócratas y socialcristianos, "Kinderfiebel" siniestro el de los nazis y fascistas, "Kinderfiebel", el de los nacionalistas sin zeta de toda laya que hubo y hay por nuestra América. Menudo "Kinderfiebel" parece, también, este que por vía internáutica algunas personalidades están volviendo a insuflarnos, modificando mañosamente las ciencias a partir del pretexto de divulgarlas para ir poniendo a algunas ideologías e intereses en situación de ser o continuar siendo el ombligo del universo. No digo que lo hagan a propósito. No creo que sean parte de un complot. Lo hacen, simplemente.

* * *

Ha pasado el tiempo, y estamos a mediados del siglo XXI. Un gordo impetuoso, sucio y desprolijo, con la cabeza como un rábano cual el Père Ubu, baja de su cibermotocicleta y encara a unos ciudadanos condicionados desde décadas por la escuela y la prensa para no reprimir sus emociones ni dirigirlas racionalmente, para verle a todo el lado positivo, aunque no lo tenga:
"-Yo-ten-goun-e-lefan-tequese-llama-Trom-pi-taaaa... - va canturreando el obeso - ...Bueno, ahora me pongo serio, loco, que se me está pasando el efecto de la soda, che. La mano viene así: el Gran Hermano me ha designado Delegado de Manzana de la Superpolicía comunal, y les tengo que asignar a cada uno de ustedes un rol productivo o sacarlos carpiendo. No, tranquis, por favor; emociónense en positivo, chabones, que estoy armado y vienen refuerzos. No se apresuren a razonar. Es para bien de todos...".

domingo, octubre 22, 2006

Crítica de críticas

"Y por eso, por ser esta una obra amena, debo resistir la tentación de hablar eternamente de Chesterton, y debo poner fin a este prólogo. No sea que, entre mis análisis, tenga que soltar aquí y allá algunos secretos del enigma, que pongan sobre aviso al lector, y me pase así -sin desearlo- lo que a esos hombres mal educados que andan a todas horas diciendo verdades inoportunas y ahuyentando todas las sorpresas gustosas de la vida." [Alfonso Reyes: Prólogo (1919) a su propia traducción de "El hombre que fue Jueves" de G. K. Chesterton; Losada, Buenos Aires, 1938; página 16]

Hace unos pocos días escuchaba opinar sobre crítica literaria a alguien que sabe más que el suscripto y me explicaba que la tal crítica es lo que hace una buena obra de arte, refiriéndose con "crítica" no sólo a la mera opinión de periodistas especializados o eructitos, digo eruditos. Según el parecer de esta persona, acaso los diferentes grados de aptitud para revisar, corregir, juzgar la perfección de la propia obra y pulirla constituyen un hecho de crítica, y conjugar felizmente tantos puntos de vista diversos sobre un mismo trabajo artístico, el propio y los ajenos, puede ser lo que haga la diferencia entre la categoría de "los grandes artistas" (arbitraria como toda forma del entendimiento) y el resto de los mortales escribientes y leyentes.

Hasta aquí la opinión ajena. Ahora, mis dudas: ¿la crítica consiste en objetivar, o bien en revestir con palabras que reflejan la mirada de otro sujeto, distinto del que escribió y del que lee, la obra que se analiza, recreándola, como parecía ser que me estaban sugiriendo, en cuyo caso estaríamos ante otro hecho artístico?

Acaso para el lector (esa pobre víctima), si leyere primero la obra y luego tomare conocimiento de una cierta crítica de la misma, bien pudiera suceder que otra perspectiva le permitiera terminar de entender aspectos que "se le habían escapado". Pero también pudiera ocurrir que un prólogo o un estudio anexo lo indujeran a leer con los ojos del autor o de un tercero y no con los suyos propios. Es lo que pasa casi siempre con el "narrador omnisciente y omnipresente" de algunas novelas, que pretende señalarnos cómo hemos de apreciar virtudes y defectos de sus criaturas, cuando no nos aplasta, aunque no haya prologado, con un descomunal rodillo de palabras concatenadas en oscuros silogismos.

Por eso será que a mí no me atrae cierta manera de componer y prologar novelas: sencillamente no soy capaz de leer a autores cuya permanente imposición acerca de cómo debemos interpretarlos interfiere con mi propia lectura. Después de todo, mi punto de vista es tan respetable como el de ellos, como mínimo, y constituye también una crítica: la del lector ingenuo, nada menos, que invierte un valioso tiempo de su amable u hostil atención. Acaso, la atención del preciso lector que ese autor merece, que no tiene por qué ser un lector compasivo, sino un lector crítico, un lector re-creador (ya que estamos: la palabra "ingenuo" que acabo de usar indica que se ha nacido y continúa siendo un ciudadano y hombre libre).

Un crítico literario nos hace sentir y ver una obra literaria con otros ojos, opino, sólo si es capaz de ser él mismo un poco artista y abandona en el punto justo la disección técnica o "científica". Se da, muchas veces, el caso de que un crítico eficiente (o el mismo autor-prologuista) nos estropee el disfrute de la re-creación literaria en que consiste la lectura inteligente, la lectura crítica. Es lo mismo que nos sucede con ese amigo que nos cuenta el final de cada película que acaba de recomendar, situación que yo resuelvo, por supuesto, empuñando decididamente mi Mágnum 9 mm. y mi motosierra importada de Taiwán, abrigando la esperanza de que alguno de mis amigos aficionados al cine sobreviva en base a no contarme jamás un desenlace. Otras veces, ciertos críticos, sobre todo los actuantes en medios de prensa, intentan hacernos creer que un evidente torpe es un gran escritor. O que un gran escritor moralmente insolvente debe ser también un gran tipo, porque escribe bien. O que una persona a quien se atribuyen conductas sinuosas es ciertamente un agente del mal, aunque su escritura sea maravillosa y estemos habilitados para apropiarnos de su mundo intelectual al leerlo, conocerlo y recrearlo según nuestro libre entendimiento.

Me permito observar, entonces, que existe algo que un crítico ha de ser capaz de hacer comprender a través de su óptica de "tercer observador": que la aptitud literaria y artística en general no parecen susceptibles de enseñanza canónica ni de explicación. Unos la tienen y otros, no. Cómo se llega a tenerla, será asunto de la Genética y la Neurolingüística, no de la crítica literaria. Y entre quienes poseen esa bendita capacidad creativa, hay quienes la aman y desarrollan profesionalmente sin que ello les represente incomodidad alguna, y hay también quienes la sufren como una maldición o un accidente: simplemente quisieran verse reducidos a goleador de su equipo de fútbol favorito, empleado de comercio o camionero, y poder dejar de lado el ejercicio de la propia idoneidad para la creación literaria. O hacer normalmente su vida y ponerse a escribir cuando les venga en gana, y no cuando reciben un imperativo de origen desconocido que les impone actuar. Lo que no les impide ser creativos y comunicar eficientemente; creo recordar Julio Cortázar describió en distintos momentos, en charlas con periodistas y también en textos de ficción como por ejemplo "Diario para un cuento", su propia vocación, explicando que nunca pudo encarar su oficio de escritor como tal, sino como quien repentinamente se sorprendía a sí mismo, perplejo, ante una hoja de papel, empezando un nuevo escrito.

No pocas veces quienes nos entregan análisis críticos o recensiones proceden menos a debatir modos de expresión que a revestir de exposición de tono intelectual sus propias opiniones sobre la persona que las ha emitido o realizado. Cuando las referencias a éstas exceden largamente la proporción que se dedica realmente al texto comentado, se termina por incurrir en una larga perífrasis del "argumento ad hominem", conducta que en la materia que nos ocupa es grave por dos motivos: puede orillar la falta de respeto, y además puede alejar a otros potenciales lectores del pleno disfrute de una obra que les puede parecer valiosa.

Un apunte breve, que tiene que ver -entiendo- con nuestro asunto: he podido comprobar a través de lecturas, conversaciones y discusiones que determinados escritos no se pueden imitar ni describir completamente en su totalidad porque consisten en la habilidad para crear sin sujetarse necesariamente a la ortodoxia de los teóricos. Claro está que también hay escritos incomprensibles porque adolecen de nihilismo: no se han hecho para compartir la literatura, sino para terminar definitivamente con ella; el lector no ha sido tenido en cuenta al escribirlas, circunstancia que a uno lo mueve a pensar si debieran haber sido publicados. Suele ocurrir que no se pueda gozar de lo escrito por quien no busca comunicar sino limitarse a la mera ingeniosidad. También, que sujetos plenamente conscientes de que nunca podrán escribir en toda su vida más que dos o tres párrafos bien construidos, sabiéndose incapaces de sostener la brillantez de un texto más allá de esos accidentales aciertos, devenidos en críticos ocasionales intenten desacreditar a los que sí tienen las dotes creativas y el optimismo necesario para intentar superarse, acudiendo en sus análisis a planteos de corte más o menos irracional, a inventarse opiniones que los autores criticados nunca han sostenido, a adjudicarse el rol de árbitros indiscutibles del buen gusto y a denigrar a quienes parezcan disfrutar de esa feliz aptitud literaria.

Por eso es que debe uno andarse, en cuanto persona con hábito de lectura, en guardia tanto respecto de los prologuistas y críticos como de sus propias decepciones e incomprensiones. La obra literaria permite compartir el lenguaje de la fantasía ajena y completarlo con la propia experiencia perceptiva. Bueno es desentrañar ciertos mecanismos creativos y comprender mejor el mundo de los otros, sí, pero a nadie en su sano juicio se le ocurriría la ingenuidad de que se puede alcanzar la plenitud de las dotes de Borges, Quevedo, Bécquer o Rulfo por el mero hecho de asistir puntualmente a un taller literario y ser un aplicado aprendiz de las supuestas reglas de estilo. Pareciera que hay en algunas personas tocadas por la buena estrella literaria una aptitud desarrollada tempranamente, un entrenamiento solitario e intransferible, vocacional, que desemboca en un poder de comunicación descomunal.

Llegado a este punto, acudo al conocido consejo de Borges: si uno no resulta ser el lector de un cierto escritor, si alguien nos produce sueño o decepción o nos impresiona como un subproducto de técnicas de mercadeo o modas ideológicas sin sustento artístico, mejor dejemos ese libro; no sigamos leyéndolo porque es famoso, no continuemos porque se lo reputa obligatorio. Acaso sea mejor también no meterse a criticarlo, cosa que también habré hecho alguna vez, porque nuestra alabanza pudiera ser un fraude y nuestra objeción un sacrilegio.

Y ahora, cobardemente, por la derecha del escenario, como hacía aquel León Melquíades de los dibujitos animados, a toda velocidad, huyo del inminente peligro, siguiendo mi estrella, en desesperada busca de mis dos o tres párrafos de ocasional brillantez XD.

martes, octubre 17, 2006

Los argumentos ocultos

"Es decir, el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y - paradójicamente - es una de las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado." [Jorge Luis Borges, "Nathaniel Hawthorne", en "Otras inquisiciones"; Alianza Editorial, Madrid, 1998, que reproduce la edición Emecé de 1952; página 102]

Numerosos escritores han puesto en algún momento por escrito proyectos de argumentos para narraciones. No pocas veces han resultado incapaces de plasmar textos fundados en esas ideas. Nathaniel Hawthorne, Ambrose Bierce, nuestros Borges o Cortázar, y algunos otros "pesos pesados" de las letras, han dejado bocetos para cuentos o novelas que no necesariamente desarrollaron luego. Como para demostrar que vida y ficción pueden parecerse si ejecutamos el esfuerzo de aproximarlas hasta comprender que todos somos el otro o, como decía el maestro ciego de Kung-Fu, que "un valiente y un cobarde caminan juntos en todo hombre", aquí enuncio algunas posibles ficciones. Cualquier parecido con la realidad presente, pasada o futura, será pura coincidencia. O no. Ahora, Pequeñ@ Saltamontes, pelea con tu sombra... ;-)

1. "LA GRAN BESTIA POP" o "EL ÍCONO MENDAZ": Dos extranjeros se cuentan en el número de los jefes que ganan una contienda fratricida en el Caribe. Uno de ellos pretende ser clemente con los vencidos, y misteriosamente muere. El otro, efectúa ejecuciones masivas previo simulacro de juicio. Al cabo de algunos años es muerto, a su vez, en oscuras circunstancias. Su efigie termina convirtiéndose en ícono que personas ingenuas y políticamente correctas acostumbran lucir en el pecho, estampada en vistosas camisetas.

2. "HÉROE DE LA CLASE TRABAJADORA": El nieto de un conocido médico y diputado conservador llega, al cabo de numerosas peripecias, a alto funcionario de un gobierno de facto. Encarcelado por sus enemigos, proyecta abandonar la política. Una inesperada y multitudinaria reunión popular lo saca de la prisión y lo torna única carta de salvación tanto de sus malvados captores como de los manifestantes. Ese día, o el siguiente, mi abuelo metalúrgico muere. Sin entender nunca del todo de qué se trata este asunto, el político liberado por el pueblo seguirá hasta el fin de sus días pronunciando una y otra vez ante muchedumbres entusiastas, que se glorifican a sí mismas con el pretexto de ese hombre, el mismo discurso hipnótico de tono surrealista.

3. "ODA AL SIESTERO DESCONOCIDO": Der Teufel, popularmente invocado en Alemania por su nombre artístico de Mefistófeles, yendo de paseo por América del Sur, obtiene permiso del Zúpay para operar circunstancialmente en su jurisdicción. Se presenta como fantasía onírica a un santiagueño durante la siesta, y le expone en castellano chapurreado las ventajas de un contrato de adhesión similar al predispuesto para con el doctor Fausto. Al despertar a la víctima para que firme, algo falla. El chango se descubre levitando cerca del cielorraso del dormitorio, desde donde puede mirar su propio cuerpo yacente en el catre y el reloj despertador, en cuya esfera las agujas señalan las 15.30 hs.. Notando que este demonio gringo ignora el ceremonial de las salamancas y avasalla los sacrosantos horarios de la administración pública provincial, tras proferir terribles juramentos en quichua contra los violadores de las normas regionales de etiqueta, regresa sin más a su envoltura carnal y continúa el sueño sin guardar al cabo del mismo recuerdo alguno de tan estrafalaria aparición. Al despertar, se sienta en camiseta musculosa en el lecho, bosteza, se traslada hasta la cocina, se toma un vinito, y eructa. Fundido a negro y fin de la proyección.

4. "EL PURGATORIO PANÓPTICO": Un filósofo se obstina, como sólo se puede obstinar un filósofo, en predicar sin rigor científico que el materialismo consiste en negar a una sustancia entidad cuando el cognoscente no está consciente. Su dogma parte asimismo de la noción de que, si uno se muere, es falso que el resto de entes que integran el universo o realidad permanezcan existiendo mientras no sean destruidos. Publica con frecuencia gruesos volúmenes sobre su especialidad, repletos de lenguaje alambicado y farragoso, en que se deforma mañosamente la tradición filosófica europea. Los años pasan. Entre las elites, el número de sus partidarios crece, más entre personas zafias y fachendosas interesadas en el periodismo y la política que entre eruditos en desentrañar aporías, todo hay que decirlo. El filósofo muere, pasando su cuerpo al estado jurídico de cosa mueble. Mientras sus deudos festejan con unas ginebras en las adyacencias de la casa velatoria, el sabio se sorprende en otro sitio, plenamente consciente, convertido en espectro. Una comisión de autoridades filosóficas cuya obra él se ha cansado de manipular, ahora radicadas en el Más Allá, viene a su encuentro y le informa que en esa región rige la democracia directa, y una asamblea popular de filósofos ha decidido por aclamación mandarlo a meditar al Purgatorio Panóptico, establecimiento desde donde contemplará eternamente con lujo de detalles cuántas cacerolas, sillas, mesas, escudillas, libros, espejos, guijarros, nueces, y otros muchos entes, hasta su propio cadáver incorruptible, yacen minuciosamente abandonados en distintos puntos de la Tierra, fuera del alcance material de todo ser sensible hasta vaya uno a saber qué azaroso cuándo.

Sí, ya sé: la 1 y la 2 son tomadas del natural y demasiado reconocibles; la 3, parece una peli de Leonardo Favio o un cuento de Roberto J. Payró; la 4, barroca y digna de Meyrink o Kafka, tiene un aire a mix entre Swedenborg y el "Cielo de los conceptos jurídicos" de Von Ihering. Pero es cuestión de intentarlo, digo yo. El número de los argumentos posibles dista de ser infinito. Y la ficción, veladamente, con cohesión textual y sin ella, narra con frecuencia la verdadera Historia (también la falsificada), así como en otras ocasiones es la inverosímil y genuina Historia de los anónimos vivientes la que, escondida entre volutas del tiempo, anticipa el sendero que tomará alguna vez la aparente ficción.

(Lástima que Sir Zaar haya largado su blog, porque sería desaforadamente capaz de hacer algo digno, en no más de trescientas palabras, con los argumentos números tres y cuatro)

jueves, octubre 12, 2006

Grandes Fiascos de la Literatura Universal, I : Los ratones del silencio

"La plaga de la literatura inglesa es el esteticismo, como la de la francesa el academicismo, de la española el barroquismo y de la alemana la pedantería." [Luis Cernuda, "Estudios sobre poesía española contemporánea", Madrid, Guadarrama, 1970, nota a pie de la página 181]


Media docena de personas me han tapizado de correos electrónicos en los últimos treinta días reprochándome la ausencia de entradas en esta digna bitácora. Ahora, en represalia, les dejo este texto que rescato «ad hoc» de entre las profundidades de un disquete. Que les sea leve.

La lectura de la novela de Luis Martín-Santos intitulada "Tiempo de silencio" me sumergió en una maraña de palabrería inconducente, como ocurre cuando se recorre cierto tipo de escritos expositivos de pseudofilosofía y pseudociencia. El libro deja, empero, en todo momento la sensación de ser un primer esfuerzo literario de una persona que, no poseyendo ingenio para narrar una historia manteniendo la tensión y el atractivo para el lector, cuenta sin embargo con la posibilidad de superarse en un futuro, si deja de comportarse como un Maestro Ciruela articulista del Espasa.

El estudio que contiene la segunda mitad de la edición de Crítica informa que Martín-Santos, que murió pocos años después de perpetrar "Tiempo de silencio" y acaso hubiera evolucionado para bien, era un médico psiquiatra afín al por entonces clandestino socialismo español, pintoresca organización política que es una simpática bolsa de gatos en el más puro estilo radical o justicialista.

La novela de marras se inserta en las consecuencias de la famosa guerra civil desatada en 1936 y aprovechada por los psicópatas Adolf y Pepe, con anuencia de sus complementarios franceses y anglosajones, para experimentar 'in anima vilis' con la población de la península (análogamente, el científico protagonista de "Tiempo de silencio" necesita para usos profesionales lauchitas blancas de laboratorio). Los sobrevivientes de la contienda, victoriosos, derrotados o tránsfugas, cuando no optaron por emigrar acabaron bajo la bota de un pragmático dictador que no se iba a dejar sacar así nomás el control del Gran Almacén "Don Manolo". Quino, con el almacén del papá de Manolito, apenas si mostró 'la PYME española en acción': la concepción gallega tradicional de lo que pueda ser un patrimonio incluye en la universalidad a otras cosas susceptibles de apreciación pecuniaria no consideradas tales por el derecho occidental moderno, como son las mujeres, los hijos menores de edad, los socios, la clientela y el personal en relación de dependencia. Quien no esté con la Voluntad Todopoderosa del pater familias, está en contra de Dios y la Patria, y lo mismo da si el dominante es creyente, ateo, politeísta o agnóstico.

Determinado el contexto histórico en que el autor compuso su obra sub examine, digamos que la lectura de Martín-Santos resulta, con sus prolijas enumeraciones y sus pinceladas sociólogicas y aun filósoficas, más insípida y aburrida que una versión literal de alguna arenga de Fidel Castro: horas y horas de cháchara insustancial carente de ritmo, llena de retórica pseudointelectual y datos inútiles que ignoran las 'navajas de Ockham', y a los bifes no se pasa nunca. Lo del autor serían los protocolos médicos y las historias clínicas psiquiátricas, matizadas con alguna charla de café, especialmente una de esas en que intelectuales aficionados a meterse en las periferias de la política deciden cómo van a arreglar el mundo por procedimientos mágicos, pero no la composición de buenas narraciones, al menos en ese instante de su vida.

Debo reconocer que si el novelista donostiarra quiso dejarnos un testimonio impresionista de lo espantoso, gris y desconcertante que es vivir bajo una dictadura fascista siendo persona de bien, efectivamente lo consiguió, porque llegado cierto momento de la lectura ya no parece posible deshacerse un solo instante del sabor a muerte, a decadencia, a regodeo del autor en la inmundicia en que sus personajes y él mismo yacen. Martín-Santos no nos narra verdaderamente historia alguna: sus personajes no toman nunca las riendas de sus conductas, no tienen vida, parecen figuras recortadas sobre un fondo de posguerra, amputadas de voluntad y con ecos de tipos literarios convencionales tomados de otros literatos anteriores al segundo tercio del siglo XX.

No se encuentra en "Tiempo de silencio" ni la abierta simpatía por el desgraciado a redimir de Benito Pérez Galdós, ni el malhumor bombardero - poético a veces - del también médico Pío Baroja, ni el poder intelectual del despelotado Unamuno, ni el grandioso barroco legible de ese notable escritor que fuera Inclán. Al no contar ya con la libertad política que se pudieron tomar esos felices antecedentes, el facultativo-narrador hace catarsis describiéndonos un mundo de seres humanos abandonados por las democracias liberales a su suerte, esto es, mostrando cómo unas personas dejadas indefensas a merced de un déspota terminan resultando en todo similares a las desdichadas ratas de laboratorio, y les nace un sentimiento a medio camino entre la resignación y la rebeldía, con algunas gotas de complicidad también, como bien lo sabemos quienes en el secundario y la Universidad tuvimos que estudiarnos la Historia del absurdo régimen monárquico del tiempo de la Colonia y las Repúblicas liberales que lo reemplazaron. Así empezaron sus trayectorias los Hidalgo, Bolívar, Belgrano, Artigas, y siguen las firmas.

Martín-Santos promete mucho, pero - insisto en este parecer - no nos dice realmente nada de lo que nos interesaría saber de la vida de sus personajes: sus marionetas no actúan, no cobran vida propia, casi ni sugieren rumbo a sus acciones futuras, son apenas un pretexto para nuestra inmersión en un estado de ánimo del autor y unos tipos sociológicos que convienen a su ideología. Como estaba componiendo una novela, acaso el psiquiatra-autor haya supuesto que su discurso debía escindirse en numerosos personajes-voceros. Pero la narración no la escribe Baroja, ni Inclán, ni Unamuno, ni Galdós, y los personajes supuestamente centrales de "Tiempo de silencio" son como sombras de la muerte o multiplicaciones veladas de un narrador omnisciente, y los secundarios suelen parecer meramente decorativos, puestos ahí para completar la escena naturalista, semejantes a los extras del cine de Cecil B. De Mille y sus continuadores. Se nos insinúa lo que nunca se nos da, al punto que los mejores momentos de "Tiempo de silencio" son verdaderamente cinematográficos y no literarios, en forma de instantáneas de ese típico cine español de corte folklórico y de denuncia que huele a muerto y caduco, y en blanco y negro. Víctor Erice al menos fotografió excelentemente su somnífera "El espíritu de la colmena" en tenebrosos colores; lo de Martín-Santos es más bien como el "Tierras sin pan" de Buñuel y Ramón Acín, pero por escrito. Y con la ventaja para éstos de que su trabajo era realmente un documental sobre la miseria humana.

Para el caso, como en los textos del insufrible Cela, todo se percibe como fragmentario y "light", sólo que Luis demuestra, a diferencia de Camilo, tener latentes ciertas reales aptitudes literarias para acaso mejorar lo presente si la vida se lo permitiere, lo que finalmente no sucedió. Es el de Martín-Santos en "Tiempo de silencio" un trabajo de literato principiante metido en camisa de once varas, de científico que intenta expresarse como artista, de intelectual tan imbuido de culebrones decimonónicos, prejuicios cientistas, necesidad de exhibir su cultura e impulsos contestatarios reprimidos, como incapaz de superar, a la hora de poner en el papel el fruto de su ingenio, a los convencionales ambientes de tinieblas modelados por artistas anteriores de menor cuantía como por ejemplo Vicente Blasco Ibáñez.

Martín-Santos no consigue pasar del costumbrismo impresionista, rasgo que, salvo en ciertos casos excepcionales como el de Cervantes o determinados períodos intelectualmente fecundos como 1874-1936, suele ser el único sobresaliente en los novelistas españoles, y su trabajo, de no ser por el poderoso efecto de 'ambiente dictatorial' que comunica pero a la vez causa rechazo al lector, se diluiría en meros revolcones en el seno de sustancias gelatinosas y fétidas, paseos de turista por parajes urbanos miserables de los que felizmente se puede uno retirar a tiempo tras mirar lo mal que viven los marginales, interpretaciones arbitrarias de psiquiatra y escarceos tibios con la liviana filosofía orteguiana. Una especie de Castelnuovo, Stanchina o Barletta a la española, en definitiva. Más culto, eso sí.

Acerca de Ortega, a quien se encuentra dando una conferencia en algún episodio de "Tiempo de silencio", y su perniciosa influencia sobre los pueblos de idioma castellano, es conveniente leerse el impiadoso ensayo catártico de Patricio Canto intitulado "El caso Ortega y Gasset" (Buenos Aires, Leviatán, 1958). Aunque Canto es, según se deduce de su devoción por el ideólogo de Tréveris tocayo del gran Groucho, marxista, circunstancia que, cuando se refiere al político y no al cómico que encarnara a Rufus T. Firefly, suele constituir otra manera elegante de exhibirse y no ir jamás a los bifes. No sabemos qué camino tomó la vida de Canto luego de los cincuenta; si alguno sabe qué fue del perspicaz don Patricio, cuéntelo en los comentarios o calle para siempre. Lo cierto es que al menos, en vez de dar vueltas y más vueltas acerca de lo mismo sin decir nada, este es de los nuestros y en ejercicio de su indignación de lector defraudado efectúa inteligentes apostillas (y, a veces, innecesarias generalizaciones) en contra del famoso periodista madrileño.

Hablando de pasar a los bifes, sigamos con el verdadero asunto de esta maléfica entrada. No pocas veces, el enredo con las palabras en que se mete el pobre Martín-Santos es tan espantoso que la prolongación inconveniente de una escena acaba por mantener suspendidos a sus personajes en una especie de República del Limbo. Antes que narrar directa o indirectamente una historia que promete, a partir de desarrollar mejor los caracteres de algunos personajes, prefiere hacerse ver intentando agotar el idioma, ocupando él mismo el centro de la historia en vez de dejarlo a sus personajes, y limitándose a usar estereotipos ya gastados procedentes de la novela naturalista del último tercio del siglo XIX.

El esfuerzo de Martín-Santos por acumular arcaísmo o erudición y posar de hombre culto es tan innecesario como el de Enrique Larreta en su merecidamente olvidada "La gloria de don Ramiro". Ocurre con esta clase de escritores experimentales que me provocan algún grado de rechazo. Para no irnos a ciertos franceses que se creen que cualquiera puede ser Jarry impunemente o a casos como el del otro yo de Joyce que escribió "Ulysses" o "Finnegan's Wake", y para no salir de Gallegolandia, recuérdese por ejemplo a Góngora haciéndose el difícil intentando gustar a pedantes mecenas acaudalados e influyentes que pudieran tirarle unos mangos (cuando escribía por amor o placer era de lo más sencillo y eficiente) y al antipático pero ingenioso Quevedo haciendo lo propio con el valor añadido de que ciertos españoles como él son retorcidos y de enrevesado genio por naturaleza infantil. Así describió al anteojudo, allá por los setenta, en una serie de cuatro magníficos sonetos ("Yo, Quevedo"), Orlando Mario Punzi.

"Tiempo de silencio", cuya lectura me fue recomendada en marzo de 2004, me aburrió de manera decepcionante. La supuesta "gran novela española de posguerra" no resultó ser tal, sino una de esas rarezas literarias para consumo intelectual de los llamados "friquis", que no dudo habrán escrito largos ensayos y tesis doctorales para explicar la acción y el sentido que todo ser racional añora en el texto que el autor plasmó. La obra del facultativo era para mí, como para casi todos los latinoamericanos no especializados, una perfecta desconocida, como que ni en los manuales de literatura de este lado del charco consta, cosa que indignaba a la autora de la recomendación, una de esas personas que sobrevaloran la importancia de los esquemas narrativos o 'técnicas' por encima de la natural fluidez del estilo que los lectores no imbuidos de los prejuicios que, como parte de la formación profesional que brinda, inculca la Facultad de Filosofía y Letras, ponemos en primerísimo lugar. El digresivo Miguel de Cervantes, divertidísimo contador de historias disparatadas de voluntades entusiastas sin rumbo fijo, iniciador de la línea continuada por Panchois Rabelais o Laurence Sterne o algunos norteamericanos, hubiera estado completamente frito con lectores de esta índole. Una escuela de deportes no puede fabricar a Maradona o Pelé, e igualmente un taller literario no puede producir a Borges o Stevenson, para desesperación de los conductistas extremos. Rin Tin Tin mata Pavlov, para decirlo en términos de juego de naipes. Lo que Natura non da, Salamanca non presta, por mucha cultura que uno acumule y muy inteligente que se fuere.

Un tercio de la edición de Crítica, la que adquirí para leer la obra, está ocupado por un ensayo crítico sobre el autor y su obra y por notas eruditas y un vocabulario. Sí: notas eruditas y un vocabulario, precedidas de un ensayo. Porque a diferencia de Baroja, por ejemplo, hábil industrial de la novela que apuntaba a contar una historia a un gran público y prefería no meterse con palabras que no se oyeran en el lenguaje común y ahuyentaran a los lectores, Martín-Santos abusa de las rarezas lexicográficas y de la exhibición de lenguaje técnico de las ciencias y otras referencias hipercultas. Su lectura requiere más explicaciones al lector ingenuo que la de Bartolomé Torres Naharro, Soto de Rojas, Trillo Figueroa o un poema japonés de la época del Shogunato Tokagawa, por no incluir a las ilegibles listas-memorandum destinadas a efectuar compras en el almacén que componía, con caligrafía proletaria, una de mis abuelas, no diré cuál de las dos.

Imaginen, por ejemplo, que el patán letrado autor de estas impertinentes líneas tratara circunstancialmente en un texto literario de la noción de 'obligación'. Si procediera como el Doctor Martín-Santos, entonces no debiera dejar pasar la oportunidad para destacar que todo buen Licenciado en Derecho (servidor) hará una tajante distinción, para nada semántica, entre "obligación", "deber" y "carga". Que la denominada "obligación" no es sino el enunciado matemático en que se parte de la existencia de: a) una fuente (F), que puede ser un contrato, una ley o un hecho al que se otorga un efecto jurídico determinado para ciertas personas; b) un "obligado" o "deudor" (D) y c) un "acreedor" (A), sin contar que además ha de existir, como requisito "sine qua non", d) una "prestación" (P) o actividad o abstención del deudor a que da derecho la fuente. Y el enunciado, en letras, porque se puede extender en símbolos, sería entonces más o menos este: "Dada F, debe ser P de D a favor de A, quien puede (o no) exigir".

Obviamente, si tal digresión ocurriera, como acaba de ocurrir, mis hipotéticos lectores me dirían: "pero, Alfredo, (CENSORED), ya sabemos que te graduaste de abogado, (CENSORED) haciéndote el jurista de nota, (CENSORED) contanos de una vez qué pasó al final con el tipo ese que se obligó a entregar una libra de su carne al usurero veneciano (CENSORED-CENSORED-CENSORED)". Eso sin considerar que si en la vida real quien estas líneas escribe trajera pedantemente el enunciado matemático de marras a consideración de sus clientes, éstos se buscarían sin más trámite otro abogado para cobrar el cheque o eludir su pago; creerían estar en presencia de Ramtés, el Hombre Mirando al Sudeste.

Hecho este paralelo para dar a entender mejor el por qué no me ha gustado un comino "Tiempo de silencio", concluyo que, en comparación con el proceder de Martín-Santos, resulta que el Góngora de las "Soledades" o el "Polifemo" sería más comprensible para el lector no iniciado aun sin el celebrado esfuerzo de Dámaso Alonso, que hacia 1927 contrajo la calvicie en plena juventud intentando poner al alcance del gran público los arcanos del "archipoeta de Córdoba". Opino que Alonso, buen poeta él mismo, se inventó "schwobiana y borgianamente" muchas de sus notas eruditas para hacerlo quedar bien a Góngora, del mismo modo que algunos elogian con artificiosos fundamentos la novela de Martín-Santos porque será políticamente correcto.

Dos veces intenté llevar a cabo la lectura íntegra de "Tiempo de silencio" y sus comentarios, con fatiga no exenta de la esperanza de ser capaz de encontrarle otro sentido que la mera descripción de un estado de ánimo sociológico a la acumulación de ripios y palabras en desuso del novelista español. A la tercera, tercer desistimiento en tres años, y conclusiones que aquí tenéis, damas y caballeros, de cuerpo presente. Tengo sueño todavía, y ya se me hizo largo para bostezo: aquí concluye el sainete; perdonad sus muchas faltas.

[Luis Martín-Santos: "Tiempo de silencio"; Crítica, Barcelona, 2000; 291 páginas]

sábado, agosto 05, 2006

Por si regresáramos

"...De vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el lago, y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.-"
[Alessandro Baricco: "Seda"; traducción de Xavier González Rovira y Carlos Gumpert, Anagrama, Barcelona, 2003, páginas 124/125]


La aventura de Internet parece haber terminado o estar mutando. Algunas conductas propias de la vida cotidiana, la de carne, hueso y piedra, se han multiplicado en la red hasta quitarnos a muchos el goce de recorrerla con frecuencia. La historia continúa, y aquí quedará esta bitácora, este ejercicio de sospecharse a sí mismo y a los demás, acertándole a veces un disparo a la verdad, como Guillermo Tell, que en realidad no lanzó con angustia de padre de familia en apuros una certera saeta hacia una manzana puesta por mano de sus enemigos sobre la cabeza de su pequeño hijo, según cuenta la vil leyenda urbana suiza, sino que dirigió, sonriendo cínicamente, su flecha más mortífera - yendo a dar apenas por accidente allí - hacia una uva moscatel colocada primorosamente sobre la testa de su amada suegra.

Cuentan ucronistas dignos de fe que, desesperado tras fallar en su propósito de atravesar como churrasco de croto blanco tan fácil como el cráneo de la indefensa madre de su cónyuge, el hasta entonces infalible arquero helvético inició la famosa cabalgata que, para perpetuar el equívoco del heroísmo generador de naciones, inmortalizarían sucesivamente el folklore suizo, Schiller, el maestro Rossini y sus ayudantes, y - principalmente - El Llanero Solitario.

A uvas situadas en la cima del cráneo de su suegra parece apuntar en sus mejores momentos mi paisano Andrés Calamaro, ese músico popular tan amante de la vida tóxica e hincha de Independiente (nadie es perfecto). Y aunque su hermano Javier cante mejor, las palabras del Calamaro senior suelen dar en el blanco. Él mismo nos lo avisó hace muchísimos años: "Fabio Zerpa tiene razón: los marcianos están atacando la Tierra a traición", así que Dios nos arme de paciencia para convivir con los referidos marcianos.

Vergiss mein nicht es el nombre que en idioma alemán identifica a cierta plantita que en cagaste llano se suele conocer como "Nomeolvides". La solía cultivar en grandes macetas mi abuela materna, amable señora que decía a sus nietos aquello de "para mentir y para hervir leche hay que tener memoria". Será hasta alguna vez. Abrazo de gol a los terrícolas cibernautas y reiterados besos a las terrícolas pulposas.

Para no olvidar
(de Andrés Calamaro)

De un tiempo perdido, a esta parte esta noche ha venido
un recuerdo encontrado para quedarse conmigo.
De un tiempo lejano, a esta parte ha venido esta noche
otro recuerdo prohibido, olvidado en el olvido.

Sentimentalmente para remediarlo,
voy a quedarme contigo para siempre.
Pero puede que te encuentre últimamente,
entre tanto me confundo con la gente.
Sentimentalmente nuestro por ahora
es el nido que el olvido ha destruido;
y si el viento me devuelve a tus orillas,
serenamente, será dormido...
Serenamente, será dormido.

De un tiempo lejano a esta parte ha venido perdido,
sin tocarme la puerta, un recuerdo entrometido.
De un tiempo olvidado ha venido un recuerdo mojado
de una tarde de lluvia, de tu pelo enredado.

Como siempre que se cambian los papeles
voy a quedarme dormido en tu cintura.
Y si me despierta el día presumido,
déjame quedarme un poco en las alturas.
¿Para qué contar el tiempo que nos queda?,
¿para qué contar el tiempo que se ha ido?,
si vivir es un regalo y un presente
mitad despierto, mitad dormido,
mitad abierto, mitad dormido.

Sólo sé que no sé nada de tu vida,
sólo me colgué una vez en el pasado.
Presenté mis credenciales a tu risa
y me clavaste una lanza en el costado.
Creo que no te dejé jugar con fuego:
sólo nos dijimos cosas al oído.
Y si un día te encontrare, una mañana,
será posible, será dormido, será posible, será dormido...

Y si un día te encontrare, una mañana,
será posible, será dormido, será posible, será dormido.

domingo, junio 04, 2006

¿Legalización?

Antes de dejar congelada por un tiempito más o menos largo la bitácora (la realidad inmediata me reclama), subo esto que sigue, mejora de un borrador de post que escribí -y finalmente no me atreví a publicar- para un foro. Quizás sea un disparate. Se está intentando abrir un debate legislativo acerca de estos asuntos, y en mérito a la tendencia argentina a importar modas bobas de las Uropas, como la creencia escohotadiana en el carácter de vegetal decorativo de ciertas plantitas...

"...¡Mentira, mentira! - yo quise decirle -
las horas que pasan ya no vuelven más..."

(estribillo de "Volvió una noche", famoso tango argentino del uruguayo-francés aporteñado don Carlos Gardel y el excelente poeta brasileño aporteñado don Alfredo Le Pera; con acompañamiento de arpa guaraní sería un antecedente musical del bloque regional en estado de coma llamado 'Mercosur':-))


Los efectos producidos por los alucinógenos son imprevisibles porque dependen tanto del contexto y el componente biológico y psicológico del consumidor como de la vía de ingestión y la dosis empleada. La Cannabis Sativa, de la que se extrae la marihuana, contiene el alucinógeno tetrahidrocannabidol, abreviado a THC. Si fuera un fármaco, diríamos que ese es el 'principio activo' del específico. La cantidad varía según el tipo de planta, el clima y la calidad de la tierra, y para colmo la mayoría de la marihuana se vende con aditivos químicos, lo que produce daños anexos en el cerebro. Un comentario marginal: gracias a la mejora de técnicas de cultivo y a los aditivos, la marihuana que le propinan hoy, año 2006, a los consumidores, es de diez a quince veces más potente y llena de porquerías anexas que la que se fumaba, entusiasta, el prócer rastafari Bob Marley, que mientras tecleo estas líneas suena cantando "No woman, no cry" en mis potentes altavoces.

Este THC actúa como depresor y desorganizador ('alucinógeno') del sistema nervioso central y es consumido de tres maneras: a) como 'marihuana', cigarros de pura yerba o mezcla de marihuana con tabaco y vaya uno a saber qué más (aclaro que en los cigarrillos normales tampoco sabemos muy bien 'qué más' le meten las tabacaleras al tabaco, sobre todo al rubio que pasa por ser menos nocivo sólo porque apesta menos con su olor), b) como 'haschisch', que se saca prensando la resina de la planta y trae un veinticinco por ciento más de THC que la marihuana, y c) como 'aceite' obtenido de mezclar la resina con algún solvente (acetona, alcohol o nafta).

Según bibliografía médica coincidente con relatos de consumidores y ex consumidores conocidos míos, se percibirían sensaciones de calma y bienestar, hambre, locuacidad e hilaridad, taquicardia, enrojecimiento de los ojos, dificultades para controlar procesos mentales complejos, seguidos -porque no todo es felicidad en esta vida- por depresión, somnolencia y sensación de descenso o ascenso de la temperatura corporal, esta generalmente en sentido inverso a la temperatura ambiente. En dosis altas provoca confusión permanente, letargo, estados de pánico. Percepción alterada de la realidad como la describe (pero respecto de su experiencia con la mescalina) Aldous Huxley en "Las puertas de la percepción", en suma. Y aquí, en la percepción alterada, me detengo. Porque esta droga dicen algunos que es divertidísima e inofensiva, pero no me parece lo sea tanto. ¿Razones? Los que dicen saber aducen varias.

Primera: El THC no es soluble en agua. Al igual que sucede con el peyote o el LSD, por ejemplo, los efectos podrían llegar -según el grado de consumo y el metabolismo de cada uno- a reaparecer como 'flashback', que dicen los especialistas, manifestándose repentina e inesperadamente años después de haber dejado de consumirlo habitualmente; además causa daños permanentes en la memoria, sobre todo la memoria a corto plazo, la de lo que te está pasando ahora o te ocurrió hace poco. El cerebro afectado sólo procesa del todo lo que ya le ocurrió hace largo rato, porque la marihuana produce cambios en la estructura de las células cerebrales, especialmente la conexión entre las neuronas (te jode los axones, las dendritas, la mielina) del lóbulo frontal del cerebro. Es decir que según la personalidad del consumidor altera la capacidad de razonamiento, atención y aprendizaje, adormece o exalta -según la persona y la porción de masa cerebral donde se haya ido a alojar esta simpática sustancia- los sentidos y la capacidad de reacción. Así que si uno tiene algún ser querido (amig@, pareja, herman@, etcetera) que sea ex consumidor/a, deberá ponerle toda la mejor disposición del mundo y ser sumamente paciente, porque cuando aparecen sin aviso estas recidivas o crisis fisiológicas suelen deprimirse inexplicablemente, discutirnos sandeces sin nombre durante tres cuartos de hora, vomitar cualquier cosa que comen, sentir cambios de temperatura corporal (curiosamente siempre en sentido inverso a la ambiente) o tener angustias incomprensibles.

Segunda: El cerebro es capaz de traer al presente recuerdos de tiempos lejanos gracias a una parte del cerebro llamada cíngulo anterior, relacionada con enfermedades como la depresión y el mal de Alzheimer; consiste en un sistema de enseñanza que toma la información de los circuitos emocionales humanos y luego la envía a todas partes de la corteza cerebral. Los científicos conocen desde hace mucho que una parte del cerebro llamada "hipocampo" es la encargada de almacenar los recuerdos recientes. Sin embargo, esta estructura no guarda la información de manera permanente. De acuerdo con los expertos, una reducción de la actividad del cíngulo anterior puede ocasionar apatía, depresión, pérdida de atención y otros problemas.

Tercera: El cerebro humano tiene, según parece, un equilibrio químico que no se debe cambiar si se quiere mantenerlo bajo control. Aproximadamente el tres por ciento de la población mundial nacería con una predisposición genética a padecer esquizofrenia. Esta enfermedad se produce por un aumento en la cantidad de dopamina, un neurotransmisor que facilita la conexión entre las neuronas. Su aparición siempre obedece a algún disparador, puede ser una crisis vital, un stress alto o el consumo de una droga ilegal. La marihuana (y no sólo la cocaína, el LSD y otras drogas ilegales) activa fuertemente la producción cerebral de dopamina.

Según médicos y psicólogos especializados, y véase sólo como muestra lo que dice al respecto un investigador brasuca, de la Universidad de San Pablo, habría a partir de todo lo expuesto evidencia científica bastante contundente de que la marihuana acaba por alterar con efectos irreversibles la memoria a corto plazo, la fertilidad en ambos sexos y el ciclo menstrual de las mujeres, y arruina el sistema inmunológico de modo tal que quien la haya consumido mucho tiempo luego resultaría mucho más proclive que el que no lo ha hecho a contraer simpáticas enfermedades mentales como la esquizofrenia (aguantate a un esquizofrénico, si tenés huevos), y puramente fisiológicas de diverso tipo; entre estas aumenta el riesgo de padecer reiteradas bronquitis y neumonías, úlceras y cánceres. Puede resultar más cancerígena la marihuana que el tabaco, pese a la leyenda urbana que fomentan los traficantes en el sentido de que la cosa es al revés y resulta más 'sana' la "yerba" que la Nicotiana Tabaca, leyenda que fomentan también algunos abolicionistas de la prohibición, pero eso ya nos introduce en otras discusiones, como por ejemplo la de quién hace publicidad de estas cosas y por qué, y la de qué es peor, si punir el tráfico y/o el consumo o dejarlos ser a uno, al otro o a ambos dos. Hay otra leyenda urbana - ésta, fomentada por las 'fuerzas represivas', e igualmente falsa, y ojo que lo afirman la poli y algunos políticos, atención, y si uno es buen ciudadano entonces 'no se puede' ni intentar discutir esta arbitrariedad - que dice que todo usuario experimentará necesariamente luego con otras sustancias más peligrosas, cuando en realidad la mayoría de los marihuaneros que uno se cruza por el mundo son consumidores ocasionales, o que se engancharon pero no pasaron luego a otras sustancias, así que eso no me lo creo.

Lo irónico (y nada gracioso) es que uno muchas veces ha escuchado la defensa del porro u otras sustancias alucinógenas hecha por algunos ex consumidores que manifiestan síntomas como los que describí arriba y aun así nos quieren vender el cuento de que drogarse les resultó innocuo. Y eso, cuando en pleno 'flashback' otr@ que no es su propia personalidad de cuando están desintoxicados nos ha discutido más de una vez con los argumentos más atrabilarios la correcta interpretación de cualquier amable e inocente frase nuestra de hace cinco minutos. Para justificarse, suelen embestir contra la coca y otras drogas duras, desviando el centro del debate hacia esas 'drogas malas' que ellos no consumieron o consumen porque tienen -dicen- control suficiente (nadie lo duda: si con los alucinógenos lo pasaron bomba, y obtuvieron lo que les satisface), y he aprendido en los hechos que supuestos ex consumidores ocasionales no abandonan nunca del todo a Doña Cannabis Sativa, en especial si son fumadores y les andan revoloteando alrededor suyo relaciones familiares y/o amistades que fabrican o trafican y convidan no genuinos cigarrillos rubios ordinarios sino lisos y llanos porros caseros, cosa harto fácil de que suceda.

Acotaciones de abogado de menor cuantía, pero con un poco de sentido común. La primera: punir el consumo de drogas es una de las cosas más idiotas que se pueden hacer. Es como punir una sífilis, o el engriparse, o el estar neurótico; exactamente igual de absurdo: un retroceso intelectual en la noción de justicia. El tráfico, incluyendo en la definición de "tráfico" a ese simpático vecino o pariente del adicto que cultiva cannabis en su propio balcón y lo regala a sus seres queridos, ya es otra cosa, porque legalizar la comercialización y el suministro gratuito sin control facultativo de las sustancias que denominamos 'drogas' deja siempre en pie el problema del consumidor (la persona enferma) que es una tremenda carga para sí y para terceros. O sea, respecto del consumidor, tampoco se puede salir por la tangente con el fácil recurso tan caro a algunos 'juristas' de la responsabilidad individual (esa utopía, tratándose de enfermos) como solución al haberse hecho adicto. Porque en general, nadie le quita el porro de la mano a su novia, su amigo o su hermano, o a su vecino. Así que si 'los comprendemos' y los 'toleramos', bueno: a jodernos luego; hemos perdido el derecho de dejarlos abandonados a su suerte. La segunda: más que liberar el tráfico de sustancias perjudiciales para la salud habría que dejar a los traficantes sin mercado; a la larga resulta mejor negocio, a menos que se quiera vivir en un capítulo del "1984" o del "Brave New World" y añejas novelitas por el estilo.

sábado, junio 03, 2006

Universidad Burrocrática Argentina, Sociedad del Estado

"Iré por el camino más largo -le dije-. La carretera principal. No por el sendero de la colina. El embrague me está fallando. ¿Por dónde doblo?"
[Theodore Sturgeon, 'Más que humano'; Traducción de José Valdivieso para Minotauro, Buenos Aires, 1968, pág. 113]


El ejercicio del poder no cambia a las personas: las revela a otros y a sí mismos, en sus mejores y peores aspectos, aun los más insospechados, los que están latentes y se niegan a aceptar como reales. También revela ese ejercicio, asociado al transcurso del tiempo, la naturaleza de las instituciones. Y cada tanto nos encontramos reflexionando a propósito de las dificultades que hay en el camino de quienes intentan ir por donde nosotros ya hemos pasado.

La Universidad, long ago & far away (© William Henry Hudson), antes de su "apertura", cumplía la función de otorgar diplomas que identificaban a un señor como perteneciente a alguna de las oligarquías que hicieron la República meramente Argentina versión 2.0, la de entre 1870 y 1945. Abogado, médico, contador público o ingeniero, eran títulos vinculados a técnicas de control social necesarias para el ejercicio de las reales cuotas de poder adquiridas por ciertas familias.

Luego, y como consecuencia de una serie lenta pero persistente de cambios sociales, empezó a hacerse notar el paulatino acceso a la Universidad de hijos de comerciantes o empleados públicos o de empresas de servicios u obreros especializados y bien pagados, personas que no estaban vinculadas de ninguna manera al sistema político tradicional.

Este fenómeno, iniciado durante las primeras dos presidencias de Perón, se hizo definitivamente masivo en los años sesenta. También se fue ampliando el abanico de carreras posibles. Como estos nuevos estudiantes y egresados de la Universidad pública "post 45" ya no tenían real poder político, y hasta sucedía que a muchísimos la militancia política les importaba un pito (servidor de todos ustedes :-)), los que de entre ellos fueron más hábiles para "acomodarse" empezaron a despuntar el "vicio de clase dirigente" copando paulatinamente los puestos de funcionario en el sistema de enseñanza: cátedras, jerarquías administrativas, profesorados auxiliares, profesorados terciarios y secundarios, representaciones gremiales y cuanto sirve para hacerse ver y sentirse importante, amén de cubrir toda tarea institucional que los "oligarcas" (como los llamarían los peronistas) o "chanchos burgueses" (como los llamarían los zurdos) ya no estuvieran interesados en desempeñar.

A partir de entonces, el ámbito universitario pasó a estar condicionado por la presencia de unos tipos pedantes, resentidos, con fuertes complejos de superioridad o inferioridad, manipuladores, intolerantes, por consiguiente autoritarios. Potenciales pacientes de psicólogos y psiquiatras, of course.

Como muestra de su "modernidad" y adhesión a lo que entienden por el signo de los nuevos tiempos (que lo mismo puede ser "lo que se usa en Europa", "lo último que salió en Gran Bretaña o los Estados Unidos" o la dramática -por los muertos que costó- "liberación nacional y social", u otras hipócritas sanatas semejantes, pongo por caso algún tipo de revolución o reacción), estos personajes dedicaron su tiempo a la Universidad que, concebida en el siglo XIX para ser usada por privilegiados CON PODER POLÍTICO REAL como signo externo de pertenencia a la oligarquía, ahora era funcional al ascenso y parasitismo de otros sectores.

Así que nuestros amiguitos tecnoburrócratas, so pretexto de democratizar la institución universitaria, noción que uno entendería ha de ser sinónimo de mantener la calidad intelectual de sus institutos apoyando el ingreso de cualquier hijo de vecino CON VOCACIÓN UNIVERSITARIA (es decir, no un mero coleccionista de cartulinas que lo acreditan como Licenciado -servidor de todos ustedes, nuevamente- o Doctor -unos pocos con más cerebro o mejores padrinos que yo-, sino alguien interesado en aprender un oficio intelectual preciso porque su naturaleza personal lo impulsa hacia ello), procedieron a desmantelar el fruto del esfuerzo de aquella oligarquía en vez de difundir a todos los ciudadanos que así lo requirieran sus provechos antes restringidos arbitrariamente a una minoría.

En otras palabras, para que los de las generaciones que siguen, más numerosos que ellos y tan bien preparados como ellos lo estaban, no los desplazaran luego de sus miserables quintitas que cuidaban y cuidan como si fueran auténticas y solariegas estancias, se cargaron lisa y llanamente el otrora excelente sistema de instrucción pública argentino, en vez de mantener lo mucho que de bueno tenía y revertir el carácter "domesticador de rebeldes" y "generador de asensos automáticos" y cambiarlo por el sano espíritu crítico y la creatividad.

Por esta vía clientelística, en diversos oficios que requieren para su ejercicio la graduación universitaria y/o la matriculación se ha ido formando una prolija especie de 'tecnoburocracia' que sólo selecciona y promueve los trabajos de determinados 'amigos de la casa'. De esta guisa, uno - sin ser ni querer ser docente ni administrativo UBA - puede ver a amigos de real valía desviviéndose por abrirse paso en el mundo de su especialidad mientras engendros paridos por destacadas nulidades intelectuales (basta con leerlos y notar cómo sus textos definitivos siempre parecen malos borradores) son publicados con bombos y platillos por el mero hecho de ser hijos o sobrinos de alguien que en su momento tuvo un cuarto de hora de fama, o porque sus declaraciones sobre posturas políticas o estéticas van en el sentido de la opinión pública que ciertas empresas o sectores de poder desean formar en los ciudadanos-consumidores. Y un largo etcétera, encabezado por el 'compartir lecho con' y el 'ser amigo de'. Todo lo cual, me temo, es la manifestación en el campo de la enseñanza universitaria de una general pérdida de las libertades individuales: aquí también vale eso de que 'las ventajas comparativas también se crean' (léase: uno puede desvirtuar mercados para llevarse el toco mientras los ingenuos que creyeron ser parte de unas circunstancias espontáneas se quedan llorando a la vera del camino).

La Universidad estatal argentina hace décadas que no tiene nada que ver con la oligarquía. Sin embargo hoy la situación del estudiante ajeno a los circuitos del poder es peor que en 1917: son los pobres más pobres de nuestro país los que pagan a personas hijas de comerciantes o empleados públicos o profesionales de clase media, que a veces tienen buenos empleos en un país lleno de gente en el paro, sus estudios universitarios, mientras no pueden ayudar a la propia prole a cursar los preparatorios para acceder a esos mismos estudios. Los audaces y muchas veces ingenuos infiltrados, que todavía los hay, lo pasan tan mal como algunos lo pasamos otrora.

Así se mantienen establecidas diferencias "de clase" que no se originan en la mayor inteligencia, esfuerzo o suerte de cada cual sino en la ley no escrita de la "nivelación para abajo", el "semos todos iguales" y la prepotencia de un sistema de castas que se finge democrático, se pretende igualitario tomando como ideal la mediocridad que no se remite jamás a instancias superiores, y hasta hipócritamente dice tener sentido "social". Basta con mirar como funcionan la mayoría de los Colegios profesionales.

La Universidad de Buenos Aires es actualmente de una perversidad moral, sociológica, económica y sobre todo jurídica que espanta. A quienes menos ingresos devengan (cuando tienen trabajo) este sistema perverso los obliga a contribuir al sostén de esta entidad autárquica vía impuestos indirectos al consumo (ejemplo: IVA a la manteca, a los fasos, a la cerveza, a la leche, al pasaje de colectivo, a la factura del gas, a los preservativos, y un largo etcétera, que por ahora no alcanza a los libros) aunque no vayan a poder en los hechos usar realmente el servicio. Si cada trabajador-burro de carga, desempleado-desesperanzado o cartonero-bestializado tomara conciencia de lo que le exacciona Papá Estado por distintas vías a lo largo de cada año para mantener esta situación tendríamos una como la del 17 de octubre de 1945 o diciembre de 2001. Me vienen a la memoria los nombres, apellidos y rostros de antiguos compañeros de la Facu que no se pudieron graduar porque no tenían plata para seguir viviendo en Buenos Aires, o hasta porque debían elegir si le daban de comer a sus familias o compraban el abono del tren suburbano que los acercaba a los ya entonces (años ochenta) patéticos institutos de la UBA.

La mayor parte de las carreras universitarias de ingreso masivo tienen como función prepararte para que mantengas el orden social establecido a cambio de tirarte unas migajas. De eso la mayoría de los giles que las hemos cursado creyendo simplemente estar adquiriendo cultura superior y capacitarnos para un laburo tomamos conciencia a medida que se nos va la vida, con nuestro diploma esforzadamente adquirido colgado de la pared para impresionar a las víctimas, digo clientes, o guardado hecho un prolijísimo rollito papiresco dentro de un tubo de plástico.

Estamos asistiendo a una serie de escenas pintorescas a propósito de la administración de los fondos que se asignan a la entidad universitaria autárquica más importante de la República meramente Argentina y los negocios paralelos que sospechamos (sabemos) allí se hacen: escenas de pugilato, chicanas de todo tipo, intervención de personas que nada tienen que hacer tomando decisiones en lugar de las autoridades universitarias y un relajo de la sana y legal disciplina que espanta y que ha llegado a derivar en hechos policiales. La única razón por la que algunos no nos presentamos a devolverle a la puta UBA el diploma que nos acredita como licenciados o doctores en algo es que, por mucha vergüenza que nos dé actualmente haber egresado de semejante institución, debemos seguir ganándonos la vida con lo que allí, mal que nos pese, se supone aprendimos a hacer. En realidad lo que sabemos hacer lo aprendimos tras egresar, golpeándonos la cabeza contra las paredes, porque la venerable entidad autárquica - salvo esfuerzos individuales de puntuales profesores que se compadecieron de 'los educandos' - no nos preparó en absoluto para el mercado laboral real sino para el de la República Popular Pasatista de Disneylandia.

La política no es nada de lo que los señores que disertan sobre política en ciertos foros creen ingenuamente que es. La política es Economía más Derecho, no una actividad literaria en que se debate cómo construir la Nova Ínsula Utopía o la Ciudad del Sol. Esas, Economía y Derecho, son las carreras que estudian por lo general, en la Universidad nacional o en las mejores de las privadas, los hijos de los empresarios, los banqueros y los políticos, que los giles creen que se van a esas carreras porque son fáciles (nada más falso: los desafío a que intenten, sin poseer las herramientas mínimas, hacer la exégesis del título de las obligaciones del Código Civil o desarrollar un plan económico sustentable para un quinquenio, a ver si eso es tan fácil como imaginan) y los suponen incapaces de hacer otra cosa. Pero esos - no todos los abogados y contadores, sino los que son del medio social "del que hay que ser para mandar en la Argentina" - son los que acaban, desde la política, el mundillo de las finanzas y de los negocios a gran escala y por supuesto las jerarquías de la Administración Publica, imponiendo a los que en su juventud se creían "despiertos", "cultos", "inteligentes" y "vivos" sus intereses y sus políticas, a veces disfrazadas de progresismo, pero siempre egoístamente autoritarias. La última moda de estos señores es hacer la apología mediática de la tecnología y la ciencia, con la segunda intención de perpetuar a la santa tecnoburocracia, por los siglos de los siglos, amén...

jueves, mayo 25, 2006

Del Caos, el Cosmos, el sueño de la razón y las personas que son, sin saberlo, el Diablo.

"Un caballero de la calle Caracas resolvió negociar su alma. Siguiendo los ritos alcanzó a convocar a Astaroth, miembro de la nobleza infernal.
- Deseo vender mi alma al diablo- declaró.
- No será posible -contestó Astaroth.
-
¿Por qué?
- Porque usted es el diablo."
[Alejandro Dolina, 'Crónicas del Ángel Gris', cap. Veintidós: "Pactos diabólicos en Flores", Montevideo, Ed. De la Urraca, 1988, pág. 125]


Pueden encontrarse en autores como Swedenborg, Papini, Bierce, Lugones, Hesse y otros, narradas directa o indirectamente, situaciones similares a la de la cita precedente. En efecto, no pocas veces nos desayunamos, con el feliz deterioro ocasionado a nuestras Augustas Personas por el mero transcurso del tiempo y el (creemos que buen) uso de nuestras facultades mentales, de quiénes somos realmente nosotros y quiénes resultan ser los demás, por conocidos que éstos fueren.

Es que a cierta edad uno cree haber aprendido a no considerar a nadie por más de lo que ha demostrado valer; no pocas veces hay desagradables sorpresas con nuestros semejantes: el dinero, el poder, la ambición, hasta el mero ejercicio del egoísmo, desenmascaran a muchos que no es que le hayan vendido el alma al Diablo sino que SON prolijamente el Diablo. Y lo peor es que ni ellos se dan cuenta, ni los que les han puesto afecto y esperanza han querido verlo hasta constatarlo a sus expensas.

Sucede con políticos, amigos de la infancia, familiares directos, socios, amores y admirados deportistas, artistas o intelectuales. Por eso, pasados los treinta y cinco, uno empieza a descubrirse teniendo -a su pesar- muchos ex amigos, ex ídolos, ex familiares, y así. Al menos, eso ocurre en mi caso ;-).

La palabra escrita, por ejemplo, en estos tiempos modernísimos empleada como vector en cartas, foros, blogs, grupos de debate cultural, intercambio cibernauta de videos y MP3 y demás yerbas, sirve a quienes tienen aptitudes para expresarse certeramente como instrumento para terminar de descubrir quiénes son y para comprender quiénes resultan ser otras personas que se han retratado cabalmente por sus propias palabras y preferencias. Asunto ya tratado en esta misma bitácora en este viejo post.

Ha de ser la vejeztud, imagino, lo que en los últimos años me ha llevado de lamentar los repentinos cambios de conducta en determinados seres humanos a comprender que el salame que no sabía ver lo obvio en ellos, es decir la sinuosidad de sus conductas y su natural desmesura, era yo. Así las cosas, se me ocurrió tiempo atrás, mientras dejaba un comentario en otra bitácora, que esto del descubrimiento de la verdadera esencia moral de las personas y de la toma de conciencia individual es algo tan complejo como el ordenamiento de las bibliotecas personales; eso de poner y sacar 'otros mundos' de nuestra estantería de coleccionistas que los han encajado en la caprichosa cuadrícula de nuestra propia óptica acerca del Universo.

Comprendí entonces cuánto tiene que ver el uso que demos a ese ordenamiento personal con el haber llegado a comprender que nadie puede caminar en los zapatos de otro, ni a mirar con otros ojos que los propios, por mucho que psicólogos, sociólogos, 'politólogos' y últimamente hasta supuestos expertos en ciencias exactas y naturales (que deberían repasar sus fundamentos epistemológicos antes de abrir la boca) se esfuercen por demostrarnos contra viento y marea que el oficio de zahorí sigue siendo tan válido y sagrado hoy como en los lejanos tiempos de Asurbanipal III, Darío el Grande, Alejandro de Macedonia o Moctezuma II. A veces uno, que no simpatiza mucho con ellos, lamenta que tipos como Arouet-Voltaire o Swift se hayan muerto. Al menos, nos harían pasar buenos ratos despanzurrando los egos y delirios irracionalistas de algunos 'científicos'.

La razón ha sido hecha para servir a los fines de la vida y -como explicara Goya al retratar mutantes- su sueño produce monstruos, de dos maneras complementarias: a) dejando el lugar del control a los impulsos primitivos más egoístas del ser humano y b) fantaseando al grado de imaginar ser ella misma un absoluto abstracto independiente de lo real, apartándose de su función, cayendo en el delirio subjetivista y meramente lúdico en vez de clasificar objetos para poder tomar decisiones aproximadamente realistas. La hipertrofia de la inteligencia es a veces peor que la simple y sana ignorancia, que al fin y al cabo se supera instruyéndose. El problema se da cuando señores muy pero muy inteligentes, hasta con grados y posgrados universitarios, que debieran estar convenientemente aleccionados por la experiencia histórica colectiva acerca de los concretos riesgos de la paja mental, empiezan a usar la razón siempre en abstracto y a apartarse de la realidad, no conformándose con vivir ellos mismos un ensueño sino pretendiendo además ejercer de matones espirituales para que afirmemos estar viendo los imaginarios enanitos verdes que su ego les hace creer reales. A medida que nos hacemos viejos empezamos a descubrir con preocupación conductas por el estilo en personas que creíamos 'normales'.

¿Qué es la normalidad? ¿Qué es el orden? Dicen los que juran saber de Física cuántica (los que dicen que saben, no yo, y si me mintieron ya habrá una o dos personas que comparecerán indignadas a hacérmelo notar) que la naturaleza del cosmos es azarosa, entendiendo por 'azar' a la imposibilidad de calcular a ciencia cierta y mientras estamos en movimiento cuándo será posible que un objeto que probablemente debe estar allí llegue efectivamente a encontarse en esa determinada posición. O sea, que el cosmos consistiría en un simpático caos que nosotros ordenamos según la necesidad del momento. Y de paso entendemos por qué en nuestra adolescencia los profes de matemáticas contaban que en geometrías helenas como la perpetrada por el compañerito Euclides el movimiento no era considerado, y los geómetras de aquellos tiempos necesitaban imaginar un 'momento' congelado en el tiempo para poder desplegar su teórica mecánica del movimiento a la manera de los fotogramas del cine, o cosa así.

Alzo la vista, miro la desconcertante distribución de mis libros - que conviene suponer análoga a la de mis pensamientos - y hago memoria del título borgiano "La lotería en Babilonia" (relato cuyo argumento parece el de un partido de fútbol o el de una epopeya política). Me permito opinar que si nuestros semejantes pudieron engañarnos y engañarse, entonces no estaban más lejos de las verdaderas virtudes que las personas dotadas de mayor sinceridad: sólo los ha separado de ellas una toma de decisión. Y no puedo entonces sino concluir que si proporcionalmente una parte del cosmos es análoga al todo, entonces los sabios de la Grecia clásica (y los chinos, recuérdese que todo Yin contiene al menos una mínima porción de Yan, y viceversa) tendrían razón.

En esta otra entrada ya me dio por enlazar este cuento del viejo Ray Bradbury, a propósito de eso del "efecto mariposa"...

¿Quod erat demostrandum?

(En el Día de la Patria de 2006, a falta de cosa mejor que hacer, dejo estas paranoicas palabras al viento ;-) )

miércoles, abril 05, 2006

Así se duerme en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

"La higuera más próxima se encontraba en una chacra situada a poco más de un kilómetro, y dada la época del año se encontraba cargada de brotes color verde claro." [Manuel Puig. 'Boquitas Pintadas', pág. 239, Sudamericana, Buenos Aires, 12ª edición, 1973]

El tipo no va mucho al cine, pero es muy cinematográfica la manera en que se le cruzaron emociones e imágenes de otros tiempos. Primero fue la silueta del jardinero gordo cortando rosas mientras el pibe se sacaba las legañas. El aroma con que una rosa cortada impregna el aire es inconfundible: hay poemas de Borges, de Rilke y hasta del poco conocido y menos imaginado Cortázar sonetista que lo traen nuevamente con todas sus propiedades a la todavía en este otro siglo normalmente anósmica nariz de aquel niño de 1967.

Luego, la secuencia muestra una perrita de la prestigiosa raza Puro Perro, campeona moral en varias exposiciones del más alto nivel internacional, deslizándose, acaso una mañana diferente de la del corte de rosas y césped, por la ventana del dormitorio hacia el lecho del precoz detector de la materialidad de los supuestos emblemas poéticos.

La acción discurre en la secuencia siguiente hacia un rincón del jardín donde el padre del sujetito, mientras se espera el secado de la pintura recién aplicada a la cucha de las perras (en esos tiempos arcaicos a los canis familiaris se les construía su casita en madera, en símil "Viviendas Tarzán"), enseña a su vástago las propiedades musicales del corcho frotado sobre una botella vacía de vino Toro, cuyo efecto armónico y contrapuntístico inmediato resulta ser la respuesta del canario, un auténtico chansonnier plumífero que nada tiene que envidiar a los mirlos de archivo sonoro de la discográfica EMI que responden a Paul Mac Cartney en "Blackbird".

Ahora el oportuno fundido a negro nos lleva a una mañana, acaso la del día siguiente: un canal de la televisión marplatense emite "Randall, el Justiciero", con Steve Mc Queen. La serie se ve en el blanco y negro de estilo, pero muchos años después varias damas que no se conocen entre sí dirán al entonces niño que sus ojos son iguales a los de Mc Queen. La noche anterior, y si no fue la noche anterior habrá sido una noche cualquiera de esa época, el televisor Philco, tras un partido de uno de los San Lorenzo, porque hay que tener en cuenta que el Milan marplatense y el Ciclón en blanco y negro fotografían igual, y eso ayuda al señor del corcho a asentar la Leyenda de la Imbatibilidad Azulgrana en la ya poderosa mente del pequeño, el televisor Philco, arrastrado del living al dormitorio de los padres del enano mediante una serie de alargues de cable de electricidad (redondo enrollador rojo y blanco como la Sociedad de Fomento o la UCR a la que estuvo afiliado papá) y alargue de cable plano de antena, éste metido en un enrollador ocre (el cable del alargue era transparente y plano, y se veían los filamentos dorados que morían en la ficha blanca), el televisor Philco, más pequeño que el CBS que la abuela tenía en Buenos Aires, refleja un capítulo de "Los intocables": eran cerca de las 22.00 hs. en aquel invierno marplatense, cuando en su lujosa mansión cercana a Cabo Corrientes, al tiempo que las furiosas olas azotaban la escollera, el futuro Presidente de San Lorenzo de Almagro se quedó dormido mientras el joven matrimonio A & M (treinta y dos ella, morocha y Géminis, treinta y uno él, rubio y Piscis) se castigaba con las andanzas de Robert Stack, supuesto el caso que no hayan procedido a menesteres más lujuriosos ;-). Después preguntan por qué me gustan Chandler y el gordo Soriano.

Ahora estamos en una oficina de un diario o acaso la sala de redacción de una radio, tras un aburrido paso por el canal de televisión local, donde el señor del corchito ha entrevistado a un funcionario de la dictadura número chiquicientos mil cuatrocientos dos (un poroto en comparación con lo que vino años después) o acaso a un centroforward de madera destinado a que luego con la comisión que recibirán los desinteresados hombres de prensa cuando el tronco sea fichado en Baires vayamos todos a comer como lima nueva en algún sitio caro de la ciudad. Lo cierto es que era un fulano de remera amarilla, circunstancia que viene a hacer mucho más potable a la segunda que a la primera de las hipótesis enunciadas, y ahora el alevín de bitacorero, para vengarse del mortal aburrimiento imperante desde su punto de vista en los medios en que se desenvuelve laboralmente su progenitor, castiga duro y parejo con dos dedos (igual que papá: no hay periodistas dactilógrafos) una Remington de enormes teclas. Años más tarde, acaso por influencia de mamá y seguro como preparación para menesteres propios de ladrones de gallinas de alto vuelo, el nene se hará dactilógrafo, usando todos sus diez dedos al punto de ser reconocido fácilmente por sus amistades en los mensajeros por culpa de su endiablada velocidad así tome la precaución de cambiarse el nick.

Lo que queda es una sesión de instantáneas, Polaroids ajadas por el paso del tiempo: algunas vueltas por la playa, asados, una cortina que se incendia al rozar la estufa de querosén, y la gloriosa luna anaranjada de la Ciudad Ombligo del Universo, que años más tarde alguien no quiso mirar al amanecer, iluminando en solitario los veleros de la Revista Naval Internacional que pasaban ante la costa como los barquitos de la caja de Old Spice.

Ahora el tipo se ha levantado a mear y, como está completamente loco, después de la micción va a la cocina y se toma dos vasos de Terma pomelo cortado con agua mineral.

La lucha continúa: al volverse a amodorrar, regresa a 1970, más o menos. Olmedo, con bigotazos y bombín, aparece en blanco y negro, pero en el tele de la abuela, pantalla de más pulgadas que el de los viejos. El viejo payaso rosarigasino aúlla entusiasta "¡Rucuuucu!!!" y tapa la cámara con la palma de su mano. El televisor está puesto en la puerta de una de las habitaciones, mirando al patio, porque es verano. Circula el matienzo y es de noche en Buenos Aires Portuarian City. A unas diez cuadras está la sede de Huracán: los delata el pertinaz olor a residuo domiciliario que viene del lado sur, desde la Avenida Caseros, a la vuelta del Correo ("...los dos carteros y tres mensajeros del barrio le desean unas Felices Fiestas" ;-): una tarjeta de cartulina blanca con letras azules). El forastero que buscase la cárcel famosa no debería, entonces como ahora, sino orientarse por medio del olfato y hasta tendría la desgracia de dar con esa pintoresca gentuza también, cosa que su amargura sea completa. El Más Grande pasa por su Hora Más Gloriosa: ya ha sido campeón, tras casi una década de espera, y próximamente habrá más Victorias Azulgranas para deleite de los Hombres de Bien. Nadie me ha avisado que semejante circunstancia no es normal: cuatro campeonatos en siete años desborda largamente nuestra media histórica. Hay incomprensibles quilombetes políticos, y uno de mis tíos llega de la Facultad a altas horas de la madrugada relatando al núcleo familiar inverosímiles excusas, y luego se sienta a darle al pan con salame y queso.

Una nueva interrupción: la murga del barrio está ensayando su percusión a las dos de la mañana de un lunes, ¡porca miseria! Ya que estamos, viene bien una nueva visita a la cocina para ingerir unos bizcochitos que sobraron del mate. Y en el camino de regreso, iluminado por el reflejo de la luz pública municipal, presentar nuevamente nuestros respetos al popular Mr. Ferrum. En aquel lejano 1970 me las hubiera tenido que ver con el Sr. Pescadas, que pese a su apellido luego supe era miembro de una sufrida, estoica familia de níveos sanitarios que se importaban de Gran Bretaña.

La tercera secuencia de la película se desata al coincidir la victoria de Morfeo sobre el dúo Eco-Momo y sus Percusionistas Asesinos (lindo nombre para una banda punk). Los brotes de color verde claro de la tela de encuadernación de la cubierta de una selección in English de poemas y cuentos de las hermanas Charlotte y Emily Brontë que su destinataria dijo estar disfrutando como una enana y hasta tradujo para él. También, el tallo severo y negro de una edición CEAL de los "Espantapájaros" de Girondo y la extraña antología "Cuando la ciencia empezó a ser ficción", o título por el estilo, que reunía a Cyrano y a Bierce, entre otros, libros que quitó para ella del desorden cósmico de su propia biblioteca. Y las "Crónicas del Ángel Gris" de Dolina, pero no en su primera edición made in Uruguay, azul y con una cubierta fantástica, sino una nacional más reciente, aumentada y disminuida por su autor.

Llegado a este punto, empezó el bello durmiente a inquietarse al advertir que eso ya no era sino un collage fílmico y a tomar repentina conciencia de que si esos libros ya no estuvieran en poder de la propietaria de aquellos ojos negros (sabido es que en su opinión el infrascripto es un cínico de tomo y lomo), entonces acaso el niño que aprendió a percibir el aroma de las rosas hubiera muerto un poco más. Esa sensación era el preludio de una vigilia. Y se despertó, yendo a buscar en plena madrugada otoñal la cita precisa de "Boquitas pintadas" que sirve de preludio a esta fantasmal sesión cinematográfica de medianoche de martes a miércoles. Una improvisación de miércoles sobre el fresco recuerdo del lunes, lo sé, pero es que el aroma de una rosa despierta a cualquiera. Los cultores de la memoria solemos encontrarnos en sitios insólitos con nosotros mismos, ante cualquier puerta o ventana que haya quedado sin cerrar del todo.

Tengan ustedes muy felices sueños.

miércoles, marzo 08, 2006

Desmesura de la felicidad y crónica del velorio del Sr. Spock

"......Es duro vivir con miedo, ¿verdad?; eso es lo que significa ser esclavo. He visto cosas que ustedes, gente, no creerían: naves ardiendo más allá del hombro de Orión, rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser... Y todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia." (Versión castellana 'a lo Alfredito' del diálogo final entre Deckard y Roy Batty en "Blade Runner" de Ridley Scott, 1982 - El que habla es Roy)

Hablemos del lapso que va de la nada a la Nada. Perdonen ustedes que me ponga algo heideggeriano o sartreano, yo que detesto a ambos y a sus respectivas mujeres, aunque admiro a existencialistas un poco más serios como serían Camus o Jaspers. Hace poco retomé la costumbre de someter anteproyectos de textos a una suerte de falsación (si lo no científico es susceptible de falsación 'a lo Popper') y pegué una especie de prototipo en cierto foro que sucede -en decadencia rutilante- a uno de los que otrora visitaba asiduamente.

Dejaré para una próxima entrada consideraciones varias acerca de la peligrosidad de quienes simulan el discurso científico para impresionar a sus interlocutores, a las víctimas de sus defraudaciones, a los estudiantes ingenuos y a los ciudadanos-electores. Me concentraré en cambio en la circunstancia de que escaso eco tuvo mi texto en ese ámbito: lo leyeron muchos, pero no respondieron el intríngulis formulado usurpando la personalidad del Replicante, o sea "¿qué es realmente la felicidad para un humano 'occidental' del 2006?"

Ayuno de impresiones ajenas, no ha quedado otro remedio que retocarlo y exponerse al exigente sentido crítico de los comentaristas de esta bitácora. ¡Allá vamos!

El asunto surgió de relacionar el diálogo final de "Blade Runner" y las obsesiones del paranoico Philip Keith Dick con el velorio del Señor Spock. Como leen: casi siempre que escucho música electrónica me fastidia la sobresaturación sensorial que acaba por producir el ambiente que su emisión genera. He imaginado (alucinado) estar en medio del velorio del Sr. Spock, en un descomunal Xanadu construido con cristal, de paredes y cielorraso transparentes e iluminado con lasers de colores, el féretro negro de diseño espacial ocupando el centro del salón principal vacío y dentro de él, yacente, el orejudo de "Star Trek", tan inexpresivo en la muerte como lo fuera en vida, aburrido como la insufrible serie que protagonizaba, haciendo juego con la parodia de música ambiental que satura la atmósfera de la casa velatoria. Mientras, los asistentes a su capilla ardiente (el nombre menos apropiado para las pompas fúnebres de alguien como Spock) nos vamos despedazando sin dolor pero con un residuo de espanto, perdiendo consistencia y conciencia de nosotros mismos, abandonándonos a lo sensorial hasta evaporarnos como espíritus que han partido (copyright los hermanitos Gibb, hacia 1979). Un ambiente tan poco propicio para los maléficos racionalistas que queremos mantener el máximo control de nosotros mismos hasta el momento de la muerte si ello fuera posible, como ideal para aquellos adictos a los efectos atribuidos a ciertas sustancias tóxicas que pueden llevarnos fácilmente a estados alterados tales como la esquizofrenia paranoide si es que tenemos la constancia de consumirlas con la debida frecuencia y cantidad.

Pongamos a mis divagues visionarios acerca de los efectos de Helmholtz y su descendencia musical prudentemente a un lado, y pasemos directamente a los bifes: esa rara imagen me hizo recordar conversaciones de mi pasado con personas interesadas en el destino, la felicidad y el ser en el tiempo. Vayamos donde vayamos, llegaremos a un punto en que no podremos escapar más. Ni del conocimiento de nosotros mismos, ni de ninguna otra cosa, ni de nadie.

Un poco de Historia de la Filosofía ayudaría a ponernos en materia. "Eudaimonía" ('hado propicio', o 'buen hado', o cosa así) llamó Aristóteles al vivir satisfecho consigo mismo al punto de exorbitar los límites de la propia sensación de existencia. Aunque el término cagaste llano "felicidad" (del latín 'felix'--> fértil, fecundo) sea el más aproximado al significado originario, "beatitud" (de 'beo' --> colmado de dicha, de plenitud), "bienaventuranza" o "dicha" también designan la misma noción. Platón usaba otra voz: "makariótes", que no era un stopper del Panathinaikós en tiempos de Perikles sino un término corriente en el griego del Ática, indicativo -dicen los hombres sabios- menos del esfuerzo por comportarse bien que de la coincidencia espontánea de circunstancias con las necesidades del humano para vivir bien.

Un instante aislado de felicidad de un ser humano no lo convierte en "feliz". Terrícolas consultados en mi busca permanente de la empatía afirman que les resulta necesario ligar en su mente plenitud y conformidad con una serie de conductas propias adoptadas de manera voluntaria: la virtud y el esfuerzo. Pero otros afirman que la felicidad consiste en aislados instantes de dicha, unidos por la memoria. Confieso sentirme mucho más cerca de los primeros, que se atreven a construir una Felicidad acaso ilusoria, una esperanza, que de los segundos, que se deciden derrotados por el tiempo de antemano.

Siguiendo con los grandes filósofos griegos, Epicuro, ese señor de quien tantas cosas estupendas tuve que decir en esta misma bitácora, aquí y en algún otro lugar, pretendía formular el camino correcto, recopilado en el 'tetrafármaton': "No debe temerse al dios; la muerte está exenta de riesgos; el bien es fácil de adquirir; el mal, fácilmente soportable con el coraje" (Filodemo, De dis, I, 12). Y proponía encontrar la felicidad personal en el placer natural y necesario: "... ni banquetes ni orgías constantes... engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo", se lee en uno de sus escritos. Pero siempre han quedado rondando estos interrogantes: ¿por qué lo que para unos resulta un placer, un caso de prosperidad, un avance en la dicha, para otros puede resultar desagradable? ¿Se puede ser feliz entre infelices? ¿Se puede ser feliz sabiendo que se condena a otros a lo que consideran infelicidad?

Los estoicos, por su parte, mucho más conscientes -me temo- de eso tan llevado y traído de que "los recursos son escasos y las voluntades de difícil o nula susceptibilidad de cálculo" (la sal de las ciencias sociales como el Derecho y la Economía), pretendían bajar de las nubes y formar hombres prudentes desde el aprendizaje de la experiencia social, porque la toma de decisiones no depende exclusivamente del sujeto agente: hay acción de otros y circunstancias de hecho que pueden estar fuera de su alcance dominar. El estoico intentaba ser feliz a partir del dominio de lo racional para controlar emociones y conducirse conforme a una apropiada interacción con los demás y el medio que no debe confundirse mañosamente con la resignación.

El esquema estoico fue retomado en el Renacimiento y en la Ilustración. En particular Kant (si lo sabremos los que tenemos formación de ave negra) fue propicio a la adquisición de fortaleza moral para minimizar la dependencia de factores no racionales ni voluntarios en la acción humana. Un autodominio creativo, decía, permite modificar la realidad para acentuar las posibilidades de sentirse feliz, conforme con los medios empleados para ser quien se pretende ser. Así, según esta concepción, el ser humano libra una lucha permanente contra sus pasiones y contra las limitaciones sociales y naturales.

Quodlibetum para deleite de individuos e individuas (© cierto político leonés y la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que imita contra la lógica de la lengua castellana algunos absurdos 'tics' léxicos de determinadas corrientes ideológicas peninsulares) como Mnemosine, Ignis y El Curioso Lector; la felicidad a la antigua usanza española, y olé: tomo 19 de la "Enciclopedia Moderna" de Mellado, Madrid, 1852.

Hay quienes saben encontrar el encanto de lo fugaz y conciben la felicidad como una serie de momentos concretos, pero no aciertan a comprender que éstos les pertenecen en exclusiva. Cuando narran su felicidad pasada al partícipe de su presente no lo están incluyendo en ella: el tiempo y la Física lo impiden, y sólo le llega un relato, unas palabras que reflejan apenas un débil eco de lo disfrutado en un instante. El arte de muchos narradores y poetas consiste en ser capaces de hacer evocar a otros humanos su mejor pasado a propósito de unas situaciones distantes y sentir que participan de una sensación ajena.

Algunos, a partir de cierto instante de la vida, tiran la toalla, se rinden, se limitan a durar, sabiendo que la marcha atrás es históricamente imposible pero sería hermoso bañarse otra vez el mismo río acompañado de sus afectos, afectos que, mientras luchan por hacer con ingenio e intrepidez aventureras que el camino de regreso a Itaca-la Nada sea largo, son reliquias de instantes de felicidad que no son, empero la Felicidad, pero pueden ser la única que esas personas hayan tenido. Signos de pasadas dichas, bienaventuranzas y beatitudes que acompañen a Ulises hasta que Argos reconozca entre muchedumbre de vagamundos a su amo y Penélope se entere de que puede dejar de fingir, que los superhéroes de la Red disfrazados de desconcertados mortales lo perdonamos todo, hasta el injusto paso del tiempo. No pueden perdonarse el olvido: también ellos saben que, con mayor o menor grado de probabilidad y posibilidad, en otra voluta de las curvas espaciotemporales una ocasión amnistiada pero latente volverá a parecer propicia y entonces, antes que la diosa calva se aleje de nuestro alcance, hay que asirla fuertemente por el escurridizo mechón.

No siempre se es quien uno quiere ser. Circunstancialmente se resulta estar siendo otro, el complementario, el que necesita que uno impida que el olvido lo aniquile. De manera que, aun siendo óptimo el tener en claro quiénes somos o preferimos ser, no está mal que nos presten otros ojos y otra piel por un ratito. Saber cómo mira el comisario Deckard desde su óptica humana es buena medida para dejar de ser replicante.

¿Qué nos hace más humanos al final del día? ¿Nuestra personal manera de buscar la plenitud (a lo Séneca) o los instantes de dicha aislados del contexto (a lo Epicuro)?

Salud y memoria emotiva (el elixir de la Eternidad, los qualia, o algo así).


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Un apunte necesario, fuera de tema:

Al pie de mi post "Olvido", del 6 de diciembre de 2005, GUSTAVO me ha puesto un comentario que acaso convenga repasen. En él encontrarán algo sobre Moyano que les puede interesar.