domingo, abril 03, 2005

¿Para qué sirven las palabras?

Al responsable de perpetrar los textos que pueden ustedes leer cuando asoman las narices por este blog las formas de los discursos le importan muy poco. De hecho, con amigos formados en Psicología y en Filología suelo discrepar de cabo a rabo a la hora de interpretar la realidad a la luz de los dichos ajenos, porque considero a la palabra y el lenguaje como lo que son: un mero instrumento de comunicación, y al discurso como la circunstancial manifestación de un parecer, de un razonamiento o de una sensación, o de todo eso junto. No ando buscando proyectarme en el otro, imaginando complejas estrategias subyacentes en su discurso, y opino que una gran parte de los malosentendidos entre seres humanos nace de la hipertrofia de la inteligencia, uno de cuyos efectos es andar por ahí buscando significados adicionales ocultos en simples manifestaciones de lo que circunstancialmente le ocurre al emisor de un mensaje. Es, casi casi, como buscar mensajes satánicos escuchando en reversa los clásicos del rock'n'roll u otros desventurados géneros de la música popular, cosa que más de un@ que conozco andará haciendo por ahí, para luego fingir en nuestra presencia que no le patina el embrague.

Me explicaré un poco más: la inteligencia es una de las herramientas con que cuenta el animal humano para satisfacer su necesidad de mantenerse con vida mediante el necesario apoyo de sus semejantes. Que la evolución de la cultura haya ido llevando a algunos individuos de la especie, los mejor dotados - gracias a su hábito de ejercitar la memoria - para recrear entes y combinarlos por representación al margen del tiempo, es decir para su uso abstracto, anticipándose figuradamente a lo que acaso ocurrirá (o no), a emplearla como un fin en sí mismo, no quita que ese uso diste de ser el primordial de esa facultad del entendimiento. El abuso de las facultades intelectuales es un subproducto de la cultura, un daño colateral que tiene su origen en una consecuencia indirecta de la civilización.

Ligada con la inteligencia funciona la memoria, que viene a ser, por obra y gracia de la aplicación de la inteligencia a hechos ocurridos en otro tiempo, un verdadero campo de batalla. El gran problema del ser humano parece ser cómo captar eficazmente la realidad, incluso partiendo de la sospecha (desarrollada por memoria, por experiencia) de que tomar los hechos tal y como son no es tarea sencilla, porque nuestros sentidos e inteligencia, si los desviamos de su finalidad esencial y nos convertimos nosotros mismos en objeto de conocimiento so pretexto de conocer los demás entes, pueden engañarnos. Quiero decir que la subjetividad hábilmente formulada no es ciencia, en el sentido moderno de esta expresión. A lo sumo, será una fantasía que le prepare el terreno indicando hechos antes enigmáticos y ahora planteados como problemas a investigar, una suerte de metafísica (y quienes me conocen saben que opino de la metafísica algo parecido a lo que decía Manolito Kant).

Muchas veces uno tropieza por ahí con gente que sólo está interesada en imponer su discurso, con independencia de la veracidad o ajuste a la realidad que pudiera tener. Pero ocurre que si se somete la propia convicción a debate, si se comparten dichos que manifiestan puntos de vista propios, es sólo para poder entre todos captar más cabalmente la realidad. No para quedar bien ni para sentirse parte de un grupo determinado del que no queremos quedarnos afuera (a veces resulta preferible ir por algunos tramos del camino de la vida injustamente solo antes que hacerlo simpáticamente mal acompañado), sino para saber qué es probablemente verdadero. Para aproximarnos cuanto podamos a lo objetivo, lo que puede compartirse como universal con otros seres que perciben y conocen desde sus respectivos puntos de vista.

Un discurso que comienza a predominar en un medio social determinado puede expresar a personas que, buscándolo o no, acaben por reencontrar una antigua receta para evadirse de la realidad: proclamarse poseedoras de la verdad y perseguidoras de la libertad, pero sin avenirse nunca a aceptar que nuestro análisis del estado de cosas respecto de los mismos entes a que ellos dicen referirse pueda ser diferente del suyo porque parte del concepto del discurso como herramienta de comunicación, sometido a permanente revisión y reajuste de validez y veracidad una vez confrontado con los hechos, con la realidad propiamente dicha que intentamos comprender, sea la realidad presente o la de otros tiempos. No por nada una profesora de Lógica y epistemología me decía hace muchos años que las Matemáticas y la Historia rompen el molde común científico porque en un caso el objeto de estudio es la propia mente del estudioso abstrayendo nociones y creando universos paralelos, y en el otro el objeto estuvo vivo pero se murió, y hay que ponerle a la vez imaginación y rigor a reconstruirlo en base a testimonios, por lo cual el investigador está a veces solo con su propio mundo como un matemático... o como los escritores de scientifiction de que hablábamos en las anteriores entradas y sus comentarios. Tomando otro camino diferente que el del testimonio tal como nos llegó no haríamos sino desviarnos tras el camino de las apariencias, de propósitos inexistentes que estaríamos atribuyendo a los emisores del discurso bajo análisis. Pero tenemos la permanente tentación de "barajarlos" como posibilidades, cuando lo que importa es saber si ese discurso que estamos elaborando para comunicar el resultado de nuestra experiencia perceptiva de esos rastros del pasado se corresponde con lo que probablemente en este mundo haya sido alguna vez. La Historia se puede falsificar, sí. Pero sólo la complicidad de quien se niega a preferir la veracidad por sobre la estética y anteponer el esfuerzo por sobre la comodidad permite que el engaño se haga perenne.

No pocas veces nos encontramos ante manifestaciones literarias de sujetos sagaces que, gracias a nuestra ingenua pretensión de saber mejor que ellos lo que han querido decir, podrán luego volver a mantenernos hipnotizados tras una nueva serie de falsas realidades a partir de la continuación de los elementos de un discurso que nosotros les hemos hecho el favor de interpretar en un sentido nuestro pero que no es el de quien lo ha empleado. No pocas veces los seres humanos, cuando hablamos, no queremos decir NADA. Los vivos de la Historia suelen aplicar una técnica depurada de pescadores con red: emiten sonidos, y ya aparecerá un zonzo que interprete mejor que ellos lo que han querido decir, si es que algo han querido decir. Y entonces nos confirmarán: "justamente de eso se trataba, felicitaciones por tu perspicacia".. Con tanto psicoanalista y filólogo suelto los chantas de nuestro tiempo la vienen teniendo muy pero muy fácil para vender como realidades sus hipócritas verdades formales, esto es, sus apariencias de pensamiento. Entre ellas, alguna vez tendré tiempo y ganas para escribir sobre la que parece estar de moda en ciertos sectores del periodismo y las ciencias sociales y sostiene que la cultura (palabra que viene de una raíz latina que indica el esfuerzo laboral agrícola) es exclusivamente hija del ocio, camelo muy útil para justificarse a sí mismo cuando se es uno de esos cajetillas egomaníacos y autistas que fingen con su discurso simpatía por las causas políticas en que van involucradas acciones tales como la integración de quienes están excluidos del consumo más elemental y de los auxilios más necesarios, o sea del tiempo y el dinero de sus semejantes más afortunados. Es un cuento más viejo que la humedad, más antiguo que la escarapela, muy ligado al hábito de confundir a las formas con la sustancia de lo que se dice tanto como a la incapacidad para aceptar la percepción de la realidad en su parte menos agradable (pero tan verídica como nuestro eventual disfrute).

Acaso por todo esto que acabo de manifestar sea que la pregunta más útil, más científica, más apta para exonerar charlatanes siga siendo la misma que todos los seres humanos curiosos y decididos a encontrar la verdad, aunque duela, en cada encrucijada del camino, venimos haciendo desde la infancia: ¿y por qué?.

Ya hubo quien lo dijo en un libro suyo supuestamente para niños: "Todas las personas adultas han sido niños alguna vez. Pero muy pocos lo recuerdan..."

Aquí concluye el sainete, escrito bajo el influjo de la cerveza negra y corregido bajo el de la yerba mate. Sepan los intrépidos navegadores del tiempo poner en evidencia sus seguramente muchas faltas.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces leemos en rebuscado lo que no tiene más sentido posible que el literal y entonces somos injustos. Por ejemplo, vos sos una víctima ideal para que te pase eso con gente que sin mala intención tiene el reflejo de buscarle la quinta pata al gato hasta cuando una la saluda. Pero no exageres!.
:P
Besos

Alfredo dijo...

Ya sé que exagero. Pero de alguna manera hay que conseguir que nos digan algo desfavorable sobre lo que escribimos, a ver si todavía uno va y se cree todo un profundo pensador y filósofo.
A mí me intriga saber por qué hay quienes se han acostumbrado a imaginar siempre que leen maravillosas polisemias en cualquier cosa, pongo por caso el parte del Servicio Meteorológico, y se decepcionan y enojan cuando descubren que lo que hay es lo que ven. En especial me duele cuando lo que se ve y lo que hay soy nada menos que yo, que no soy gran cosa pero trato de no engañar demasiado a nadie con mi discurso.
Bueno, Sole. Eso, nada más.
Saludos de usuario de ciber que anda de trámite en trámite un lunes.

Anónimo dijo...

Alfredo, ya vi su comentario en lo de los puritanos. A ver si saco tiempo y lo re-comento. Necesito días de 40 horas, sí.

Alfredo dijo...

Se lo dejé hace unos días, con la idea de luego hacer memoria acerca de esa parte de la historia inglesa... pero yo también necesitaría días de cuarenta horas ;-).
Saludos

principio de incertidumbre dijo...

Quisiera comentar su post, pero no estoy de ánimo, esto es un mensaje que el dueño de esta bítacora podrá borrar en pos de mantener la linealidad de los comentarios;
acto de presencia que le dicen.
Saludos.

Alfredo dijo...

No, no lo voy a borrar. Es que esta bitácora se lleva sigladura a singladura en recuerdo -entre otras- de la similar aventura de Robert Burton, que no encontraba la cura ni la descripción eficaz al mal de la melancolía, que sólo podía sentirla. De alegrías y tristezas está hecha la vida: uno no va a sentirse desanimado todos los días de su vida. Cuando eso sucede es porque existe algún desajuste entre nuestras más queridas aspiraciones, nuestros sueños, y la realidad circundante. Y no vamos a permitir que nuestros sueños se escapen sin intentar vivirlos en la medida de lo posible. Para eso hay que hacer acto de presencia (se empieza diciendo: estoy, pero no están las ganas, como hizo usted ahí arriba) y dominar a los más eficaces de nuestros enemigos: los que nacen de nuestra imaginación de felicidades esperadas y no vividas. Es que parece ser que en la vida se encuentra lo que no se busca, y si se busca no siempre se encuentra exactamente lo que se quería, o no se lo consigue en el tiempo apropiado.
En cuanto sospeche que se le está pasando, que el ánimo la impulsa a diseñar audaces tirabuzones sobre las monótonas líneas rectas, proceda a sonreír, y siga adelante como si nunca le fuera a suceder lo de estos días, eso de abandonarse a linealidades ajenas.
He dicho
(El orador se retira del ciberespacio entre el estupor de su auditorio, y le guiña el ojo a L, así: ;-) )

principio de incertidumbre dijo...

Y L pone una carita de verguenza así... Eh, no tengo acá. Pucha.
Saludos repentinamente tímidos.