- Junio de 2004
ZORRINOS, HECES Y ACOSOS
Los seres humanos construimos nuestras identidades con sentimientos y recuerdos, que serían en todo caso una subjetivización de las percepciones: olores, sonidos, luces, colores, compañías, tactos, matices, permiten relacionar en el instante en que se los vuelve a encontrar o se los recuerda toda una serie de elementos y situaciones que reafirman nuestra identidad. La dificultad para saber quiénes somos y lograr que nos comprendan estribará, al evocar o reencontrar las propias vivencias, en la posibilidad de comunicarlas con eficacia.
Así, no pocas veces nuestros interlocutores necesitarán su propia composición de lugar, su 'intimidad entre las heces', sus secretos e inconfesables olores y desechos, para comprender nuestros mensajes. Y es que a veces nos tropezamos con nuestra cabal percepción de algo determinado sólo acudiendo a ámbitos muy especiales, donde nuestro personalísimo esquema mental parece encontrarse a sus anchas para barajar los naipes de la percepción y abrir todas las puertas cerradas a cal y canto por cancerberos que, ineficaces en nuestros propios dominios pero absolutamente infranqueables en los ajenos, nos cierran el paso cuando nos aventuramos por las avenidas de la percepción lejos de los sitios donde podemos reconstruir a gusto nuestra mejor intimidad.
Esas imágenes procedentes en gran medida de nuestra infancia y de nuestra intimidad nos constituyen, se quedan a vivir en nosotros, y parece ser que nos llegan como percepción, visitándonos luego como recuerdos, como elaboración y reelaboración de esa percepción. Así desfilan dentro nuestro esa especie de 'nostalgia' que a veces se siente de un olor, un color, un timbre de voz, ese color de determinado geranio, ese olor de la comida de la abuela, o del sudor de aquella mujer amada, ese juguete, esa azotea, aquel perrito, ese campo que atravesaba el tren de nuestra ciudad en tránsito a otra ciudad, todos reconocimientos de los que fuimos y quisiéramos repetir, que nos vuelven como alegría o paz interior por presentir esas sensaciones que nos constituyen.
Todos somos en cierta medida "Pepe Le Pou", como lo conocemos los criollos, o "Pierre la Mofeta", como lo conocen en otros sitios.
El maestro de los dibujos animados Chuck Jones fue el "padre" de este macho de zorrino con acento francés que se creía irresistible para cualquier hembra de su especie o exteriormente parecida. Jones no tenía levante con las chicas en su adolescencia, y expresó en el simpático Pepe al fulano arremetedor y seguro de su atractivo que él siempre hubiera querido ser, y que en ciertos momentos de la vida es lo que -lo sepamos o no- nos permite "ligar" o quedarnos con las ganas.
Mientras los personajes de José Guizao Zamora (a.k.a. Walt Disney) habitaban un mundo idílico de eterna juventud e infancia inocente, con buenos y malos definidos y perfectos, muchas veces acusados de estar hechos a la medida de los departamentos de propaganda del Pentágono, los "Looney Tunes" de la Warner Brothers constituían, como bien se ha dicho, "una especie de comedia del arte de la sociedad industrial", una variante en "cartoon" de las novelas policiales de Hammett o Chandler, o los dramas rurales de algunos grandes novelistas y cuentistas como Caldwell, Steinbeck o Faulkner, hechas -en cambio- de ruido, violencia, contradicciones y frustración. Steven Spielberg insiste en su prólogo a una biografía de Chuck Jones en que "...Walt Disney fue el genio de la animación que me enseñó a volar en sueños, y Jones el primero que me hizo reírme de ellos..." . Otro tanto podría decirse del alocado Tex Avery, o de Bud Sagendorf, el creador de Popeye.
'Pepe Le Pou' no era malvado, ni tampoco agresivo: simplemente se creía irresistible, necesitaba saber que podía generar afecto y disfrutar sensorialmente del mundo. Por eso no llegaba a darse cuenta de la desesperación de la gatita, pensando que estaba perdidamente enamorada de él, mientras ella, sólo interesada en gatos y con los ojos desorbitados, no podía soportar su acoso machista, pero especialmente no podía soportar su olor. Pepe consideraba que le tenían que prestar especial atención porque era él, como sucede tantas veces cuando alguien se cree perfecto y precioso, siendo en realidad un zorrino apestoso, lo que resulta a veces aburrido e indignante y otras simplemente ridículo.
El dibujo en sí, el diseño del personaje, y el pasito ese que tenía era muy simpático: los saltitos a cuatro patas, cuando la perseguía, e incluso en ocasiones lo cambiaba o alternaba con otro pretencioso andar, porque a veces Pepe simulaba el andar felino que él creía su víctima asumía no por naturaleza gatuna sino por coquetería hacia él. El zorrino era inexorable, como el tiempo, y maloliente, como buena mofeta. El buen "zorrilló apestosó" era persistente, tenaz, enamorado del amor y un poco pagado de sí mismo. Era gracioso, porque así somos a veces; por eso, como Spielberg, nos podemos reconocer en esos personajes, y entonces ocurre que uno mismo puede reconocerse en la mofeta, e inclusive temer estar en su pellejo, pero al mismo tiempo disfrutar viendo cómo disfruta de sus sentidos.
Acudiendo a Hans Christian Andersen podemos decir que uno es algunas veces el patito feo, y en otras ocasiones el Cisne. Todo dependerá de quiénes nos miren y sobre todo de cómo y cuándo reflejemos esa mirada ajena. Esto tiene que ver con nuestra propia percepción del mundo y con cómo podemos relacionarnos con lo exterior en ciertas circunstancias. Los entornos naturales y sociales a veces son fluctuantes y así estamos pasando constantemente del disfrute al temor de ser vistos o percibidos como mofeta. Pero eso sí: nuestro sudor y heces nos huelen casi siempre bien.
Deberíamos recordar más a menudo que el olor que el zorrino enamoradizo imaginaba seductor en realidad parecía ser desagradable para el resto de los animales. Lo que cada uno juzga desde su perspectiva como fragancia irresistible es acaso para nuestro prójimo la peste. ¿Será este el fundamento de la sociología y de la política, y el posible germen de las dictaduras y de las revoluciones?...
[Vano amontonamiento de palabras en el polvo cósmico del infinito]
domingo, febrero 27, 2005
Olor de santidad, aroma de demonios
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4 comentarios:
Basicamente de acuerdo. Hay demasiad@s que van por el mundo demasiado seguros de que su propio olor es el unico digno de ser tenido en cuenta. Buen blog.
nati
Es una de las varias ideas que subyacen en el texto, Nati, pero no la única. Para no ser injustos deberíamos decir algo así como que muchas veces andamos, cualquiera de nosotros, cometiendo ese pequeño gran error de percepción. Gracias igual por tu comentario. Saludos.
Es una de las varias ideas que subyacen en el texto, Nati, pero no la únicaSi. Autoestima y desmesura y necesidad de relacionarse satisfactoriamente. Y otras cosas. Ayer me broto la indignacion con los malolientes. Tus textos son muy ricos en significados y parece necesario leerte tres o cuatro veces como minimo antes de comentarlos.
nati
Me vas pescando la onda, Nati. Cada texto puede referirse a muchas cosas a la vez. Sus varios sentidos posibles deberá completarlos el lector, si se da el caso.
Muchas veces uno envía mensajes ambiguos o meras yuxtaposiciones de palabras cuyo significado posible ignora, y permanece al acecho. ¿Cuándo será, entonces, y ya para referirnos a otro texto, un caso de conductor de automotores y cuándo un caso de liebre?
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Saludos
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