miércoles, julio 23, 2008

Tiempos excepcionales

"No se ha de aspirar a que las constituciones expresen las necesidades de todos los tiempos. Como los andamios de que se vale el arquitecto para construir los edificios, ellas deben servirnos en la obra interminable de nuestro edificio político, para colocarlas hoy de un modo y mañana de otro, según las necesidades de la construcción. Hay constituciones de transición y creación, y constituciones definitivas y de conservación. Las que hoy pide la América del Sud son de la primera especie, son de tiempos excepcionales."
[El Dr. Juan Bautista Alberdi nos explica, siguiendo a Jeremías Bentham, eso de que "la única verdad es la realidad"; la cita es del capítulo 10 de "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina", edición del Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984, página 41.]

Nuestra Constitución (su texto de 1853 inspirado en el modelo de "Las bases" de Alberdi, pero también después que el mitrismo y "Chapita" Sarmiento, la generación del '80 y Roca, el primer peronismo, los sediciosos de 1955, Lanusse y finalmente el Pacto de Olivos le metieran sucesivamente mano) es por lejos mucho más liberal que la norteamericana original. No requirió ninguna enmienda para abolir la esclavitud, y a los inmigrantes legales se extendieron las mismas declaraciones, derechos y garantías que a cualquier ciudadano sin deber incorporarse para su ejercicio a servir en la Guardia Nacional (antes de la Constitución, la Argentina solía intimar a los extranjeros residentes a empuñar las armas, salvo convenio internacional expreso con su Estado de origen). Tiene desventajas. Por ejemplo, que la práctica patria no haya sido publicar el texto primitivo seguido de "enmiendas", como hacen los malvados norteameriyanquis. Según estilan los iberoamericanos bravíos que jamás se equivocan y entierran a sus enemigos en sitios donde no se los pueda encontrar ni por error, las autoridades nacionales se limitan a una tarea editorial propia de un censor: sustituyen eso que al enmendante no le agradaba e injertan en su lugar la norma nueva sin dejar rastro alguno de la anterior. Las ediciones no reflejan cabalmente la evolución histórica, y si usted no estudió para abogado está verdaderamente jodido: no podrá aprender de una primera lectura de la Constitución algunos rudimentos de nuestra historia. Un maldito (norte) americano alfabetizado y lego en Derecho sí que puede hacer lo propio, sea para alabar a sus instituciones o hacer apostasía de ellas. En cambio, una mayoría de argentinos ignora que a su Constitución una vez la reformaron unos señores que ganaron una parodia de guerra civil, otra vez la derogó por decreto una dictadura a fin de anular lo dispuesto por la última Convención Constituyente, y ya más cerca de nosotros fue enmendada por ley del Congreso, pues los numerosos salames reunidos a costa del contribuyente en Convención Nacional Constituyente se olvidaron de sancionar un nuevo artículo, que además cambió de número.

El Artículo 1º continúa diciendo desde 1860: "La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente constitución". Pero los textos originales del anteproyecto del tío Alberdi eran técnicamente mucho mejores, porque proponían: "Artículo 1º: La República Argentina se constituye en un Estado federativo, dividido en provincias, que conservan la soberanía no delegada expresamente, por esta Constitución, al Gobierno Central. - Artículo 2º: El Gobierno de la República es democrático, representativo, federal... (etc.)". Es decir, "representativa republicana" es la forma de GOBIERNO, mientras que lo "federal" es la forma del ESTADO nacional, que se adopta para mejor controlar "representativa y republicanamente" el territorio y repartir democráticamente deberes y garantizar derechos a las personas. Nótese que los señores convencionales constituyentes se cargaron oportunamente el "democrático" que había puesto el tío Alberdi, que se los veía venir, aduciendo los tales patricios argentinos que "democracia" era sinónimo de "representativo republicano", cuando ya entonces, 1853, se sabía que no, al menos por estos pagos. Los sucesores de estos legisladores de la "unidad nacional" (o casi todos ellos, porque alguno habrá sido honrosa excepción) pondrían el acento en ese sesgo antidemocrático al vaciar, una vez sí y la otra también, a las instituciones patrias de contenido y reducirlas a las formas que justifiquen el uso de la fuerza pública o la coacción sutil contra el pueblo, para que, asustado, acepte por legal lo que no lo es.

Cuanto discutieron respecto de ciertas normas tributarias, durante cuatro meses, por una parte entidades agrarias representantes de distintos estratos de la "burguesía nacional", y por la otra el Ejecutivo Nacional y aves migratorias adjuntas, no es ni por asomo una mera cuestión fiscal. Lo tributario fue apenas un indicador del conflicto existente entre la realidad, la técnica económica y jurídica y el maltratado sentido común, por una parte, y los usos obsoletos y antidemocráticos de la clase política argentina, por la otra. Además, el largo despelote permitió apreciar una vez más el ridículo antieleático de ciertas corrientes del pensamiento político criollo que han jurado siempre querer favorecer el desarrollo de una "burguesía nacional" a fin de mejorar el futuro económico de nuestra sociedad en su conjunto, blablabla, a la vez que continuamente denigran a un maléfico ente social difuso calificado genéricamente como "clase media", "medio pelo" o "pequeña burguesía", cultivando así la paradoja de que una cosa pueda ser y no ser buena o mala a un tiempo y acerca de un mismo respecto, cual Abraxas, ya que no Jano Bifronte. El populismo patrio se nutre con frecuencia de opiniones hermafroditas y escasamente calificadas en el plano técnico, que no sólo nos alejan de la realidad sino también conducen al colectivo social a paradojas de catástrofe ferroviaria: si uno se para en medio de la vía del tren cuando está llegando el expreso y no se corre, luego no puede pretender que el maquinista es el tarado, ¿verdad? Bueno: el tren llegó, y poco me extrañaría que la formación ferroviaria transversal los pise también en el recorrido de vuelta. Deberían hacerse amigos de la realidad como en el 45, y dejar los mitos para los poetas. No se puede caminar por la vía y manejar la locomotora a la vez.

El "gobierno republicano federal" se ejerce territorialmente, en nuestro sistema, a partir del manejo federal de las rentas generales de la Nación, los dineros públicos, que permiten a los gobernantes locales completar los costos de las actividades estaduales. Lo que Papá Estado federal reparte a las Provincias son valores excedentes de fondos que recauda en nombre de todos los Estados argentinos por facultades que la Constitución Nacional o los "representantes del pueblo" han puesto en cabeza de aquél.

La repartija de ese superávit, por muy reglada que se encuentre para cubrir las apariencias, se realiza desde tiempos remotos conforme el Sistema Argentino de Simpatías y Antipatías Políticas (SASAP). Según el buen criterio de los circunstanciales ocupantes del Ministerio del Interior y el de Economía, Papá Estado federal, personificado por el Poder Ejecutivo, aplicará el SASAP y así repartirá o prorrateará, que no siempre será lo mismo, entre sus autonomías una cosa llamada "A.T.N.", que - esta vez no se trata de un chiste - no es la sigla de ningún sindicato ni de un modelo de tanque berreta "made in May Field" ni de un nuevo piretroide distribuido por una pérfida multinacional de los pesticidas, sino la abreviatura de los "Aportes del Tesoro Nacional". No ahondaremos en detalles acerca de la enrevesada metodología que pone en práctica el SASAP para ejercer este deber social de Papá Estado respecto de sus veinticuatro sucursales, pero sépase que los "A.T.N." son de uso discrecional porque fueron creados para ayudar a las Provincias a cubrir desequilibrios financieros, económicos y sociales que en realidad, si hubiera federalismo, no deberían tener. El procedimiento instituido por costumbre política viene a ser, en síntesis, y como pasa casi siempre que se otorga a un político una facultad discrecional, similar a la "doma" a que los pirados adictos a sadomasoquismo someten a otros pirados a quienes gusta les peguen para que tengan y guarden. Imaginen algo a medio camino entre la ficción del pueblo de frontera norteamericano donde ejercía su sagrado ministerio televisivo el Sheriff Lobo y la genuina e histórica Rusia zarista, o entre los ridículos textos del estúpido del Marqués de Sade y las fantasías eróticas de Mademoiselle de O. Si usted es argentino o uruguayo, ya lo sabe: en el mejor de los casos, entre el Pinchinatti de Espalter y el Dictador de Costa Pobre que representaba Olmedo.

El unitarismo de facto ha perdurado gracias a la notable incapacidad de los argentinos para dotar a sus muy autónomos Estados Provinciales de constituciones en que los municipios dejen de ser descentralizaciones de derecho administrativo local para transformarse en verdaderas entidades autónomas, circunscripciones cuya sumatoria coordinada por ley haga realidad la personalidad política de la Provincia gracias a una mayor participación de los sectores sociales más dinámicos, disminuyendo el desconocimiento entre unos agentes y otros, eliminando tensiones, y reduciendo al mínimo los fatigosos deberes del funcionario público a partir de las relaciones de coordinación libre así establecidas. Lejos de eso, los Gobernadores se toman tan en serio el cómodo precepto constitucional según el cual son "agentes naturales del Gobierno federal" (actual artículo 128, antiguo 110) que puertas adentro de sus territorios terminan por ejercer un despotismo fiscal análogo al que sobre ellos ejerce cualquier ocupante, idóneo o incapaz, de la Rosada. Ni siquiera en la Capital Federal, o lo que queda de ella, ha sido posible descentralizar en comunas que funcionen como tales. La intervención "federal" de facto a través de los aparatos políticos es mayor en la urbe porteña que en cualquier otro sitio de la República. Si yo fuera cierto ex presidente de determinado club de fútbol, envidiaría al día de hoy las libertades de que el Gobernador de Jujuy o el de Tierra del Fuego gozan gracias a residir donde Judas perdió el poncho.

Por eso, una desobediencia civil al mejor estilo del ínclito compañero Mr. Henry David Thoreau, célebre ácrata norteamericano contemporáneo del Dr. Alberdi o el Gral. Peñaloza, y también muy consciente de que el patriotismo no es el último refugio de los sinvergüenzas, como creía ingenuamente el Dr. Samuel Johnson, sino que por el contrario suele ser el primero de ellos, una rebeldía así, decía, ejercida oportunamente por quien pueda hacerlo, ante una medida antipopular (por ende, antinacional) como el aumento confiscatorio de otro tributo dictado por una autoridad no facultada por la ley para ello, no es sino un reclamo por el verdadero federalismo, el que todos invocan pero siempre ha sido soslayado, y que comienza por el aspecto fiscal. ¿Cómo sostener a Papá Estado si sus exacciones se nos hacen incontrolables, y con nuestro propio dinero nos corren a cada rato con la sábana para que hagamos lo que no tenemos por qué hacer, según se supone nos garantiza el texto del artículo 19 de la Constitución inspirada en el tío Alberdi, y según ratifica su interpretación judicial "a contrario sensu", de la que se deduce que Papá Estado no debe hacer nada que no le esté expresamente permitido?

Algunos individuos revoltosos, durante el llamado medioevo europeo, claro está que no los pobres muy pobres, que nunca cortan ni pinchan ni tienen con qué pagar y por eso, desde el tiempo de los 'proletarii' romanos, los llevan de las pestañas como carne de cañón a todas las guerras y batallitas políticas, sino otros señores que pudieron apretar en debida forma al rey, lo solucionaron con la famosa norma fundante de la futura democracia liberal, recogida en el viejo artículo 44 argentino que ahora es el 52, y remite a Diputados como instancia exclusiva para iniciar debates sobre impuestos (para que no desvalijen a la 'burguesía nacional' sin contraprestación) y movilizaciones de tropas (para contentar a los 'proletarii'). Los revolucionarios norteamericanos fueron bastante claros en cuanto a los alcances de este concepto jurídico elemental de la democracia: "Taxation without representation is tyranny", dijo uno de ellos.

Perjudicar intencionalmente al mandante genérico es mala praxis y hasta delito. Salvo que uno tome la precaución de hacerse elegir diputado nacional con el voto de ese mandante, y, previo clamor de su partido contra la pérfida democracia formal burguesa, puede entonces levantar la mano obediente y votar afirmativamente por una norma tributaria que según todos los manuales conocidos y por conocerse enriquecerá más a los amigos de quienes la proyectaron y seguramente impedirá que otros se enriquezcan, además de disuadirlos definitivamente de trabajar, invertir y gastar en el país. Aprobar un proyecto que hará que un empresario se lleve su ganancia a Suiza en vez de invertirla en Sunchales, Arrecifes o General Deheza, o al menos gastarla en el Casino de Mar del Plata o algún prostíbulo, y que simultáneamente dejará en la lona a quienes vivan "al día" y no puedan eludir el cumplimiento del tributo ilegal ni pirarse con la familia a otro país tras arruinarse por haber invertido en trabajar es, según estos personajes que embolsan mensualmente el equivalente mínimo a dos sueldos de un gerente de Banco, patriótico. El refugio de los sinvergüenzas, again. Pobre Patria. Ahora, además, nuestras ínclitas autoridades, armadas con los fondos del Tesoro Nacional, corren patrióticamente en auxilio de empresarios españoles torpes cuando sus negocios amenazan ruina.

Pasemos a lo de "gobierno representativo". Según el artículo 22 de la Constitución Nacional, transcripción casi textual de los artículos 25 y 26 del anteproyecto del tío Alberdi, "El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición".

La teleología del artículo 22 nos parece una esmerada joya de la Filosofía del Derecho liberal y demócrata. Pero, sin contar que cuando alguna fuerza armada con cierto respaldo popular por activa o pasiva se irroga el derecho de matarte a corchazos no hay quien la pare, ocurre que los representantes del pueblo o diputados y los representantes de los Estados provinciales o senadores no son imagen, símbolo o brazo ejecutor ni de sus votantes ni del bien común de sus respectivos distritos. Integran -salvo excepciones - una clase política que se ha cerrado en OLIGARQUÍA (en el sentido técnico que a esta expresión se da en sociología desde Pareto, Michels, Joaquín Costa y otros sujetos por el estilo, y única acepción conocida fuera de la Argentina). No es un fenómeno exclusivo de la Patria, pero no es casual que en nuestras Universidades uno pueda detectar una cantidad impresionante de pintorescos expertos en "Ciencia Política", más conservadores retrógrados o más declaradamente progres, según los casos, cuya prédica evangélica se destaca por parecer intencionadamente dirigida a aprovechar el análisis de cualquier prestigioso estudio académico de algún maestro del ramo para desalentar en el infeliz educando cualquier idea que conduzca a formar en éste la convicción de que un político pueda y deba representar lealmente a sus electores y circunscripción por encima del que sea su color partidario. Limitar la democracia a su versión decimonónica representativa y oligárquica, o a su versión intervencionista "social" propia del período transcurrido entre la Revolución Mexicana de Madero, Zapata y compañía y la crisis petrolera de 1973, proyectar en el otro nuestras propias cualidades, negar el pluralismo, suponer que el bolsillo es para todos sin excepción algo más importante que la libertad, es parte de una psiquis acaso patológica. Dejaré esta última consideración para los queridos psicobolches, que siempre tienen algo que decir, hasta acaso algo verdadero también. "No creas que estoy loco: es sólo una manera de actuar..."

Finalmente, queda como tarea para el hogar a nuestra ínclita "clase política" emplear su indudable inteligencia en leer y razonar, a fin de luego aplicarlas a relaciones interiores entre clases sociales y grupos de interés, tan similares en su comportamiento como entidades políticas dentro de los Estados a los sujetos del Derecho Internacional Público, las enseñanzas del malvado libretista del imperialismo Dr. Hans Morgenthau, expositor de la llamada "doctrina realista de las relaciones internacionales". Tanto abogado y politólogo suelto ahí en el Congreso y su periferia, y ninguno se entera de ciertas nociones elementales que no sólo son parte de la psicología de café que puede aprender cualquier experto asambleísta de club atlético, sociedad comercial o consorcio de propietarios, sino que están incluidas en los programas de nuestras carreras de grado en cualquier mísera Universidad de las que Papá Estado suministra a sus súbditos más pobres para que se arreglen como puedan. Hay mucho, demasiado, boludo importante en la política argentina. Algunos, en los sangrientos setenta, estaban escondidos en la segunda o tercera retaguardia de los violentos y ahora, a la vejez viruelas, se nos hacen los machos recios creyendo que los mansos sin militancia política somos fáciles. Parece que no.

Son tiempos excepcionales, sí. Tiempos de asamblea popular y ruptura de presupuestos ideológicos, de quiebre de todos los manuales de instrucciones razonados en tiempos idos para actuar en una sociedad que ha cambiado rápidamente. No hay caos sin noción de cosmos: hasta para ser anarquista fanático hay que tener primero una serie de ideas y ejercer unas prácticas consecuentes acerca del orden, que empiezan por respetarse uno mismo. Claro que todo es según el color del cristal con que se mire, con y sin los ojos de aquel Campoamor tan pedorro pero que sirvió para que la poesía española se librara definitivamente del anacrónico lastre del léxico y formas oratorias fenecidas y llegara a su estado moderno. Es el feo trabajo del intelecto sin dotes excepcionales cuando se atraviesan tiempos de transición: pensarlo y repensarlo todo, y no dar nada por cierto sino hasta que el espejo del prójimo muestre que estamos de acuerdo en ciertas cuestiones esenciales, como el respeto. La constitución no es una vaca sagrada: su versión formal se ha vuelto obsoleta. Le queda chica a las necesidades reales de la sociedad. Así que, parafraseando a cierto asesor de un famoso político norteamericano, digámoslo sin miedo: ¡es el federalismo, estúpidos! Hay que proponer otra. Nuestros tiempos excepcionales son diferentes de los del tío Alberdi... O quizás no tanto:

"Don Quijote dio a su estancia por de pronto el nombre y rango de "colonia"; a sus animales el de "colonos", a su gallego el de "secretario general de Quijotanía", como llamó a su colonia el imitador de Guillermo Penn, y él mismo se dio el título de "Gobernador" de su Pensilvania patagónica. Los peones recibieron el título de "intendentes", y los colonos fueron clasificados en tres departamentos, a saber: "homo-ovejas", "homo-vacas", "homo-caballos". El gobierno de la colonia fue democrático-representativo, con un parlamento mudo (por de pronto) en el que cada departamento debía tener un número de votos proporcional al de su población. Los "homo-ovejas" formaban mayoría absoluta, y teniendo más de la mitad de los votos, ellos hacían la ley. Provisionalmente y mientras no sabían hablar, ni escribir, ni leer, debían hacerlo por ellos el gobernador y el secretario general constituidos en consejo y parlamento colonial. Las leyes y decretos debían ser dados y promulgados en nombre del pueblo de "Quijotanía", proclamado soberano y libre por su fundador y libertador. La soberanía debía ser ejercida por el pueblo, en forma de "plebiscitos", expresados por un "sí" o un "no", en contestación a los proyectos interrogatorios propuestos por el gobernador libertador. Al cabo de dos años, la colonia asumiría el rango de estado soberano y libre y se daría una Constitución de tal, definitivamente. Sólo entonces entraría en relaciones con el gobierno nacional de la República, o en caso necesario con los poderes extranjeros."
[Juan Bautista Alberdi ejerciendo de novelista allá por 1871: en "Peregrinación de Luz del Día"; Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983; pág. 115.]

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