miércoles, octubre 12, 2005

Parque temático de lo anecdótico residual y las pequeñas flores de emoción

[Crítica perpetrada en Febrero de 2004]

"...esto me ha hecho recordar lo que me pedías esta tarde, me decías que te enviara un texto, algo que escribiese desde la melancolía o las emociones. Y no encontré palabras. Me venían una y otra vez a la cabeza historias, cuentos y narraciones que tienen que ver conmigo. Como lectora es cierto que la poesía despierta en mi emociones de una forma más instantánea, más directa. Pero si tengo que ponerme a escribir sobre sentimientos y emociones creo que prefiero esconderlos entre narraciones e historias, entre acciones y personajes de repente encuentras una emoción que por no esperarla te asalta y te sorprende aún más. Uno va ocupado con la historia, el argumento, y ahí aparecen de repente pequeñas flores de emoción. Creo que tiene que ver de nuevo con cierta timidez a exponer emociones una detrás de otra como diciendo: aquí estoy yo, como las lentejas, o las tomas o las dejas. No sé cómo se hace esto. Cada vez que me entra melancolía acabo contando un cuento y entre las cosas voy dejando parte de ella..." (alguien lo escribió hace varios años, y tiempo más tarde me regaló este libro que comento)


"Inglaterra, Inglaterra" de Julian Barnes.

Empecé a leer con el "Felt Mountain" de Goldfrapp como fondo. La atmósfera evocativa, de film de espionaje o de western spaghetti, sintetizadores al estilo del space rock, las cuerdas, el silbido, el susurro de la cantante, dan un entorno de cosmonauta de la misión Apolo, de peli de Bond, James Bond. Un aroma de la infancia. Otro disco que iría bien es el "Days Of Future Passed" de los Moody Blues (el que tiene el hermoso "Nights in White Satin, never reaching the end...").

De Barnes tenía apenas el borroso recuerdo de un par de cuentos leídos hace como quince años, y un artículo sobre Borges en el "Clarín", pero nunca me había metido con su trabajo como narrador de largo aliento, aunque "El loro de Flaubert", pintoresco título que me recuerda a la verborrea insustancial de algunos, me hubiera tentado a la lectura.

Son muy buenas la penetración psicológica y las reflexiones críticas a lo Heinrich Böll (sobre todo el irónico y cínico Böll anticapitalista y antifascista de 'El Legado', 'Opiniones de un payaso' y 'Retrato de grupo con señora')y su argumento sobre Sir Jack, el millonario que se compra una islita en 'The Channel' y crea un parque temático de pocas hectáreas con réplicas de cuanto vale la pena conocer de Inglaterra, de modo que los turistas japoneses puedan sacarse las fotos de rigor en todos los lugares del "typical british" en apenas un par de horas sin necesidad de recorrer los sitios auténticos.

Y, en efecto, "Inglaterra Inglaterra" reúne todas las tradiciones inglesas, inclusive las más detestables, en un solo lugar. Por supuesto que Sir Jack tiene sus Huntingtons y Fukuyamas vendedores de ideología y propaganda (los herederos de los propagandistas gramscianos, claro que sí), gracias a los cuales apenas se abre al público el parque deviene un notable éxito comercial que amenaza la estabilidad económica y cultural de la Inglaterra 'de veras'.

Barnes narra en parte a través de la memoria de los personajes al estilo de algunos cuentos de Dylan Thomas, de Joyce o inclusive de Cortázar, manera tan pictórica o cinematográfica, y en parte a través de juicios de valor que va deslizando como si un cronista sociológico fuera. De ahí el parecido con Böll, pero sin el humorismo chispeante del alemán (¡un alemán con sentido del humor, hubo!). La excesiva extensión de los capítulos a veces hace un poco dura la lectura del libro, es verdad, y el traductor tampoco lo ayuda: me hace sospechar que leer esta novela en el original inglés puede ser más grato. Es hasta chocante encontrarse alguna palabra puesta entre los recuerdos de infancia de Martha, la protagonista del primer capítulo. No se me ocurriría "rememorar" el tiempo en que mi papá me ayudaba con un rompecabezas, pero sí "recordarlo".

Ese personaje "Martha" es tratado largamente en la novela, y muestra cómo la vida no describe círculos perfectos, sino en el intento perpetuo de romper como nudos gordianos las pompas de jabón circulares en que parece encerrarnos la espiralada realidad. Barnes, que dice muchas cosas agudas en el curso de su texto, se olvida de narrar, por momentos, tratando de hacernos notar lo inteligente o mordaz que puede ser respecto de sus personajes, en lugar de concretar la historia. Mis tiempos de lector no son siempre tan lentos como los suyos de narrador, evidentemente.

Sin embargo, no deja de ser grato en Barnes el hecho de que nunca se precipita. Se toma por el contrario todo el tiempo del mundo para contarnos con detalle, como si realmente no tuviera importancia lo que está diciendo. Este narrador moroso nos sumerge en un ejercicio cruel: las íntimas miserias, el deleite en la maldad y la doblez y el cinismo mal entendido (vale decir, no el que reivindicara Joan Fuster como antídoto de la hipocresía, sino el otro cinismo, el de la complacencia morbosa en la autodestrucción), son descriptos en la reconstrucción de los pensamientos y sentires de los personajes como si una sesión de disección vesaliana fuese el libro. A veces, eso hace cruel la lectura, pero no por eso menos instructiva.

La protagonista, Martha Cochrane, reflexiona en la primera y mejor parte de la novela sobre su padre que se borró de casa. Algunas reflexiones puestas en la mente de la adolescente son pensamientos frecuentes en su situación y a esa edad. Quizás Barnes también lo haya experimentado. Es curioso lo distinto que esas relaciones interrumpidas por raptos de impulsividad se ven cuando el hijo se hace mayor, cuando las décadas ya hicieron lo suyo con nosotros; de alguna forma eso te hace empatizar más con el personaje huidizo. Creo que lo que con toda justicia la protagonista no puede perdonarle a su padre es haber olvidado ese ritual del rompecabezas; eso no lo arreglás ni volviendo a presentarte ante tu hija con un millón de dólares y pidiendo disculpas. Claro que es distinto si te reencontrás con el tipo a los veintipico, como Martha, que siendo uno ya una persona mayor, hecha a la comprensión de la idiotez paterna sin por eso sentirse obligado a justificarla.

Barnes no le permite a su Martha Cochrane romper las pompas de jabón, escapar del destino. No pude evitar simpatizar con Martha Cochrane, cuyas contradicciones y miserias no dejan de hacerla sentir cercana y querible, que no se cuida ni a sí misma ni a sus propios afectos, que no termina de entender el por qué, y con la figura y las limitaciones de Paul Harrison, que era buen estudiante y se especializaba en pasar inadvertido. Martha Cochrane se parece a las mejores mujeres que pueden toparse los Paul Harrison en sus vidas. ¿Se habrá dejado Barnes pendiente de disfrutar que alguna Martha Cochrane, 'dura' pero de corazón tierno, compartiera sus lentejas?

No puede evitar uno saber que ha hecho el amor con las mismas sensaciones que estos protagonistas. Los amores profundos suelen ser imperfectos y esquivos a la conveniencia y a los propios prejuicios. Se presentan, y uno se sube al tren, o lo deja pasar. El ¿por qué no? de Paul, el doloroso proceso de crecer y hacerse fuerte en el apoyo del otro, y el a veces no ser capaz de darle lo que necesita, son experiencias que conozco y que sólo puedo agradecer a la presencia de la dama fuerte y tierna que mejor me ha acompañado en la construcción de los sueños. Tierna porque sabe volver de sus hoscos silencios. Dura porque sabe enfrentar sus miedos con valentía. La paloma incauta de la bella imagen de Kant referida a los delirios metafísicos que atrapan a los buscadores de la verdad buscaría refugio en su pecho contra mitómanos y charlatanes de feria. Con ella el mundo es real. Barnes cuenta la verdad, Barnes también cuenta su historia cuando se pone melancólico.

Hace tiempo di a conocer a la autora de las líneas que abren esta entrada el cuento "Ejercicio de Artillería", de Roberto Arlt. Le gustó el relato, y por sus estantes andará aún "El criador de gorilas" en la edición de Losada. Recuerdo que tras la lectura gratamente sorprendida del cuento me preguntó si existía, como afirmaba su pariente, acaso partícipe de esa aventura artillera marroquí, 'una comida gaucha' ("je; 'criolla', será", dije para mis adentros) consistente en cortar al medio uno de nuestros gigantescos tomates de los denominados 'valencianos' o 'para ensalada' y añadirle aceite y orégano. No pude menos que recordar sonriente y agradecido a su pregunta a mi abuela, una señora morena, alta y delgada, que era del campo, hablaba con la 'jota' inhalada a la antigua usanza rural pampeana, tenía interesantes estudios primarios, y siempre acompañaba los bifes 'de chorizo' con tomates 'a la criolla'.

Disgresión (San Borges lo ponía con 'ese', así que va con 'ese': yo también puedo ser un físico aristotélico). He escrito este largo texto con una excelente Staedtler Stick 430 M, de fabricación británica. No hay ya bolígrafos argentinos, como no quedan casi editoriales argentinas. Nunca nadie construirá un parque temático llamado "Argentina Argentina". Esta patria y este pueblo son sólo el borrador de unas figuras del sueño.

Y bien: cuando tenga mi propio parque temático, o cuando decida usar el libro sobre el Front Page que tengo tirado por algún cajón desde hace meses, y hacer una página web, entonces el libro de Arlt, una foto tomada con gran angular de un tomate con aceite partido al medio, y el CD de Goldfrapp estarán en una sala VIP, en exhibición permanente, representando Lo Que Queda de la Nación Argentina. Los turistas sacarán fotos, merced a los oficios de mis fieles agentes de prensa y propaganda. Pero los recuerdos y el sentido de la presencia de esos emblemas, serán personalísimos y enigmáticos, como el trineo marca 'Rosebud' del Citizen Kane. Martha y Paul son los otros finales posibles del Citizen Kane. O los dolores ocultos de Julian Barnes, vaya uno a saber.



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"Inglaterra, Inglaterra", por Julian Barnes. Quinteto-Anagrama, Barcelona, 2002. 380 páginas. Traducción de Jaime Zulaika.

2 comentarios:

Alfredo dijo...

Tampoco me haga tanto caso; mire que la crítica o lo que fuere es de hace un año y medio. Si la leyere hoy, a saber lo que me inspirarían Barnes y su novela. Como uno al regalar o dar cosas lo hace "de corazón", poniendo lo mejor de sí, tómese este texto como reconocimiento a quien me pasó el libro de Barnes, acaso dando tanto de don Julian como de sí misma. A mí también se me conoce por los regalitos, no vaya a creer.
Me alegro de que usted sepa que "con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la leyyyyyy". ¿Nunca le conté que en mi otra vida fui mexicano :-))). Fuera de broma, es un consuelo. Ya sabe que hay quienes imaginan que para llevarse bien con ellos uno ha de renunciar a su personalidad, etcetera.
Abrazo de gol, y venga más seguido (¿Y qué es lo que pasa que no se ven su perfil ni su blog, eh? ¿en qué anda?)

Alfredo dijo...

Ah, bueno: me quedo mucho más tranquilo. "Abrazo de gol" indica a la acción de homenajear con un estrujamiento corporal a un amigo como si hubiera o hubiese, que sé igual, convertido el tanto que nos da el campeonato en el último minuto del tiempo de descuento. Por tanto, trátase de una salutación efusiva en grado sumo.
Cuando abra el boliche, avise, así le leemos lo que perpetre, si vous plait.
Disculpe V.M. que no me extienda, ni sea demasiado preciso, pero me encuentro in itinere y por tanto en computadora ajena.