viernes, noviembre 04, 2005

La calma

[Crítica, o lo que sea, perpetrada a mediados de 2004]

Attila Bartis, cuya novela "La calma" terminé de leer hace pocos días, me ha impresionado favorablemente. Me interesaría saber más de este escritor. Bartis es un húngaro de Transilvania, vale decir nacido en territorio hoy rumano en 1968, residente en Budapest desde 1984.

En una entrevista que anda dando vueltas por la web, expresa que "...en Transilvania están los últimos Macondo de Europa". Y en efecto un poco macondiana y también evocativa de la fantasmagoría de narraciones de grandes autores americanos como Asturias o Rulfo o Machado de Assís es "La Calma", cuya edición original húngara es del 2001. La que me pasaron es de "Acantilado", editorial de Barcelona que parece, a juzgar por los catálogos insertos en solapas y páginas adicionales de publicidad, dedicada a la literatura contemporánea de Europa oriental. Sé que Bartis también publicó "El paseo"(novela, 1995, seguido de una exposición fotográfica que la toma como leit-motiv) y "La bruma azulada"(cuentos, 1998). Me gustaría leerlos. Así que quien sepa algo de esos libros, avise por favor si es que se consiguen en castellano, inglés, alemán, francés, italiano, portugués, catalán, o cualquier lengua que no sea el húngaro, con el que decididamente no me atrevo.

"La calma" transcurre en Budapest hacia la etapa final de la época comunista, y su argumento sucede y concluye con alusiones a la participación de algunos personajes de la novela en la rebelión antisoviética de 1956 (que tanto interesa a algunos teóricos modernos de la política). Seguramente es por ignorancia de la literatura e historia húngaras que no conozco textos artísticos que tomen como escenario ese suceso histórico tan importante y sus secuelas hasta la fecha. Si alguien sabe algo de literatura húngara, también le agradeceré cualquier observación al respecto.

El personaje central es un escritor de unos treinta a treinta y cinco años, encerrado en el mundo demencial y manipulador de su madre, actriz retirada. Se perciben en el relato restos del naufragio cultural de la vieja Hungría de la monarquía Habsburgo y asimismo de la larga, agónica, decadencia de la burocracia de cuño estalinista. También de ciertas decadencias europeas y universales, que dan ese signo demencial y amargo a gran parte del relato. Y, como en aquella serie de ensayos de Sabato, de "los fantasmas" del escritor. Todos ellos.

La relación del protagonista con su madre, con el recuerdo de su hermana, con la verdadera personalidad de su padre, con el mundo todo de la Hungría comunista y los ecos de la derrotada insurrección de 1956, con los húngaros de los países limítrofes como Bulgaria o Rumania, con las mujeres y en especial con su pareja, Eszter, una chica de orígenes regionales semejantes a los del propio Bartis (nacimiento en la comunidad húngara que permanece en territorio hoy extranjero) con quien el protagonista mantiene una relación un tanto neurótica que evoca experiencias de emparejamientos atormentados. Me refiero a esa mezcla de repulsa por los inevitables defectos y ocasionales manipulaciones -reales o que parecen tales- del ser amado alternada con la intensa necesidad de protegerlo y de llenar físicamente todos los sentidos con su cuerpo y su cariño, atraviesa la novela dando sucesivamente al lector impresiones de gratitud estética, desconcierto, disgusto, gratitud estética otra vez y comprensiva tolerancia y esperanza en la posibilidad de continuar hacia una vida mejor sin renunciar a las amarguras que han forjado el presente agridulce de los protagonistas.

Citando -creo- sin nombrarlos a Borges ("Los dos reyes y los dos laberintos") y a Kafka ("La construcción de la Muralla China") recuerda el personaje de Bartis hacia el final del texto, narrado en primera persona, que "existen quienes, de un lado, construyen el laberinto, y de otro, quienes se pierden en él. Pues bien, ésta es mi única capacidad particular: que soy una persona adecuada para ambas tareas. No es asunto mío juzgar si mi construcción es comparable, por ejemplo, con la de Creta o si sólo es un trabajo de jardinería podado con habilidad. Sin embargo, averigüar cómo y por qué levanté esta edificación bastante estéril, en verdad, es una misión que, aparte de mí, casi nadie puede llevar a cabo.". Y también afirma, contundente, una percepción que muchos hemos creído tener en ciertas etapas de la vida: la de que "...supe que todo esto era una estupidez, no porque no exista el Dios que imagine semejante castillo de naipes, sino porque Dios existe, pero se cagó hace cinco mil años en todo esto".

Bartis es, además de novelista, fotógrafo: experiencias y vivencias de la fotografía (y del espectador de televisión o escucha de radio y televisión) aparecen continuamente en su texto. No parece tener objetivos al escribir. Y eso me gusta: esa preocupación por el saber desde el vamos adónde ir es lo que me aleja de autores cuyo excesivo esmero estructural me arruina el disfrute de la lectura, porque lo encuentro antivital. La literatura no me parece consista en saber de antemano cuál es el objetivo, sino en descubrir o crear también ese objetivo, si lo hay, a medida que se anda el camino de la creación. En tener esperanza en que el trabajo creativo nos llevará a buen puerto, no sabemos cómo ni cuándo. Y si es previsible, si lo sabemos desde antes, entonces pierde sabor y encanto la aventura de vivir creando.

Es curioso que no me haya resultado fatigante esta novela, pese a la longitud de sus capítulos y a mi escasa afición a los novelistas que escriben ladrillos como capítulos. Aunque en realidad no hay tales capítulos, sino largas parrafadas separadas por espacios en blanco mayores que un punto y aparte. Tiendo a atribuir esta impresión a la circunstancia de ser el autor un tipo mucho menos amargo en su talante que por ejemplo el inglés Julian Barnes (autor del ya comentado "Inglaterra, Inglaterra"). Bartis da la sensación de que la vida continúa, que el amor puede acompañarnos pese a las distancias y las miserias humanas. Como me ha ocurrido siempre con la lectura del ocasional guardameta del Racing de Orán Monsieur Albert Camus, Bartis es un escritor que de la basura anímica y el desconcierto acaba frecuentemente sacando, por efecto de contraste, una luz de esperanza en el ánimo del lector. Un autor que vale la pena, que merece la atención del interesado en la narrativa moderna.

La calma parece estar en medio del torbellino de las confusiones y las angustias. La calma puede nacer del amor, y de la distancia. Eszter, en el libro, es extraña, es difícil, atormentada, y el escritor protagonista también lo es, pero ambas vidas valen la pena. El final de la novela da para todas las esperanzas posibles...
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[Attila Bartis: "La calma"; Acantilado-Quaderns Crema, Barcelona, 2003. Traducción de Adan Kovacsis, 329 páginas]

1 comentario:

Alfredo dijo...

Hola. ¿Seguro que 'nada para decir'? ;-)
Saluditos