lunes, marzo 14, 2005

Continuación de lo anterior

Este asunto de las dificultades inherentes a la manera de tomar decisiones a partir de cierto instante de la vida ha logrado que me convierta en un sujeto demasiado reflexivo acerca de mi experiencia vital. Voy camino de convertirme un un fastidioso racionalizador formal.

Estaba releyendo esta noche el texto precedente, que improvisé según la experiencia acumulada durante los últimos seis o siete años a partir de un mail que le envié antes de ayer a un amigo y que me fue respondido manifestando el destinatario del mismo su coincidencia con dos o tres de mis ideas centrales.

Sucede que acaso las aporías filosóficas, los problemas y los enigmas, se resuelvan principalmente (felizmente, diríamos quienes preferimos lograr un pensamiento útil y veraz antes que bello y tranquilizador) a partir del uso de la inteligencia para la satisfacción de la necesidad primordial de mantenerse vivo la mayor cantidad de tiempo que sea posible. El disfrute de la vida, la conciencia de ser parte de un lapso histórico común a muchos semejantes, tiene su origen en la dificultad, asimismo común a todos, para gozar de los momentos de plenitud que no sólo son proporcionados por lo perceptible como grato, sino también por la conciencia de la necesidad de superar cuantas dificultades se interpongan entre nosotros y los momentos de disfrute, conocimiento adquirido al alto precio de la propia experiencia y hasta de unos cuantos disgustos.

Desde hace un tiempo ando dándole vueltas a la impresión de que los hedonismos modernos, las doctrinas filosóficas y estéticas que sólo aceptan como fin el disfrute, suelen conducir a sus partidarios a conductas paradójicas (en apariencia) tales como la curiosidad morbosa por lo feo o el autoritarismo sociológico. El arte contemporáneo tiene muchas muestras de ese desarreglo del entendimiento humano.

No lo he podido terminar de razonar, no me caen todas las fichas todavía como para desarrollar cabalmente el asunto. Pero recuerdo vagamente un ejercicio de corte filosófico que una vez propuso a sus alumnos, supuestamente bromeando, un profesor de la Universidad en oportunidad de ser interrogado sobre la "moda" posmoderna. En su momento, andaba yo lejos de los cuarenta, y no comprendí cabalmente lo que me estaban planteando.

Corrían los años ochenta, y este buen señor decía algo más o menos así:

"Imaginen, damas y caballeros, que tienen la oportunidad muy probablemente única e irrepetible de acceder a los placeres por excelencia, los de la maravillosa terraza de Epicuro de Samos. Allí, moderadamente, no sabemos cómo haremos, pero será moderadamente, en un ambiente de cortesía y refinamiento, disfrutaremos de unos cuerpos apetecibles, unos manjares exquisitos, libaremos bebidas deliciosas, nos vestiremos con las telas más suaves y bonitas, disfrutaremos lechos confortables, oiremos música celestial y leeremos incunables perdidos que contienen relatos y poemas de delicado buen gusto.

Pero hay un inconveniente: por los cuatro costados, los vecinos de Epicuro son descuidados, indolentes, pusilánimes, malvados y roñosos. Para llegar a la terraza donde aguardan las delicias predicadas por nuestro maestro, habremos de atravesar accesos peligrosos: aceras y calzadas llenas de desperdicios, poco aseados patios donde acechan perros inamistosos y gatos malolientes, ratones que corretean por sótanos y azoteas mordisqueando ferozmente cuanto haya a su paso, y por lo tanto habremos de soportar hedores nauseabundos y pisotear asquerosas toneladas de detritus.

La pregunta para nosotros los alevines de epicúreos, si es que todavía podemos mantener en pie nuestras convicciones tras percibir el escenario que les espera, es la siguiente:

¿Qué hacemos, qué decidimos, para acceder a la situación irrepetible de disfrute paradisíaco que nos aguarda en la terraza de Epicuro?

Opciones:
a) volver sobre nuestros pasos y desistir,
b) tomar los riesgos de atravesar desagradables situaciones, sabiendo que al cabo de ellas quizás disfrutemos aun más de cuanto nos espera en el epicúreo edén,
c) esperar que otro consiga entrar, y luego tratar de imitar sus procedimientos exitosos.

De la respuesta elegida por cada uno de ustedes, damas y caballeros, dependerá el grado de madurez que demuestren tener. Y cada decisión representa una manera de ejercer la inteligencia y la sensibilidad. Pero una vez escogida la propia, hay que hacerse cargo: porque somos esa decisión. Nunca como entonces habremos sido auténticamente libres."


[Aquí viene la parte en que deja un comentario elogioso o sumamente crítico la persona conocedora de los propósitos de Epicuro de Samos y sus aplicaciones teóricas modernas y postmodernas. Pero me juego mi fortuna de un millón de euros bolivianos (sí, dije 'euros bolivianos', leyeron bien: un millón de lo que uno no tiene ni en unidad es fácil de apostar) a que tampoco esta vez se hace presente en el blog. C'est la vie, diría algún antepasado de Toulouse, dejando por un rato el occitano para hablar en francienne.]

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece uno de esos jueguitos on line con dragones, batallas y tipos malos en el camino a algo. Por tomar en serio la caca y los dragones y olvidarse de que es un camino y nada más, a uno puede terminar fallándole un poco el melón. Se ve mucho en los cibers. Pero analizar estas cosas raras no es tu estilo. Por ahí yo no entendí alguna cosa.
Bueno,lunes otra vez. Saluditos :P

Alfredo dijo...

Sí, Sole: esa es justamente la idea de la vida que mucha gente tiene en estos tiempos, no hay más que verles la cara de nabos en los locutorios ;-). Amor por lo horrible o provocativo al cuete, actitudes egoístas cuando no egomaníacas y principismo hedonista. A mí me pone incómodo todo eso, pero hay quienes lo viven con naturalidad.
Igual debería pensarlo tres o cuatro años antes de volver a escribir sobre este asunto, que parece un tanto complejo. Pero se me ha también algo así como que es el signo de los tiempos, sobre todo el signo de los que tienen guita para gastar y quieren "estar en lo último que salió", como si eso fuera un deber.
Espero ahora se entienda mejor: no quise decir nada rotundo, sino compartir la perplejidad por algunos modos ajenos y acaso mayoritarios de ver el mundo.

Recuerdo era "Lunes otra vez sobre la ciudad,/la gente que ves vive en soledad...etc... Viejas en la esquina mendigando un pan;/en las oficinas no hacen sociedad. Todos ciegos hoy sin saber mirar/ la espantosa vista de la pálida ciudad.". Charly estará medio demente, y hace rato que lo que hace no me gusta, pero algunas cosas las vio antes de que pasaran. No se puede creer.
Saludos

Anónimo dijo...

Será por eso que Charly se apropió de la frase "yo he visto el fin del disfraz"...

Estoy de acuerdo Alfre, ya lo sabés. Y es triste ver a la gente correr aún en la búsqueda de nuevos espejitos y cuentas de colores. Algunos dicen que el camino de cada uno es de distinta longitud. Será eso?

Alfredo dijo...

Otra manera de expresarlo, creo: el camino será el mismo para todos pero varía la aptitud que se trae por herencia y luego se desarrolla (o no) individualmente para andarlo en ciertos sentidos y a determinadas velocidades.
Por eso, hay quienes sospechan de la validez universal de ciertas velocidades y sentidos del tránsito que algunas personas pretenden imprimirle a los caminos del prójimo...