domingo, marzo 20, 2005

Memoria, nostalgia de lo eternamente moribundo

Aquí me tienen, regresando a este depósito de sueños absurdos tras cumplir con la tarea que mejor se me da: ser poco menos que invisible. No tengo por qué quejarme, habida cuenta de mi obstinación en no sobresalir. En efecto, suelo pasar casi desapercibido en cualquier tipo de aglomeración humana, Internet incluida, circunstancia que suele proporcionarme felicidad y me permitió al cabo de los años entender - gracias a la posibilidad de ver y escuchar casi sin ser notado - que decía muy bien una de mis abuelitas cuando, sirviéndose de elegante figura gastronómica, afirmaba en referencia a ciertas y determinadas actitudes humanas reñidas con la ética más elemental: "para mentir y pa' hervir leche, hay que tener memoria".

Memoria... Vigilias, laberintos, sirenas, sueños, espejos, centinelas, anonimatos, escondites, encuentros, inercias, olvidos. Con todo eso y pocos ingredientes más, algunos privilegiados con el don de contar historias verosímiles nos pueden mantener vivos haciéndonos soñar despiertos. Entre mis pasatiempos favoritos está la lectura, y siempre he tenido grandes problemas con algunos afamados clásicos de la prosa que de tan preocupados por la llamada "estructura" y polisemia de sus narraciones nos muestran tan claramente armazón y cimientos de sus tramas y urdimbres que no nos permiten saborear la aventura de zambullirnos en esos mundos sin evitar recordar a cada paso que son artificiales ni preguntarnos adónde iremos a parar, justo lo contrario de lo que disfrutábamos cuando éramos niños y todo era auténtico y novedoso para nuestros sentidos. Por eso, supongo, será que me gusta internarme en los meandros de las obras de sujetos que o han escrito sin plan alguno o han disimulado con extrema habilidad sus dotes de tramoyistas. Y soy especialmente sensible a las apelaciones a la nostalgia: me quedó grabado, del curso de ingreso universitario en que leí "Fahrenheit 451" del poético Mr. Bradbury, el personaje de Montag, bombero memorioso, nostálgico de cuanto destruía en cumplimiento de sus deberes de funcionario público, notable imagen del verdugo de la cultura, simplemente un hombre sencillo al que entrenaron para actuar sin reconocerse como potencial miembro del grupo perseguido. Todo ser humano parece poder ponerse a salvo del tiempo y de la injusticia cuando ejercita su memoria y le da una última oportunidad a lo que no ha acabado de morir. Cada uno de nosotros, al recordar, hace la valoración de lo que se está perdiendo y elige decidir dónde quiere estar. No pocas veces, porque se ha descubierto en una encrucijada vital haciendo parte del grupo equivocado, arriesgando su suerte y contrariando su destino, como el Sargento Cruz del "Martín Fierro" (sí, Georgie, está bien: Tadeo Isidoro Cruz, que Hernández no se quejaría de tu bautismo).

Cuando nuestra mente, esa CPU biológica, actualiza sus contenidos, el tiempo fluye en nuestro interior de modos sumamente extraños, casi tan aleatorios como el funcionamiento de los comentarios en Blogspot ;-), y entonces el pasado se presenta como una nostalgia de lo eternamente moribundo, según leí cierta vez en este hermoso poema de Felipe Benítez Reyes, "En contra del olvido", que me diera a conocer alguien mucho más dotado para la degustación de novedades literarias, pues quien estas líneas escribe, como buen borgiano, acostumbra leer textos de autores bendecidos por "el normal desgaste producido por el buen uso y el mero transcurso del tiempo", según se atajan los contratos de locación al incluir cláusulas acerca de la obligación de restituir las cosas accesorias a un inmueble, es decir, libros muy viejos, y además escucha música algo pasada de moda, ama la historia y, sin renunciar jamás al privilegio de aprender, no tiene por el conocimiento de lo nuevo en arte más apuro que el que tiene por morirse, es decir, ninguno, porque me sé la clase de víctima ideal para ese tipo de nostalgia inútil de lo que se siente vivo para nosotros pero para los demás es irremediablemente pasado. Las palabras de otros siglos, por extemporáneas, se disfrutan mientras nos engañan dulcemente haciéndonos creer que la nostalgia de otros en el pasado fue menos dolorosa que la nuestra porque se ha plasmado en arte y sus autores ya no están para recordar, protagonizando esos equívocos sentimentales de la memoria humana. Mentira.

Lo cierto es que también respecto de cuanto nos es ofrecido como manifestación artística, como expresión creativa, que a veces nos resulta chocante, sin poder explicar el por qué, y cuando recuperamos a cierto tiempo vista su recuerdo, la misma rara sensación de nostalgia de lo eternamente moribundo nos acompaña. Así me sucedió con una de mis escasas incursiones como espectador cinematográfico del último año y medio, ocurrida cuando la misma dama de notables condiciones morales e intelectuales que me introdujera a la buena poesía de Benítez Reyes me arrastró en febrero de 2004 a las salas de cine de las Galerías Pacífico a ver una especie de telefilme canadiense, "Las invasiones bárbaras" (suerte de corolario de la vieja película de los ochenta "La decadencia del imperio americano"), y me encontré con que candorosos progresistas de otros tiempos eran presentados al espectador no tanto como precursores en el camino de nuestra vida que ellos habían recorrido buenamente a su manera cuanto como seres envejecidos cuyo añorado universo de sinceras ilusiones juveniles, a las que la realidad de los duros nuevos tiempos había pasado la aplanadora, era reducido a nostalgia resignada y dependencia inercial respecto de un emblemático personaje que tenía que dejar su rol de eficiente ejecutivo londinense para hacerse cargo de poner al servicio de su agonizante padre la sensibilidad y sentido práctico que las circunstancias requerían y uno esperaría la ficción del director-demiurgo asignara a la iniciativa de sus recuperados personajes, soñadores y nostálgicos, un poco cínicos también. Pero no: en el cine, al menos en este caso, también manda el dinero. Extrema corrección política, aunque nos la disfracen de otras cosas.

Nótese que no hago apología de las "utontopías" de moda algunas décadas atrás, ni de las de signo contrario que prevalecieron en los últimos tiempos de la historia, pero soy crítico respecto del mensaje que se nos dirige en cuanto espectadores en la peli de marras, que muestra y ejemplifica cómo bien morir de cáncer, auxiliado por un "yuppie", no menos resignado a la fatalidad de ser como un sueño que cuanto lo están los amigos y amantes de otrora de su padre, pero dotado de medios financieros y contactos suficientes para huir de los hospitales públicos canadienses, que pasan por ser los mejores en su género del mundo. Si los tales nosocomios son como los muestra la película, anuncio que no quiero conocer en carne propia los peores. Palabra. No me gustaría descubrir, si me pesco un cáncer dentro de unos años, que también en la hora final la razón la tiene el de más guita, como sentenciara Discepolín y parece ser la idea central de esta hipócrita película. Eso sí: por razones de edad nunca usé gomina, así que lo de "otario engominado" del mismo tango supongo iría en todo caso por mi finado papá, que al igual que el agonizante de la película gustaba en sus tiempos de las mujeres y el vino de todas las variedades, pues no los quería para pintar, y que se aplastaba las ondas rubias, él sí, al añejo "argentine style", con Glostora o Lord Cheseline.

Hay días en que uno decididamente siente una frustración enorme a causa de la sensación de insignificancia que la memoria trae, reconstruyendo momentos concretos del pasado como si estuvieran languideciendo ahora, dejando en nuestro ánimo una melancolía que se expresa durante semanas o meses enteros.

Sólo quería compartir la extraña sensación de que ni siquiera en Internet estamos a salvo de la locura y la maldad que imperan o tratan de imperar en el mundo. Que la seguridad que sentimos cuando emprendemos esta o cualquier otra actividad de disfrute tal como ir al cine, leer, pasear, viajar, entreverarnos con una dama o escuchar música es sólo eso: una sensación de disfrute, algo desechable y provisional, insignificante en el conjunto de las acciones de la especie humana, un cristal tan frágil y quebradizo que bastaría la apertura de una boca con halitosis, o un estornudo, o un zumbido de mosquito, para que la magia de la felicidad se esfumara y quedase reducida a una gota cristalizada de pasado estibada en la memoria, entre dos lágrimas. Otro personaje del "Fahrenheit 451" creo recordar que aconsejaba: "no pidas seguridad"...

Por mi parte, contra el olvido pienso dar pelea. Lejos de aquí hay un mar antiguo y peligroso en cuyas playas soñaron lejanos antepasados y que aguarda por mis huellas en su arena. Con caracoles del Atlántico pegados a las suelas de los zapatos iré, más temprano que tarde pero sin apuro (ya les dije, soy un borgiano) a surcar los cielos para mirar unos ojos profundos de azabache que deberían conservar cierto brillo cómplice: "aquell qui us ajuda a ser com sou" (Fuster dixit). Caveant Consules. ;-)

Espero hayan pasado un buen fin de semana, no me hagan demasiado caso si mi lectura los pusiera tristes, y hasta la próxima entrada -si la hubiere- a estos extraños laberintos de la memoria.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

"(...) el personaje de Montag, bombero memorioso, nostálgico de cuanto destruía en cumplimiento de sus deberes de funcionario público, notable imagen del verdugo de la cultura, simplemente un hombre sencillo al que entrenaron para actuar sin reconocerse como potencial miembro del grupo perseguido."

Buenísimo.

Anónimo dijo...

Por cierto, estoy de acuerdo con usted en que las novelas "desestructuradas" merecen mucho más la pena de leer y de releer que las "estructuradas". Sobre todo, en el género de la ciencia-ficción. Es por esto que Dick es más fascinante que William Gibson, con todo el oficio literario de este. Por ejemplo.

Alfredo dijo...

Hola. Una alegría encontrarlo por aquí. Le debo un comentario en su blog, pero antes de hacerlo ando repasando en los ratos libres al amigo Troeltsch y a algunos textos de Selden y Vitoria, que entiendo tienen alguna cosa que ver con el asunto que se trae usted entre manos ahí.

Con respecto a esta mi última entrada, en efecto la intención de los profes al hacernos leer "Fahrenheit", "El Rinoceronte", "Edipo Rey" y algunas otras cositas (no se atrevieron con "Un mundo feliz": nuestro Presidente por entonces era un dictador) era justamente que comprendiéramos que la escasa distancia que hay entre la víctima y el delincuente, patologías al margen, pasa por estados de conciencia que se generan a partir de hábitos de pensamiento o de no-pensamiento. Estos últimos hoy parecen querer regresar, con toda la onda "retro" que ello implica para una sociedad mayoritariamente sumida en la comodidad y el infantilismo de supersticiones y pensamientos mágicos. Es largo de tratar. Y los novelistas suelen dar las claves de ciertas líneas de pensamiento, a partir de cosas tales como las ucronías literarias. Bradbury, Sturgeon y otros (Dick por ejemplo, inferior como literato pero muy fecundo en "visiones" de mundos políticamente posibles, de ahí su interés para muchos) han usado este refugio literario para decir cosas que manifestadas abiertamente los hubiera puesto en el lugar de las circunstanciales víctimas de Montag, sí. Casi toda la "sci-fi" tiene mucho de política, vista desde la óptica del ciudadano común, neutral y sorprendido de lo que es el ejercicio del poder.
Y en cuanto a la estructura en sí, creo que su ausencia (Cervantes, Sterne, Sábato) o mejor todavía su hábil disimulo (Borges, Bradbury, Inclán, Baroja, Chéjov, Böll, Pratolini, el Cortázar cuentista, Bierce, Jarry, Rulfo y un larguísimo etcetera) nos ayudan a disfrutar más de lo que leemos, nos permiten tener vivencias tan intensas como las de nuestras percepciones de las experiencias de la vida real. De ahí, como bien nos dice, el "gancho" de autores aparentemente menores pero dotados de poderosa imaginación.
Un saludo, y gracias por su comentario.

Anónimo dijo...

Entre mis pasatiempos favoritos está la lectura, y siempre he tenido grandes problemas con algunos afamados clásicos de la prosa que de tan preocupados por la llamada "estructura" y polisemia de sus narraciones nos muestran tan claramente armazón y cimientos de sus tramas y urdimbres que no nos permiten saborear la aventura de zambullirnos en esos mundos sin evitar recordar a cada paso que son artificiales ni preguntarnos adónde iremos a parar, justo lo contrario de lo que disfrutábamos cuando éramos niños y todo era auténtico y novedoso para nuestros sentidos. Por eso, supongo, será que me gusta internarme en los meandros de las obras de sujetos que o han escrito sin plan alguno o han disimulado con extrema habilidad sus dotes de tramoyistas.

No sólo coincido sino que es justamente lo que veníamos hablando con un amigo escritor. La diferencia entre quien escribe por pasión y quien lo hace por querer hacerlo. El escritor y el escribiente? El artista y el artesano? Qué lío!

Alfredo dijo...

Hola, Marcelo. Sí, es un lío. Lo peor es que muchas personas con formación específicamente literaria, filólogos o licenciados en letras, prefieren la brillantez por sobre la profundidad y leen hasta "disfrutando" supuestas exquisiteces estructurales donde uno lee apenas un intento de exhibicionismo rutilante muy molesto para el lector. Será nuestra formación de bichólogos, quizás. Acaso alguien formado desde pequeño en letras lee de un modo distinto.

En otro orden de cosas: en una librería de la Av. Callao apareció don Ezra, Cantos Completos, 1916-1961, edición bilingüe alemán-inglés (no problem, porque sé inglés y sospecho el alemán) al módico precio de $12. ¡Y no tenía los $12 encima! ¡P M! (también quiere decir "Pedro Martínez" ;-) ).
Espero no se mueva de su sitio hasta mañana, en que andaré por las inmediaciones provisto de una regular suma de dinero.
Saludos

principio de incertidumbre dijo...

Lo único malo de su blog es que a veces los post son taaan largos,
:-). Pero valen la pena, sí señor.
Leí ésto hace unos días, luego de macerarlo, recién, puedo intentar responderlo.
¡Eh!, ¿qué es eso de andar vanagloriándose de ser un Funes el memorioso de las bítacoras virtuales sólo para mentir? Cosa seria, che.
Ya lo dijo el filósofo, "sólo una cosa no hay. Es el olvido", así que deje de tocar el bandoneón por un rato. No todo tiempo pasado fue mejor (aunque parezca). Releyendo al viejo con Ferrari encontré ésto: "Quizá la nostalgia sea un modo de poseer las cosas", cosa ciertísma en absoluto, si además le sumamos a Joaquín con su afamada: "no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió", touché. ;-)Y si, además adjuntamos:
"No hay otros paraísos que los paraísos perdidos", de Posesión del ayer... Según mis locas teorías, el olvido vendría ser un consuelo y un cruel perdón que pocos tienen el poder de aspirar. Apelo a la esperanzadora idea de que todo lo que yo creo olvidado regresará a mí en el momento adecuado, por alguna extraña fuerza entrópica y conservadora de masa.
Saludos.

P.D.no pregunte qué es lo que quise decir.

Anónimo dijo...

Muy astuto en no revelar el nombre de la librería, pero bueno, cuente a ver si lo consiguió. Habrá otro ejemplar?
Don Ezra se anda escabuyendo.

Alfredo dijo...

Lore: La nostalgia es el único modo de poseer no sólo a las cosas, sino a las personas tal como fueron en otro tiempo. También, creo, a nosotros mismos. Inclusive a la imagen de un señor anciano y cegatón que se hacía llamar Borges y pasaba cada tarde con su bastón metálico por la porteña calle Esmeralda, rumbo a su casa (creo que vivía en Paraguay y Suipacha), cuando yo era más joven aún y laburaba en el centro. Por eso, la cosa que no hay es el olvido, y por eso el señor aludido dijo que su relato sobre Ireneo Funes era "una larga metáfora del insomnio". Nunca me perdono no haber aprovechado alguna ocasión para por lo menos interceptarlo y darle las gracias por sus mundos paralelos de papel y fantasía.
Como físicobioquímicamente usted dice, demostrando que le han aprovechado sus estudios, ya volveremos a encontrarnos con esos fragmentos de nuestra experiencia vital en el momento oportuno. Puede decirse en complicado, pero mejor su estilo: recuerdo también que a los Dres. Einstein y Boltzmann les gustaba decir (en deutsche, por supu) algo así como que "para explicar sutilezas a nuestro vecino, optemos por una exposición clara, seamos sencillos y dejemos la elegancia para sastres y zapateros" ;-))) Su "esperanzadora idea" era, para estos finados hombres de ciencia, una verdad grande como una casa.

Marcelo: Don Ezra sigue esquivo. Unos pelmazos me interceptaron y retuvieron en un tenebroso sitio lleno de abogados y funcionarios grises, como en los cuentos del Dr. Kafka, y debí dejar el intento para mañana.

Los mantendré informados, y averiguaré si hay otro ejemplar.

Saludossss